Por Guillermo A. Belt
Con las armas se defienden las repúblicas, afirma
Cervantes en el capítulo XXXVIII de la primera parte del Quijote. En la
disyuntiva entre las armas y las letras planteada en esa cita se inspiró el
título de la serie de artículos publicados hasta la fecha sobre el sentir y
pensar de Enrique Loynaz del Castillo, para conocimiento de las juventudes que
dentro y fuera de Cuba tienen el derecho y el deber de llamarse compatriotas
suyos.
Varios años han pasado desde que leí por primera vez Escambray: la guerra olvidada, de Enrique Encinosa, por recomendación de mi amigo Tony de la Cuesta, historiador y profesor universitario quien por sobre todo combatió sin tregua por la libertad de Cuba. En el prólogo de su segundo y más detallado esfuerzo de investigación histórica, como él mismo lo califica, Encinosa nos dice:
La guerra de guerrillas en
Cuba –de 1959 a 1966- contra el régimen de Fidel Castro fue un conflicto que el
mundo desconoce o ha ignorado y la historia – escrita por los vencedores- ha
distorsionado.
Fue una guerra brutal y larga.
En Cuba, desde mediados de 1959 hasta finales de 1966, unos cuantos miles de
humildes – y mal armados- campesinos se enfrentaron, en lucha desigual, al poderío
militar del régimen de Fidel Castro. Sin suministros adecuados, acosados por
bien armadas huestes enemigas, los guerrilleros fueron eventualmente derrotados
pese a la furia y tenacidad con que combatieron.
Pese a todas las dificultades, la etapa de los
alzamientos guerrilleros merece ser estudiada profundamente. La guerra campesina abarcó las seis
provincias de la Isla, siendo la campaña militar más extensa llevada a cabo en
Cuba desde el inicio de la República en 1902. Desde los tiempos de los mambises
nunca se había combatido con tanta fiereza en suelo cubano.
Mucho me temo que nuestros
jóvenes compatriotas, tanto en Cuba como en el ya larguísimo exilio, saben muy
poco, o nada, de los siete años de guerra de guerrillas documentados por
Enrique Encinosa. Tampoco es probable que conozcan de la fiereza y el heroísmo
de los mambises que pelearon en nuestras tres guerras por la independencia: la
Guerra Grande, la Guerra Chiquita y la que Martí llamó la Guerra Necesaria.
Enrique Loynaz del Castillo tenía
14 años cuando conoció al general Serafín Sánchez, veterano de las tres
guerras, estando ambos en el exilio. Tanto insistió en unirse a la expedición
organizada por Máximo Gómez y Antonio Maceo en 1885 que Serafín Sánchez,
obtenida la anuencia del padre del adolescente, aceptó incorporarlo como
ayudante suyo. La esposa del general le confeccionó el uniforme: pantalones
largos, los primeros que vestiría, y una chamarreta.
Fracasado el intento debido a
complicaciones ajenas a los patriotas cubanos, Loynaz nunca dejó de trabajar
por la libertad de Cuba. Recaudó fondos, escribió artículos, fundó clubes
revolucionarios y periódicos en la República Dominicana y en Costa Rica.
Apadrinado por Serafín Sánchez y por el general Francisco Carrillo viajó a
Nueva York para conocer a José Martí, quien poco después lo envió a San José como
secretario de Antonio Maceo. Allí Loynaz hace amistad con el héroe y con su
hermano José, y salva la vida del vencedor de Peralejo cuando sufre un atentado
a la salida del teatro en la capital costarricense.
Diez años más tarde Loynaz logra
su propósito. Martí lo designa para acompañar a los generales Carlos Roloff y
Serafín Sánchez en la expedición que los llevaría a desembarcar en Las Villas
en 1895. El escritor y ahora guerrero, en su libro titulado Memorias de la
guerra, recoge episodios vividos a lo largo de la contienda, primero como
uno de los ayudantes de Maceo, luego en calidad de jefe del Estado Mayor del
general Sánchez. En la presentación del libro, Dulce María Loynaz dice lo
siguiente sobre las dotes de escritor de su padre:
No había olvidado su
elocuencia, pero lo que me sorprendía era que sin la carga emocional del
instante, del calor humano de las multitudes, ese combustible generador de
tanto noble empeño, desprovisto de todo en la soledad de su vejez, era también
capaz de cincelar un párrafo con elegancia casi clásica o llevarnos a
presenciar un combate con el dinamismo de una cinta cinematográfica.
En la serie de artículos cito
extensamente las palabras de Loynaz del Castillo describiendo combates,
principalmente aquellos en los que participó, porque nos llevan a presenciar el
heroísmo de las cargas al machete, así como la resistencia física y el valor de
la infantería mambisa. Los guerrilleros del Escambray y los que combatieron en
condiciones desiguales en las seis provincias contra el poderío militar de la
dictadura también lo hicieron heroicamente, esta vez con revólveres y escopetas
enfrentados a helicópteros, aviones, morteros y metralletas.
Los mambises del siglo 19 y sus sucesores en el siglo 20 dejaron lecciones de valor y perseverancia, tanto en el campo de batalla como en el exilio, que no debemos ni podemos olvidar. Valga el modesto esfuerzo de la serie sobre Memorias de la guerra como un aporte más a la memoria colectiva de los cubanos dispuestos a recobrar las libertades que nuestros mambises defendieron con las armas.
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