INTRODUCCIÓN
Ante la
internacional camaradería pública en nuestros días de tiranos de países y
lenguas diferentes tales como el ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping, el iraní Alí Hoseiní
Jamenei y, en nuestro continente, el nicaragüense Daniel Ortega, el venezolano
Nicolás Maduro y el cubano Raúl Castro (o su ignorante títere, incapaz de
administrar eficientemente ni un “puesto de fritas”) entre otros, Circe ‘desempolvó’
un trabajo mío sobre una polémica que tuvo lugar en la prensa miamense en 2008,
catapultada por un artículo de Carlos Ripoll (1922-2011), y en la cual yo hube
de inmiscuirme.
Carlos Ripoll es el único cubano que
conocí que fuera 3 veces exiliado. Primeramente siendo niño, cuando durante el
machadato su padre decidió salir al exilio con su familia. Una vez terminado el
período caótico que siguiera a la dictadura de Gerardo Machado, la familia
regresó a Cuba. Luego, en el batistato, el joven Carlos Ripoll salió por sí
mismo al exilio, regresando una vez derrocado el tirano Fulgencio Batista.
Pero, tempranamente percatado del rumbo totalitario del castrismo, de nuevo
abandonó el país. En el Exilio desarrolló una considerable obra historiográfica
con Cuba impresa en medio de la mente, tratando de conjugar la falsificación de
la Historia de Cuba por el totalitarismo. Al final, terminó siendo el que más
investigaciones ha realizado y más libros ha publicado sobre la vida y la obra
de José Martí, habiendo hecho del estudio y registro del acontecer martiano un
objetivo de vida. Dada la profundidad, la calidad literaria, la objetividad
histórica y la vastedad de su obra, ésta habrá de ser cantera imprescindible
para cualquier estudio martiano futuro. Especialmente en una Cuba realmente
cimentada en el ideario del Apóstol.[1]
A continuación, mi breve artículo.
E.L.
CARLOS RIPOLL Y LOS TIRANOS DEL
BANQUETE
Por Eduardo Lolo
Visto desde mi
óptica lejana (vivo en Nueva York), tal parece que se ha comenzado a producir
en la prensa de Miami una especie de revisionismo histórico con tintes
apologéticos de Gerardo Machado y Fulgencio Batista. Dan pie inicial a esta
impresión los trabajos de José A. Mijares (“Presidente Gerardo Machado y
Morales”, Diario las Américas, martes
20 de mayo de 2008) e Ivette Leyva Martínez (“Despierta singular interés vida y
obra de Batista”, El Nuevo Herald, 23
de mayo de 2008) sobre esos conocidos personajes de la historia de Cuba.
A raíz de la aparición de dichos
escritos, el estudioso martiano Carlos Ripoll –quien siempre se ha
caracterizado por salirle al paso a todo lo que considere falso, injusto o
equivocado con relación a José Martí y/o Cuba–, envió a El Nuevo Herald un artículo titulado “Banquete de tiranos” (tomado
de un verso martiano) que saldría publicado en ese diario el pasado 27 de junio
y que la Editorial Dos Ríos (fundada por el mismo Ripoll) reproduciría poco
después con igual título en forma de folleto.
En su reacción a los artículos de Mijares y Leyva Martínez, Ripoll llama al
primero “una justificación del machadato” y acusa a la segunda de “ofrecer una
cándida memoria de Batista”. Una lectura atenta de los trabajos que Ripoll
refuta dan la impresión de que ambos autores olvidaron que las tiranías se
diferencian entre sí únicamente por ser unas peores que otras, pues nada bueno desde
el punto de vista histórico puede atribuirse a quien cercene, viole o destruya
un orden democrático legalmente constituido, por muy imperfecto que éste sea y
por muy variadas y vistosas que sean las razones –reales o inventadas– que se
esgriman a manera de justificación. Tampoco es determinante el comportamiento
del tirano previo a su constitución como tal: si algo de bueno hizo antes de
convertirse en dictador, su propia deformación histórica lo anula moralmente por
deshonra.
Si Machado no se hubiera vuelto un tirano, no se habría producido la
Revolución del 33 y Batista no habría tomado la historia por asalto. Es posible
que éste hubiera alcanzado de todas formas los grados de general por méritos castrenses
honrosos, o que simplemente, ya anciano, se hubiera retirado de sargento
taquígrafo para cuidar nietos en Banes, finales ambos que pudieran haber sido
igualmente dignos. Por la misma razón, sin el Golpe de Estado de 1952 no se
habría producido el ataque al Cuartel Moncada en 1953 y mucho menos la
Revolución del 59, siendo lo más probable que Fidel Castro hubiera terminado
asesinado en una callejuela habanera en un tiroteo entre gángsteres ‘políticos’
de poca monta. Un dictador dio pie a la emergencia del siguiente, en una
especie de tétrica carrera de relevos ensangrentada.
El lógico razonamiento anterior, sin
embargo, todo parece indicar que constituye un juicio ‘incorrectamente
político’ en cierto sector del actual ambiente intelectual miamense. La unidad
y semejanza de las tiranías por su raíz similar o aproximada, al parecer se
quiere sustituir por una división entre ‘tiranías malas’ y ‘tiranías buenas’,
reservándose en la historia de Cuba el primer rótulo para el castrismo y, por
probadas diferencias en el nivel de barbarie, endulzándose el machadato y el batistato
con el segundo. Ello es algo que considero podría inferirse del tono y la
posible intención de la ‘respuesta’ de Emilio Ichikawa (“No es propaganda, ¡es
la historia!”, El Nuevo Herald, 25 de
septiembre de 2008) al artículo de Ripoll.
El trabajo de Ichikawa debe haber sido escrito con mucha premura o al
descuido, pues desde el mismo principio adolece de evidentes inexactitudes,
como cuando hace referencia a dos artículos de Ripoll a los que objeta, cuando
en realidad se trata de uno solo. Más adelante pone en boca (o en pluma) de
Ripoll cosas que no aparecen en el trabajo que rechaza, como al aseverar que
“Ripoll se posiciona en la creencia de que hay que criticar más a las figuras
republicanas y no tanto a Castro” cuando pocos intelectuales como Carlos Ripoll
han criticado tanto, tan profundamente y por tanto tiempo a Fidel Castro y su
régimen (y claro que Ichikawa no puede comparársele ni en constancia ni en
profundidad en el intento).
Pero donde parece haber una mala intención rayana en el vituperio es cuando
asevera que “Banquete de tiranos, de
Carlos Ripoll, puede ser leído y hasta aplaudido en cualquiera de las Escuelas
del Partido de la Isla”. Aun cuando los alumnos y ‘profesores’ de dichas
‘escuelas’ desconozcan el resto de la obra de Ripoll, resulta absurdo y
ridículo pensar que habrían de leer y aplaudir un texto que, entre otras cosas,
asevera que Fidel Castro “con todo derecho ocuparía puesto de honor” en el
señalado Banquete de Tiranos, o que dejaran pasar por alto el evidente paralelo
que hace Ripoll entre las Damas de Blanco del castrismo y las Mujeres Martianas
del batistato en la versión ilustrada de la Editorial Dos Ríos.
Ichikawa titula su trabajo “No es propaganda, ¡es la historia!”, el cual
justifica al señalar que, en sus juicios sobre el artículo dedicado a Machado,
Ripoll “parte rebajando el texto con malicia al llamarlo ‘publicidad’. Este
lance marcará ya todo el tono de su réplica”. Pero es el caso que el marbete de
“publicidad” no fue inventado por Ripoll ni constituye una interpretación suya
del texto que refuta, sino que puede leerse calzando las tres páginas del
número del Diario las Américas en que
aparece el trabajo sobre Machado en cuestión, de donde se desprende que éste no
era más que un anuncio pagado en forma de artículo periodístico. De no ser así,
habría que asumir que se trata de una semejante errata triple (no enmendada
hasta donde tengo conocimiento), lo cual, aunque posible, no resulta lógico ni
probable. ¿Es que Ichikawa ni siquiera se tomó el trabajo de leer con cuidado
el artículo que defiende? Si lo hizo, cómo es que no se dio cuenta de que,
contrario a lo que pregona con su título, no era historia, sino propaganda.
Ante semejante incongruencia entonces cabría preguntarse: ¿Quién intenta
rebajar a quién con malicia?
El hecho de que Fidel Castro haya
opacado en el horror a sus predecesores, no los libra de culpa. Un tirano es un
tirano es un tirano. Ni justificaciones históricas ni colores ideológicos
políticamente ‘correctos’ sirven de atenuantes para juzgar a ninguno de ellos. En
realidad, no hay lenitivo alguno a la hora de enjuiciar a un dictador: una
tiranía, por su propia naturaleza, es una prueba de cargo. Irrefutable.
(Tomado del
extinto cibersitio del Exilio La Nueva
Cuba, publicado el 27 de octubre de 2008.)
[1] Ver Su
mano franca: acerca de Carlos Ripoll. Ed. de Eduardo Lolo. Miami:
Alexandria Library, 2010.
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