Monday, May 31, 2021

Hijo de Batista: Roberto Batista. El turno del hijo

 

Por Alejandro González Acosta

A diferencia de otras naciones como Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados Unidos y la misma España, el género de las memorias no cuenta en Cuba con muchos títulos.

Quizás sea porque enfrentar el recuerdo y realizar un balance equilibrado de lo vivido, suele ser difícil, complejo y hasta problemático.

En realidad, son muy pocos los personajes de la historia cubana que escribieron sus memorias, y prefirieron dejar sus biografías para ocupación de los historiadores.

Muchos menos son los descendientes de esos actores de la historia que asumieron el empeño de recordar las vidas de sus antepasados.

Por ejemplo, el brigadier José Martí y Zayas Bazán, hijo del prócer cubano por excelencia, habló poco y escribió menos sobre su padre.

Un caso aislado y que resultaría más cercano, sería el de Alina Fernández Revuelta, con sus controvertidas Memorias de la hija rebelde de Fidel Castro (1997).

A veces las luces -y las sombras- proyectadas por sus padres, suelen ser paralizantes, unos escollos demasiado escabrosos para remontar, o pesos excesivamente incómodos de llevar.

Por eso se debe no sólo agradecer la voluntad, sino reconocer la valentía de Roberto Batista, para asumir frontalmente y evocar la figura de su padre en sus memorias como hijo.

Pocos personajes cubanos han sido tan anatematizados, en vida y en muerte, como Fulgencio Batista Zaldívar. Hay que asumir sincera y honestamente que la orgullosa burguesía cubana blanca nunca le perdonó que fuera mestizo y con un origen sumamente humilde. Se le encargó hacer el “trabajo sucio” cuando se le necesitó (1933), y luego se pretendió echarlo a un lado. Pero él supo aprovechar todas las oportunidades para ocupar un lugar que sentía le correspondía y se había ganado.

Si revisamos la lista de los gobernantes cubanos desde Tomás Estrada Palma hasta los hermanos Castro, veremos que casi todos provienen de la clase media o alta de la sociedad; todos tuvieron la dicha de recibir de sus padres una educación regular y, en algunos casos, hasta universitaria, al contrario de Batista, quien fue un autodidacta y el único presidente que era un auténtico proletario. Irónicamente, el otro mandatario cubano que ha sido muy demonizado, Gerardo Machado, también tuvo un origen muy humilde.

Debido a lo anterior, es una gran paradoja que no sólo por su origen, sino por su programa de gobierno, Batista fue el mandatario cubano más auténticamente popular hasta 1958 (como también ocurrió con Machado en 1933), y hasta los viejos comunistas más recalcitrantes tuvieron que aceptar esto, y pactar con él.

Otro “casi” mandatario cubano con ese mismo origen, sería Andrés Rivero Agüero, también de procedencia muy humilde como Batista, pero no tanto, aunque aprendió autodidactamente a leer y escribir apenas hasta los 16 años, quien fue elegido en unos comicios desarrollados en medio de una guerra civil, y bajo amenazas muy severas de los guerrilleros (los cuales diseminaron bombas y petardos por muchos lugares públicos, ocasionando terror y muertes de civiles inocentes), obtuvo un 70 % de los votos, con plena vigencia de la Constitución de 1940, varios partidos políticos activos (concurrieron cuatro a la justa electoral, aunque uno de los contendientes, traicioneramente, se retiró en el último momento), y una prensa enteramente libre encabezada por la muy opositora y parcializada revista Bohemia. De haberse acordado un pacto civil como se propuso en su momento, Rivero habría tomado posesión de su mandato de transición el 24 de febrero de 1959, convocado de inmediato a una Asamblea General Constituyente y nuevas elecciones para pacificar el país… Pero por no haber sabido –o querido- esperar menos de dos meses, los cubanos han soportado 62 años -hasta ahora- de opresión. Porque, digámoslo francamente, el problema de casi todos era sacar a Batista como fuera.

Roberto Batista ha continuado el empeño que otros de sus hermanos antes que él emprendieron en el rescate y la difusión de la obra de su padre, pero confiesa que no fue nada fácil hacerlo: esto se entiende perfectamente. En efecto, una persona que prácticamente desde su nacimiento fue objeto de agresiones, provenientes de sus mismos compañeros de colegio –blancos y nacidos en cuna de oro-, y siendo un niño de apenas diez años haber sido considerado como “una mala simiente que había que exterminar por completo”, cuando el 13 de Marzo de 1957 los asaltantes del Palacio Presidencial querían asesinar no sólo al presidente Batista, sino a toda su familia, y que al llegar a su natal New York el 30 de diciembre de 1959, fue recibido por una multitud agresiva que les gritaba “asesinos” a él, sus hermanos y su madre, no puede decirse que haya disfrutado una vida plácidamente como “un lecho de rosas”.


Durante muchos años vivió con el trauma de su origen y de esa infancia y juventud, acosada, perseguida y atacada. Es realmente admirable el temple de este hombre que supo sobreponerse a todos los golpes, y a la larga, superarlos, con optimismo, dignidad, valentía y veracidad, para sanar de sus heridas emocionales mediante la escritura.

Y es que la memoria –como la escritura, que es su forma visible- es una catarsis saludable: exorcismo y conjuro que liberan y purifican al mismo tiempo.

Por supuesto que un guerrero como Fulgencio Batista buscó limpiar su nombre en vida con la publicación de varias obras, donde depositó sus reflexiones y documentó sus acciones de gobierno. Pero casi nadie quiso escucharlo y menos leerlo. Paradójicamente, un hombre cuyo origen político había sido la revuelta contra Machado –su semejante en tantos sentidos- y que había sido aplaudido por los comunistas (incluido Pablo Neruda), terminó recibiendo el asilo protector de dos personajes a los que antes aludió siempre con desdén y hasta repulsión: Rafael Leónidas Trujillo y Francisco Franco Baamonde. Esto debió ser suficiente castigo para sus culpas.

Su última fuga ocurrió con su muerte sorpresiva en Marbella, relativamente joven aún (72 años), poco antes que un comando enviado por Fidel Castro a cargo de uno de los “jimaguas asesinos”, los “killers” De La Guardia, lo despachara expeditamente, probablemente con todos los que lo acompañaran en ese momento, culminando el propósito criminal trunco de unos años antes.

Aunque siempre se habla del “Golpe de Estado” del 10 de Marzo de 1952, creo que eso es un error. Norberto Bobbio[1] precisa que sólo se puede considerar un golpe de Estado cuando uno de los elementos que constituyen ese Estado se impone a los demás y suprime el orden vigente. En el momento de su acción, Batista no era titular del Poder Ejecutivo, ni del Legislativo, ni del Judicial, y ni siquiera era un militar en activo, pues ya había pasado a la condición de retiro: era sólo un senador que había sido elegido por una ciudad con la que no tenía un vínculo mayor (Santa Clara), y competía para unas elecciones que se realizarían en unos meses, si antes el país no caía en el precipicio de la anarquía hacia la que ya caminaba con velocidad de vértigo.

Aunque reiteradamente algunos dicen aún como artículo de fe que en esos comicios el ganador sería Roberto Agramonte (heredero sucesorio de Eduardo Chibás, pero no de su carisma), y otros aseguran que el triunfador sería el apático Carlos Hevia, hechura del desprestigiado Carlos Prío, apoyándose en unas muy amañadas “encuestas” que publicaba la entonces revista Bohemia, dirigida por uno de los enemigos más viscerales de Batista[2], nada permite afirmar documentadamente que eso hubiera ocurrido así.

Y nunca lo sabremos porque Batista, escuchando a “amigos” que luego en la desgracia le dieron la espalda y le negaron el saludo, se sintió de nuevo un “salvador de la patria”, y acudió al llamado de lo que supieron venderle como su “destino” y su “deber”.

Pero, regresando al Dizionario de Bobbio, aquello resultó estrictamente un cuartelazo, un motín, un alzamiento incruento, que fue recibido en ese momento con gran beneplácito general, y hasta cierto alivio por volver a sentir algo de orden en un país ya descontrolado por la anarquía de los grupos gansteriles, que ni Grau ni Prío quisieron o pudieron sujetar. Por otro lado, además de la grave situación de creciente anarquía en el país durante los últimos meses de 1951 y primeros de 1952, existen también otros testimonios que documentan el incipiente propósito del propio presidente Carlos Prío para realizar un autogolpe, ahí sí, de Estado.

Por supuesto que de no haberlo hecho Batista, la historia cubana habría sido muy diferente, en cualquiera de los escenarios posibles mencionados, pero eso ya pertenece al territorio de los buenos deseos y no de las duras realidades. Y es muy fácil y cómodo para muchos atribuir que “toda la culpa de lo que pasó y sigue pasando en Cuba fue de Batista” (muerto hace 49 años). Habrá que asumir en un futuro todas las culpas, pero compartidas honradamente, con un líder obnubilado, grupos de poder muy ambiciosos en varios bandos, una clase ilustrada totalmente despistada, y un pueblo que como casi siempre esperaba apático para aplaudir al vencedor. Culpar “de todo” a Batista es tan desproporcionado e injusto como achacar la responsabilidad exclusiva de la Comuna de París al 18 Brumario de Luis Bonaparte.

En realidad, a Batista no lo vencieron sus enemigos, sino que fue derrotado por sus “amigos”, quienes primero le aconsejaron y casi exigieron el “golpe”, prometiendo apoyo absoluto y permanente, y luego lo traicionaron y vendieron, pensando salvarse ellos entre los restos del naufragio republicano como había ocurrido ya otras veces.

Y, en primer lugar, fue traicionado por los Estados Unidos de América, cuyos gobiernos nunca lograron tragar que el primer presidente mestizo en la América hispana fuera el cubano Fulgencio Batista, y tener que recibirlo en Washington con honores de Jefe de Estado y como aliado vencedor, mientras en el propio sur del país los negros eran vejados y discriminados.

Pero eso necesitará de una catarsis aún más profunda y desgarradora que la de Roberto Batista, y tomará mucho tiempo para asumirla, y quizás finalmente logremos “hacer las paces con Batista” que, de algún modo, será hacerla también con nosotros mismos.

Uno de quienes critica la fatal decisión del cuartelazo, es precisamente su hijo Roberto, en este libro que es al mismo tiempo confesión y balance, y también penitencia y alivio: no sólo le debía eso a sus hijos y nietos, sino a sus compatriotas.

Junto con este libro de memorias, lenta y sólidamente, va brotando una nueva bibliografía relacionada con Batista, que aporta otros enfoques y visiones, más documentados y fiables.

En la narrativa destaca la primera novela sobre el personaje, aparecida hace poco (Zoé Valdés, Pájaro lindo de la madrugá, Algaida, 2020), que contiene varios méritos: no sólo por su temática, al asumir la controvertida figura de Batista en una obra literaria que trascenderá, sino hacerlo sin acudir a la biografía, y ni siquiera a la historia, tejiendo la evocación de dos testigos protagonistas, que al final de sus vidas realizan el balance de sus aciertos y equivocaciones, de sus luces y sombras, de las equivocaciones cometidas y los sueños acariciados: estos dos viejos amigos simbolizan esa Cuba que amó y detestó a Batista, y que hoy continúa evocando su silueta como el monstruo o el ángel, como el constructor republicano o el dictador responsable.

Pero también han aparecido estudios de gran solvencia historiográfica, como el sólido ensayo de investigación documental y análisis histórico contrastado de Frank Argote-Freyre, The Making of a Dictator: From Revolutionary to Strongman ((Rutgers University Press: 2006, 416 pp.), que urge se traduzca ya al español y se difunda más ampliamente; o el de Jacobo Machover, Cuba de Batista à Castro. Une contre-histoire (Buchet-Chastel, 2018). O testimonios tan reveladores como el del ayudante personal de Batista Alfredo J. Sadulé, entrevistado por Antonio José Ponte para Diario de Cuba (4 de abril de 2012 (en línea); o artículos más puntuales, como el análisis de Abel Sierra Madero y Lilian Guerra, “El 10 de marzo fue una herencia”. (Cuban Studies, University of Pittsburgh, Vol. 44, 2016, pp. 367-383). También ensayos magistrales como los de Néstor Díaz de Villegas “Nuevas aportaciones al estudio del batistato” (Diario de Cuba, 21 de Marzo de 2012) y “Batista explicado a los niños” (El Nuevo Herald, 6 de Julio de 2001),  y de Vicente Echerri, “Vigencia de Batista, logro mayor de la revolución” (Diario de Cuba, 14 de Mayo de 2012). O textos incluso tan contrastantes como los de Alejandro Prieto Blanco, “Pogolotty”, Batista: El ídolo del pueblo (Sevilla, Punto Rojo Libros, 2017), y Arnaldo Miguel Fernández, “Un sargentón llamado Batista” (cubaencuentro.com, 4 de Septiembre de 2017). Todos estos estudios se van integrando a una creciente bibliografía polifónica sobre Fulgencio Batista Zaldívar, que ayudan mucho para revisitar al controvertido y polifacético personaje histórico, tan indisoluble de la vida de todos los cubanos como el de Fidel Castro.

Aunque a muchos les cueste aceptarlo y menos aún asumirlo con la entereza de la integridad y la sinceridad autocríticas, el clamor general condenó a Batista sin escucharlo ni brindarle la oportunidad de una defensa. Se entendería entonces la plausible actitud de decepción, fastidio y hasta de hastío cuando él salió de la isla, abandonada a los apetitos y pecados de sus ingratos ciudadanos: “Nunca me entendieron ni aceptaron: ahora ahí se los dejo”.

Al menos, los Castros no pueden negar algo incontrovertible: Batista les heredó la escenografía perfecta para su “revolución”: un país moderno y pujante, con una arquitectura notable y grandes obras apenas inauguradas. Desde el camino que recorrió hasta las oficinas flamantes que de inmediato ocuparía Castro, las construyó Batista: el Túnel por el que entró en La Habana atravesando la Bahía, lo había abanderado Batista unos meses antes, bajo la mirada del también flamante Cristo de La Habana (inaugurado por Martha Fernández Miranda, su esposa), y lo que bautizaron inopinadamente como el Palacio de la Revolución era la sede del Tribunal Supremo de Justicia y Fiscalía General de la República: todo un símbolo de lo que vendría.

Realmente, en Cuba se equivocaron muchos en ese momento –casi todos- menos una voz fuerte y clara, auténtica, valiente y sincera, de otro mestizo que también supo desde niño del sacrificio, la exclusión, el rencor y el rechazo, y a pesar de todo se abrió paso en la isla y en el exilio; Gastón Baquero lo anunció tempranamente cuando muchos de sus “amigos” se prestaron gozosos a condenarlo como “batistiano”.

El 19 de abril, desde las páginas de su Diario de La Marina, Gastón Baquero se despedía dolorosamente de sus lectores, y “partía al silencio” y de inmediato al destierro. No pudo ser más claro ni más certero. Sus palabras de hace sesenta y dos años suenan hoy con una impresionante actualidad, en los oídos de propios y extraños, pero especialmente para quienes aún perseveran en decirse “engañados”, “traicionados” y “vendidos” y achacar a Batista toda la responsabilidad de esa formidable equivocación histórica a la cual ciegamente contribuyeron, para descarrilar un país que aunque con dificultades y tropiezos, avanzaba en la senda del progreso y de la lenta y compleja construcción de una democracia:

…El progreso cubano culminó, como se sabe, en la fuga del dictador, en la impotencia de la junta militar, y en el ascenso al poder de la juventud partidaria de la revolución. Los caracteres ideológicos de ésta no fueron nunca disfrazados por sus dirigentes. En el manifiesto dado por el Dr. Fidel Castro en diciembre de 1957, al desembarcar en Cuba, están contenidas todas las ideas que hoy se van convirtiendo en leyes. Si algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si algún propietario pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal, porque claramente se le dijo por el doctor Castro que todo comenzaría al caer el régimen; y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones económicas y sociales siguió y ayudó al Movimiento creyendo que éste venía solamente “a tumbar a Batista”, pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la organización económica y social, se equivocó totalmente o no leyó con atención aquel manifiesto. El doctor Castro no ha engañado a nadie, aunque mucha gente conservadora y enemiga de las convulsiones le siguieron sin preguntarse detenidamente hacia dónde la llevaban.

Con la certera visión que sólo alcanzan los poetas en sus intuiciones, y que los convierten dolorosamente en Casandras, dijo Baquero:

…Ahora nos encontramos en el ápice del despertar. Aquella señora que “compró sus bonitos del 26”, no soñó que la revolución le iba a rebajar un 50 por ciento de sus rentas por alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus arcas, creyó que tenía adquiridos títulos revolucionarios y subsiguiente influencia; aquel sacerdote que hizo de su sotana un manto de piedad para salvar vidas de jóvenes acosados, y de su iglesia un centro de conspiración, creyó que se tendría en cuenta su filosofía de la sociedad y de la vida. …¡Cuántas ilusiones, esperanzas, elucubraciones y cálculos han fallado! Pues llegó la revolución, de veras, radical, inflexible, sin compromiso ante sus ojos, y anhelosa de llevar a cabo un enorme cambio, un programa descomunal de contenido económico y social que ha venido gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios desde los mismos años inaugurales de la República. Llegó la revolución en la que no tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la doctrina tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto, ha frustrado tantas esperanzas del cubano.

Por falta de aviso no quedó: miraron, pero no vieron; escucharon, pero no oyeron; sintieron, pero no razonaron; y al final, cuando la realidad no sólo los alcanzó sino que los aplastó y expulsó, lo más sencillo y fácil fue adoptar el recurso pueril de la irresponsabilidad: toda la culpa fue de Batista.

Mientras estuvieron sobre la carroza, aplaudieron y vitorearon; cuando fueron apartados, excluidos o expulsados de aquello que inventaron, cuando el mismo Golem que crearon los destruyó, entonces acudieron a descargarse de culpas, y achacar a otro sus propias equivocaciones, y sus errores.
Y mientras se mantenga esa actitud mental, no habrá solución para el problema de Cuba: si sus hijos no maduran y se convierten al fin en ciudadanos, seguirán siendo súbditos; si son incapaces de entender que ellos mismos forjaron sus eslabones, nunca podrán sacudir sus cadenas ni liberarse de ellas.

Este libro es valioso sobre todo por el testimonio de una persona que fue víctima de una trágica historia, la cual en última instancia no era la suya, condenado inapelablemente por  un juez terrible, sordo y ciego, quien no le permitió defensa alguna, y dictó bíblicamente su sentencia contra toda una estirpe. Quizás Roberto y sus hermanos fueron de los primeros en padecer un juicio así, pero después hubo muchos más en circunstancias semejantes y todavía peores, y aún hoy abundan los que sufren castigos similares.

Este libro necesario es la expresión de un doloroso ejercicio de amor filial, de fidelidad patriótica y de integridad personal: así debe entenderse.

En algún momento, cuando se empiece realmente a intentar escribir una historia de Cuba donde se aspire a dar honesta cuenta de las visiones contrastantes, además de consultar los libros de Fulgencio como Sombras de América, Paradoja, Respuesta, Leyes y piedras y varios más, habrá que incluir este doloroso y sincero testimonio de Roberto, el Hijo de Batista.

 

Roberto Batista Fernández, Hijo de Batista. Memorias. Madrid, Editorial Verbum, 2020, 236 pp. Serie Biblioteca Cubana.



[1] Norberto Bobbio y otros, Dizionario di Politica (1983). En realidad, la entrada de “Colpo di Stato” es de Carlos Barbé.

[2] Miguel Ángel Quevedo, quien se suicidaría después en el exilio, y entonces muy controlado por el “dipsómano” Enrique de la Osa, autor de la famosa “Mentira de los 20 mil muertos de Batista”. Lo más terrible en lo que nadie repara es que mientras la cifra de los “muertos de Batista” es una cantidad cerrada, la de los Castro sigue aumentando trágicamente durante estos tantísimos años de dictadura infinita.

2 comments:

  1. muy bien explicado, razonado ye investigado el trabajo..... el analisis coincide con muchas de mis ideas que nunca supe poner en orden, la responsabilidad culpable de todos nuestros antecesores que auparon a castro y detestaron a batista.. si dictador de dicta blanda.... "nunca me entendieron, ni aceotaon... ahora ahi se los dejo" fulgencio batista y zaldivar... presidente y dictador cubano...

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  2. muy bien explicado, razonado ye investigado el trabajo..... el analisis coincide con muchas de mis ideas que nunca supe poner en orden, la responsabilidad culpable de todos nuestros antecesores que auparon a castro y detestaron a batista.. si dictador de dicta blanda.... "nunca me entendieron, ni aceotaon... ahora ahi se los dejo" fulgencio batista y zaldivar... presidente y dictador cubano...

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