Friday, April 17, 2020

"¿Tú no sabes que en este país no se puede hablar con extranjeros?": entrevista a Luis de la Paz




Por Enrique Del Risco

Reinaldo Arenas y Luis de la Paz. Foto de Nicolás Abreu.

Luis de la Paz (La Habana, Cuba, 1956) Narrador, poeta, periodista y promotor cultural. Reside en Miami desde 1980 a donde llegó a través del éxodo del Mariel. Ha publicado, entre otros, Un verano incesante (1996), El otro lado (1999), Reinaldo Arenas, aunque anochezca (2001), Salir de casa (2015), De espacios y sombras (2015) y Soltando sorbos de vida (2017) y Del lado de la memoria (2018). Ha recibido los premios de Ensayo Museo Cubano, Lydia Cabrera y Accesit de Poesía Luys Santamarina, Cieza. Conduce Viernes de Tertulia, y es colaborador de El Nuevo Herald. El es el clásico componente de una generación sin el cual ésta no conseguiría alcanzar un sentido, concentrar su memoria, ir más allá de su transcurso vital. 


Primero que todo háblame de ti mismo ¿De dónde eres? ¿Cómo fueron tus primeros años, tu formación?

–Soy un habanero del barrio de Santos Suárez. Nací en 1956, por lo que mi infancia estuvo marcada por las carencias, fruto de la nueva realidad, la castrista. Alrededor mío había un ser maravilloso, mi tía y madrina Zoila, que me llevaba a pasear todos los domingos, casi siempre íbamos primero a montar la lanchita de Casablanca. Luego, ya del otro lado de la bahía, yo correteaba por los alrededores, subía al Cristo a ver desde lo alto la ciudad, eso era algo que me fascinaba hacer, y al regresar parábamos en una cafetería, La Estrella de Oriente, en la calle Galiano. Una tarde intenté subir hasta el mirador del Cristo, y habían colocado en medio de la escalinata un portón de hierro, con un cartel: No pase, zona militar. Un soldado con fusil en mano me impedía el paso. En la cafetería escaseaban los productos, no había helados, y casi nada para comer, hasta que finalmente un aviso en la puerta decía: cerrado. Nunca más abrió. Eran los años previos a la ofensiva revolucionaria de 1968. Mi formación también tuvo el carácter que imponía el nuevo régimen, es decir, toda la educación se enfocaba en la experiencia castrista, el desprecio por el pasado, y la esperanza en un futuro luminoso.       

¿Cómo te diste cuenta de que el régimen castrista y tú no tenían nada que ver? ¿Quién se dio cuenta primero? ¿El régimen o tú?

–Mis padres evitaban los temas políticos por temor a que repitiéramos en la escuela lo que escuchábamos en la casa y nos trajera problemas. Era su manera de protegernos. Cuando estuve un poco más formado, mi padre me decía que había que saber vivir, y eso significaba, hay que callar y tratar de acomodarse. El tiempo me hizo resistirme a aceptar esa sentencia paternal. El choque que me marcó de manera definitiva ocurrió caminando por el Parque de la Fraternidad. Una pareja de turistas me preguntó por el nombre de la Fuente de la India. Yo no sabía qué decirles, pero trataba de ayudarlos. A lo lejos un hombre gesticulaba en dirección a mí, de forma amenazadora; yo no entendía. Cuando los turistas se alejaron, el hombre me tomó por el brazo, me zarandeó y me dijo: estás preso, maricón, ¿tú no sabes que en este país no se puede hablar con extranjeros? Yo tenía unos 12 años. Ahí me di cuenta que no tenía nada que ver con el régimen castrista.    

Por los libros del propio Arenas o los de los hermanos Abreu uno puede llevarse una idea de lo difícil que debió haber sido vivir en aquellos años en Cuba para alguien como tú en medio de un régimen que intentaba regimentar cada aspecto de la vida. ¿Cómo ocurrió en tu caso? ¿Puedes darme ejemplos concretos?

–Vivir bajo un régimen comunista de extrema izquierda, totalitario y represivo, requiere de recursos de supervivencia que se adquieren instintivamente en la rutina diaria, en el lenguaje callejero. Así uno se convierte en experto en la bolsa negra, en el trueque de arroz por café, de una papa por un pedazo de calabaza. En marcar en una cola a las 12 del día para entrar en la pizzería a las 5 de la tarde, y comerse de una sentada, una pizza, un espagueti y compartir una lasaña, indicativo, desde luego, del hambre permanente e insaciable. En el caso de un escritor, robando hojas de papel en una imprenta, cambiando subrepticiamente en la escuela o en el trabajo, la cinta nueva de la máquina de escribir por la vieja y desgastada propia. Lo peor es palpar cada día el terror, la delación, apreciar el envilecimiento y no poder hacer nada. Uno se acostumbra a vivir en la ilegalidad que se convierte en legítima defensa. En aquellos tiempos yo comenzaba a escribir. Me acerqué a un Taller Literario y a las pocas semanas me di cuenta que había cometido un grave error, que era peligroso permanecer allí. Escribí un elogioso poema a la “Revolución Luminosa” para no dejar el más mínimo indicio de sospecha entre los miembros, y sobre todo en el presidente del taller, que hacía un informe de cada tertulia para enviarlo a instancias superiores de cultura. Lo leí ante ellos, me lo llevé, lo rompí y desaparecí… En el fondo, llevaba un poco la enseñanza de mi papá.    

¿En qué circunstancias conociste a Arenas? ¿Qué impresión te causó al principio?

–Yo llego a Reinaldo a través de José Abreu que lo conocía de la Biblioteca Nacional. José, que ha sido fundamental en mi vida, al que le debo todo lo que soy literariamente, me dijo que nos íbamos a encontrar en la playa con Reinaldo Arenas, al que consideraba el escritor joven más importante del momento. Esperamos largo rato en el Patricio [Lumumba] y como no llegaba nos acercamos a su casa, que no era otra cosa que un cuarto independiente en casa de su tía, algo parecido a un efficiency, a unos metros de la playa. Nos invitó a subir y encontramos un espacio pequeño, compacto, con libros, y una cama donde estaba acostado Delfín Prats. Allí vi un ejemplar sobreviviente de Lenguaje de mudos, que había recibido un premio y que tras la publicación hicieron pulpa. En ese momento no me causó una particular impresión. Él estaba atento a mí, que llegaba con José y reticente por la presencia de Delfín. Fue una visita breve, pero marcó el momento en que lo conocí. Luego hubo un nuevo encuentro en la misma playa y me asombraba su voz, su sentido del humor, literalmente a todo le sacaba lascas, su manejo de la ironía. Yo era muy joven, y quedé impactado por aquel hombre que te miraba como invitándote a templar.       

Alrededor de Arenas se formó un grupo literario del que eras uno de los integrantes. ¿Dónde se reunía? ¿Con qué frecuencia? ¿Cómo funcionaba?

–Por ser muy joven, las tertulias, primero en casa de los hermanos Abreu, luego en el Parque Lenin, me ayudaron a crecer rápidamente y me pusieron en contacto con lecturas y autores a los que yo estaba llegando antes de tiempo, como Lezama y Proust. Pero eso era importante. En esas reuniones semanales se discutía sobre un libro y cada participante lo valoraba, y eso creaba un debate que me dejaba atónito. Luego las lecturas se pasaron al Parque Lenin (allí no eran semanales, pues era peligroso establecer una rutina), pues además de leer, se podía ir a los quioscos y tomar leche fría y comer queso crema con galletas de soda… desde luego, para mí lo más atractivo eran las alteas que vendían. Nos reuníamos en distintos lugares, pero con frecuencia en una colina y nos sentábamos bajo un árbol.

¿Recuerdas discusiones concretas, anécdotas de aquellas reuniones?

-Allí Reinaldo leyó los capítulos de Otra vez el mar, por ejemplo. Recuerdo cuando leyó de un tirón Que trine Eva, con la que nos desternillamos de la risa. Todos siempre leíamos algo. Si bien el Parque fue una fuente de creatividad, pues en cada cita nos proponíamos llegar con algo nuevo, también fue el sitio donde Reinaldo estuvo escondido huyendo de la policía. Como buen campesino, se las agenciaba para vivir en un ambiente campestre como el del Parque. Dormía en una alcantarilla. Allí escribió una parte de Antes que anochezca, pues tenía que escribir antes que cayera la noche por la oscuridad. Reinaldo necesitaba ayuda, un enlace. Entre sus conexiones para la sobrevivencia estaban los hermanos Abreu, pero ellos eran también vigilados. Nicolás por ser testigo en el juicio a Reinaldo, y José por ser un amigo cercano. Del que no sospechaba la policía (a veces son muy idiotas) era de Juan, que acababa de ser desmovilizado del servicio militar. Eso le permitía ir al encuentro con Rey, para llevarle dinero, comida y libros, mientras los policías seguían a sus otros hermanos. En otros momentos José iba a su encuentro. De esas aventuras y desventuras en el Parque, Juan, muy valientemente, escribió unas crónicas con el título de Prólogos, mientras ocurrían los hechos. Para evitar involucrar a sus hermanos, se atribuía hechos cuyos protagonistas habían sido sus hermanos, para en caso de ser incautado el manuscrito, no implicar a su familia. Ese libro es, A la sombra del mar. Un atardecer, estábamos José y yo en el Parque esperando la guagua cuando una mujer llegó alarmada a la parada diciendo que acababan de coger preso a un asesino que estaba escondido en el Parque. Ese día capturaron a Reinaldo.     
Juan Abreu, José Abreu, Luis de la Paz y Reinaldo Arenas


¿Cuando Arenas salió de la cárcel en Cuba volviste a reconectarte con él? ¿Qué impresión te dio? ¿Notaste algún cambio en él?

–Después de dos años me encuentro con Rey en la Cinemateca, donde había ido con José a ver una película francesa. Fue una gran sorpresa verlo, pues no sabíamos que había salido de prisión. Al terminar la película nos fuimos caminando hasta el Almendares, y nos sentamos en uno de los bancos a orillas del río. Reinaldo nos contó algunos detalles de su encierro, y nos recitó varios trabalenguas que había memorizado en la cárcel, algunos de ellos sobre personajes de la cultura cubana. Su sentido del humor se mantenía intacto, su fortaleza física impresionaba. Nos dijo que intentaría escapar de la Isla en cuanto pudiera.  

¿Cómo te fuiste de Cuba?

–Salgo durante el éxodo del Mariel. Primero voy a la Embajada del Perú, estoy unas horas allí y salgo a buscar a mi familia. Cuando regreso, ya habían tirado un cordón, 10 cuadras a la redonda de la Embajada. Lloré mucho aquella noche, no podía perdonarme haber dejado escapar mi posibilidad de salir de Cuba. Por suerte, al írsele de control la situación al régimen, mueve sus piezas en Miami y van unos barcos. La noticia ampliamente divulgada en Granma, era una invitación oficial, que conduce al éxodo del Mariel, y a la llegada a Cayo Hueso de 125,000 cubanos en pocos meses.

Al llegar a los Estados Unidos ¿qué hiciste en aquellos primeros tiempos? ¿Dónde te instalaste?

–Al llegar a Cayo Hueso me envían a Fort Indiantown, un campamento de la guardia nacional de Pensilvania, convertido en campo para refugiados. Allí había más de 20,000 cubanos. Yo estaba en un área para hombres solos. Tras casi dos meses, una tía me patrocina y viajo a Miami, donde ya había llegado mi familia y se había instalado. Desde entonces vivo en Miami, desde entonces Miami ha sido mi casa, el centro de mi vida. 

¿Cómo te reconectaste con Arenas?

–Una tarde estando en el efficiency donde vivían Nicolás, su esposa Exys, Juan y Marcos, un vecino del barrio en Cuba que no tenía familiares en Estados Unidos, llega Reinaldo acompañado de Lázaro. Fue un reencuentro triunfal, donde primó el sentido de la victoria, de haber podido escapar de la Isla maldita. A partir de ese momento nos vimos con mucha frecuencia, incluso en el apartamento que ocupó varios meses en la calle 7 del NW, cerca de la 57 Avenida. A finales del mismo 1980 se va a Nueva York y, desde ese entonces, los encuentros fueron más esporádicos.  

Se habla mucho del impacto de la llegada de los marielitos a los Estados Unidos. ¿Cómo fue el encuentro entre los intelectuales cubanos que salían de Cuba y el exilio intelectual que ya existía acá? ¿recuerdas anécdotas que ilustren esos encuentros?

–Los artistas del Mariel causaron revuelo en Estados Unidos, quizás más en Miami que en otra ciudad. Había una lógica, pasaron muchos años sin que prácticamente nadie saliera de Cuba, y de repente un éxodo masivo con tantos intelectuales provoca un gran choque generacional. Aunque hubo algunos rechazos, en general primó la bienvenida. Ahí están Marcia Morgado que después se integró a la revista Mariel y Nancy Pérez Crespo que apoyó a los recién llegados y abrió la peña que realizaba cada fin de semana en su librería para que nos presentáramos en ella. Ahí fue donde conocí a Labrador y a Montenegro. Es más, ella organizó y costeó una fastuosa fiesta de despedida a Reinaldo cuando éste decidió irse a vivir a Nueva York. En otras ciudades, como NY, se nos abrieron las puertas de revistas como Noticias de Arte que dirigía Florencio García Cisneros, y a los artistas plásticos los apoyaron mucho Carlos M. Luis en Miami e Ileana Fuentes, en Nueva York. En general, hubo muchísimos más encuentros que desencuentros, y eso que llegábamos salvajes, ajenos a lo que acontecía en el mundo, porque el gobierno castrista se había empecinado, como política de estado, en evitar que el cubano tuviera acceso a lo que ocurría fuera de la isla.

      

¿Cómo era la relación de Arenas con Miami? ¿Con qué frecuencia la visitaba?  ¿Con quiénes se reunía? ¿Cuáles eran sus lugares favoritos?

–Rey venía a Miami una o dos veces al año. Su interés era fundamentalmente la playa. Decía que venía “a Miami Beach, no a Miami, que era una ciudad horrible”. Siempre visitaba un hotel en Collins y la 21, que en aquel entonces era la playa gay por excelencia. Ya el lugar y el hotel se transformaron en otra cosa. En esas visitas aprovechaba para ver a amigos, con los que almorzaba y compartía, entre ellos yo. Un día nos citó a José y a mí para vernos en la 21 y llegó muy retrasado, algo inusual en él. Cuando se aproximaba lo vimos despedirse de un negro enorme. Trató de disculparse diciendo que venía de “una cita amorosa”. Eso dio lugar a una conversación sobre el sida, que en aquel entonces era noticia cada día en la prensa con alarmantes estadísticas. Rey sacó una cuenta para explicar que esa enfermedad no podía ser tan contagiosa como decían, que se estaba exagerando con el tema. Lo que no contaba Reinaldo era con el largo período de incubación del virus. 

¿Tienes idea de los gustos personales de Arenas? Por ejemplo ¿Qué música le gustaba oír? ¿Qué películas le gustaba ver?

–Sé que disfrutaba la música clásica, pero no recuerdo qué compositores admiraba más. Lo que no olvido fue cuando me comentó que había visto una película que lo había destrozado. Se refería a Sophie’s Choice, la película de Alan J. Pakula, de 1982, una adaptación de la novela de William Styron. Nunca lo escuché hablar de otra película con tanto estupor. Aunque el tema era demoledor e impactante, nunca supe qué particularmente conectaba en la mente de Reinaldo con esa película.

Tengo entendido que Arenas era un gran conversador ¿De qué temas le gustaba hablar contigo?

–Yo tuve la oportunidad de conocer y estar presente ante varios grandes conversadores cubanos, entre ellos, quizás el más luminoso, Enrique Labrador Ruiz, al que le bastaba una botella de ron para estar hablando sin parar. Era un hombre que conoció a muchos y vivió intensamente el mundo literario cubano. Otro fue Carlos Montenegro, algo más tímido, pero encantador, también muy desdoblado con la ayuda del alcohol. Lydia Cabrera estaba llena de vida vivida y era una delicia escucharla. Reinaldo, aunque era otra cosa, no se quedaba atrás. Su característica era la hipérbole, el tema de la homosexualidad que casi siempre metía en las conversaciones, haciendo literatura de todo, por lo que nunca se sabía si lo que contaba había ocurrido… u ocurrido de ese modo, o estaba recreando la realidad. Recuerdo una vez escucharlo contar lo que había pasado cuando estuvo escondido en el Parque Lenin, y me quedé atónito oyéndolo crear toda una historia alrededor de aquellos hechos que yo conocía muy bien. Rey fabulaba con absolutamente todo.  

¿Recuerdas anécdotas que reflejen la personalidad de Arenas o su relación con Miami?


–Miami no era su mundo, sino su tránsito, un puente que él trataba de mantener a distancia y cruzar poco. Hay un artículo, si mal no recuerdo publicado en el Herald, desbarrando contra Miami. Años después publicó otro contra Nueva York. Rey era un hombre completamente insatisfecho. La rebeldía era inherente en él, lo ponía contra todo, era una forma de vitalidad personal y creativa, pero también esa manera de vivir le hizo, creo, angustiosa la existencia, pues conlleva a la infelicidad, aun cuando seas Reinaldo Arenas con una obra monumental, el desamparo latía constantemente a su alrededor.

¿En privado Arenas era tan burlón como en público? ¿Qué recuerdas al respecto?

–Como ya te dije Reinaldo le sacaba lascas a todo. Estar a su lado era disfrutar de una jornada donde invariablemente te hacía reír. Tenía un gran sentido del humor, pero además, muy agudo. Dominaba con maestría la ironía, y un señorío como nadie para colocar los chistes. Quizás el ejemplo más socorrido es el de la compota de papaya que aparece en la película Havana y que después recrea Schnabel en Antes que anochezca.  

¿Cómo fue la aventura de la revista Mariel? ¿Cómo se creó?

–La idea de crear una revista literaria se remonta a la época de las tertulias en el Parque Lenin. Incluso se hizo una, Ah, la marea; salieron dos números que circularon entre nosotros mismos. Luego uno se entera que el proyecto de una revista lo compartía con otros amigos, así que era algo muy deseado. Cuando convergen en Miami varios escritores de esos grupos en los que se movía Reinaldo, vuelve la idea de la revista, y no había mejor nombre que Mariel. Siempre se propuso hacer una publicación abierta, que le diera cabida a todos los escritores, y que además, le rindiera homenaje a quienes nos habían precedido en el exilio o en el insilio. Por eso el primer número se dedica a Lezama y el último de los 8 volúmenes a José Martí. Al principio se financiaba con el aporte de $100 de cada miembro de la directiva, pero al final ya se pagaba sola, lo que señala su éxito.  

¿Cómo funcionaba lo que vendría a ser el consejo de redacción disperso por varias ciudades? ¿Cómo se decidían los temas que trataría cada número?

–Había una dirección central, Reinaldo Arenas, Juan Abreu y Reinaldo García Ramos, y un consejo de redacción, con Carlos Victoria, René Cifuentes, Roberto Valero y yo. De asesora, casi como musa, se nombró a Lydia Cabrera, y se contó con el apoyo fundamental de Marcia Morgado, que por llevar muchos años en el exilio, sabía cómo había que conducirse para llevar la publicación adelante. Cada miembro del equipo de redacción sometía propuestas y luego se hacía la selección final. En ocasiones había trabajos que quedaban para el siguiente número, pues llegó un momento en que las colaboraciones eran realmente abrumadoras. Y eso que existían otras revistas en ese momento, pero Mariel tenía un toque y atractivo especial, quizás, porque detrás, es decir, al frente, estaba Reinaldo.

¿Cómo se distribuía? ¿Quiénes la leían? ¿Cuáles eran las reacciones que suscitó una revista así?

Mariel llegó a tener más de un centenar de suscriptores, quizás hasta más, en todos los Estados Unidos, Puerto Rico y Europa. Siempre nos llegaban cartas elogiosas, y creo que no podía ser de otra manera. Mariel nunca fue elitista. Mariel no llegó para imponer nada, sino para completar un proceso de creación en el exilio que había comenzado desde 1959, o quizás mejor, que se había iniciado desde la época de la colonia. Basta mirar la historia de la literatura cubana, para darse cuenta de su condición de extraterritorialidad. La más emblemática y simbólica novela cubana, Cecilia Valdés, con su carácter costumbrista y antiesclavista, la escribió Cirilo Villaverde en Nueva York. Lo mejor del quehacer creativo de los cubanos se fomentó en el exilio. Martí, Casal, Heredia, Varela, por solo mencionar a los más más clásicos y no adentrarme en el período republicano. El castrismo y su larga y angustiosa tiranía han reafirmado el carácter extraterritorial de la literatura cubana.

¿Qué piensas de la revista Mariel a tantos años de distancia? ¿Qué ha llegado a representar en la cultura cubana del exilio? ¿Y para ti?


–La revista Mariel marcó un punto de inflexión en la cultura cubana del exilio, pues era la primera vez que un grupo de escritores bastante heterogéneo no tenía a la República como centro de expresión, sino la Revolución. Una mirada de conjunto a los 8 números de Mariel te permite ver que al abrir sus páginas para todas las generaciones de cubanos establecidas en el exilio, se hacen evidentes las distintas corrientes y necesidades expresivas de los exiliados. Unos tenían la nostalgia y el desarraigo como temas recurrentes. Los del Mariel no experimentábamos pesar por lo dejado atrás, sino todo lo contrario, significaba una gran liberación. En los primeros exiliados, el recuerdo del paisaje y la evocación de lugares emblemáticos de la Isla, tienen una sólida presencia en sus textos. Para los de 1980, los lugares representativos y la belleza natural se pierden en las vicisitudes, en las carencias y en la falta de acceso: “No compañero: al Museo Etnológico de Guanabacoa no pueden entrar los cubanos. En las cuevas de Bellamar solo se permiten extranjeros. Las playas de Varadero y los hoteles son área dólar”. De manera que la literatura que emanaba de los refugiados del Mariel resultaba chocante para algunos de los que nos habían precedido en el exilio. Cuarenta años después, las corrientes literarias más contemporáneas de cubanos colisionan contra la de los primeros exiliados y la de los del Mariel también, pues la impronta más reciente no evoca ni el lejano pasado, ni el devastado presente insular, sino se sustenta en la supervivencia más primitiva, muchas veces a través de un lenguaje enrevesado que no permite descifrar las claves del decir. En fin… Para mí la revista Mariel es la huella de una época.

Conociste a Oneida Fuentes, la madre de Arenas. ¿Cómo era ella? ¿Cómo era su relación con el hijo?

–A Oneida la vi en Cuba en dos ocasiones. Una en casa de los hermanos Abreu a donde había llegado con un mensaje de Reinaldo diciendo que estaba escondido en el Parque Lenin y que necesitaba ayuda urgente. Luego junto a Rey caminando por La Habana. En el exilio, la vi cuando vino por primera vez de visita. Fui a buscar a Reinado a casa de su tía en Hialeah, y allí estaba Oneida. Era una mujer, como buena campesina, fuerte, decidida, pero que nunca entendió a su hijo. Lo amaba con pasión y Reinaldo a pesar de la impresión que transmite en su literatura, la quería. Pocas veces hablamos de su madre. Existía una relación amor-odio muy compleja entre ellos. Rey era un hombre de una personalidad complicada. Había varios Reinaldo Arenas, el escritor, el escritor personaje, el hombre insatisfecho, el hombre con una inagotable rebeldía. Pero había otro más que nunca le pude ver, pero que sabía que existía. Ese Reinaldo no creo que alguien llegara a conocerlo realmente y a veces pienso que no era el mejor Reinaldo.  

¿Notaste cambios en Arenas –tanto físicos como emocionales- a medida que avanzaba su enfermedad?

–Cuando la enfermedad comenzó a hacerse muy evidente se aisló y se propuso luchar por su vida y sobre todo por su obra, eso hizo que se encerrara y se relacionara muy poco. Para mí Reinaldo siempre buscó canalizar la insatisfacción con su existencia, a través del sexo, quizás el medio ideal para la verdadera y más agónica insatisfacción.    

¿Cómo te enteraste de la muerte de Arenas? ¿Qué pensaste en ese momento?

–Lo leí en el Herald. El titular me impactó. Se me aceleró el corazón y pensé dos cosas: que no se había muerto, sino suicidado, la única manera que tenía sentido para él la muerte, y que habíamos perdido al más importante escritor cubano surgido de la dictadura castrista.  

¿Te sorprendió que decidiera suicidarse?

–Todo lo contrario. Esperaba que fuera así. No lo hubiera creído de otra manera. Reinaldo, como años después ocurrió con el joven Juan Francisco Pulido, solo concebía la muerte a través del suicidio. Por eso me molestó tanto en la película de Schnabel que el personaje de Lázaro le pusiera una bolsa plástica en la cara para ayudarlo a morir. No se ajusta a la verdad, pues cualquier forense se daría cuenta de inmediato que fue asfixiado, lo cual convertiría el hecho ante la ley en un asesinato. Creo que ni como efecto dramático funcionaba en la película. Me pareció burdo. Además, esa imagen encierra una vil e imperdonable traición a Arenas.


Luego del éxito inicial de sus dos primeras novelas, a su salida de Cuba no consigue publicar en las grandes editoriales de la lengua hasta su muerte. Sin embargo, al morir, su autobiografía, Antes que anochezca, se convierte en bestseller. ¿Qué te parece la fama póstuma de Arenas? ¿En tu opinión tiene algo de malentendido?

–Rey termina publicando en editoriales pequeñas porque la izquierda lo cerró. Esa izquierda poderosa y mezquina. Lo que convierte a su autobiografía en un bestseller es la película y porque la realiza un norteamericano. Si la hubiera hecho un cineasta cubano exiliado nada hubiera pasado. De Reinaldo se estará hablando por generaciones, pues en su obra hay mucho dolor y mucho sufrimiento, pero también magia, un lenguaje muy personal y un derroche constante de poesía. Eso es lo que ha hecho trascender a los que hoy llamamos clásicos, y eso es lo que ha convertido a Reinaldo Arenas, en un clásico contemporáneo.  

¿Cómo valoras la película de Schnabel Before Night Falls en sentido general?

–Creo que la película está lograda en sentido general. Hay cosas que no me gustaron, como la “ayuda” que le brinda Lázaro para morir, y cuando se da a entender que Reinaldo le copió la novela El portero a Lázaro, pero quitando las dos infamias antes mencionadas, la película en general es un trabajo importante sobre Reinaldo Arenas. 

¿Qué opinas de los libros que publicados póstumamente (El color del verano, Antes que anochezca)? ¿Cómo reflejan al Arenas que conociste?

–Ya en Cuba Arenas tenía el proyecto de El color del verano y nos contó en varias ocasiones lo que quería lograr. Rey era muy trabajador y tenía una idea muy clara de lo que quería escribir, y hasta de cómo lo haría. Sé que esto es riesgoso, pero si en el siglo XIX cubano José Martí fue la figura literaria más grandiosa, en el siglo XX lo fue Reinaldo Arenas, y no olvido nombres como el de Lezama Lima y Alejo Carpentier. Reinaldo, era otra cosa, llevaba el gen maravilloso del genio creativo. 

Estás entre los miembros de la generación del Mariel que más se ha empeñado en recoger su memoria, su legado (me refiero tanto al legado de Arenas como al de toda su generación). ¿Cómo evaluarías el legado de ambos?

Creo que hay que resaltar la labor de los artistas cubanos en el exilio de manera constante. El castrismo y su aparato cultural no nos representan, ni nos reconocen, ni permiten que circulen nuestros libros. Incluso algunas casas editoriales, galerías y hasta instituciones todavía buscan en la Isla lo que está en el exilio, aparentemente por ignorancia o para no irritar a las autoridades oficiales de Cuba. El exilio se renueva constantemente y sus creadores logran en la mayoría de los casos despojarse de las trabas impuestas por la dictadura (y las propias), para crear sus obras con absoluta libertad. Solo aquellos que piensan en el regreso, en ganar concursos en la Isla y poder presentarse en los foros aupados por los promulgadores del Decreto 349 continúan autocensurándose. Hace poco en YouTube alguien entrevistaba a las personas que salían del consulado cubano en Barcelona sobre la situación en la Isla, y una señora respondió: “¿Qué tú quieres, que no me dejen entrar más en Cuba?”. Por eso hay que defender el legado de los cubanos exiliados, que es parte esencial de la literatura cubana, más allá de cualquier generación. Desde hace tiempo es de mi interés dejar constancia siempre que pueda de lo que hicieron los primeros exiliados en los años 60 y 70, con figuras de la talla de Lino Novás Calvo, Gastón Baquero, Lydia Cabrera y Enrique Labrador Ruiz, por solo mencionar unos pocos, como la que dejaron los escritores exiliados del siglo XIX. Muchos ya han muerto, por ello es de mayor importancia mantener fresca su memoria cada vez que tengamos oportunidad, porque fueron grandes escritores exiliados, anticastristas y de tal valía, que tras su muerte la dictadura los ha querido rescatar para la cultura nacional después de haberlos ninguneado. Lo mismo con los escritores del Mariel, con Reinaldo Arenas como su presencia más notable, o cualquier otro creador de valor. Tengo claro que lo más trascendente de la literatura cubana desde la época de la colonia hasta el presente, tiene un carácter de extraterritorialidad. Basta recordar que la obra más emblemática de la narrativa cubana, Cecilia Valdés, la escribió Cirilo Villaverde estando exiliado en Nueva York. Pero todo es cuesta arriba porque el enemigo que nos usa después es poderoso y está rodeado de cómplices.


2 comments:

  1. Excelente entrevista que da luz a la historia de aquellos tiempos primeros de del desastre comunista en Cuba. Sigue igual el horror. Gracias por este esfuerzo.

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