Monday, February 27, 2023

De las armas y las letras IX

 Por Guillermo A. Belt

El 30 de marzo de 1894, Enrique Loynaz del Castillo llega a la bahía de Nuevitas a bordo del “Alert”. El vapor noruego lleva los seis carros destinados al Ferrocarril Urbano de Puerto Príncipe, bajo cuyos asientos van escondidos 200 fusiles Remington y 48,000 balas "porque dos mil no cupieron". El autor de Memorias de la guerra nos explica: “Yo tuve que ir con el armamento para vigilar su manipulación, que no fuera el enorme peso a aflojar los chasis de los carros.”

 El joven Loynaz supervisa la descarga, superando algunos tropiezos. En esta tarea estaba cuando se le acerca un alto caballero en uniforme militar que resultó ser el comandante de Nuevitas. El militar español lo felicita “por este éxito maravilloso de sus progresistas esfuerzos” y, por si fuera poco, lo invita a almorzar y le ofrece su ayuda. Loynaz le toma la palabra y logra que ese mismo día se despache toda su carga por tren a Puerto Príncipe.

Allí se encuentra con el Dr. Emilio Luaces,

Coronel de la Guerra del 68, presidente de un secreto club revolucionario, y tenido como patriota valeroso y hombre de toda discreción. Por estas altas cualidades fue a él a quien Martí me encargó confiar el armamento para su traslación del paradero del ferrocarril a algún lugar seguro del campo – ‘cuando ya estén trasladadas al campo las armas, entonces, y no antes, avisará al Marqués para que aconseje e intervenga en su distribución.’ Esta era, literalmente, la orden de Martí.

El Dr. Luaces, al enterarse del armamento, manifiesta su inconformidad con la decisión de Martí de enviar los fusiles y el parque sin previo acuerdo con él. No obstante la protesta, le asegura a Loynaz que hará los arreglos para trasladar el armamento al depósito arrendado para los tranvías, “y enseguida a una finca.” Alentado por estas seguridades, Loynaz visita al marqués de Santa Lucía y le pide que no salga para su finca al día siguiente, como pensaba hacer: “No, marqués, no se vaya; tengo algo importante para usted y de orden de Martí debo esperar unos tres días para comunicárselo.”

Loynaz comienza a alarmarse cuando se encuentra casualmente con el hijo de Luaces, quien le dice: “¡Chico, en qué compromiso has metido a papá. Está loco con el encargo que le has traído, sin consultarlo!” Visita al Dr. Luaces, le reprocha la indiscreción, y recibe nuevas seguridades. Pero al cabo de tres días y ante la falta de acción por Luaces, decide pedirle a su padre que se encargue de trasladar los carros al depósito del futuro tranvía, sin revelarle el contenido, de nuevo cumpliendo las estrictas instrucciones de Martí.

El padre de Loynaz procuró largueros de madera para tenderlos en la calle y conducir los carros sobre ellos pero no llegó a completar estos preparativos.

En la madrugada del 2 de Abril de 1894 mi padre me despertó sobresaltado. “Vístete pronto, que vendrán a prenderte. El armamento que a mí me has ocultado, indebidamente, está en manos de los españoles, por la traición del hombre en quien confiaste, de ese Luaces, el mismo manipulador del Zanjón.”

Elpidio Marín, amigo de los Loynaz, llega con noticias completas. Luaces y otro cubano, puestos de acuerdo, ofrecen al general Gasco, Gobernador de Camagüey, la entrega de las armas. Al hacerlo, según Marín, piden al gobernador que no se sacrificara la vida del joven Loynaz, a quien presentaron como alguien engañado por Martí. El gobernador accede en aplazar hasta la mañana siguiente la persecución del introductor del armamento.

Los Loynaz, padre e hijo, armados, toman el tren rumbo a Nuevitas.

Casi llegando a Nuevitas nos apeamos del tren y fuimos en busca de uno de mis mejores amigos, Rosendo López Calleja. Este me hizo cambiar de ropa, poniéndome una de carbonero y trajo al botero Juan Villadamigo para que me acompañara al muelle y me sacara en su bote mar afuera, en espera de la goleta de Pancho Vargas, que hacía periódicos viajes a Nassau. Pancho Vargas era el amigo y compañero de mi padre en el “Galvanic”.

Así lo hace Villadamigo, y cuando comenzaba a oscurecer llegan a Punta de Prácticos, a la entrada de la bahía, y se ocultan en una casa abandonada. Al día siguiente, tras una caminata de tres horas, se encuentran con el bandolero llamado Coco, a quien el padre de Loynaz había llevado en su goleta, años antes, a curarse en Nassau sin cobrarle por la travesía. Coco conduce a Loynaz a “un lugar donde cinco bandoleros armados me dieron la bienvenida más calurosa y me acompañaron como mi escolta personal.”

Loynaz le avisa al hijo fugitivo de un cambio de planes. Ha hecho arreglos con el capitán del vapor alemán “Amrum”, que pasaría por Punta de Prácticos al anochecer del día siguiente, para recogerlo y llevarlo a Nueva York, “donde yo pagaría este servicio”.

A la caída de la tarde estábamos en el bote Villadamigo y yo con nuestros cinco escoltas, interceptando la ruta del “Amrum”. Tocó éste los cinco pitazos anunciados por mi padre, arrió la escala y a ella nos sujetamos…Entonces subí, me despedí con abrazos y con dolor de Juan Villadamigo y mis buenos compañeros de una semana insurrecta, y me dirigí al camarote que me fue señalado.

El 15 de abril Enrique Loynaz del Castillo está en Nueva York. Poco tardaría en abrazarse de nuevo con Martí, quien le brinda estas palabras de consuelo, transcritas en Memorias de la guerra.

Nada se ha perdido. Se ha ganado mucho. Esas armas las repone el Partido Revolucionario en cualquier hora y lugar convenientes. Lo ganado excede a cuanto usted puede imaginar: la propaganda hecha vale diez veces el costo de esas armas.

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