Friday, October 27, 2023

José Martí, un hombre flor entre hombres máuser*

'Biche morte', Gustave Courbet, 1857

Por David Leyva González 

En el poemario Versos sencillos de José Martí, encontramos una imagen poética estrechamente relacionada con la pintura. Se encuentra en el Poema V, específicamente en la cuarteta: “Mi verso es de un verde claro / Y de un carmín encendido / Mi verso es un ciervo herido / Que busca en el monte amparo”.[1]

Sobre las posibles significaciones de esta simbólica poesía se realizó un documental en 2021 titulado Un ciervo herido de amor, interpretado por un variado grupo de actores cubanos (Osvaldo Doimeadiós, Jorge Enrique Caballero, Yudexi de la Torre, Ray Cruz, Maridelmis Marín y Ana Flavia Barrios), guión de Eduardo Vázquez Pérez y dirección de Alberto Luberta Martínez.

El audiovisual devela las analogías entre episodios de la vida de Martí y la pictórica escena del ciervo herido del poemario de 1891. El hecho es que la recurrencia de este cuadro se muestra en su escritura desde años antes, específicamente, desde 1884. Dos hipótesis expone el investigador-guionista sobre el origen del paralelismo entre el animal-perseguido y el poeta, ninguna de las dos excluyentes: una es el desencanto de una sensibilidad por la vida mezquina, competitiva, banalizada y falta de amor de la ciudad moderna, la otra es el dolor que le trajo a Martí la decisión de abandonar un movimiento libertario que le interesaba grandemente, conocido como plan Gómez-Maceo, que buscaba reiniciar la lucha por la independencia de Cuba.

En octubre de 1884, el entonces joven de 31 años, no pudo aceptar los métodos de dirección del general dominicano Máximo Gómez. Él se percató que la leyenda de la guerra de los Diez Años miraba el asunto de Cuba desde un punto de vista militar-centralizado, sin opciones para ir practicando –desde la propia organización de la guerra– el espíritu democrático de la futura República.

En la ética martiana era imprescindible evitar las dictaduras, y contraponer a este mal el constante ejercicio del voto y el respeto a la diversidad de criterios. Su oposición al plan Gómez-Maceo la sintetizó en versos a su amigo uruguayo Enrique Estrázulas: “Esto que en gorja le charlo, / Lo voy en gorja diciendo, / Pero se me van saliendo / Las lágrimas al contarlo! // Hallé que a poner corría, / So capa de santa guerra, / La libertad de mi tierra / Bajo nueva tiranía:— // Hallé —¡oh cállelo!— que aquellos / A quienes todo me di, / So capa de patria ¡ay de mí! / Solo pensaban en ellos:— // Y gemí, por la salud / De mi pueblo, y trastorné / Mi vida,— mas les negué / El manto de mi virtud!”.[2]

Su angustia sobre el temor del militarismo ligado a los destinos de Cuba quedó registrado en una legendaria carta a Gómez, en la cual, todavía quema la frase: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.[3]

El dominicano se contuvo, no contestó la misiva; pero los comentarios y las intrigas que provocaron la salida de Martí, fueron –como perros desatados– hacia la presa más expuesta de aquel conflicto de intereses: el joven habanero que, a pesar de sus dotes de orador y escritor, no contaba con hazaña militar alguna.

Buena parte de la emigración cubana puso en duda la integridad revolucionaria, valor personal y compromiso político del nacido en 1853. Fueron días muy difíciles para el poeta. Gabriela Mistral dijo que “Martí era un hombre flor que tuvo la desgracia de nacer, vivir y morir entre hombres máuser”.[4]


Según el código viril que imperaba en aquel tiempo, los que conocieron la retirada de Martí se sintieron con la libertad de juzgar lo hecho por el escritor y acusarlo de cobarde o de compararlo con alguien femenino, temeroso y asustadizo. Eduardo Vázquez cita cartas del poeta al amigo mexicano Manuel Mercado que corroboran ese ambiente de intriga y acusación comparado a la cacería de un ser vivo aún más indefenso que el ciervo… la cierva:

[…] mire que así me siento, como una cierva acorralada por los cazadores en el último hueco de la caverna.[5]

[…] vivo como acorralado y apaleado, y la brutalidad, deshonestidad y sordidez que veo a mi alrededor […] –creo que se lo he dicho a Vd. porque es verdad– como una cierva, despedazada por las mordidas de los perros, que se refugia para morir en el último tronco.[6]

El documental no deja de relatar tampoco el momento en que Martí tuvo que, para seguir fiel a su sueño de una Cuba descolonizada de España, dejar a un lado la mansedumbre de “cierva” y mostrarse a la altura de la conducta machista que caracterizaba el movimiento independentista de la isla.

En un mitin político, noviembre de 1884, Antonio Zambrana, amigo de Ignacio Agramonte y uno de los redactores de la Constitución de Guáimaro (1869), quiso, semejante a la frase popular: “hurgar en la herida”.

El respetado abogado tenía la palabra y, sin dejar de mirar a Martí, expresó: “Cuando falta valor sobre argumentos, lo cierto es que, los cubanos que no apoyen este movimiento [Plan Gómez-Maceo], deberían usar sayas en vez de pantalones”. La reacción de Martí fue eléctrica y de improviso se abalanzó hacia Zambrana. Los presentes evitaron –como pudieron– el enfrentamiento; y en medio de la separación y el tumulto, la voz del poeta, devenido pugilista, le recalcó al veterano de la Guerra de los Diez Años: “Yo soy tan hombre, que no quepo en mis pantalones. Y eso se lo pruebo aquí, y donde sea”.[7]

Por cierto, Antonio Zambrana fue uno de los profesores de Martí en el colegio San Pablo (1867) y admiró el trabajo intelectual realizado por su alumno en el poemario Ismaelillo y en La América de Nueva York, como lo demuestran las cartas que le envió en julio de 1884. Justo en noviembre de ese año, ocurre el lamentable altercado. Curiosamente, con el de cursar de los años Zambrana se afilió al Partido Autonomista y Martí se convirtió en el centro del movimiento independentista. En 1891, se trastocó el desenlace de 1884. Zambrana dictaba una conferencia en San José, Costa Rica, Martí entró al salón en compañía de Antonio Maceo y el auditorio, de manera espontánea, comenzó a ovacionar a los recién llegados.[8]

El autor de la “Rosa blanca” debió alternarse, en su carrera política, con el gladiador de “Pollice verso” e intentar demostrar, con acciones y palabras, que la creación de una Cuba independiente y digna no estaba solo en el coraje, sino también en el poder de conciliación, inteligencia y capacidad de sacrificio de sus líderes. Sin embargo, considero, que los hirientes comentarios que recibió el poeta, a lo largo de su etapa conspirativa, sobre su nula experiencia militar, fueron estimulando la insistencia de Martí de permanecer en la guerra y su conducta precipitada en el primer y único combate: Dos Ríos.

El año en que sucedió este conflicto del exilio cubano en Nueva York (1884), coincide con el momento en que Martí estudiaba, en su carrera como crítico de arte, la obra de Gustave Courbet. Observó el poeta los cuadros del francés en la exposición que se preparó para los fondos del pedestal de la Estatua de la Libertad y leyó un extenso estudio sobre este pintor en Century Magazine, a partir del cual escribió un texto en español para La América de Nueva York.

¿Y cuál es uno de los temas pictóricos más reiterados por Courbet? Curiosamente, a pesar de su apego por la vida moderna y su compromiso con los humildes en la Comuna de París, buscó siempre Courbet el regreso a los bosques de su Ornans, natal, donde representó, más de una vez, y de diversas maneras, la triste imagen del ciervo herido que huye de las mordidas de los perros y trata de encontrar refugio en lo intrincado del monte.

En la mayoría de estos cuadros se plasma la persecución o muerte del ciervo. El Century Magazine que leyó Martí, exhibe, por ejemplo, el grabado de una obra del pintor donde encontramos a un ejemplar macho capturado que es clavado por una pata a un árbol y custodiado por dos grandes perros. Sin embargo, existe una obra del francés: Muerte de Biche (la cierva), 1857, donde el centro y único personaje del lienzo es una cierva que, en su escapatoria, ha ido a morir a un rincón del bosque. Años antes, Courbet pintó El hombre herido (1844-1845), donde él mismo se representó, moribundo, al pie de un árbol, estableciéndose la analogía visual con los ciervos muertos o perseguidos de la década de 1850.

El tema de la cacería del ciervo y de otros animales es antiquísimo en la Historia del Arte (de cierta forma es consustancial a la propia historia del hombre si se analiza su aparición desde la pintura rupestre). Sin embargo, en Courbet, y, sobre todo, en esta obra: Muerte de la cierva, la cacería es referida, no es lo impactante. Cobra más valor la mirada de compenetración del artista con ese indefenso animal que, luego de las mordidas de los perros, logró morir tranquilo al interior del bosque. Esta correlación ciervo-hombre se sintetiza en el mito griego de Acteón que, por haber visto desnuda a la diosa Diana, es castigado a convertirse en ciervo y ser perseguido eternamente por los perros. De hecho, ya en el siglo XX, Frida Khalo expone un lienzo, donde simboliza todo el calvario de su experiencia con el dolor, a través de un autorretrato en que ella misma es un ciervo macho, cubierto de flechas como San Sebastián, en el interior de una floresta.

Miquel Molina en su artículo “La historia oculta de un cuadro de Courbet” devela que el autorretrato representado en El hombre herido, a pesar de las urgencias económicas, nunca fue vendido ni se separó del pintor. Un dibujo anterior, Siesta campestre (1844), enseña al propio Courbet durmiendo en el bosque, tiernamente abrazado a una mujer. Este dibujo es el antecedente de Un hombre herido, y la mujer se identifica con Virgine Binet, amante del artista. El estudio radiográfico de la obra (1973) determinó que “bajo la superficie subyacen no uno, sino dos cuadros diferentes. En uno aparece el perfil de una cara de mujer, y en otro, una pareja tiernamente abrazada”.[9]

Binet dejó plantado a Courbet en 1851 y el cuadro de amor se refundió en cuadro de dolor; por tanto, ese proceso analógico entre artista y animal herido que ocurrió en el pintor francés, dialogó, años después, con el Martí neoyorquino de 1884 que anhela un trozo de monte para huir de las intrigas políticas. Fue así como encontró ese oasis visual en las obras de arte de los catálogos y los salones del siglo XIX. Sin embargo, la relación con Courbet continuó y el poeta, al escribir los Versos sencillos en 1890, reactivó esa imagen del ciervo en los Montes Catskill. Por cierto, los bosques de Catskill, constituyen una reserva natural de los ciervos de cola blanca, aunque, ya aquí, el paralelismo no ocurre con el poeta, sino con algo muy querido para él, tanto como la amada misma: el verso.


Notas:

[1] José Martí: “Poema V”, Obras completas. Edición crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, t. 14, p. 307.

[2] José Martí: “A Enrique Estrázulas”, Obras completas. Edición crítica, ed. cit., t. 15, pp. 266-267.

[3] José Martí: “Al general Máximo Gómez” (1884), Obras completas, ed. cit., t. 1, p. 177.

[4] La cita la tomo de Guillermo Cabrera Infante “Un diario que dura más de cien años”, en José Martí: Diario, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1997, p. 10.

[5] José Martí: “Carta a Manuel Mercado”, Obras completas, ed. cit., t. 20, p. 84.

[6] José Martí: “Carta a Manuel Mercado” (1886), Obras completas, ed. cit., t. 20, p.88.

[7] Las frases fueron transcritas del propio documental.

[8] Los hechos de 1867, 1884 y 1891 están registrados en Ibrahim Hidalgo Paz: José Martí. Cronología (4ta Edición)Centro de Estudios Martianos, 2018, p. 14, pp. 56-57 y p. 102.

[9] Miquel Molina: “La historia oculta de un cuadro de Courbet expuesto en el MNAC (Museu Nacional d’Arte de Catalunya)”, La Vanguardia, 14 de mayo del 2011.

*Tomado de Rialta Magazine

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