Monday, March 6, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XI

 


 Por Guillermo A. Belt

 

Se autoriza el alzamiento simultáneo, con la mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas, para la fecha en que la conjunción con el exterior será ya fácil y favorable, que es durante la segunda quincena, y no antes, del mes de febrero.

En Memorias de la guerra



Ante las acusaciones de los agresores en el atentado a la vida de Antonio Maceo y Enrique Loynaz del Castillo, el joven Loynaz es detenido y puesto a disposición de los tribunales de justicia. “Fue entonces cuando el Presidente de la República, Rafael Iglesias, dio nueva prueba de su devoción a la causa de Cuba y de su amistad al general Maceo. Sustrayéndome a la acción judicial, me embarcó hacia Nueva Orleans por razón de orden público.”

Tres días después de la llegada a la “inmensa Nueva Orleans” Loynaz está en Nueva York, tocando a la puerta de Benjamín Guerra junto con Enrique Collazo, quien sabía también que esa noche Martí cenaría allí. Terminada la visita, Martí invita a Loynaz a acompañarlo. “A Collazo y a mí nos hospedó el Maestro en su mismo cuarto del hotel Martin, el antiguo, de precios moderados, situado en la calle 9, cerca del Arco de Washington.” Con el general José María Rodríguez – Mayía para sus amigos – son cuatro los cubanos exiliados en aquella amplia habitación.

Allí Loynaz se pone al día de la situación en Cuba. Hay agitación de los conjurados en Matanzas, y en La Habana el general Julio Sanguily apremia por la orden de sublevación. Martí envía dinero en las cantidades solicitadas, en buena parte gracias a la generosidad de Eduardo Hidalgo Gato, fabricante de tabacos de Cayo Hueso. “Martí, atento a todos los detalles, se multiplicaba. En espera del llamamiento para la expedición pasamos el mes de diciembre en el hotel Martin los generales Rodríguez y Collazo y yo.”

Un día de diciembre Loynaz recibe la noticia de la muerte en Cuba de su abuelo Martín del Castillo. En el acto organizado por Martí en honor al ilustre patriota se estrena el joven como orador dando las gracias por el homenaje, improvisadas sus palabras por consejo de Martí.

“Finalizaba el mes de diciembre de 1894. De los cuatro huéspedes – Martí, Mayía Rodríguez, Enrique Collazo y Enrique Loynaz del Castillo – de una habitación del hotel Martin sólo Martí conocía los detalles de la gran empresa expedicionaria… Así habían desaparecido en aquellos días los generales José María Rodríguez y Enrique Collazo, sin que ellos lo supieran sino a la hora de partir.”

A Loynaz le tocó el turno el 6 de enero, el día de Reyes, como él lo denomina. Martí le dice: “Enrique, para usted ha llegado la hora de embarcar.” Le encomienda llevar a un práctico de costa por tren hasta Jacksonville, donde recibirá nuevas instrucciones. En la ciudad de la Florida se encuentra nuevamente con Mayía y Collazo, en el modesto hotel Travellers, y más tarde con Martí, quien ha salido de Nueva York la medianoche anterior. Entonces se enteran por Martí de lo que ha pasado a conocerse como el Desastre de Fernandina.

Martí había concertado el flete de tres barcos con el propietario de unos muelles y almacenes en Fernandina, pequeño puerto de la Florida. Supuestamente llevarían trabajadores agrícolas con su equipo a varios países latinoamericanos, cuando en realidad su misión era llevar tres expediciones a Cuba, con armamento para cada una. El fracaso de este plan, debido a una indiscreción, para unos pocos, o a una traición para otros, ha sido ampliamente divulgado. Lo que interesa aquí es mostrar la decisión de los cubanos de alzarse en armas, y el compromiso invariable de Martí de llamar al alzamiento cuando las condiciones fuesen más propicias.

Obedeció Martí los apremios insistentes de los conjurados de La Habana y Matanzas. Llamó a Enrique Collazo, representante de ellos en la emigración, púsose de acuerdo con el general José María Rodríguez, nombrado Jefe de Estado Mayor del General en Jefe, Máximo Gómez, después de haber consultado al mismo general Gómez, y en la casa de Gonzalo de Quesada reunidos, tras una noche entera de estudios y comprobación de medios y recursos resolvieron la orden para el alzamiento en armas, remitida a Moncada, a Mazó y a Pedro A. Pérez en Oriente, a Salvador Cisneros en Camagüey, a Carrillo en Remedios y a Juan Gualberto Gómez en La Habana.

El 24 de febrero estalló la guerra. Tocaba ahora explicar al mundo su carácter y propósitos.

En una modesta casita de tabla, sombreada por naranjos, y habitada por el gran Libertador y su hospitalaria familia, trazó Martí las páginas inmortales del Manifiesto de Montecristi, del que dijo Charles Dana, Director del Sun, que era “el documento de mayor belleza y modular concepto que pueblo alguno enarboló al frente de su heroico esfuerzo por la libertad.”

Así concluye la Primera Parte, titulada El libro del exilio, de la obra de un guerrero que quiso dejarnos por escrito los testimonios de una vida ejemplar.


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