Monday, July 10, 2023

Desde el referente Cuba, una propuesta de interpretación de la historia. (III)


Por Vicente Morín Aguado.

(III) El desarrollo desigual de la humanidad.

Si un acontecimiento de alcance universal muestra a todas luces el desarrollo desigual de la historia es el bien llamado descubrimiento, cuyo protagonista inicial fuera Cristóbal Colón, a quien igualmente le cabe en justicia el largo título que le adjudicaron los Reyes de España: Gran Almirante de la Mar Océana.

Si aceptamos que descubrir significa quitar el velo, la capa que oculta algo, no caben dudas de que eso hizo Colón para la mayor parte de humanidad, completando así, de forma efectiva, la comprensión de nuestro planeta como un mundo único, redondo cual enorme pelota celestial.

Ningún descubrimiento parte de cero, había sospechas de ese mundo ignoto antes del primer viaje colombino, sin embargo, no era noticia cierta, confiable y precisa. Menos aún, y este es el aporte principal del genovés, dar el viaje de ida y regreso en un tiempo razonable para las expectativas de su época, estableciendo así, para siempre, la conexión ecuménica del mundo.

Una pregunta viene al caso: ¿Por qué el descubrimiento se origina en Europa? La iniciativa, la dirección del suceso, vino de Este a Oeste y no al revés. La respuesta está en el desarrollo desigual de los pueblos, hasta hoy una constante de la historia universal.

Acudo al Padre Bartolomé de las Casas, quien copió y salvó para nosotros el Diario de Navegación del primer viaje de Colón. Un extracto del contacto inicial con los que luego serían llamados en su conjunto, americanos, dice:

“No tienen algún hierro: sus azagayas son unas varas sin hierro, y algunas de ellas tienen al cabo un diente de pez, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vi algunos que tenían señales de heridas en sus cuerpos, y les hice señas qué era aquello, y ellos me mostraron cómo allí venían gente de otras islas que estaban cerca y les querían tomar y se defendían. Y yo creí y creo que aquí vienen de tierra firme a tomarlos por cautivos. Ellos deben ser buenos servidores y de buen ingenio, que veo que muy presto dicen todo lo que les decía, y creo que ligeramente se harían cristianos; que me pareció que ninguna secta tenían. Yo, placiendo a Nuestro Señor, llevaré de aquí al tiempo de mi partida seis a Vuestras Altezas para que aprendan a hablar. Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo papagayos, en esta isla». Todas son palabras del Almirante.” (www.librosmaravillosos.com Cristóbal Colón, Diario de abordo)

A pesar de la simplicidad de su vida, estos humanos ya experimentaban en carne propia el desafío de otros similares a ellos, que sin estar los europeos de por medio, venían a tomarlos por la fuerza.

Durante milenios, las diversas culturas humanas practicaban, según sus posibilidades, la hoy detestable acción de someter a los vencidos a su arbitrio, obligándoles a trabajar para los vencedores. Aunque para los populistas que hoy  abundan, interpretando el pasado con los conceptos alcanzados hoy, la conquista y colonización significan un pasado horrendo y condenable, debemos decir que NO, fueron parte obligada de la forja que le ha permitido a la humanidad llegar hasta el presente. Lo repudiable es intentar seguir aplicando, cinco siglos después, lo que en su tiempo era inevitable.

El conocimiento de la conquista de América prueba que el asunto es parte reiterativa del desarrollo social de la humanidad. Los Aztecas, cito solo un caso relevante, etnia líder entre otras muchas rivales que habitaban el valle de México, crearon un estado que ejercía dominio sobre las poblaciones vencidas por ellos. Recibían tributos en especie, junto a cierto número nada despreciable de humanos privados de libertad, literalmente esclavos. Una parte de esta servidumbre era sacrificada a los dioses en liturgias que incluían el canibalismo.

La esclavitud pervivía en el medioevo, no fue una idea colombina, tampoco ajena a las culturas africanas al sur del Sahara. Está probado que unos africanos cazaban a otros, vendiéndolos por partidas a los comerciantes europeos, establecidos en la costa, lejos de los peligros múltiples de la selva.

No vamos a condenar ni a los aztecas ni a los reyezuelos africanos por tales prácticas, porque lo haríamos según la moralidad adquirida tras largos siglos de luchas sociales. Lo esencial es que, la idea de esclavizar, someter a los vencidos, tiene una muy antigua data, lo peor es que ha sobrevivido peligrosamente hasta hoy.

No obstante, sin lugar a dudas, la Europa del renacimiento, ya en pleno siglo XVI, debatiéndose entre La Inquisición y los adelantos de la Ciencia, contenía el mayor progreso alcanzado por la humanidad hasta entonces. Los Estados Nacionales, cimentados mediante el absolutismo monárquico, por muy antidemocráticos que fueran, representaban una unidad de poder, una organización coherente de seres humanos bajo leyes estatales, un aparato burocrático capaz de hacerlas cumplir, junto a un despliegue de la manufactura y el comercio, apoyados en la suma de lo más productivo de la ciencia y la tecnología del mundo conocido. 

Se agrega la experiencia histórica también acumulada, de guerras de conquista, así como de la administración y manejo de los sometidos. El conjunto significa en una línea cronológica no menos de un milenio de ventaja respecto a las relativamente muy jóvenes culturas del nuevo mundo que para ellos acabó por develar el Gran Almirante genovés.

La palabra Nuevo Mundo se ajusta perfectamente a su significado histórico. Los estudios recientes-ADN, fechados radio carbónicos, así como la acumulación de evidencias arqueológicas-, prueban que la presencia humana en la masa continental así llamada, se remontan a unos 30 o 40 mil años atrás. Para la arqueología es un breve espacio de tiempo si consideramos que la humanidad surgió en África en una escala del tiempo que supera ampliamente el millón de años.

La diferencia de un milenio en el desarrollo histórico y no el tan citado uso de las armas de fuego, explican mejor el éxito de un jefe hábil al mando de escasos cientos de hombres, digamos Hernán Cortés o Francisco Pizarro, derrotando a decenas de miles de combatientes, apoderándose de extensos territorios.

La experiencia histórica demuestra que allí donde ya existían formas primigenias de dominación, estados constituidos, ha subsistido hasta el presente la población autóctona. Parece una paradoja, pero la respuesta está en que los dominadores indígenas prefirieron un mínimo de privilegios en abierto o callado contubernio con el poderoso conquistador foráneo, facilitando la tarea de los invasores.

Al mismo tiempo, el estudio de las culturas del nuevo mundo arroja a todas luces que eran pueblos en franco proceso de desarrollo, capaces de conquistas científicas y técnicas de gran valor. La conquista y colonización no tienen justificación moral, se explican por la ley del desarrollo desigual de la historia.

La diferencia entre europeos y americanos está en el conjunto, se expresa en elementos básicos de la cultura humana: la escritura como forma básica de trasmisión de conocimientos, la agricultura apoyada en numerosos ingenios mecánicos; el empleo de animales de tiro como El Caballo; el uso de la rueda; la navegación de altura; la fundición metalúrgica, que permite fabricar no solo las tan citadas armas de fuego, sino todo tipo de artefactos de labranza y otras muchas máquinas; y por último, lo más importante: la organización social, basada en el Estado Moderno centralizado.

La religión, siempre controversial, jugó un gran papel, no puede soslayarse. Se trata de una ideología monoteísta, bien estructurada, con su propia organización, centralizada también, cuya doctrina básica es de fácil predicación y aceptación. La unidad estado-religión, era muy fuerte y se apoyaba en propósitos comunes bien identificados.

Junto al justo repudio por la conquista y la colonización, visto en el sentido de experiencia histórica que está fuera de lugar en la actualidad, el encuentro entre europeos, asiáticos y africanos de un lado, y los aborígenes del nuevo mundo del otro, dejó el saldo extraordinario de nuevas culturas. Surgieron los llamados “pueblos nuevos”, según el decir del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro. El cristianismo acendrado en Las Américas, contrasta por el mayor número de fieles y su probada Fe, cuando se le compara con la pérdida de religiosidad de la sociedad europea contemporánea.

Por si fuera poco, Los Estados Unidos de América se convirtieron en la primera potencia mundial y líderes de una forma de gobierno, herencia de la Grecia clásica dos mil 500 años atrás, establecida por primera vez en el Nuevo Mundo, hoy extendida a todo el planeta como símbolo de la democracia. Ni siquiera los más autoritarios dictadores dejan de copiarla, por más que sea para ellos letra muerta o imagen pública de legitimidad necesaria.

Un simple repaso  a través de los últimos cinco milenios del devenir universal muestra, sin lugar a dudas, sucesivos momentos en los que unos pueblos estuvieron a la cabeza del progreso, cediendo luego ese sitios a otros. Los árabes, por ejemplo, sacudieron de la modorra medieval a la Europa rural, fruto de la desintegración del otrora poderoso Imperio Romano. Hoy sin embargo, el mundo musulmán se debate entre los que pugnan por dejar atrás reglas de un pasado ya inaceptable, y los que desean eternizar la discriminación de las mujeres, la organización en clanes familiares y hasta el gobierno teocrático, propio de un estadio social fuera de la modernidad.

La humanidad de estos tiempos ha sido capaz de crear una red de comunicaciones casi instantánea, uno de cuyos éxitos es la capacidad de acumular en el pequeño espacio material de un teléfono, todo el saber alcanzado durante cinco mil años desde que surgió la escritura.

A contrapelo, los genocidios étnicos no cesan, en unos países la gente vive regularmente más de 80 años, en tanto hay otros donde es difícil superar los 50. Para colmo, todavía persisten en sus empeños conquistadores trasnochados, tratando de retrotraer el mundo a los tiempos del nazismo.

En mi país, Cuba, un dictador marioneta ofende el título de presidente de una nación, intentando continuar la oscura saga de 60 años de violaciones de todos los derechos humanos, cuya Declaración Universal ha sido firmada desde 1948, y ratificada por sucesivos gobiernos cubanos, incluido el actual violador.

Lo peor es que, con tal de conservar el poder, en medio de la catástrofe nacional, quienes ahora desmandan buscan desesperadas alianzas con lo más retrógrado del universo político internacional, apoyando a Rusia en su inaceptable invasión a Ucrania.

Los retrocesos históricos también forman parte del desarrollo desigual, merecen un estudio aparte, porque hay doctrinas como la marxista, que afirman un determinismo lineal ascendente, ampliamente refutado por el decursar del tiempo.

Este ensayo continuará…

 

 

 

 


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