Por Alejandro González Acosta
A
diferencia de otras naciones como Francia, Inglaterra, Alemania, Italia, Estados
Unidos y la misma España, el género de las memorias no cuenta en Cuba con
muchos títulos.
Quizás
sea porque enfrentar el recuerdo y realizar un balance equilibrado de lo
vivido, suele ser difícil, complejo y hasta problemático.
En
realidad, son muy pocos los personajes de la historia cubana que escribieron
sus memorias, y prefirieron dejar sus biografías para ocupación de los
historiadores.
Muchos
menos son los descendientes de esos actores de la historia que asumieron el
empeño de recordar las vidas de sus antepasados.
Por
ejemplo, el brigadier José Martí y Zayas Bazán, hijo del prócer cubano por
excelencia, habló poco y escribió menos sobre su padre.
Un
caso aislado y que resultaría más cercano, sería el de Alina Fernández
Revuelta, con sus controvertidas Memorias
de la hija rebelde de Fidel Castro (1997).
A
veces las luces -y las sombras- proyectadas por sus padres, suelen ser
paralizantes, unos escollos demasiado escabrosos para remontar, o pesos
excesivamente incómodos de llevar.
Por
eso se debe no sólo agradecer la voluntad, sino reconocer la valentía de
Roberto Batista, para asumir frontalmente y evocar la figura de su padre en sus
memorias como hijo.
Pocos
personajes cubanos han sido tan anatematizados, en vida y en muerte, como
Fulgencio Batista Zaldívar. Hay que asumir sincera y honestamente que la orgullosa
burguesía cubana blanca nunca le perdonó que fuera mestizo y con un origen
sumamente humilde. Se le encargó hacer el “trabajo sucio” cuando se le necesitó
(1933), y luego se pretendió echarlo a un lado. Pero él supo aprovechar todas
las oportunidades para ocupar un lugar que sentía le correspondía y se había
ganado.
Si
revisamos la lista de los gobernantes cubanos desde Tomás Estrada Palma hasta
los hermanos Castro, veremos que casi todos provienen de la clase media o alta
de la sociedad; todos tuvieron la dicha de recibir de sus padres una educación
regular y, en algunos casos, hasta universitaria, al contrario de Batista,
quien fue un autodidacta y el único presidente que era un auténtico proletario.
Irónicamente, el otro mandatario cubano que ha sido muy demonizado, Gerardo Machado,
también tuvo un origen muy humilde.
Debido
a lo anterior, es una gran paradoja que no sólo por su origen, sino por su
programa de gobierno, Batista fue el mandatario cubano más auténticamente
popular hasta 1958 (como también ocurrió con Machado en 1933), y hasta los
viejos comunistas más recalcitrantes tuvieron que aceptar esto, y pactar con
él.
Otro
“casi” mandatario cubano con ese mismo origen, sería Andrés Rivero Agüero,
también de procedencia muy humilde como Batista, pero no tanto, aunque aprendió
autodidactamente a leer y escribir apenas hasta los 16 años, quien fue elegido
en unos comicios desarrollados en medio de una guerra civil, y bajo amenazas muy
severas de los guerrilleros (los cuales diseminaron bombas y petardos por
muchos lugares públicos, ocasionando terror y muertes de civiles inocentes),
obtuvo un 70 % de los votos, con plena vigencia de la Constitución de 1940, varios partidos políticos activos
(concurrieron cuatro a la justa electoral, aunque uno de los contendientes,
traicioneramente, se retiró en el último momento), y una prensa enteramente
libre encabezada por la muy opositora y parcializada revista Bohemia. De haberse acordado un pacto
civil como se propuso en su momento, Rivero habría tomado posesión de su
mandato de transición el 24 de febrero de 1959, convocado de inmediato a una
Asamblea General Constituyente y nuevas elecciones para pacificar el país… Pero
por no haber sabido –o querido- esperar menos de dos meses, los cubanos han
soportado 62 años -hasta ahora- de opresión. Porque, digámoslo francamente, el
problema de casi todos era sacar a
Batista como fuera.
Roberto
Batista ha continuado el empeño que otros de sus hermanos antes que él
emprendieron en el rescate y la difusión de la obra de su padre, pero confiesa
que no fue nada fácil hacerlo: esto se entiende perfectamente. En efecto, una
persona que prácticamente desde su nacimiento fue objeto de agresiones, provenientes
de sus mismos compañeros de colegio –blancos y nacidos en cuna de oro-, y
siendo un niño de apenas diez años haber sido considerado como “una mala
simiente que había que exterminar por completo”, cuando el 13 de Marzo de 1957 los
asaltantes del Palacio Presidencial querían asesinar no sólo al presidente
Batista, sino a toda su familia, y que al llegar a su natal New York el 30 de
diciembre de 1959, fue recibido por una multitud agresiva que les gritaba
“asesinos” a él, sus hermanos y su madre, no puede decirse que haya disfrutado
una vida plácidamente como “un lecho de rosas”.
Durante muchos años vivió con el trauma de su origen y de esa infancia y juventud, acosada, perseguida y atacada. Es realmente admirable el temple de este hombre que supo sobreponerse a todos los golpes, y a la larga, superarlos, con optimismo, dignidad, valentía y veracidad, para sanar de sus heridas emocionales mediante la escritura.
Y
es que la memoria –como la escritura, que es su forma visible- es una catarsis
saludable: exorcismo y conjuro que liberan y purifican al mismo tiempo.
Por
supuesto que un guerrero como Fulgencio Batista buscó limpiar su nombre en vida
con la publicación de varias obras, donde depositó sus reflexiones y documentó
sus acciones de gobierno. Pero casi nadie quiso escucharlo y menos leerlo.
Paradójicamente, un hombre cuyo origen político había sido la revuelta contra
Machado –su semejante en tantos sentidos- y que había sido aplaudido por los
comunistas (incluido Pablo Neruda), terminó recibiendo el asilo protector de
dos personajes a los que antes aludió siempre con desdén y hasta repulsión:
Rafael Leónidas Trujillo y Francisco Franco Baamonde. Esto debió ser suficiente
castigo para sus culpas.
Su
última fuga ocurrió con su muerte sorpresiva en Marbella, relativamente joven
aún (72 años), poco antes que un comando enviado por Fidel Castro a cargo de
uno de los “jimaguas asesinos”, los “killers” De La Guardia, lo despachara expeditamente,
probablemente con todos los que lo acompañaran en ese momento, culminando el
propósito criminal trunco de unos años antes.
Aunque
siempre se habla del “Golpe de Estado” del 10 de Marzo de 1952, creo que eso es
un error. Norberto Bobbio[1]
precisa que sólo se puede considerar un golpe
de Estado cuando uno de los elementos que constituyen ese Estado se impone
a los demás y suprime el orden vigente. En el momento de su acción, Batista no
era titular del Poder Ejecutivo, ni del Legislativo, ni del Judicial, y ni
siquiera era un militar en activo, pues ya había pasado a la condición de
retiro: era sólo un senador que había sido elegido por una ciudad con la que no
tenía un vínculo mayor (Santa Clara), y competía para unas elecciones que se
realizarían en unos meses, si antes el país no caía en el precipicio de la
anarquía hacia la que ya caminaba con velocidad de vértigo.
Aunque
reiteradamente algunos dicen aún como artículo de fe que en esos comicios el
ganador sería Roberto Agramonte (heredero sucesorio de Eduardo Chibás, pero no
de su carisma), y otros aseguran que el triunfador sería el apático Carlos
Hevia, hechura del desprestigiado Carlos Prío, apoyándose en unas muy amañadas
“encuestas” que publicaba la entonces revista Bohemia, dirigida por uno de los enemigos más viscerales de Batista[2],
nada permite afirmar documentadamente que eso hubiera ocurrido así.
Y
nunca lo sabremos porque Batista, escuchando a “amigos” que luego en la
desgracia le dieron la espalda y le negaron el saludo, se sintió de nuevo un
“salvador de la patria”, y acudió al llamado de lo que supieron venderle como
su “destino” y su “deber”.
Pero,
regresando al Dizionario de Bobbio, aquello
resultó estrictamente un cuartelazo,
un motín, un alzamiento incruento, que fue recibido en ese momento con gran beneplácito
general, y hasta cierto alivio por volver a sentir algo de orden en un país ya
descontrolado por la anarquía de los grupos gansteriles, que ni Grau ni Prío
quisieron o pudieron sujetar. Por otro lado, además de la grave situación de
creciente anarquía en el país durante los últimos meses de 1951 y primeros de
1952, existen también otros testimonios que documentan el incipiente propósito
del propio presidente Carlos Prío para realizar un autogolpe, ahí sí, de Estado.
Por
supuesto que de no haberlo hecho Batista, la historia cubana habría sido muy
diferente, en cualquiera de los escenarios posibles mencionados, pero eso ya pertenece
al territorio de los buenos deseos y no de las duras realidades. Y es muy fácil
y cómodo para muchos atribuir que “toda la culpa de lo que pasó y sigue pasando en Cuba fue de Batista”
(muerto hace 49 años). Habrá que asumir en un futuro todas las culpas, pero compartidas honradamente, con un líder
obnubilado, grupos de poder muy ambiciosos en varios bandos, una clase
ilustrada totalmente despistada, y un pueblo que como casi siempre esperaba
apático para aplaudir al vencedor. Culpar “de todo” a Batista es tan
desproporcionado e injusto como achacar la responsabilidad exclusiva de la Comuna de París al 18 Brumario de Luis Bonaparte.
En
realidad, a Batista no lo vencieron sus enemigos, sino que fue derrotado por
sus “amigos”, quienes primero le aconsejaron y casi exigieron el “golpe”,
prometiendo apoyo absoluto y permanente, y luego lo traicionaron y vendieron,
pensando salvarse ellos entre los restos del naufragio republicano como había
ocurrido ya otras veces.
Y,
en primer lugar, fue traicionado por los Estados Unidos de América, cuyos
gobiernos nunca lograron tragar que el primer presidente mestizo en la América
hispana fuera el cubano Fulgencio Batista, y tener que recibirlo en Washington
con honores de Jefe de Estado y como aliado vencedor, mientras en el propio sur
del país los negros eran vejados y discriminados.
Pero
eso necesitará de una catarsis aún más profunda y desgarradora que la de
Roberto Batista, y tomará mucho tiempo para asumirla, y quizás finalmente
logremos “hacer las paces con Batista” que, de algún modo, será hacerla también
con nosotros mismos.
Uno
de quienes critica la fatal decisión del cuartelazo, es precisamente su hijo
Roberto, en este libro que es al mismo tiempo confesión y balance, y también penitencia
y alivio: no sólo le debía eso a sus hijos y nietos, sino a sus compatriotas.
Junto
con este libro de memorias, lenta y sólidamente, va brotando una nueva
bibliografía relacionada con Batista, que aporta otros enfoques y visiones, más
documentados y fiables.
En
la narrativa destaca la primera novela sobre el personaje, aparecida hace poco
(Zoé Valdés, Pájaro lindo de la madrugá,
Algaida, 2020), que contiene varios méritos: no sólo por su temática, al asumir
la controvertida figura de Batista en una obra literaria que trascenderá, sino
hacerlo sin acudir a la biografía, y ni siquiera a la historia, tejiendo la
evocación de dos testigos protagonistas, que al final de sus vidas realizan el
balance de sus aciertos y equivocaciones, de sus luces y sombras, de las
equivocaciones cometidas y los sueños acariciados: estos dos viejos amigos
simbolizan esa Cuba que amó y detestó a Batista, y que hoy continúa evocando su
silueta como el monstruo o el ángel, como el constructor republicano o el
dictador responsable.
Pero
también han aparecido estudios de gran solvencia historiográfica, como el
sólido ensayo de investigación documental y análisis histórico contrastado de
Frank Argote-Freyre, The Making
of a Dictator: From
Revolutionary to Strongman ((Rutgers University
Press: 2006, 416 pp.), que urge se traduzca ya al
español y se difunda más ampliamente; o el de Jacobo Machover, Cuba de Batista à Castro. Une
contre-histoire (Buchet-Chastel, 2018). O testimonios tan reveladores como
el del ayudante personal de Batista Alfredo J. Sadulé, entrevistado por Antonio
José Ponte para Diario de Cuba (4 de
abril de 2012 (en línea); o artículos más puntuales, como el análisis de Abel
Sierra Madero y Lilian Guerra, “El 10 de marzo fue una herencia”. (Cuban Studies, University of Pittsburgh,
Vol. 44, 2016, pp. 367-383). También ensayos
magistrales como los de Néstor Díaz de Villegas “Nuevas aportaciones al
estudio del batistato” (Diario de Cuba,
21 de Marzo de 2012) y “Batista explicado a los niños” (El Nuevo Herald, 6 de Julio de 2001), y de Vicente Echerri, “Vigencia de Batista,
logro mayor de la revolución” (Diario de
Cuba, 14 de Mayo de 2012). O textos incluso tan contrastantes como los de Alejandro
Prieto Blanco, “Pogolotty”, Batista: El
ídolo del pueblo (Sevilla, Punto Rojo Libros, 2017), y Arnaldo Miguel Fernández,
“Un sargentón llamado Batista” (cubaencuentro.com,
4 de Septiembre de 2017). Todos estos estudios se van integrando a una
creciente bibliografía polifónica sobre Fulgencio Batista Zaldívar, que ayudan
mucho para revisitar al controvertido y polifacético personaje histórico, tan
indisoluble de la vida de todos los cubanos como el de Fidel Castro.
Aunque
a muchos les cueste aceptarlo y menos aún asumirlo con la entereza de la
integridad y la sinceridad autocríticas, el clamor general condenó a Batista
sin escucharlo ni brindarle la oportunidad de una defensa. Se entendería entonces
la plausible actitud de decepción, fastidio y hasta de hastío cuando él salió
de la isla, abandonada a los apetitos y pecados de sus ingratos ciudadanos: “Nunca
me entendieron ni aceptaron: ahora ahí se los dejo”.
Al
menos, los Castros no pueden negar algo incontrovertible: Batista les heredó la
escenografía perfecta para su “revolución”: un país moderno y pujante, con una
arquitectura notable y grandes obras apenas inauguradas. Desde el camino que
recorrió hasta las oficinas flamantes que de inmediato ocuparía Castro, las
construyó Batista: el Túnel por el que entró en La Habana atravesando la Bahía,
lo había abanderado Batista unos meses antes, bajo la mirada del también flamante
Cristo de La Habana (inaugurado por Martha Fernández Miranda, su esposa), y lo
que bautizaron inopinadamente como el Palacio
de la Revolución era la sede del Tribunal Supremo de Justicia y Fiscalía
General de la República: todo un símbolo de lo que vendría.
Realmente,
en Cuba se equivocaron muchos en ese momento –casi todos- menos una voz fuerte
y clara, auténtica, valiente y sincera, de otro mestizo que también supo desde
niño del sacrificio, la exclusión, el rencor y el rechazo, y a pesar de todo se
abrió paso en la isla y en el exilio; Gastón Baquero lo anunció tempranamente
cuando muchos de sus “amigos” se prestaron gozosos a condenarlo como
“batistiano”.
El
19 de abril, desde las páginas de su Diario
de La Marina, Gastón Baquero se despedía dolorosamente de sus lectores, y
“partía al silencio” y de inmediato al destierro. No pudo ser más claro ni más
certero. Sus palabras de hace sesenta y dos años suenan hoy con una
impresionante actualidad, en los oídos de propios y extraños, pero
especialmente para quienes aún perseveran en decirse “engañados”,
“traicionados” y “vendidos” y achacar a Batista toda la responsabilidad de esa
formidable equivocación histórica a la cual ciegamente contribuyeron, para
descarrilar un país que aunque con dificultades y tropiezos, avanzaba en la
senda del progreso y de la lenta y compleja construcción de una democracia:
…El progreso cubano culminó,
como se sabe, en la fuga del dictador, en la impotencia de la junta militar, y
en el ascenso al poder de la juventud partidaria de la revolución. Los
caracteres ideológicos de ésta no fueron nunca disfrazados por sus dirigentes.
En el manifiesto dado por el Dr. Fidel Castro en diciembre de 1957, al
desembarcar en Cuba, están contenidas todas las ideas que hoy se van
convirtiendo en leyes. Si algún capitalista se engañó, fue porque quiso; si
algún propietario pensó que todo terminaría al caer el régimen, pensó mal,
porque claramente se le dijo por el doctor Castro que todo comenzaría al caer
el régimen; y si alguna persona alérgica a las grandes conmociones económicas y
sociales siguió y ayudó al Movimiento creyendo que éste venía solamente “a
tumbar a Batista”, pero no a cambiar costumbres muy arraigadas en la
organización económica y social, se equivocó totalmente o no leyó con atención
aquel manifiesto. El doctor Castro no ha engañado a nadie, aunque mucha gente
conservadora y enemiga de las convulsiones le siguieron sin preguntarse
detenidamente hacia dónde la llevaban.
Con la certera visión que sólo alcanzan los poetas en sus
intuiciones, y que los convierten dolorosamente en Casandras, dijo Baquero:
…Ahora nos encontramos en el
ápice del despertar. Aquella señora que “compró sus bonitos del 26”, no soñó
que la revolución le iba a rebajar un 50 por ciento de sus rentas por
alquileres; aquel industrial que por ideología o por miedo abrió sus arcas, creyó
que tenía adquiridos títulos revolucionarios y subsiguiente influencia; aquel
sacerdote que hizo de su sotana un manto de piedad para salvar vidas de jóvenes
acosados, y de su iglesia un centro de conspiración, creyó que se tendría en
cuenta su filosofía de la sociedad y de la vida. …¡Cuántas ilusiones,
esperanzas, elucubraciones y cálculos han fallado! Pues llegó la revolución, de
veras, radical, inflexible, sin compromiso ante sus ojos, y anhelosa de llevar
a cabo un enorme cambio, un programa descomunal de contenido económico y social
que ha venido gestándose en la mente de los cubanos revolucionarios desde los
mismos años inaugurales de la República. Llegó la revolución en la que no
tienen cabida el perdón de los errores, el pensamiento conservador, la doctrina
tradicionalista ni el conformismo acomodaticio que, es cierto, ha frustrado
tantas esperanzas del cubano.
Por
falta de aviso no quedó: miraron, pero no vieron; escucharon, pero no oyeron;
sintieron, pero no razonaron; y al final, cuando la realidad no sólo los
alcanzó sino que los aplastó y expulsó, lo más sencillo y fácil fue adoptar el
recurso pueril de la irresponsabilidad: toda
la culpa fue de Batista.
Mientras
estuvieron sobre la carroza, aplaudieron y vitorearon; cuando fueron apartados,
excluidos o expulsados de aquello que inventaron, cuando el mismo Golem que
crearon los destruyó, entonces acudieron a descargarse de culpas, y achacar a
otro sus propias equivocaciones, y sus errores.
Y mientras se mantenga esa actitud mental, no habrá solución para el problema
de Cuba: si sus hijos no maduran y se convierten al fin en ciudadanos, seguirán
siendo súbditos; si son incapaces de entender que ellos mismos forjaron sus
eslabones, nunca podrán sacudir sus cadenas ni liberarse de ellas.
Este
libro es valioso sobre todo por el testimonio de una persona que fue víctima de
una trágica historia, la cual en última instancia no era la suya, condenado
inapelablemente por un juez terrible,
sordo y ciego, quien no le permitió defensa alguna, y dictó bíblicamente su
sentencia contra toda una estirpe. Quizás Roberto y sus hermanos fueron de los
primeros en padecer un juicio así, pero después hubo muchos más en
circunstancias semejantes y todavía peores, y aún hoy abundan los que sufren
castigos similares.
Este
libro necesario es la expresión de un doloroso ejercicio de amor filial, de
fidelidad patriótica y de integridad personal: así debe entenderse.
En
algún momento, cuando se empiece realmente a intentar escribir una historia de
Cuba donde se aspire a dar honesta cuenta de las visiones contrastantes, además
de consultar los libros de Fulgencio como Sombras
de América, Paradoja, Respuesta, Leyes y piedras y varios más, habrá que incluir este doloroso y
sincero testimonio de Roberto, el Hijo de
Batista.
Roberto
Batista Fernández, Hijo de Batista.
Memorias. Madrid, Editorial Verbum, 2020, 236 pp. Serie Biblioteca Cubana.
[1]
Norberto Bobbio y otros, Dizionario di
Politica (1983). En realidad, la entrada de “Colpo di Stato” es de Carlos
Barbé.
[2]
Miguel Ángel Quevedo, quien se suicidaría después en el exilio, y entonces muy controlado
por el “dipsómano” Enrique de la Osa, autor de la famosa “Mentira de los 20 mil
muertos de Batista”. Lo más terrible en lo que nadie repara es que mientras la
cifra de los “muertos de Batista” es una cantidad cerrada, la de los Castro
sigue aumentando trágicamente durante estos tantísimos años de dictadura
infinita.
muy bien explicado, razonado ye investigado el trabajo..... el analisis coincide con muchas de mis ideas que nunca supe poner en orden, la responsabilidad culpable de todos nuestros antecesores que auparon a castro y detestaron a batista.. si dictador de dicta blanda.... "nunca me entendieron, ni aceotaon... ahora ahi se los dejo" fulgencio batista y zaldivar... presidente y dictador cubano...
ReplyDeletemuy bien explicado, razonado ye investigado el trabajo..... el analisis coincide con muchas de mis ideas que nunca supe poner en orden, la responsabilidad culpable de todos nuestros antecesores que auparon a castro y detestaron a batista.. si dictador de dicta blanda.... "nunca me entendieron, ni aceotaon... ahora ahi se los dejo" fulgencio batista y zaldivar... presidente y dictador cubano...
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