Por Vicente Morín Aguado.
(III) El desarrollo
desigual de la humanidad.
Si un acontecimiento de
alcance universal muestra a todas luces el desarrollo desigual de la historia es
el bien llamado descubrimiento, cuyo protagonista inicial fuera Cristóbal
Colón, a quien igualmente le cabe en justicia el largo título que le
adjudicaron los Reyes de España: Gran Almirante de la Mar Océana.
Si aceptamos que descubrir
significa quitar el velo, la capa que oculta algo, no caben dudas de que eso
hizo Colón para la mayor parte de humanidad, completando así, de forma
efectiva, la comprensión de nuestro planeta como un mundo único, redondo cual
enorme pelota celestial.
Ningún descubrimiento parte
de cero, había sospechas de ese mundo ignoto antes del primer viaje colombino,
sin embargo, no era noticia cierta, confiable y precisa. Menos aún, y este es
el aporte principal del genovés, dar el viaje de ida y regreso en un tiempo
razonable para las expectativas de su época, estableciendo así, para siempre,
la conexión ecuménica del mundo.
Una pregunta viene al
caso: ¿Por qué el descubrimiento se origina en Europa? La iniciativa, la
dirección del suceso, vino de Este a Oeste y no al revés. La respuesta está en
el desarrollo desigual de los pueblos, hasta hoy una constante de la historia
universal.
Acudo al Padre Bartolomé
de las Casas, quien copió y salvó para nosotros el Diario de Navegación del
primer viaje de Colón. Un extracto del contacto inicial con los que luego
serían llamados en su conjunto, americanos, dice:
“No tienen algún hierro:
sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un
diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura
de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de
heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron
cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y
se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por
cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy
presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían
cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro
Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que
aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en
esta isla». Todas son palabras del Almirante.” (www.librosmaravillosos.com Cristóbal Colón, Diario de abordo)
A pesar de la simplicidad
de su vida, estos humanos ya experimentaban en carne propia el desafío de otros
similares a ellos, que sin estar los europeos de por medio, venían a tomarlos
por la fuerza.
Durante milenios, las
diversas culturas humanas practicaban, según sus posibilidades, la hoy
detestable acción de someter a los vencidos a su arbitrio, obligándoles a
trabajar para los vencedores. Aunque para los populistas que hoy abundan, interpretando el pasado con los
conceptos alcanzados hoy, la conquista y colonización significan un pasado
horrendo y condenable, debemos decir que NO, fueron parte obligada de la forja
que le ha permitido a la humanidad llegar hasta el presente. Lo repudiable es
intentar seguir aplicando, cinco siglos después, lo que en su tiempo era
inevitable.
El conocimiento de la
conquista de América prueba que el asunto es parte reiterativa del desarrollo
social de la humanidad. Los Aztecas, cito solo un caso relevante, etnia líder
entre otras muchas rivales que habitaban el valle de México, crearon un estado
que ejercía dominio sobre las poblaciones vencidas por ellos. Recibían tributos
en especie, junto a cierto número nada despreciable de humanos privados de
libertad, literalmente esclavos. Una parte de esta servidumbre era sacrificada
a los dioses en liturgias que incluían el canibalismo.
La esclavitud pervivía en
el medioevo, no fue una idea colombina, tampoco ajena a las culturas africanas
al sur del Sahara. Está probado que unos africanos cazaban a otros,
vendiéndolos por partidas a los comerciantes europeos, establecidos en la
costa, lejos de los peligros múltiples de la selva.
No vamos a condenar ni a
los aztecas ni a los reyezuelos africanos por tales prácticas, porque lo
haríamos según la moralidad adquirida tras largos siglos de luchas sociales. Lo
esencial es que, la idea de esclavizar, someter a los vencidos, tiene una muy
antigua data, lo peor es que ha sobrevivido peligrosamente hasta hoy.
No obstante, sin lugar a
dudas, la Europa del renacimiento, ya en pleno siglo XVI, debatiéndose entre La
Inquisición y los adelantos de la Ciencia, contenía el mayor progreso alcanzado
por la humanidad hasta entonces. Los Estados Nacionales, cimentados mediante el
absolutismo monárquico, por muy antidemocráticos que fueran, representaban una
unidad de poder, una organización coherente de seres humanos bajo leyes
estatales, un aparato burocrático capaz de hacerlas cumplir, junto a un
despliegue de la manufactura y el comercio, apoyados en la suma de lo más
productivo de la ciencia y la tecnología del mundo conocido.
Se agrega la experiencia
histórica también acumulada, de guerras de conquista, así como de la
administración y manejo de los sometidos. El conjunto significa en una línea
cronológica no menos de un milenio de ventaja respecto a las relativamente muy
jóvenes culturas del nuevo mundo que para ellos acabó por develar el Gran
Almirante genovés.
La palabra Nuevo Mundo se
ajusta perfectamente a su significado histórico. Los estudios recientes-ADN,
fechados radio carbónicos, así como la acumulación de evidencias
arqueológicas-, prueban que la presencia humana en la masa continental así
llamada, se remontan a unos 30 o 40 mil años atrás. Para la arqueología es un
breve espacio de tiempo si consideramos que la humanidad surgió en África en
una escala del tiempo que supera ampliamente el millón de años.
La diferencia de un
milenio en el desarrollo histórico y no el tan citado uso de las armas de
fuego, explican mejor el éxito de un jefe hábil al mando de escasos cientos de
hombres, digamos Hernán Cortés o Francisco Pizarro, derrotando a decenas de
miles de combatientes, apoderándose de extensos territorios.
La experiencia histórica
demuestra que allí donde ya existían formas primigenias de dominación, estados constituidos,
ha subsistido hasta el presente la población autóctona. Parece una paradoja,
pero la respuesta está en que los dominadores indígenas prefirieron un mínimo
de privilegios en abierto o callado contubernio con el poderoso conquistador
foráneo, facilitando la tarea de los invasores.
Al mismo tiempo, el
estudio de las culturas del nuevo mundo arroja a todas luces que eran pueblos
en franco proceso de desarrollo, capaces de conquistas científicas y técnicas
de gran valor. La conquista y colonización no tienen justificación moral, se
explican por la ley del desarrollo desigual de la historia.
La diferencia entre europeos y americanos está en el conjunto, se expresa en elementos básicos de la cultura humana: la escritura como forma básica de trasmisión de conocimientos, la agricultura apoyada en numerosos ingenios mecánicos; el empleo de animales de tiro como El Caballo; el uso de la rueda; la navegación de altura; la fundición metalúrgica, que permite fabricar no solo las tan citadas armas de fuego, sino todo tipo de artefactos de labranza y otras muchas máquinas; y por último, lo más importante: la organización social, basada en el Estado Moderno centralizado.
La religión, siempre
controversial, jugó un gran papel, no puede soslayarse. Se trata de una
ideología monoteísta, bien estructurada, con su propia organización,
centralizada también, cuya doctrina básica es de fácil predicación y aceptación.
La unidad estado-religión, era muy fuerte y se apoyaba en propósitos comunes
bien identificados.
Junto al justo repudio por
la conquista y la colonización, visto en el sentido de experiencia histórica
que está fuera de lugar en la actualidad, el encuentro entre europeos,
asiáticos y africanos de un lado, y los aborígenes del nuevo mundo del otro,
dejó el saldo extraordinario de nuevas culturas. Surgieron los llamados
“pueblos nuevos”, según el decir del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro. El
cristianismo acendrado en Las Américas, contrasta por el mayor número de fieles
y su probada Fe, cuando se le compara con la pérdida de religiosidad de la
sociedad europea contemporánea.
Por si fuera poco, Los
Estados Unidos de América se convirtieron en la primera potencia mundial y
líderes de una forma de gobierno, herencia de la Grecia clásica dos mil 500
años atrás, establecida por primera vez en el Nuevo Mundo, hoy extendida a todo
el planeta como símbolo de la democracia. Ni siquiera los más autoritarios
dictadores dejan de copiarla, por más que sea para ellos letra muerta o imagen
pública de legitimidad necesaria.
Un simple repaso a través de los últimos cinco milenios del
devenir universal muestra, sin lugar a dudas, sucesivos momentos en los que
unos pueblos estuvieron a la cabeza del progreso, cediendo luego ese sitios a
otros. Los árabes, por ejemplo, sacudieron de la modorra medieval a la Europa
rural, fruto de la desintegración del otrora poderoso Imperio Romano. Hoy sin
embargo, el mundo musulmán se debate entre los que pugnan por dejar atrás
reglas de un pasado ya inaceptable, y los que desean eternizar la
discriminación de las mujeres, la organización en clanes familiares y hasta el
gobierno teocrático, propio de un estadio social fuera de la modernidad.
La humanidad de estos
tiempos ha sido capaz de crear una red de comunicaciones casi instantánea, uno
de cuyos éxitos es la capacidad de acumular en el pequeño espacio material de
un teléfono, todo el saber alcanzado durante cinco mil años desde que surgió la
escritura.
A contrapelo, los
genocidios étnicos no cesan, en unos países la gente vive regularmente más de
80 años, en tanto hay otros donde es difícil superar los 50. Para colmo,
todavía persisten en sus empeños conquistadores trasnochados, tratando de
retrotraer el mundo a los tiempos del nazismo.
En mi país, Cuba, un
dictador marioneta ofende el título de presidente de una nación, intentando
continuar la oscura saga de 60 años de violaciones de todos los derechos
humanos, cuya Declaración Universal ha sido firmada desde 1948, y ratificada
por sucesivos gobiernos cubanos, incluido el actual violador.
Lo peor es que, con tal de
conservar el poder, en medio de la catástrofe nacional, quienes ahora desmandan
buscan desesperadas alianzas con lo más retrógrado del universo político
internacional, apoyando a Rusia en su inaceptable invasión a Ucrania.
Los retrocesos históricos
también forman parte del desarrollo desigual, merecen un estudio aparte, porque
hay doctrinas como la marxista, que afirman un determinismo lineal ascendente,
ampliamente refutado por el decursar del tiempo.
Este ensayo continuará…
No comments:
Post a Comment