Por Guillermo A. Belt
Al anochecer del
22 de mayo de 1895 el general Serafín Sánchez avisa a Enrique Loynaz del
Castillo que en la playa del Este, en la Florida, le esperan treinta y tres revolucionarios
para partir hacia el cayo Pine, del grupo costero de ese estado. En breve, le
dice Sánchez, allí se reunirán él y el general Carlos Roloff junto con
doscientos hombres. Mientras tanto, Loynaz quedará al mando del campamento.Serafín Sánchez
En Memorias de la guerra Loynaz describe las primeras horas en el cayo Pine.
Y de madrugada, guiados por Severiano desembarcamos y ocultamos en los parajes más solitarios las numerosas cajas de parque y dinamita y fusiles.
Luego puse en
formación toda la fuerza expedicionaria incluyendo la anteriormente acampada en
el lugar; leí la orden del día con las disposiciones para acampar, las reglas
de conducta, tan severas como las exigían las circunstancias y el estar
acampados en tierra extranjera, la organización completa de una compañía de
infantería al mando de Julián Sierra a quien di el grado provisional de capitán
y el cargo adicional de instructor militar, la designación de oficiales y
clases de la compañía, de las guardias del campamento para su vigilancia y la
del mar, y la disposición de seis horas diarias de instrucción militar y
ejercicios.
Recordemos que Loynaz, a los catorce años y con permiso de su padre, se había ofrecido para acompañar al general Sánchez en una expedición. El general lo aceptó con gusto; su esposa le confeccionó la chamarreta y su primer pantalón largo, prendas que serían su uniforme, y sólo el hecho de haberse frustrado el plan le impidió estrenarse como combatiente en aquella ocasión. Buen ojo tenía Serafín Sánchez, como quedaría demostrado en el cayo Pine.
A la primera semana de espera comenzó a escasear la comida. Luego de pasar un día entero sin ningún alimento “surgieron gritos de descontento y señales de motín.” Al recibir la falsa noticia de la llegada del vapor expedicionario Loynaz había armado a todos los hombres. Por consiguiente,
Ante la necesidad de actuar con máxima energía, saqué mi revólver y apuntando a los que habían proferido los gritos, antes de que pudieran moverse les intimé silencio. Obtenido éste de momento, anuncié que oiría las quejas y los invitaba a todos a sugerir medios de alivio a nuestros males pero que no comprometieran de ningún modo la expedición. Agregué que al salir de Cayo Hueso lo hicimos para sufrir todas las penalidades, y la muerte misma por Cuba, que esta expedición era necesaria para la Independencia de Cuba y que antes que perderla en mis manos, si ellos desertaban de su deber, me daría allí mismo, en su presencia, un balazo.
Al gesto dramático responde Pablo Hernández, quien poco después, en Cuba, perdería los ojos en combate y pasaría a ser conocido como el ciego de Los Pasitos. Se coloca al lado de Loynaz, y le siguen varios expedicionarios hasta completar la mitad de la fuerza. Dominado el brote de motín,
Aunque ya podía usar la fuerza, apelé a la persuasión con los restantes, y a media hora de la crisis nos retirábamos todos, hambrientos pero felices, a reposar en nuestro círculo de fuego.
Vale aclarar que Loynaz había dispuesto la diaria recogida de leña y su colocación circular alrededor del sitio destinado a dormir “para defendernos de la horrible plaga de mosquitos que día y noche infestaban el cayo” y que eran “tan bravos que un burro traído por Severiano murió a la primera noche de su residencia en el islote.”
El 8 de junio
Loynaz entrega formalmente su compañía de infantería a los generales Roloff y
Sánchez, llegados la noche anterior. Estos organizan la fuerza expedicionaria,
ratifican las medidas adoptadas por Loynaz y éste es nombrado jefe del estado
mayor de la división del general Sánchez. Se suceden nuevos brotes de
inconformidad en la tropa y se producen algunas deserciones. El 5 de julio de
incorpora a la expedición el general José María Rodríguez.Carlos Roloff
El ansiado arribo del vapor expedicionario se produce el 17 de julio. A las dos y media de la madrugada del 18 de julio toda la expedición está a bordo del vapor de ciento cincuenta toneladas y ciento nueve pies de largo, inmediatamente bautizado “José Martí”. Navega hacia el oeste, internándose en el Golfo de México y evitando los cruceros españoles que seguramente esperan en la costa norte de Cuba. El vapor pone rumbo al este directamente a la costa entre Trinidad y Tunas de Zaza. Se quiso desembarcar en la comarca espirituana para aprovechar el ascendiente del general Sánchez en el suelo donde nació y pasó diez años combatiendo.
Loynaz, atento al significado histórico, nos recuerda que se conmemora el natalicio de Bolívar ese 24 de julio cuando echan ancla en aguas cubanas. Nuestro autor cierra así este capítulo:
La expedición del vapor “José Martí” desembarcada el 24 de julio de 1895 en Punta Caney, inmediata a Tunas de Zaza fue la más grande que en toda la guerra llegó a los campos de Cuba. Iban bien armados y pertrechados los expedicionarios y conducían para brazos cubanos 50 rifles más…La memorable noche del 24 de julio de 1895 transcurrió sin incidentes, con los expedicionarios durmiendo en el suelo de Cuba Libre sobre la arenosa playa del desembarco.
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