Wednesday, May 31, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XXII

 




Por Guillermo A. Belt

 

Había que aprovechar la traslación de las tropas españolas al territorio de Cienfuegos – obtenida por la rapidísima maniobra de retroceso – con una penetración a fondo en la provincia de Matanzas, adelantando cuanto lo permitiera la ausencia de obstáculos en la nueva dirección a Occidente.

Así describe Loynaz del Castillo el nuevo objetivo de la columna invasora. Partiendo de Aguada de Pasajeros, las fuerzas cubanas marchan con máxima celeridad hasta las diez de la noche cuando acampan en el ingenio Domínguez, inmediato a la población de Calimete. Y continúa el autor de Memorias de la guerra.

Era Calimete un punto de etapa en los continuos movimientos realizados por las columnas españolas, y lo ocupaban de continuo tropas considerables. Las que teníamos ahora al frente iban a probar que eran las de más alto temple desplegadas frente a la Invasión.

Ocupaba esta plaza el batallón español de Navarra, fuerte de ochocientos cincuenta soldados y una guerrilla de caballería, al mando del teniente coronel Perera, que gozaba merecida fama de habilidad y valentía.

Antes de salir el sol las tropas cubanas están en sus puestos de combate. Como de costumbre, al centro el General en Jefe Máximo Gómez con su Estado Mayor y escolta; a continuación, la infantería al mando del coronel Vidal Ducasse, parapetada en el ingenio; a la derecha, el Lugarteniente General Antonio Maceo, su Estado Mayor y escolta, con fuerzas de caballería; y a la izquierda de Gómez, el mayor general Serafín Sánchez, con su Estado Mayor, escolta y la caballería de Las Villas.

Las tropas españolas presentan batalla en tres grandes cuadros, asentados en las guardarrayas de los cuadriláteros de cañas. Sobre ellos se lanzó a la carga toda la caballería cubana; a la derecha, los generales Gómez y Maceo; a la izquierda, el general Serafín Sánchez.

Al lado del gran villareño me tocó cargar porque había ido a llevarle la orden del general Maceo. A escape, los machetes en alto, llegamos al cuadro y abrióse a nuestro empuje la brecha ensangrentada. Cuando parecía todo él desmoronarse, en confuso remolino de bayonetas y machetes, cortó nuestra acometida la columna española del general García Navarro, que llegaba a la carrera. Los pocos jinetes que penetramos al cuadro al lado del general Sánchez pudimos con dificultad retroceder, abriéndonos paso hacia los nuestros, que no lograron entrar.

El general Sánchez alinea de nuevo su caballería, pronuncia una breve arenga y la lanza de nuevo a la carga. Esta vez los jinetes cubanos llegan a dos metros del muro de bayonetas pero se ven obligados a retirarse ante numerosas bajas causadas a hombres y caballos por la fusilería enemiga. Loynaz del Castillo relata lo sucedido a continuación de esta segunda carga.

Rojo de ira, el general Sánchez rehízo a gritos y planazos su maltrecha caballería y a su frente, espoleando el caballo ya herido, se lanzó, delantero en la línea, como a buscar la muerte. Esta vez no llegaron tan lejos sus jinetes, desparramados por la fusilería. A contenerlos, a desplegarlos otra vez contra el cuadro mortífero, corrió el general Sánchez, frenético, pero a su lado llegaba al galope el teniente coronel Mariano Sánchez Vaillant, ayudante de Maceo, con la orden de desistir del nuevo asalto. Llovían los proyectiles enemigos. El teniente coronel Sánchez recibió uno en el pecho. La caballería villareña, desplegada en orden abierto, recibía sin contestarlas las descargas españolas. En aquel instante llegó allí el general Máximo Gómez, junto al caudillo de Las Villas: “Deje eso, General, ya se ha hecho bastante.” El general Sánchez hizo replegar su fuerza a más abrigado sitio, y, pie a tierra, aguardó nuevas órdenes.

Loynaz regresa a la casa del ingenio, donde Maceo refuerza con sus jinetes desmontados la infantería de los hermanos Ducasse, atrincherándolos frente al asalto de la infantería española. La carga de caballería de Gómez y Maceo se había estrellado ante el valladar de bayonetas, al igual que la de Sánchez. Comprendiendo que era inminente ahora una fuerte ofensiva del enemigo sobre la casa de ingenio, allí acumulaba el general Maceo toda la fuerza de que podía echar mano.

Los cubanos rechazan el ataque español, tras lo cual se produce una tregua para que ambos bandos puedan recoger sus muertos y heridos. Los españoles regresan a sus posiciones originales a la orilla de Calimete. Maceo reorganiza sus tropas, vuelve a montar sus improvisados infantes, y la columna invasora emprende la marcha por el camino real, ahora desguarnecido. Atrás quedan más de veinte muertos y más de ochenta heridos, presurosamente atendidos y alejados del combate.

Esta larga y sangrienta jornada terminó al acampar a las ocho de la noche en la finca Coabilla, de cuyas abundantes cañas se aprovisionaron las tropas cubanas, de temple férreo para resistir las marchas más agotadoras…Tal fue la jornada de Calimete, la más dura y reñida de toda la campaña de la Invasión.

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