Monday, May 3, 2021

La conexión castrismo-orteguismo: un remanente de los años ochenta*

Por José Luis Rocha**

La revolución sandinista transformó las estructuras del Estado, pero no las estructuras sociales. En el terreno político es indiscutible la voluntad de cambio que mostró el FSLN al desmantelar el Estado-familia de la dinastía somocista. El sandinismo pudo hacer tabla rasa porque el dictador y sus colaboradores huyeron y porque el sultanato estaba diseñado a la medida de los intereses de la familia Somoza. Partió de un punto cero, pero no para innovar.


El FSLN no diseñó el nuevo aparato estatal sobre una página en blanco, sino sobre un papel pautado con los renglones de la revolución cubana. Veinte años después de la revolución en la isla, triunfó un movimiento guerrillero en el continente y creó un Estado a la cubana. A lo Castro, sería un decir con más propiedad. Con el propósito de plantar firmes los pies en el terreno de la lucha ideológica, los sandinistas crearon la Editorial Nueva Nicaragua a imagen y semejanza de la Editorial Arte y Literatura de La Habana. Los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, el Doktor Faustus de Thomas Mann, Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski, y las comedias y tragedias de Shakespeare eran copias facsímiles de las ediciones cubanas, muy económicas y legibles. Los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), que en Cuba aparecieron más de dieciocho meses después de la estampida de Batista y su camarilla, en Nicaragua se llamaron Comités de Defensa Sandinista (CDS) y empezaron sus labores de vigilancia al humo de los fusiles de la insurrección de 1979. Las Milicias de Tropas Territoriales (MTT) y las Milicias Populares Sandinistas (MPS) empezaron su vida al mismo tiempo y por el mismo motivo: defenderse de las amenazas de la administración Reagan. Las fuerzas de choque contra las protestas populares, que Tomás Borge bautizó como “Turbas divinas”, en Cuba recibieron un nombre oficial, aunque disfrazaron sus objetivos: Contingente Blas Roca Calderío.

La campaña de alfabetización en parte se inspiró en los métodos y adaptó las cartillas cubanas, y se benefició de la participación de “varios centenares de maestros cubanos”. El Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), que forma parte de las fuerzas armadas en Cuba, inspiró los Batallones Estudiantiles de Producción (BEP), que formalmente no pertenecían al Ejército Popular Sandinista pero tenían una estructura militar. Y así como en la isla hubo artistas condenados a cortar caña en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), como lo fue Pablo Milanés, la revolución sandinista requirió que los cantantes y poetas fueran a los cortes de café y algodón. Si Cuba tenía Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y Organización de Pioneros José Martí (OPJM), era forzoso que Nicaragua tuviera Juventud Sandinista (JS) y Asociación de Niños Sandinistas Luis Alfonso Velásquez Flores. Si los funcionarios estatales y estudiantes iban en Cuba a los cortes de caña, en Nicaragua participaban en los cortes de café. Hasta los comandantes parecían comprar su atuendo verdeolivo al mismo diseñador de Fidel Castro.

En una vieja entrevista que Fredric Jameson le hizo a Tomás Borge para New Left Review, el comandante le menciona la semejanza de nombre entre los CDR y los CDS. Podría parecer una imitación y se podría señalar a los responsables de falta de imaginación, señala Borge, y luego remata su argumento: “Después del triunfo de la revolución muchos cubanos vinieron a Nicaragua y han continuado teniendo influencia, incluso sobre la forma de las estructuras estatales”.

UN CUBANO AL LADO DE CADA MINISTRO

La influencia fue permanente y ubicua. Carlos Tünnermann recuerda que “en esa época se acostumbraba que todos los ministros tuvieran a su lado un asesor cubano. Decliné la oferta… Fui así uno de los pocos ministros, o quizás el único, que no tuvo un asesor cubano al lado de su despacho”. Aceptó, en cambio, el apoyo de dos mil maestros cubanos y también un contenido militarista en los libros de texto que imitaba la educación bajo Castro. Según la pedagoga Josefina Vijil, los libros conocidos como “Los Carlitos” tenían un contenido guerrerista: enseñaban matemáticas sumando AKs-47, granadas y adoquines. El espíritu castrense —no solo castrista— ya había estado presente desde la campaña de alfabetización, cuyo nombre oficial era Cruzada Nacional de Alfabetización y cuyo sujeto colectivo era el Ejército Popular de Alfabetización, organizado en columnas, pelotones y escuadras.

Puede que la presencia de cubanos en el Ministerio de Educación haya sido leve en los niveles de dirección porque Castro estuviera más interesado en moldear la educación superior, donde lograba trazar la ruta a través de sus asesores en el Consejo Nacional de la Educación Superior (CNES), en cuyo seno las fricciones subieron de nivel cuando los cubanos impusieron el estilo verticalista y no deliberante que era la norma en la isla, según testimonia Enrique Alvarado (2010, p. 203) en su historia de la Universidad Centroamericana (UCA): “La situación llegó a extremos tales que, personalmente, los asesores cubanos del CNES descalificaban sus razonamientos de orden técnico, con el argumento de que son decisiones políticas, para lo cual no se está pidiendo opinión”. En sus Memorias de un ciudadano, Carlos Tünnermann lamenta “la introducción de conceptos partidarios en la educación y la supresión de la autonomía universitaria, en el afán de imitar el sistema cubano de educación superior”.

En el Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX), los técnicos cubanos iban y venían. No hubo asesores permanentes. Pero el MINREX coordinó sus acciones con el Departamento de Relaciones Internacionales (DRI), creado por una asamblea del FSLN en 1979 a semejanza del Departamento de América que dirigió Manuel “Barbarroja” Piñeiro. El DRI era una dependencia del partido, un órgano auxiliar de la Dirección Nacional del FSLN que operaba bajo las órdenes de Daniel Ortega y Bayardo Arce en la que fue la mansión de Luis Somoza. Nació con cuatro “cuadros” del partido y llegó a tener alrededor de ochenta, muchos de los cuales posteriormente ocuparon cargos de embajadores y cónsules. Esa estructura paralela aseguró una atención especial a Cuba y al resto de países del bloque socialista

LA PATERNIDAD CUBANA DE LOS APARATOS MILITARES

El área en la que el mimetismo cubanizante alcanzó su más aquilatada profundidad es el de las fuerzas coercitivas y, sobre todo, la policía política. La asistencia técnica cubana y las donaciones soviéticas permitieron el ensanchamiento del aparato militar hasta lograr que el país más pobre de la región llegara a poseer el mayor poderío militar de toda la historia del istmo. Y así fue como en Moscú decidieron establecer un acuerdo con “nuestros amigos nicaragüenses”, expresión para referirse a las alianzas de los servicios de inteligencia en la jerga del KGB. La influencia cubana fue más directa y sostenida. El Ministerio del Interior (MINT) nicaragüense apenas se distinguía por sus siglas del Ministerio del Interior (MININT) cubano y por poco más. La Dirección General de Seguridad del Estado fue hechura directa y sin intermediarios de los servicios de seguridad cubanos y el Departamento de Seguridad del Estado (DSE), que el general Fabián Escalante fundó y dirigió entre 1976 y 1996, cuando también fue viceministro del Interior y jefe del Centro de Estudios de Seguridad del Estado de Cuba. Fue perdiendo mando y funciones cuando su buena estrella empezó a declinar después de la ejecución en 1989 del general Arnaldo Ochoa, su entrañable amigo y colega en el apoyo a la Revolución sandinista.

En el ejercicio de su cargo, Escalante ejerció una intensa asesoría técnica sobre el MINT y la Dirección General de Seguridad del Estado (DGSE). Algunos de los más altos funcionarios de ese ministerio confirman que fue el agente cubano de mayor influencia en la conformación de los aparatos de seguridad. Con una parte de la información recabada en su seguimiento privilegiado de la situación en Nicaragua, complementada con la visita que hizo en 2003 a su “amigo y compañero” Lenin Cerna, Escalante escribió Operación Calipso: la guerra sucia de los Estados Unidos contra Nicaragua 1979-1983, un libro que pretende dar a conocer la guerra heroica que libró la revolución sandinista y su DGSE contra la agresión del imperio. Fue precisamente durante ese período que Escalante, bajo el seudónimo de “Roberto” o “General Roberto”, ejerció la tutela más intensa sobre el MINT.

Gradualmente la paternidad cubana de los aparatos militares sandinistas se ha ido esclareciendo. Queda claro que el hacha definió al verdugo. El exgeneral Hugo Torres declaró que “después del triunfo de la revolución sandinista, la influencia cubana se incrementó en áreas claves como la formación de oficiales y jefes militares de un nuevo ejército. También llegó la influencia de la Unión Soviética, que nunca antes había tenido relación con nosotros porque apoyaba a partidos comunistas y no guerrillas”. Los militares sandinistas iban a prepararse a Cuba y la URSS, entre otros países del llamado bloque socialista. Lo hizo y lo cuenta el ex coronel Víctor Boitano en sus memorias: estuvo en la Escuela de Cadetes José Maceo y Grajales de Cuba y en la Academia Militar Superior de Guerra Frunze de la URSS.

UNA VIEJA RELACIÓN

La relación con Cuba venía de mucho tiempo atrás. Dentro del G-2 se incubó tempranamente el “Departamento de la Liberación”, destinado a encabezar la organización y entrenamiento de las guerrillas en el exterior y a funcionar como una especie de viceministerio bajo el mando de Manuel Piñeiro, el legendario “Barbarroja”. Una de sus primeras empresas fue el apoyo a una incipiente columna guerrillera que dirigió el exoficial de la Guardia Nacional somocista Rafael Somarriba. La naciente revolución cubana —era apenas junio de 1959— brindó apoyo a una pequeña tropa de cincuenta y cuatro cubanos y nicaragüenses que fueron llegando a Honduras en pequeños grupos. En una finca donde estaban congregados para su adiestramiento, fueron descubiertos y abatidos por una combinación de fuerzas militares hondureñas y nicaragüenses. Hubo nueve bajas, entre ellas un cubano [Onelio Hernández Taño, de Ciego de Ávila]. Cuba había protagonizado el primer fracaso castrista de exportar la buena nueva revolucionaria mediante unos misioneros armados. Pero esa expedición —donde resultó herido Carlos Fonseca Amador y donde participaron un amigo y un protegido del Che, y su piloto personal, que llevó las armas— fue un germen del FSLN y un anticipo de las relaciones paterno-filiales de las revoluciones cubana y nicaragüense.

Los lazos se fueron multiplicando. Dos años después, el 23 de julio de 1961, en una casa del Vedado en la calle 17, en La Habana, un puñado de hombres fundaron el Frente de Liberación Nacional, que años después y a costa de encendidos debates incorporó a su nombre el adjetivo “Sandinista”. Blanca Sandino Aráuz, hija de Sandino, residió en La Habana, como huésped de honor del gobierno cubano, entre 1960 y 1979. Carlos Fonseca realizó varios viajes a Cuba, escalas entre sus estadías en Costa Rica y México. Y entre 1970 y 1975 residió de forma continua en La Habana, donde nunca fue recibido por Fidel Castro ni por dirigente alguno de alto nivel, quizás porque entonces Castro privilegió el apoyo a los partidos socialistas oficiales y no a las guerrillas que parecían ir en reflujo, según declaraciones de Jaime Wheelock a Mónica Baltodano.

TONY DE LA GUARDIA: INFILTRADO DE FIDEL Y NARCOTRAFICANTE

Pero esa actitud dio un giro copernicano, acaso motivado por la exitosa política de alianzas multiclasista del FSLN y por la hollywoodense ejecución de la “Operación Chanchera”, el asalto al Palacio Nacional del 22 de agosto de 1978 por un comando del FSLN que dirigieron Edén Pastora, Hugo Torres y Dora María Téllez. En julio de 1979 el “Departamento de la Liberación” apostaba fuertemente por la ofensiva final del FSLN. Norberto Fuentes, uno de los más famosos “renegados” del círculo íntimo de Fidel Castro, narra que Antonio de la Guardia —“Tony” para sus amigos— en 1979 fue nombrado jefe del grupo operativo que desde Costa Rica organizó las ofensivas en el sur de Nicaragua: “Van subordinados a él, Renán, Juanito, Pino y Salchicha. Organiza, planifica y ejecuta la primera operación de envergadura en el sur de Nicaragua con la toma de Peñas Blancas (creo que se llama así) con Edén Pastora. Organiza y dirige toda la infiltración del armamento y municiones que venían de Cuba, y es sustituido meses después por no hacerle caso a las indicaciones que Fidel le enviaba en cuanto a la distribución de los envíos y el gasto de municiones. Entra en Managua en la punta de la vanguardia de la columna… Regresa [Tony] a Cuba a fines de 1980… Se decide que organice y que comience a ejecutar a la mayor brevedad la infiltración de armamento en El Salvador y Guatemala [para la guerra que Cuba alentó en Centroamérica desde fines de los setenta], lo que hace brillantemente, teniendo que viajar continuamente a Nicaragua”. Los planes de Castro con las misiones de Tony en Nicaragua eran ambiciosos. Le ordenó naturalizarse como nicaragüense “para ocupar en propiedad y con todos los derechos legales la jefatura de los Ejércitos de Montaña”.

Antonio de la Guardia, Fernando Comas y Renán Montero entraron victoriosos a Managua el 19 de julio. Los tres guerrilleros cubanos tendrían destinos muy diversos. Una década más tarde, también en julio, Tony fue fusilado en Cuba, acusado de tráfico de cocaína, marfil y diamantes junto a Arnaldo Ochoa, general y “Héroe de la República de Cuba”, cabecilla de la invasión de Cuba a Venezuela en 1966. Fernando Comas, alias “Alejandro” y apodado “Salchicha”, después de conspirar por los movimientos revolucionarios desde sus cargos como diplomático en México y en Nicaragua, fue forzado a trabajar en el taller mecánico del Comité Central durante tres meses y, tras un breve período en el ejercicio de cargos menores, murió “en pijama”, expresión cubana para los que por disidencia propia o de allegados son apartados de sus puestos y privados del derecho de trabajar. Renán Montero se quedó en Nicaragua. Veremos con qué finalidad y funciones.

ESPIONAJE, “AJUSTICIAMIENTOS”, ATENTADOS...

La Managua de 1979 estaba llena de internacionalistas chilenos, argentinos y cubanos. Jorge Masetti, hijo del fundador de Prensa Latina Ricardo Masetti, afirma que iba encontrando cubanos en los sitios más insospechados y que a menudo eran confundidos con españoles: “No sabíamos qué hacer —recuerda Masetti—. Fuimos a Nicaragua a participar en la guerra revolucionaria y ésta se acababa. Santiago y el Gato habían estado en la artillería. El Pelado, en el Estado Mayor. El Vasco, en la logística. Al Gordo Sánchez, como en Argentina había sido chófer del bus, lo ubicaron en el transporte de tropas. Yo había combatido sobre la línea de fuego y, al final, en una escuadra de asalto”.

No tardaron en obtener nuevas ocupaciones en un país donde la militarización arrancaba y tendría mucho futuro: “Los dos primeros regresaron a su unidad, en el marco de la nueva Armada Popular Sandinista. El Gordo quería trabajar en la organización de las milicias. Los otros tres habíamos decidido ponemos a disposición del Frente para lo que fuera necesario, pero, en el desorden eufórico de la victoria, no sabíamos a quién dirigimos”. Massetti se presentó en las oficinas de Personal y Cuadros del recién fundado Ejército Popular Sandinista (EPS) “a pedir que me asignasen un puesto. Se me designó a la quinta región militar, en la zona sudoriental de Nicaragua, cuya jefatura estaba en Chontales”. El comandante Javier Pichardo, que había sido jefe de operaciones del Frente Sur, le propuso a Masetti que se hiciera cargo de las Tropas Guardafronteras en la región y del entrenamiento y control del pelotón de maniobras que permanecía en San Carlos. Las Tropas Guardafronteras eran una sección del MINT que después se desplazó hacia el paraguas del ejército.

Argentinos y cubanos con entrenamiento en espionaje —entre ellos, Masetti— pasaron a formar parte de la Dirección V de la DGSE, bajo las órdenes de Renán Montero. Una de las primeras misiones en que brindaron asesoría directa al naciente departamento de inteligencia sandinista fue el “ajusticiamiento” del coronel Pablo Emilio Salazar, el comandante Bravo, jefe del Frente Sur de la Guardia Nacional somocista, orquestador de innumerables asesinatos y famoso por la saña que ponía en su ejecución. La amante de Bravo proporcionó la información para ubicarlo y viajó a Tegucigalpa para servir de cebo en la celada, donde el guerrillero argentino Enrique Gorriarán Merlo lo ultimó de un balazo. Cubanos, argentinos y nicaragüenses siguieron siendo instruidos en métodos conspirativos. Próxima estación: la ejecución de Anastasio Somoza en Paraguay, también exitosa.

La Dirección V planificó y ejecutó el atentado en La Penca, una diminuta aldea nicaragüense que colinda con Costa Rica. El objetivo era eliminar a Edén Pastora, que desde ahí operaba un foco armado antisandinista, la Alianza Revolucionaria Democrática (ARDE), aprovechando la conferencia de prensa que brindó el 30 de mayo de 1984. Roberto Vital, agente de la Dirección V, se hizo pasar por un fotógrafo danés y para tal efecto adoptó la identidad del joven "Per Anker Hansen". Trasladó desde Managua, colocó en el sitio de la reunión y activó una bomba que mató a ocho personas e hirió a otras veintidós. El atentado mató a tres periodistas y dejó varios mutilados. Las víctimas sobrevivientes tuvieron que poner una demanda ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) porque el Estado costarricense se negó a realizar una investigación. La CIDH acogió el caso doce años después del atentado y demandó al Estado por negación del acceso a la justicia.

La impecable ejecución de esos operativos incentivó el desarrollo de la Dirección V. Su última ubicación fue hecha pública en 1990 por casualidad: en el kilómetro diez de la carretera a Masaya había un reluciente edificio de cinco mil metros cuadrados. El FSLN, a través de Bayardo Arce como su encargado de negocios, sostuvo ante Antonio Lacayo que era un edificio del FSLN para instalar un hotel Holiday Inn. En realidad, según Lacayo, “el edificio había sido construido por el gobierno del Frente al final de los años ochenta para albergar el órgano de inteligencia llamado ‘Dirección V’ del MINT, a cargo del cubano Renán Montero. Al conocer el resultado de las elecciones lo habían desocupado a la carrera, arrancando los sofisticados equipos que tenían ahí para escuchar llamadas internacionales, dejando los cables pelados regados por todas partes”.

En sus invaluables memorias, escritas con una sinceridad poco común, Moisés Hassan, que ocupó el cargo de viceministro del Interior entre mayo de 1983 y junio de 1985, ratifica que la Dirección V estuvo dirigida por el cubano Renán Montero, “un hombre muy serio y respetuoso de la jerarquía…[que] tenía por superior inmediato y directo a Luis Carrión, miembro de la Dirección Nacional del Frente y primer viceministro. A él rendía cuentas de sus actividades y recursos”.

Andrés Barahona López también conocido como Renán Montero, antes de morir en 2009

Antes de su arribo a Nicaragua, Renán Montero había sido “responsable de las escuelas militares especiales”, donde Masetti y los cubanos y argentinos habían sido entrenados para sus labores de inteligencia. Sus lazos con la causa antisomocista datan de aquella expedición de 1959 en Honduras donde Carlos Fonseca resultó herido. Montero también sufrió lesiones en la cabeza y fue evacuado a través de Guatemala. Siguió participando en la mayoría de los proyectos revolucionarios auspiciados por Cuba en América Latina. En 1962 ayudó a organizar un foco guerrillero en Salta, donde Ricardo Masetti tuvo la jefatura. En 1966 aparece en La Paz, formando parte del foco guerrillero de Ñancahuazú que comandó el Che Guevara. Se ha dicho que es el “Iván” que, por órdenes de La Habana, abandonó La Paz, privando de dirección a los colaboradores bolivianos y dejando al Che sin conexión con las células de apoyo urbano. A fines de los años 70, desde su cargo de cónsul de Cuba en Costa Rica, se convirtió en un eslabón imprescindible del patrocinio cubano a los sandinistas.

La carrera de Montero como oficial de Inteligencia de Tropas Especiales fue coronada con la jefatura de la Dirección V de la DGSE. El exgeneral Hugo Torres dijo de él en una entrevista: “Renán Montero, que era el pseudónimo de Andrés Barahona López, fue el jefe de la Inteligencia de Nicaragua en los años ochenta; era un hombre callado, muy callado. De personalidad un tanto taciturna, sonreía poco, muy encerrado en sí mismo. Era un viejo guerrillero y había participado en las primeras incursiones cubanas en Nicaragua”. También el excoronel Boitano lo recuerda: “El cubano Renán Montero fue el cerebro y creador de los aparatos de inteligencia y seguridad de Nicaragua, él forma la DGSE... Se camufló como Jefe de la División 5ta de Inteligencia Sandinista de la Seguridad del Estado”. Montero y otros agentes cubanos se encargaban de que Fidel Castro estuviera mejor informado que los comandantes sandinistas.

No hay duda de que la influencia de los aparatos de seguridad cubanos sobre los que el FSLN creó en los años ochenta fue en gran parte fruto del trabajo cotidiano de Montero. Pero los trazos mayores del diseño y el apoyo de grueso fuste provinieron de la tutela que el general Fabián Escalante ejerció durante toda la década del primer gobierno del FSLN. La verdadera cadena de mando partía de Castro y Escalante. Montero era su ficha reluciente, sin potestad para tomar decisiones de envergadura, porque su terreno solo abarcaba un pequeño lote en el latifundio de la policía política. La inteligencia y la contrainteligencia adoptaron la concepción cubana de la coerción estatal sobre la disidencia política.

Ocurría también que la contrainteligencia cubana debía ejecutar misiones al margen de la DGSE y tal vez también de Montero, como cuando a Eduardo Delgado Rodríguez, entonces coronel y jefe del Departamento Uno del G-2 y de la Contrainteligencia Militar (CIM), le asignaron en 1986 la vigilancia del general Arnaldo Ochoa, que a la sazón estaba al frente de la misión militar cubana en Nicaragua.

LA INFLUENCIA DE CUBA DETRÁS DE LA REPRESIÓN HOY EN NICARAGUA

La influencia tuvo otras plataformas, terrenos y patrocinadores. Pero el régimen de Castro fue el que colaboró con huella más indeleble. Llegó a proporcionar la educación superior a los agentes más destacados del MINT y del EPS en Punto Cero de Guanabo, un complejo militar que fungió como centro de entrenamiento para guerrilleros de muy variadas procedencias. Está ubicado a veinticinco kilómetros al este de La Habana y a convenientes veinte minutos del despacho de Fidel Castro, bajo cuya autoridad directa estuvo sometido: “Incluye aulas, edificios de viviendas, una cantina capaz de servir seiscientas comidas por hora, terrenos de entrenamiento con recorridos de obstáculos, tres polígonos de tiro, una cantera para la detonación de explosivos, dos armazones de avión de hélice (un Ilyushin, un Antonov) destinados a simular a escala real secuestros de aviones de línea”, declaró Juan Reinaldo Sánchez, exescolta de Fidel Castro.

Los detalles de la influencia cubana han sido de sobra esclarecidos, aunque estén dispersos en biografías y entrevistas y hasta la fecha no hayan recibido el tratamiento sistemático que el tema amerita. Un aluvión de siglas, métodos y asesores vinieron de la isla. No han quedado datos firmes del número de agentes cubanos que trabajaron en el MINT y el EPS. Las fuentes se contradicen al compás de sus intereses. La administración Reagan denunció en 1983 la presencia de seis mil soldados cubanos y siete mil de nacionalidad soviética y de otras del bloque socialista. Otras fuentes, bien dispuestas hacia Estados Unidos, hablan de mil militares cubanos, un dato más próximo a la cifra aceptada por los gobiernos de Cuba y Nicaragua de entre quinientos y ochocientos. En 1985, el gobierno sandinista admitió la presencia de 786 consejeros militares cubanos, pero guardó silencio sobre los entrenamientos de pilotos en Bulgaria y las relaciones en temas de seguridad con la República Democrática Alemana. Por esos bandazos que pretenden aprovechar la amnesia histórica, en 1987, durante las pláticas de paz en Esquipulas, Daniel Ortega ofreció expulsar a los cien asesores cubanos que prestaban servicio en Nicaragua.

Probablemente no fueran muchos los asesores y las tropas, aunque en algunos sitios y eventos su presencia fuera notoria. Personalmente pude constatar en 1988 que, en el hospital militar de campaña en Juigalpa, donde presté un tiempo de servicio militar, aproximadamente la cuarta parte de los médicos eran cubanos. En ese momento la guerra emitía sus últimos suspiros. Su concentración pudo ser mayor en los años pico del conflicto, cuando el general Arnaldo Ochoa era el brazo derecho de Humberto Ortega.

La rebelión de abril de 2018 contra el gobierno de Ortega fue respondida con una represión que costó más de trecientas vidas, decenas de miles de exiliados y más de setecientos reos políticos.

Algunos protagonistas de la rebelión quisieron ver en la represión la presencia directa de cubanos enviados por el régimen de Castro el segundo. Como suposición o certeza, esa información apareció en varias entrevistas. Saber si hubo y hay cubanos, si eran tres, veinte o doscientos, son datos que tienen cierto valor —enorme, para quienes hacen cabildeo en el Capitolio—, pero su aporte al conocimiento de cómo funcionan y se reproducen los cuerpos represivos puede quedarse en un nivel anecdótico. Desde un punto de vista analítico es más importante conocer a fondo el influjo institucional. Y eso es lo que intenté hacer en este artículo. La influencia más contundente del MININT y el G-2 cubanos en la represión tiene lugar en la persistencia de los métodos, procedimientos, valores e incluso de las personas que ellos formaron y fueron llamadas por Ortega a dirigir a los grupos paramilitares que tuvieron la sartén por el mango en los días más bélicos de la represión.

*Tomado de Arbol Invertido

** José Luis Rocha es periodista, escritor y sociólogo nicaragüense. Doctor en sociología por la Philipps Universität de Marburg. Investigador asociado de la revista Envío (Managua, Nicaragua), de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, de El Salvador. Su último libro publicado es Autoconvocados y conectados. Los universitarios en la revuelta de abril en Nicaragua (UCA Editores-Fondo Editorial UCA Publicaciones, Managua, 2019)

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