Tuesday, October 24, 2023

Eduardo Hidalgo Gato: Cubano a carta cabal

 


Por Guillermo A. Belt

 

Cuando recordamos a Eduardo Hidalgo Gato como figura destacada de entre los patriotas que a la larga hicieron posible la República de Cuba, vemos a un hombre extraordinariamente generoso que puso su fortuna al servicio de la independencia de nuestro país. Como pocos, me apena agregar, en aquellos como en estos tiempos.

Hidalgo Gato fue más que un mecenas de la guerra. Si bien el amor a la tierra natal no nace exclusivamente de la antigüedad del asentamiento de la familia en ese territorio – pienso en Antonio Maceo, y no es el único patriota sin esa distinción – vale señalar que los Hidalgo Gato se establecieron en La Habana a fines del siglo XVI, según lo consigna Joaquín de Santa Cruz en su Historia de familias cubanas.

Eduardo nació en Santiago de las Vegas en 1847. “Su niñez pasó sin acontecimientos que merezcan citarse.” Así lo expresó Raoul Alpízar y Poyo, Secretario de Correspondencia de la Asociación Nacional de Emigrados Revolucionarios Cubanos en el discurso pronunciado el 28 de enero de 1896 en sesión solemne de dicha institución. Casi en la pubertad aprendió a hacer tabacos. “Excelente y aventajado tabaquero, ganaba Eduardo Hidalgo Gato cuanto quería con la habilidad de sus manos”, continúa Alpízar, quien lo conoció y conversó ampliamente con él.

Al comienzo de la Guerra Grande, Eduardo se pone a las órdenes de Federico Pons, jefe del Departamento Occidental y desempeña varias comisiones de servicio. Los voluntarios de Bejucal lo delatan, y Pons lo oculta en La Habana en la casa de huéspedes propiedad del marido de una hermana del poeta cubano Francisco Orgaz. Luego Pons lo lleva al vapor La Alianza, que viaja a Nueva Orleans vía Cayo Hueso. Dice Alpízar que tras de mil peripecias, incluyendo un serio accidente con peligro de naufragio, los pasajeros fueron recogidos por una goleta, y finalmente Hidalgo Gato llega a Nueva York.

Allí, ni corto ni perezoso, Eduardo se alista en la expedición al mando del general Goicuria, que debía viajar en el vapor Katherine West. En espera del general, los tripulantes, entre los cuales estaba Juan Clemente Zenea, fueron apresados por una embarcación de la Marina de Guerra de Estados Unidos y conducidos al Arsenal de Brooklyn. Gracias a gestiones de la Junta Cubana de Nueva York, presidida por Miguel Aldama, los expedicionarios fueron liberados. Agrega Alpízar que Hidalgo Gato fue miembro de la 4ª Compañía de Infantería, y resume esta etapa de su vida con estas palabras: “Hay que decir, ajustándose a la verdad histórica, que antes de ser millonario, fue expedicionario y patriota.”

Durante la Guerra Chiquita, siendo su fortuna de tamaño mediano, Hidalgo Gato contribuyó con sumas tan grandes que causó asombro en los dirigentes de aquel intento. Nunca aceptó recibos ni comprobantes de sus donaciones, por lo que no se puede comprobar lo afirmado por Alpízar, que “…él solo dio más que ningún otro cubano para la Libertad de su Patria.”



Cuando comienza a organizarse el Partido Revolucionario Cubano, ya Eduardo Hidalgo Gato es sumamente rico, millonario. Apoya financieramente las actividades de Martí, pero no se limita a ello. Viajaba a Cuba con frecuencia como hombre de negocios, dueño de una fábrica de tabacos. La mayoría de los viajes los aprovechaba para llevar comunicaciones y órdenes relativas a los preparativos de guerra, a riesgo de ser descubierto y encarcelado o, más probablemente, fusilado.

Al producirse el desastre de Fernandina, Martí recurre nuevamente a la generosidad y el patriotismo de Hidalgo Gato. El 27 de octubre de 1894 le escribe una carta. Su texto parcial (faltan párrafos iniciales) ocupa cuatro páginas completas, 51-54, Tomo III, del Epistolario de José Martí, Colección de Libros Cubanos, Cultural, S.A., La Habana 1931. Martí le pide desesperadamente 5,000 pesos, ofreciendo plenas garantías de su devolución puesto que califica la operación de préstamo.

Grave error, lo del préstamo con garantía formal, lo cual no impidió la respuesta positiva que permitió a Martí viajar a Montecristi para reunirse con Máximo Gómez. Ya en marcha la Guerra Necesaria, el Gobierno de la República en Armas había acordado un empréstito mediante la venta de bonos a 25 centavos, con valor nominal de un peso pagadero al triunfo de la república. Una comisión visitó a Hidalgo Gato. El millonario que tanto dinero había dado se negó a comprar los bonos. Los comisionados apelaron a Estrada Palma. Don Tomás mandó a buscar a su amigo Hidalgo Gato y le preguntó los motivos de su negativa.

Volvamos al discurso de Alpízar, nieto por cierto de José Dolores Poyo.

Entonces, el señor Gato, con un rasgo muy suyo, suficiente a hacerle inmortal y a colocar su nombre junto al de los fundadores de la Libertad cubana, dijo así al venerable Estrada Palma:

“La Patria tiene derecho a exigirme dinero, sacrificios, esfuerzos y hasta la vida misma, si es preciso para su Libertad. Pero ni la Patria, ni usted, ni nadie tiene derecho a hacerme aceptar esos Bonos, que el día cercano del triunfo de nuestra causa, vendrían a destruir mi historia de sacrificios por la Libertad…Y para demostrar que no es porque me niegue a contribuir, como siempre, al fondo de la Guerra, ahí va ese cheque de $10,000.00 con los que contribuyo esta vez a la cuestación…”

Mi hija Mimi, tataranieta por línea materna de Eduardo Hidalgo Gato, recuerda que en la familia del patriota se guardaba con orgullo esta afirmación suya sobre los bonos: “La República no se hipoteca.”

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