Monday, December 22, 2025

Un catalán visita La Habana (III y final)

 


Por Josep Pla

UNA SALIDA AL CAMPO

Gracias a estos amigos catalanes de aquí, poseedores de magníficos coches —los señores Bernades, Civil y Alemany—, he podido salir un poco de La Habana y visitar el paisaje de la isla de Cuba en una discreta profundidad Para nosotros, que manejamos la moneda que el destino nos ha deparado, Cuba es económicamente inasequible. Les doy las gracias a estos señores tan amables. Mejor dicho, les digo: Dios se lo pague, porque mis posibilidades devolutivas son escasas. Yo les deseo a ustedes una inmensa prosperidad y que la zafra sea abundante.

El paisaje que he visto de la isla de Cuba contiene una orografía muy amable. Es un país llano, ligeramente ondulado, de un verde perenne, lustroso, bruñido, radiante. Esto hace que el paisaje sea un poco monótono, porque el verde dado a chorros, como en este caso, es literalmente impintable. Sobre estos campos de un verde obscuro se levantan las palmeras reales.

Cuando se conocen las descripciones del P. Las Casas sobre esta isla y se compara aquel paisaje con el actual, uno queda como aterrado. Según el referido testimonio, Cuba era un país cubierto literalmente de árboles nobles, que no dejaban pasar el sol, que creaban una fronda separativa entre el clima del trópico y el terreno de base. Decir que este paisaje ha sido esquilmado sería decir muy poca rosa. La palabra es ésta: el paisaje ha sido arrasado. Es imposible encontrar un árbol noble: ni la caoba, ni el teque, ni el jacarandá, el árbol de tierra firme que existió en la isla de Cuba y del que no hay ni rastro. Han quedado diseminados sobre el verde del terreno, la palmera real, árbol prácticamente estéril, que da sólo el palmito, que comen los cochinos; la palma real es un magnífico árbol, un surtidor botánico, que a veces, combinado con sus vecinos, produce como liras arbóreas; al lado de sus troncos firmes, que parecen de cemento armado, nuestras palmeras tienen una decrepitud y envejecimiento permanente e ineluctable. La palma real está a veces rodeada de un parásito bellísimo, el filodendro, que llega a veces a ser tan activo que acaba por comerse la palma. Otros árboles de lujo son los flamboyanes, con su floración a veces azulada, a veces rosácea, y los hibiscus, aquí llamados marpacíficos, de coloraciones espléndidas, azuladas, magenta, acarminada.

Jardines de La Tropical


Quedan, por tanto, los árboles decorativos y de vistosidad. Las maderas buenas han sido implacablemente destruidas. Se han podido salvar algunas ceibas, porque para la gente del campo éste es un árbol tabú —que si se destruye puede producir desgracias—. Esta avidez de destrucción se comprende viniendo de la Península: la destrucción arbórea de la España central —que es el fenómeno histórico mayor de nuestro país— ha tenido en Cuba una proyección literalmente exacta. Pero si aquello fue destruido, ¿cómo no había de destruirse esto estando situado a cinco mil millas de impunidad?

La destrucción de la botánica ha creado el clima actual de Cuba —ha creado el contacto directo entre el sol del trópico y la tierra—. El sol sería muy distinto si tuviera que pasar por el filtraje espeso de los árboles. Mi idea es que los indígenas que habitaron esta isla antes de la llegada de los descubridores vivieron infinitamente mejor que los cubanos más ricos de la actualidad. Llega un momento en que el calor en la isla es literalmente asfixiante. ¿Cómo no ha de serlo, si las sombras son tan débiles y escasas?

El arrasamiento arbóreo de la isla ha creado una manera de ser: el odio a los árboles. Es el círculo vicioso observable en todos aquellos lugares donde los árboles fueron destruidos. En las maravillosas quintas de Marianao y de Miramar se construyen jardines como si los árboles no existieran, como si Cuba no fuera un país tropical, como si el jardín más adecuado fuera el de Los Ángeles o el de Dinamarca. Los arquitectos y los jardineros aplican a Cuba las fotografías de “House and Gardens” —o sea, fotografías exóticas, totalmente desplazadas—. Las combinaciones que podrían hacerse de sol y sombra con los árboles tropicales son prácticamente desconocidas. La extranjerización produce la pura ignorancia. Si no se hubiera inventado el aire acondicionado, estos magnates del peso que se hacen construir casas de madera apaisadas, de planta baja, lo pasarían muy mal.

Se dice aquí que el primer negocio es la caña de azúcar; el segundo, la política; el tercero (ya muy por debajo), el tabaco. La cosecha del año pasado produjo a Cuba siete millones de toneladas de azúcar, los cuales, terminadas las guerras, no acabaron de venderse en su totalidad. Este año el Gobierno ha limitado la zafra (la cosecha) a cuatro millones de toneladas, para mantener los precios. Cuba está siempre así: pasa de las mayores alturas de la prosperidad a la miseria, o casi. Y es que en Cuba el atraso de la agricultura es fenomenal. El terreno es riquísimo, no hay más que rasgar literalmente la tierra para sembrar, no se necesitan abonos, se dan tres cosechas anuales, llueve en verano casi cada día. Suele llover casi cada día a primeras horas de la tarde —un chubasco que cae desde un cielo obscuro y aborrascado, con pirotecnia eléctrica—, chubasco que refresca la atmósfera un momento y que al día siguiente, por evaporación del agua de la tierra, crea las mañanas de Cuba, irrespirables. A pesar de estos fenómenos básicos, este país, debido a su atraso agrícola, pasa de la prosperidad a la miseria sin casi solución de continuidad. Todo depende de una sola cosa: de la cosecha de azúcar y de su venta. No es necesario decir que los años de prosperidad del país coinciden con las etapas de guerras y perturbaciones mundiales.

Central Fajardo, Quivicán


He oído decir a personas conocidas por su información, que la colonización agraria se produjo mal, fue realizada por indígenas (generalmente esclavos) bajo propietarios generalmente gallegos o asturianos. A estos importantes connacionales no se les puede negar la tenacidad y el gusto del trabajo. Pero quizá sus conocimientos agrarios no sean tan importantes. Se dice en Cuba que si la colonización la hubieran realizado catalanes y valencianos se hubiera podido producir un país de pluricultivo que hubiera puesto la isla al abrigo de sus crisis intermitentes. Recojo lo que me han dicho. Valencianos hay poquísimos en Cuba. Los catalanes se dedicaron al comercio, que es la característica del país, y muchísimos triunfaron. Los catalanes han dejado un recuerdo de dureza y de seriedad, precisamente por su poca tendencia al relajo. ¿Será posible eliminar el relajo en Cuba? Ello lo dirán los norteamericanos.

Me acuerdo ahora de aquella vieja canción de negros y mulatos de los bohíos y de los ingenios de caña que tiene un fondo económico tan acusado:

¡Yo no tumbo caña,

que la tumbe el viento,

que la tumbe Lola

con su movimiento!…

Esta es una vieja canción deliciosa, ¡una vieja canción, chico, de relajo! ¡En Cuba las criaturas se llaman viejos entre sí, y los viejos, chicos! En Cuba se habla un castellano que para mí ha sido inextricable. La nasalidad que usan en el hablar y la devoración que realizan de los finales de palabras crean variantes fonéticas sensacionales. La persona de aspecto acomodado es llamado por el pueblo comandante o doctor. “¡A sus órdenes, comandante!” “¡Le parqueo, doctor!”, oí que decía un negrito encargado de un aparcamiento, a un amigo que me transportaba en su “Pontiac”. Se conoce que un cubano se encuentra ante una dificultad cuando afirma: “¡No hay problema, chico, no hay problema!”.

En fin, de conjunto, la cosa es muy parecida a lo que llamamos la pura caraba.

El arrasamiento del paisaje hace que el hombre tenga una relativa defensa contra el clima. En este país tropical los árboles de los jardines de la Habana son generalmente escuálidos. A pesar del bochorno permanente, la existencia humana es muy limpia. La Habana —y Cuba entera, supongo— tiene dos momentos. Hasta las seis de la tarde la gente corriente tiene un aspecto; después de las seis —es decir, después de la ducha— aparece con un aspecto perfectamente aseado. En las casas —me aseguran— no hay parásitos. Llega uno a una casa y lo primero que le dicen es:

—¿Quiere usted ducharse?

El clima manda.

En el campo los lugares realmente frescos son los bohíos, los tejados de palma, excavados en la tierra, lo que mantiene el frescor, y dejan pasar la brisa, porque la vertiente que hacen los palmitos no llega al suelo. Los pueblos dan una inmensa impresión de precariedad. Todos son iguales. Se agrupan generalmente en las encrucijadas de las carreteras —casas con porches rectangulares de planta baja—. Los porches de las casas contiguas forman como largas galerías, en las cuales hay siempre un hombre o una mujer sentados en una mecedora, dándose un poco de aire. Los negritos y mulatos de ambos sexos suelen estar siempre —tanto en la ciudad como en los pueblos— en las esquinas de las cuadras, hablando, gesticulando o mirando con un aire pasivo y triste lo circundante. Los pueblos suelen estar rodeados de campos de hierbas, donde pacen las vacas; de campos de caña de azúcar y —en mucha menor escala— de plantas de tabaco. Los campos de papas y de maíz suelen ser también abundantes. Suelen verse también árboles frutales en abundancia. Esta fruta tropical es excelente —me aseguran— comida en el árbol. Viajada, es insípida y dulzona, porque se pasa con gran facilidad. Prefiero un melocotón —o una uva— secano de mi país, que toda esta prehistoria frutácea.




Mi querido y viejo compañero Vicente Bernades nos obsequió con un arroz criollo en el Rancho Luna, de los alrededores de la Habana. Primero apareció un cóctel inventado por un catalán, el “Daiquirí”, formado por ron, jugo de naranja, jugo de limón y hielo picado. Muy agradable. Después comimos un cóctel de frutas, insignificante. Luego llegó el gran plato: arroz a la criolla, fenomenal, sabroso-sabroso, para decirlo en plata. Nos sirvieron primero el pollo, luego, el arroz hervido; luego el mojito, o sea la salsa, luego el plátano y las papas fritas, y, finalmente, los huevos. Comido todo junto resultó sensacional, gustoso, inolvidable. Luego aparecieron los helados, el café hecho con barretina —porque en el país no hay máquinas— y a base de hervir el café con el azúcar, y, finalmente, el ron y los magníficos cigarros, sedosos, incuestionables. Una comida semejante hubiera requerido un gran vino. Pero en Cuba no hay vino más que para los multimillonarios. En Cuba la bebida corriente es la cerveza, que es —comparada con la europea (y no digamos con la alemana)— simplemente pasable. A la cerveza le ha salido un mal enemigo: la coca-cola americana. Hay aparatos para beber coca-cola en todas las esquinas. Paso.

Yo tenía de Cuba ideas absolutamente fantásticas, como lo demuestra este artículo jalonado de sorpresas. Suponía que en este país había monos y monas, papagayos, loritos y cotorras. Me hubiera gustado llegar a casa con uno de estos pajarracos. Pero no he visto nada de esto en la superficie cubana. Me ha parecido que la isla contiene escasísimos pájaros. No hay por otra parte animales dañinos, ni serpientes, ni ferocidades de esta clase. No hay de dañino más que una especie de araña, que puede encontrarse incluso en la calle. Hay una especie de buitre, que llaman la aura tiñosa, respetado, porque come los residuos de las bestias muertas. Estos pajarracos grisáceos vuelan sobre los campos verdes, a baja altura, husmeando la carroña abandonada. ¿De dónde sacaron, pues, las cotorras que transportaron a nuestro país los indianos? ¿Dónde las compraron? Me hubiera gustado regresar con un recuerdo pajaril de Cuba, pero el fracaso ha sido completo. Sospecho que la zoología se terminó en Cuba cuando fue arrasada la botánica, la selva virgen de que habla el P. Las Casas.



El tabaco, en Cuba, es excelente, es sedoso, aterciopelado, denso, impregnado de bochorno y de humedad tropical. Pero es carísimo. Las viejas familias —muchas catalanas— del tabaco han retrocedido de sus posiciones económicas tan brillantes. El Gobierno no permite importar maquinaria para las fábricas y evita de este modo la desocupación obrera, lo que encarece el producto desmesuradamente. Visité el Museo del Tabaco y la fábrica de “La Corona”. Los cubanos de ambos sexos son muy hábiles en la artesanía de producir magníficos cigarros —estos magníficos cigarros que yo, ¡Dios mío!, no puedo, por prescripción facultativa, fumar—. Es triste llegar al emporio del tabaco con una orden que dice: ¡no fumarás!

Otro de los obstáculos que hay que evitar en Cuba es la presencia de sensualidad. Yo, como todos los viajeros, he desembarcado en la Habana con unos presupuestos mentales producidos por la tradición, las viejas imágenes y todo un mundo de recuerdos, según los cuales aquí todo es fácil, asequible y barato. Es un error profundo. La Habana es una ciudad vertiginosa, activa, animada, de trabajo. Es ciertamente una ciudad agradable para los que tienen dinero; pero aquí como en todas partes, si el dinero es fácil para algunos, cuesta mucho de ganar. Se vive a la americana: todo a plazos. La pesadez del clima hace que el trabajo no sea precisamente cómodo. El tiempo es escaso para la frivolidad. Las personas de color se contonean a la primera de cambio. Las danzas son picantes. Pero esto es demasiado habitual aquí para producir un interés desusado. La sensualidad de Cuba la lleva el turista como otra maleta en su equipaje.

LA ERMITA DE LOS CATALANES EN CUBA

El papel jugado por los catalanes en la historia moderna y contemporánea de Cuba ha sido sobradamente relatado. La ciudad colonial de la Habana recuerda constantemente la Barcelona ochocentista, con algunos elementos sobrepuestos gaditanos. En la capital cubana hay una vieja institución de beneficencia llamada la “Societat de Beneficència de Naturals de Catalunya”, que tiene ciento trece años de existencia y una historia ejemplar y admirable. Es la sociedad decana de todas las similares de la Península establecidas en Cuba y las preside por derecho propio. Preside en los presentes momentos la institución don José Tous Amill, y es uno de los miembros más destacados de la Directiva don Juan Alemany, director general de los Servicios de Inmigración de la República de Cuba, cargo de gran responsabilidad.

Antigua Ermita de los Catalanes

La “Societat de Beneficència” poseía en La Habana la célebre ermita de Nuestra Señora de Montserrat, que, al proyectarse el monumento a José Martí, quedó afectada por las obras a realizar. La ermita era conocida en toda la isla por la Ermita de los Catalanes; era el nexo espiritual que unía a todos los catalanes de Cuba en los sentimientos y en las esperanzas de la patria lejana.

La “Societat de Beneficència” acordó construir otra ermita en el lugar más adecuado de los alrededores de la ciudad, y al efecto fue comprado un terreno junto a la doble vía que conduce a Rancho Boyeros, una ligera altiplanicie que domina con amplitud magnífica el paisaje perennemente verde de la tierra cubana. Junto a la vía de acceso transcurre un riachuelo delicioso, llamado el Cristal, cuyas riberas están como adormecidas en una densa y fresca manigua tropical.

De la ermita que fue derrocada fue salvado todo lo que tenía un valor sagrado o simbólico: algunas vidrieras de elevada calidad, el pétreo sello de la Sociedad y el monumental escudo que figuraba sobre el arco de la entrada


Actual Ermita de los Catalanes

Se planteó entonces el problema de saber qué estructura arquitectónica había de construirse en el terreno comprado, y entonces ocurrió un hecho que, por estar relacionado con una de mis obras, silenciaría de muy buena gana, pero que los directivos de la Sociedad me obligan a contar. Resultó, pues, que a la vista de la fotografía de la iglesia de S’Agaró y de la descripción consiguiente, contenida en mi “Guía de la Costa Brava”, algunos directivos de la Junta, sobre todo don Dionisio Civil, sugirieron que fuera una réplica de la iglesia del arquitecto Folguera la que se construyera en el terreno comprado. Aprovechando uno de los viajes a nuestro país del vicepresidente de la “Beneficència”, señor Roca Huguet, dicho señor visitó S’Agaró, quedó ante la iglesia maravillado y de parte de don José Ensesa encontró todas las facilidades. La sugestión, pues, fue aprobada.

He visitado la iglesia y he quedado asombrado del esfuerzo y de la tenacidad que nuestros compatriotas han puesto en esta obra memorable. La obra, que conserva todo el espíritu aéreo que Folguera dió a la construcción original, ha sido llevada a cabo por el maestro de obras Cuscó, que mantiene en la isla la tradición de la gracia de la construcción catalana. El arquitecto Sert, que ha visitado hace poco la ermita —Sert es uno de nuestros compatriotas más estimados en la vanguardia arquitectónica de este hemisferio—, ha hecho grandes elogios de la elegante Ermita de los Catalanes de Cuba.

Yo he pasado la tarde del domingo día 15 de agosto en la Ermita de los Catalanes de Cuba. Algunas personas de la Directiva se tomaron el trabajo de acompañarme. Fueron unas horas de emoción inolvidable.

Saturday, December 20, 2025

Un catalán visita La Habana (II)

Vista aérea de El Vedado

 

Por Josep Pla


LA IMPORTANCIA DE LA VIDA SOCIAL


Después de la etapa del primer ensanche siempre hacia el sur y sobre el litoral, se produjo la urbanización llamada del Vedado. Entre la ciudad colonial —que es una mezcla muy acusada de casas de la Barceloneta, del San Gervasio ochocentista con algún matiz andaluz muy acusado— y el primer ensanche, se produjo un gran contraste. El contraste entre la pequeñez ochocentista del ahorrador frenético y las primeras petulancias, generalmente glaciales, de la monumentalidad. El Vedado fue un retorno a la casa individual, a la residencia propia rodeada de jardincillos caseros, con el porche delante, que sirve al criollo para sacar la mecedora a su sombra y pasar el rato. El Vedado ha sido el primer barrio residencial propiamente dicho de La Habana. Creo que fue, en gran parte, una consecuencia de la ampliación del Malecón realizada por el presidente Machado.



Ahora el Vedado, que tiene como límite meridional el curso del riachuelo Almendares, ha quedado insertado en la vida normal de la ciudad, y sobre el mismo se levantan sus edificios más importantes. Aquí están las estaciones de radio —que en Cuba son numerosas— y la televisión —que es importantísima—. Hay al menos cuatro o cinco canales de la televisión, que para un país como Cuba, de cinco millones de habitantes, es definitivo. El cubano del Vedado tiene su coche, el frigorífico, la radio, las máquinas de lavar y planchar, el teléfono para no ir al mercado y el aparato de la televisión. El terreno, la casita y todos estos aparatos los ha comprado a plazos, pero ¿qué más da? Si los Estados Unidos compran el azúcar, es perfectamente lógico y natural que los cubanos compren las mercancías de la industria norteamericana. La prosperidad de Cuba se basa en el azúcar y el tabaco, cuando los Estados Unidos compran. Si no compran, por la razón que sea, la cosa no es tan brillante. Es decir: Cuba es un complemento de la agricultura de los Estados Unidos. Este hecho, que en tiempo de paz es aleatorio, con las últimas guerras ha dado resultados muy brillantes.

En la América Central y del Sur se repite mucho una palabra que, a pesar de implicar un punto de cursilería, es de general aceptación: es la palabra lindo. En el Vedado todo es “lindo”: las casitas, los jardincillos y todo lo demás es lindo. En general, el tono de vida es muy elevado, muy brillante, y la vida social, muy activa. Las formas externas de la vida habitual son francamente norteamericanas, con la ventaja de que en Cuba el servicio es relativamente abundante, porque la población de color ofrece todavía bastantes posibilidades. Si resucitaran los viejos indianos del siglo pasado, tan ahorradores, de vida tan estrecha y hasta misérrima, no comprenderían estas nuevas formas de vida, tan distintas de las que emplearon para amasar sus fortunas. El ritmo de la vida es intenso; el gasto, considerable, y la lucha, agitada. Ante nuestras formas de vida, cada día más mortecinas y arcaicas, asfixiadas por un burocratismo entorpecedor cuando no inepto, el libre desenvolvimiento de la actividad individual y el general deseo de ascensión social de este país constituye un espectáculo admirable.


El cubano es muy amable, tiene quizá una tendencia a la exquisitez y a la pastelería social, que contrasta con la creciente brusquedad europea —a pesar de que me aseguran que las buenas maneras se terminaron hace ya algunos años—. Lo que me parece indudable es que la “acción” cada día pesa más, que el trabajo es el factor esencial.

Si uno abre los periódicos, queda sorprendido por la importancia abrumadora que se da en ellos a la vida social, a las notas de sociedad. Se dedican páginas y páginas enormes a la descripción de fiestas y de reuniones, efemérides familiares y “cock-tails parties”, con la enumeración rigurosa de las personas de ambos sexos que en ellas brillaron. Nuestras maneras europeas, llenas de mal humor, de bilis y de sarcasmo, nos hacen encontrar esta literatura empalagosa y de una extremada futilidad. Ello es debido a que nuestro burguesismo está en crisis desde hace bastantes años, mientras que en América está en plena efectividad. Si ustedes abren la prensa norteamericana, sobre todo la prensa provincial, se encontrarán con las mismas páginas de la prensa cubana. Estas descripciones no son más que fenómenos de emulación social, porque todo el mundo se considera obligado a ser más que el vecino. En Norteamérica el vecino es un reactivo constante, todo se hace para superarlo. La consecuencia es obvia: la emulación hace que el comercio marche, que, en definitiva, es lo esencial. Sin una determinada cantidad de amor propio, sin la voluntad de mantener un tono y de acrecentarlo, sin grandes cantidades de petulancia difusa y social no puede haber prosperidad.

De todo esto Cuba está muy bien provista. La Habana crece sin cesar. El Almendares ha sido rebasado por encima de sus aguas y por debajo de ellas, se han formado siempre hacia el sur y sobre el litoral los repartos o barrios modernísimos de Marianao y de Miramar, que son los espacios residenciales más importantes de la ciudad. Esta proyección sobre el campo cubano tiene en sus extremos los grandes clubs, del tamaño del Yacht Club y del Country Club, que son muy elegantes. En estos barrios hay modernísimas iglesias con aire condicionado, y todo se hace pensando no ya en Florida (que es de la época del Vedado), sino en la Super-Florida, o sea en California y los Ángeles. Barrios de residencias de una arquitectura muy aceptable, con espaciosos jardines en los que las esbeltas palmas reales ponen una nota inconfundible y grandes avenidas —ahora en plena construcción— para unirlas a los barrios de la actividad comercial. Estas urbanizaciones son realmente notables y, si no estoy equivocado, fueron dibujadas por Forrestier, el de los jardines de Barcelona, por encargo de Machado. 


Cabaret Tropicana

En Marianao está este prodigioso cabaret metido en la verdura cubana, motivo de satisfacción para los nativos y gran sorpresa de los norteamericanos, que, al parecer, no pueden presentar una cosa semejante: el Tropicana. Este establecimiento, aparte de sus salas de juego deslumbradoras, de sus “shows” de mulatas impresionantes y de su orquesta, que, según me dicen, está formada por un grupo de muchachos de Barcelona que ha tenido en los Estados Unidos un éxito muy notable, ofrece características arquitectónicas verdaderamente sorprendentes y de una gran novedad. Sobre un escenario profundo se levantan unos arcos ilusoriamente superpuestos, pero sueltos y desconectados, de manera que entre ellos se levantan las más elegantes palmas y la botánica más fresca y lustrosa de los alrededores de La Habana. Esta botánica manchada por la luminotecnia más moderna y contemplada con una cartera abundante, es un auténtico sueño de una noche de verano —que en Cuba es la noche tropical—. Animales femeninos prodigiosos y turistas americanos.

Estamos, pues, ante una nueva concepción californiana de La Habana, basada en la amplitud de los espacios y en residencias elegantes. Ello hace que la ciudad sea cada vez más vasta, lo que quiere decir que si no se dispone de un coche, propio o prestado, todo es inasequible y lejano. Yo tengo que agradecer a estos amigos catalanes de aquí sus abrumadoras muestras de afecto, que me han permitido hacerme cargo de una ciudad y de un paisaje que por mis propios medios no hubiera alcanzado en mucho tiempo.

La Habana es una impresionante ciudad y una escala muy útil para entrar en los Estados Unidos. Constituye, en cierta manera, una iniciación a la vida americana —la escuela de párvulos de la vida americana—. El pasado de Cuba es ya remoto y tan delgado, que dentro de poco será inencontrable. Cuba está en la frontera misma de la etapa histórica que nace.

Friday, December 19, 2025

Los posts más leídos del año

 Como cada año les presentamos la lista de los posts más leídos de nuestro blog. No se trata de una competencia sino de ofrecerle a los lectores a los que pudieron escapárseles este o aquel artículos la oportunidad de visitarlos. En los lugares 13 y 14 la aparición de títulos adicionales obedece al empate en número de visitas.



1.- Memorias indóciles: Una masacre olvidada en la historia de Cuba por Isabel Soto Mayedo

2.- A 31 años del Maleconazo:  La memoria de un pueblo sin memoria por Enrique Del Risco

3.- Un cubano en la OEA  XVIII (Final) por Guillermo A. Belt

4.- APUNTES PARAUNA HISTORIA DE AGUADA DE PASAJEROS por Antonio Gómez Sotolongo

5.- Fracturas del castrismo por Pedro Corzo

6.- Operación Makasi por Pedro Corzo

7.- Los crímenes secretos de Fidel en México por Ranfis Suárez

8.- El 'tarifazo', la STASI y la represión castrista por Roberto Álvarez Quiñones

9.- José Martí y el totalitarismo por Eduardo Lolo

10.- La verdad oculta del último vuelo de Camilo Cienfuegos por Ranfis Suárez

11.- Cómo Fidel Castro se convirtió en pandillero por Ranfis Suárez

12.- Fallece el historiador Leopoldo Fornés-Bonavía Dolz por Felipe Lázaro

13.- A la muerte de Max Lesnik por Rolando Alum

Entrevista a Felipe Lázaro por Luis de la Paz

14.- El piloto derribado por el gobierno cubano debería ser recordado en su natal North Hudson por Rolando Alum

Minúsculahistoria del anexionismo en Cuba por Enrique Del Risco

Un catalán visita La Habana (I)

 

Josep Pla, uno de los periodistas y escritores catalanes más importantes del siglo XX visitó La Habana en agosto de 1954 como parte de una encomienda del semanario Destino. El objetivo principal era escribir una serie de reportajes sobre Estados Unidos que se publicarían primero en Destino y luego aparecerían recogidos en su libro Viaje a América. Su visita a La Habana es un retrato tanto de la ciudad en 1954 como de las nociones predominantes en la España de la época sobre su antigua colonia y de los Estados Unidos en una suerte de Bienvenido Míster Marshall -la magnífica comedia de Berlanga- en dirección contraria.


CARTA DE CUBA

Por Josep Pla

EL “Guadalupe” fondeó en la Habana frente a la Lonja Comercial, que es un edificio moderno, bastante vulgar y a dos pasos de la Aduana, fábrica poco atractiva, de la época de los norteamericanos. Muy cerca de estos edificios está la Administración principal de Correos. Mi primera salida del buque fue para mandar unas cartas. La Administración de Correos está instalada en un antiguo convento de franciscanos, del siglo XVIII, de un barroco pesadote y sin gracia. Yo no había visto nunca el correo instalado en las celdas y en los claustros de un convento, y a pesar de que en nuestro país hay tantas oficinas y cuarteles ubicados en construcciones conventuales, la cosa me sorprendió sobremanera. Ello me dio un ligero avance de lo que es la Habana actual: una mescolanza cafarnaúmica de casas novísimas y de esperpentos desvencijados. La Habana está en un período de transición. Sospecho que de la ciudad de la época colonial quedarán dentro de treinta años muy pocos rastros.

   Nuestro fondeadero está, pues, frente a la Habana vieja, en la ciudad colonial. Ésta es la parte de la ciudad que se me pone de entrada a mano. Más allá del convento que sirve de correos está, frente a las aguas turbias del puerto, el paseo de la Alameda, por la que se paseó durante tantos años la aristocracia colonial. Quedan imágenes ochocentistas de este paseo —caballeros de levita, sombrero de copa, patillas y bastones con puño de plata. El lugar revistió su esplendor máximo en la época de los negreros y de la trata, con el puerto lleno de bergantines y de fragatas. ¡Cuántos pobres, infortunados negritos africanos desembarcaron en este lugar! Todavía quedan muchos edificios de esta época, bastante decrépitos y desvencijados. Toda esta parte forma hoy el barrio del puerto, con sus tabernas de un americanismo imitado, donde el ron fluye abundantemente, sus mujeres blancas, negras o mulatas— o mulatas chinas —pintarrajeadas, sus pobres definitivos y sus hoteles y rincones equívocos y miserables. Un barrio de puerto tropical fue durante nuestra estancia en La Habana invadido por las tripulaciones de quince barcos de guerra de la escuadra norteamericana, disponiendo de abundantes dólares. ¡Espectáculo inenarrable!


Calle del Empedrado desde la Plaza de la Catedral

   Más allá de esta primera muralla de tabernas estilo “saloon” y de camastros, en la que es una importante arteria la calle de los oficios, que conserva algunos caserones españoles, con rejas en las ventanas y grandes portales de la época de la Alameda, hoy desvirtuados, se extiende el barrio colonial. Es un barrio de calles estrechas —pongamos como la calle Fernando— cortadas en ángulo recto, pero de casas más bajas. Este barrio, que concentra todavía una gran parte de la actividad comercial de la ciudad, es de una agitación trepidante, de una actividad fenomenal. En la Habana hay un ruido espantoso. El criollo —criaturas, jóvenes, hombres y mujeres de todas las edades— despide ruido, como el calamar despide tinta. Uno queda literalmente abrumado y, a la postre, muerto de fatiga, arrasado. Las actividades comerciales aquí son compatibles con las oleadas musicales de las vitrolas, con las peroraciones más vehementes, con las discusiones más ruidosas, con las exhalaciones musicales más destempladas a pesar de su tropicalismo básico. Los seres humanos viven aquí rodearlos de vibraciones del aire, de los matices y de las provinencias más diversas, sobre las cuales se dibuja a veces la línea quebrada de una rumba o de un mambo. No es extraño, pues, que al pasar por la calle se vea de pronto una negrita o una mulata, joven o vieja, gorda o flaca, que hace un gesto brusco —y casi diría inconsciente— con una nalga, y luego continúe andando. Estos movimientos de las popas femeninas forman parte del espíritu de la ciudad.

   La Habana ha suprimido los tranvías. Circulan por las calles de la ciudad, que tiene, con sus barrios residenciales extremos, unos 800.000 habitantes, 70.000 automóviles magníficos, todos americanos. (En mis correrías no he podido ver más que dos coches franceses). Estos coches circulan a velocidades fenomenales. Los coches utilizan poco el claxon; hay pocos guardias, y la circulación es ordenada; pero el ruido que segregan es una tromba constante. Los autobuses, numerosísimos, le dejan a uno trepidante y arrasado. Este barrio delirante, de calles angostas, asfixiado por toda clase de vehículos motorizados, saturado de almacenes, de tiendas, de despachos, de tabernas, de comercios de todas clases, denso de blancos, negros y mulatos, de pobres y ricos, de marineros exóticos, de vendedores ambulantes, de músicos destemplados, de chinos arcaicos, con un relente de fruta en descomposición, de freidurías de plátanos, de pargos guisados y de ron sabroso y deslumbrador, rezuma una sensualidad obsesiva de camastro humeante. Es una sensualidad que riela como un rayo lunar sudoroso, bochornoso, y que penetra en las escasas defensas humanas. Sobre esta febricitante y tibia titilación parecen flotar las miradas de una tristeza animal insondable de los negros; la blancura de los dientes rutilantes de las mulatas; el aleteo de los sombreros de paja, las guayaberas flácidas y cubanas de los hombres, las pantorrillas escuálidas, de color de chocolate, sobre los tacones altos. Y lo curioso es que en este barrio viven los emigrantes más ahorradores de la isla, los más tenaces, los más ávidos, seres desprovistos de nervios, las hormigas humanas más obsesionadas por la plata.

Calle Monte, 1954

   El cubano utiliza la guayabera a todo pasto. Hay pueblos en el mundo que tienden a ponerse la camisa fuera de los pantalones, y esta prenda cubana no es más que una camisa algo más corta que las camisas ordinarias situada fuera de los pantalones. Hay pueblos, por el contrario, que tienden a llevar la camisa sujeta y embutida en los paños. Yo no sé si esto obedece a dos concepciones distintas del mundo. Lo único que me aseguran es que la prenda es fresca y que constituye una especie de uniforme tropical. No creo que obedezca, en ningún caso, a un prejuicio de modernidad ni de singularidad. Es una herencia funcional que, sin duda, ha creado el clima. Los criollos son ruidosos, pero tradicionales. Por ejemplo: no han aceptado los pantalones cortos de los anglosajones y sudan de las rodillas impávidamente. El “short” es mal mirado. Las señoras no llevan pantalones. Pero esto obedece quizás a que la popa de las cubanas es demasiado grande para sacrificarla a una prenda que minimiza las esfericidades. Sobre la guayabera se ponen, a veces, una corbatita de lazo.

    En el barrio colonial de la Habana están las últimas manifestaciones arqueológicas del colonialismo. Este barrio fue un día amurallado. Las murallas cayeron, pero dentro de lo que fue su recinto están la antigua Capitanía General (hoy Ayuntamiento de la ciudad); el Palacio del Segundo Cabo (Gobierno Militar), contiguo a Capitanía; la Catedral, que no tiene nada de particular y está desprovista de la petulancia colonial; el colegio de los Padres Jesuitas y algunas fábricas más. El edificio de más empaque es la antigua Capitanía. Es ya un poco difícil imaginar que aquí vivieron Martínez Campos, Blanco y Weyler —que aquí pronuncian Ueiler—, tan anacrónico en este mundo polvoriento y borroso. “¡Sic transit!” En la escalera principal de la casa está una gran pintura describiendo la muerte de Maceo en la Manigua, el pecho ensangrentado sobre hierba verde y unas palmeras esbeltas como surtidores arbóreos. Del pasado queda bien poca cosa. Sin embargo, estas piedras son nobles y no hacen ningún daño. Las piedras se patinan maravillosamente en La Habana.

   En este barrio está también el teatro Martí, tan célebre en los anales de la presencia catalana; pero a los cubanos les interesan poco las antiguallas, que encuentran feas precisamente porque a nosotros nos gustan: es decir, porque son antiguallas. Este barrio colonial tiene, me parece, los años contados. Se convertirá — todo parece indicarlo— en una urbanización de estructuras norteamericanas. Cuba vive fascinada por los Estados Unidos. Ustedes habrán oído decir que los países sudamericanos mantienen una reticencia explícita frente a la gran potencia del norte. Es verdad.

   Casi todo el hemisferio occidental depende, en el terreno económico y en otros terrenos, de un comprador omnipotente. “¡Los Estados Unidos son potentes y grandes!”, escribió Rubén Darío hace ya muchos años. En el fondo de la reticencia está un poco de envidia, no hemos de engañarnos.

PASEO POR LA HABANA

   La ciudad de la Habana propiamente dicha ocupa el espacio meridional del puerto, y se desarrolla hacia el sur y sobre el litoral. En un momento determinado la ciudad rebasa las murallas; y el primer movimiento de ensanche —el primero y el último de la época colonial— fue el paseo llamado del Prado. El paseo sale de la Punta del malecón. El malecón era entonces más estrecho que ahora. En la Punta se llevaban a bañar los caballos de la guarnición. La creación del malecón como una soberbia avenida fue obra del presidente Machado. El Prado nace, pues, de las explanadas del malecón. Es una calle bonita, porticada con unos porches demasiados estrechos y rectangulares —para mi gusto se entiende—. En la Habana hay pocos arcos de medio punto. Sus porchadas son de ángulos rectos, No sé por qué será. Es una lástima. Este paseo es bonito. Es uno de los mayores centros de la ciudad y tiene algunos excelentes escaparates. Al final de la calle —que tiene, como nuestras Ramblas, el paso de peatones en su parte central— y que está sombreada por flamboyanes (no aseguro la información, que debo a un chófer de taxi, y porque mis conocimientos de botánica tropical son escasos), al final de la calle, repito, hay una gran plaza, el Parque Central, en la que hay dos importantes edificios: El Centro Gallego y el Centro Asturiano, con el Teatro Payret al fondo.

 


   En esta parte del primer ensanche de la Habana se encuentran el Capitolio, sede del poder legislativo, edificio poco afortunado y no por razones relacionadas con los avalares que el poder legislativo suele pasar a menudo en muchas repúblicas de este hemisferio, sino por razones arquitectónicas de base; está también el Palacio de la Presidencia de la República y el monumento vertical a José Martí, que se está construyendo con un gusto que la opinión acepta con un cierto esfuerzo. Alrededor de esta vertical se está construyendo un enorme Palacio de Justicia; la Administración Central de Correos y Comunicaciones; el Tribunal de Cuentas y algún enorme edificio más, todo ello de estilo funcional, colocado sobre columnas de cemento armado de gusto francamente norteamericano. La Habana es una ciudad que quedará sumergida totalmente, dentro de pocos años, en la concepción de la vida norteamericana. Está por ver si los criollos la digerirán.

   En el Capitolio hay una cúpula de oro y un gran diamante en la entrada. Estos son detalles que hay que destacar o, al menos, que los naturales destacan.

   El arrasamiento de las murallas ha permitido que esta ciudad tuviera un gran paseo marítimo, de una anchura y de un aire que para un europeo resulta sensacional. El paseo propiamente dicho se inicia en la terminación del muelle comercial, que está, naturalmente, cerrado; sigue la embocadura del puerto y continúa sobre el litoral. Este paseo es el Malecón, el célebre Malecón de la Habana, urbanización prodigiosa, de curvas majestuosas, con jardines, monumentos y —por la noche— una concentración de luminotecnia comercial impresionante. Aquí encontramos, sucesivamente, el monumento a Máximo Gómez, el monumento al general Maceo (ambos ecuestres), el que recuerda el hundimiento del “Maine”, el monumento al presidente Teodoro Roosevelt, al cual se ha añadido un testimonio perenne de la estimación que en la ciudad tiene la memoria de E. D. Roosevelt. El malecón sigue hacia los grandes hoteles, entre los que destaca el Hotel Nacional, de fama vastísima, para terminar en la Embajada norteamericana, edificio que es una imitación reducida de la O.N.U. en Nueva York. Es un edificio de paredes de cristal, una caja de pisos superpuestos llena de despachos. El edificio en este clima sería inconcebible si los americanos no hubieran inventado antes el aire condicionado. La teoría de que la arquitectura es un producto del clima ha hecho crisis desde el momento en que el clima interior se regula por los aparatos creadores de temperaturas artificiales.

Embajada de Estados Unidos

   El Malecón es un fenómeno urbanístico soberbio, que indica que la ciudad ha sido en los últimos años pensada. Aunque sospecho que es, en pobre, algo que semeja urbanizaciones semejantes de Florida, no puede negarse su importancia. El Malecón está flanqueado por una edificación que permite ver, sucesivamente, todas las etapas por que ha pasado la ciudad, desde la época colonial, el primer ensanche y la Habana del presidente Machado, hasta el funcionalismo yanqui, que ha sido la característica de la etapa del presidente Batista, el cual, como buen dictador, ha tenido un mal de piedra considerable, para decirlo en vernáculo.

   El Malecón, siendo uno de los primeros y más cómodos accesos de los repartos residenciales a la Habana antigua, la gran avenida tiene un tránsito activísimo y fenomenal. Cuando el viajero entra en el puerto, lo primero que ve son los destellos del sol sobre la riada de hojalata de los coches americanos.

Thursday, December 18, 2025

 MI SALIDA DE CUBA


Oneida M. Sánchez

ENGLISH SUMMARY


The author’s parents never supported the revolution, fearing its impact on youth and

the economy, and were concerned about revolutionary violence and repression. This

document is a personal narrative recounting the circumstances leading to the

author’s emigration as part of Operation Pedro Pan, a program that facilitated the

exodus of Cuban children to the United States to avoid communist indoctrination as

part of nationwide new schools’ curricula.


30 de marzo de 1961, por la mañana, aeropuerto internacional de Rancho Boyeros,

La Habana, Cuba. Pronto se cumpliría el deseo de abandonar la patria por la que mi

bisabuelo, Francisco Gómez, había dado vida y hacienda.

El camino a este momento ha estado lleno de angustia e incertidumbre. A partir

de enero de 1959, la política se había convertido en el factor dominante de todos los

aspectos de la vida cotidiana en Cuba. La represión a todo pensamiento opuesto, el

cambio continuo a las regulaciones o leyes, el acoso a todo aquel que pareciera no

estar con la revolución eran la constante diaria. En este ambiente incierto comenzó

mi adolescencia.

Cuándo decidieron mis padres salir de Cuba, no lo sé. Nunca les pregunté, a

pesar de las muchas conversaciones que tuvimos sobre el tema a través de los

años. Sí puedo asegurar que ninguno de los dos simpatizó jamás con la revolución.

Mi mamá decía, cuando Fidel estaba en la Sierra Maestra, que Fidel y Batista

estaban acabando con la juventud de Cuba; sugería, al igual que Erich Maria

Remarque en Sin Novedad en el frente, que se enfrentaran ellos dos y que el

ganador del duelo se quedara con el poder. Mi papá, gerente del Citibank, decía que

Fidel acabaría con la economía cubana. Su temor se basaba en las tácticas usadas

por las fuerzas rebeldes: quema indiscriminada de cañaverales; la forma arbitraria

de llevarse cualquier cabeza de ganado para su consumo sin importarles si ese

animal era para sacrificarse o no; la quema de los autobuses interurbano para sólo

nombrar algunas. Después del triunfo de la revolución a mis padres les preocupaba

los fusilamientos y los juicios sumarios en los tribunales revolucionarios en los que

los acusados no tenían defensa posible.

Dentro de este ambiente, un día, durante lo que llamamos aquí el semestre de

primavera, mi mamá me llevó a tomarme las fotos para el pasaporte. Éste tiene

fecha 15 de septiembre de 1960. Mi permiso de salida tiene fecha 10 de febrero de

1961. Esta lentitud en otorgar los documentos necesarios para salir del país era una

de las tácticas de represión que usaba el gobierno.

En mi familia había otro problema; mis padres tenían visa para viajar a Estados

Unidos, pero yo no. Mi papá se rehusaba salir él primero y dejarnos a mi mamá y a

mí. Durante este tiempo, Marta Llera, la secretaria de mi papá, se enteró de que a

través de la Iglesia Católica se estaban sacando niños de Cuba para salvarlos de

una vida bajo el comunismo; acción que se llamó después Programa Pedro Pan. Es

gracias a este programa que me encuentro en “la pecera” esperando al avión de la

KLM que viene de Ciudad México y que me llevará a Kingston, Jamaica. Es el

mismo vuelo que el 5 de febrero tomaron mi hermana y mi cuñado quienes ya me

están esperando en St. Thomas, V.I.


El edificio del aeropuerto de Rancho Boyeros, construido en el 1957, después que

una bomba incendiaria destruyera el inmueble anterior, era un edificio amplio y

moderno. Tenía cómodas salas de espera y varias áreas de abordaje. Estas últimas

tenían forma rectangular, eran mucho más largas que anchas. Las paredes

estrechas estaban pintadas del color del melocotón, y las largas eran de cristal; una

pared de cristal daba al pasillo interior y la otra a las pistas de aterrizaje. El piso era

de granito, blanco, gris y negro. Las muebles eran una mesa de metal larga situada

frente a una de las paredes de concreto, y una serie de butacas de marco de metal

cromado y sus asientos y espaldares forados en piel, distribuidas en distintas

posiciones.

Entre el gran número de pasajeros que llenaríamos el avión, estamos unos veinte

niños viajando solos. Todos estamos sentados sin movernos, temerosos de que a

última hora ocurra algo y no nos podamos ir como pasa con frecuencia. El incómodo

silencio se interrumpe sólo cuando las voces de los milicianos nos llaman para

procesar nuestra salida y registrarnos.

El avión ha llagado de México. Sé que estará en La Habana por varias horas y

que su horario de llegada a Kingston, Aruba, Curazao y Caracas tendrá que

adaptarse a los caprichos del gobierno revolucionario. Los pocos pasajeros que trae

desembarcan y se acomodan en “la pecera”.

Afuera gran número de familiares callados mirándonos. Encuentro a mis padres;

sus ojos secos, sus caras hundidas por el esfuerzo de contener el llanto, sus

hombros caídos, me miraban a través del cristal; también se enfrentaban a su

decisión de sacarme de Cuba sola sin saber si nos volveríamos a reunir.

De pronto todo paró dentro de la pecera; afuera todo el mundo empezó a echarse

a un lado; era un grupo de miembros del ejército rebelde, en medio de ellos Ernesto

“Ché” Guevara. El Che [Guevara] se acercó hacia tres pasajeros chinos que habían

venido de México y que estaban sentados cerca de mí. Le dijo Buenos Días. El más

joven le habló en español y pasaron a otra sala. A partir de ese momento todos los

trámites se aceleraron y cancelaron los registros personales que consistía en hacer

que los pasajeros se despojaran de sus ropas para que las autoridades registraran

la ropa y vieran que el pasajero no escondía nada en su cuerpo. El avión que el 5 de

febrero había tomado pista a las 4 de la tarde, salió a las 4:30, con sólo media hora

de retraso.

Mi mamá me había advertido en los días anteriores a mi salida que pasara lo que

pasara y que me hicieran lo que me hicieran no les diera el gusto de que me vieran

llorar. Por esto aguanté las lágrimas durante todo este proceso. Al llegar al avión,

una de las azafatas me dirigió a mi asiento que era en primera clase; me tocó viajar

al lado del joven diplomático chino por lo que no pude llorar. Durante el vuelo

hablamos poco; él me ayudó a acomodar mi neceser, a llenar las formas de

inmigración para Jamaica, y me cedió la ventanilla. Cuando llegamos a Kingston,

me ayudó de nuevo con el neceser y me deseó feliz estancia en Kingston; yo le

deseé feliz viaje. Una vez fuera del avión, comencé a llorar. Al llegar a las oficinas

de inmigración y aduana traté de controlarme sin éxito. El funcionario jamaiquino

que me tocó me dijo sonriente en un español con marcado acento británico: “Ya

puedes llorar, ya estás en tierras libres, mama dice que está bien llorar.” Al salir del

departamento de inmigración y aduana nos esperaba una señora cubana quien nos

dirigió a un autobús. A mí, me entregó al matrimonio Louis y Delphis Phillips,

quienes me tendrían a su cargo hasta que yo pudiera viajar directamente a St.

Thomas, V.I.

Mis padres salieron de Cuba el 24 de mayo de 1961 y se radicaron en New York


donde mi papá trabajó en Citibank hasta su retiro. Ya ellos no están en este mundo,

pero tuve la oportunidad de muchas veces decirles lo feliz que estaba de que ellos

tomaran la decisión de sacarme de Cuba en el momento que lo hicieron.

Por años mis padres y yo nos preguntamos cuál era el origen de la forma en que

yo había dejado Cuba. Conocíamos a otras familias cuyos hijos habían salido de

Cuba de igual forma, incluyendo a uno de mis primos, y lo que a todos nos

sorprendía es que nunca tuvimos que pagar el pasaje que en esos momentos el

gobierno cubano exigía que se hiciese en dólares y que tampoco habíamos ido a

ningún consulado a obtener las visas. La secretaria de mi papá se había enterado

de esta red por una persona amiga, pero no sabía nada más. Nuestra duda

comenzó a despejarse un día cuando apareció un artículo en la revista Reader´s

Digest donde exponían el programa que hizo posible el éxodo de 14,048 niños

cubanos a los Estados Unidos. Es en este artículo donde por primera vez veo el

nombre Operación Pedro Pan y el nombre de Monseñor Bryan O. Walsh. El artículo

de Reader´s Digest hace posible que Yvonne M. Conde escriba el libro Operation

Pedro Pan que se publica en 1999 y que es una investigación periodística. Sobre el

particular, Conde dice lo siguiente:

From a Reader’s Digest article about the Cuban children’s exodus, I amassed a

handful of names, among them Monsignor Bryan Walsh, the Catholic priest who

welcomed the children into the United States. I dove into the search for other

participants of this drama, not an easy task thirty years after the exodus.

Fortunately, the names of some of the “children” who had stayed in touch with

Monsignor Walsh were available from two groups, Fundación Pedro Pan and

Operation Pedro Pan Group. These are charitable organizations formed by the

children within the last ten years. The names helped me begin my investigation.

(Conde, xiii)

Otro libro que ve la luz en la década de los 90 es Operación Pedro Pan. El éxodo

de los niños cubanos. Con el subtítulo “Una novela histórica” de Josefina Leyva.

Este libro es la versión novelada de la historia de algunos de los asistentes a un

almuerzo de Operation Pedro Pan Group, Inc.

Hoy en día, en la Internet se puede encontrar información sobre el programa

Pedro Pan y sobre Monseñor Bryan O. Walsh, director de Catholic Welfare Agency.

Eloísa Echazábal está haciendo una gran labor en difundir esta historia; es gracias a

ella que pude obtener el artículo “Cuban Refugee Children” por Monseñor Walsh y la

declaración de James D. Baker sobre el comienzo del programa Pedro Pan en

Cuba.

Monseñor Walsh explica la diferencia entre “Cuban Children´s Program” y

“Operation Pedro Pan”:

It is important to understand the difference between Operation Pedro Pan and

the Cuban Children´s Program. The Cuban Children´s Program was inaugurated

to provide foster care for Cuban refugee children who found themselves in the

United States without the care and protection of their parents. Operation Pedro

Pan was developed to help Cuban parents send their children unaccompanied to

the United States to avoid Communist indoctrination. (Cuban Refugee Children:

379)

James D. Baker, director de Ruston Academy, colegio americano en la Habana,


cuenta como un día de noviembre de 1960, un padre cubano, quien era miembro de

la resistencia contra Castro, le pidió que le consiguiera una beca para su hijo de

diecisiete años para estudiar en Estados Unidos; el padre temía que, si él caía

preso, su hijo sufriría la misma suerte que los niños españoles que fueron enviados

a Rusia como represaría contra sus padres. Debido a que ya era noviembre no era

posible otorgar una beca.

A partir de ese momento James D. Baker comienza a buscar una forma para

ayudar a estos padres miembros de la resistencia contra Castro. Pronto, como ha

dicho Carlos Eire, la noticia de que hay una forma de sacar a los niños de Cuba

corre de boca en boca. En los primeros días de diciembre Baker se reúne en Miami

con los miembros de la Cámara de Comercio Americana de la Habana; estos están

dispuestos a financiar una escuela para los niños cubanos. Al empezar Baker la

búsqueda de un local conoce al Padre Walch, quien está envuelto en el desarrollo

de un proyecto para ayudar a los cubanos refugiados en Miami. El encuentro no

puede ser más fortuito para el plan. El plan inicial era que Baker identificaría a los

niños cuyos padres querían sacarlos de Cuba y el Padre Walsh obtendría las visas

requeridas por el Departamento de Inmigración; estas serían enviadas por valija

diplomática. Todo el plan se viene abajo el 1 de enero de 1961 cuando se rompen

las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. La solución fue enviar a

los niños vía Jamaica. Sin embargo, esta solución presentaba otros problemas: Uno,

conseguir el dinero para cubrir los pasajes. Dos, obtener permiso del Departamento

de Estado para traer niños sin visa de estudiante. Tres, hacer llegar las visas a Cuba

e iniciar el contacto con los padres que querían enviar a sus hijos a Estados Unidos.

Casi simultáneamente y para agrandar la angustia de los padres cubanos, el 21

de enero de 1961, el primer grupo de 1,000 estudiantes menores de edad es

enviado a la Unión Soviética. El 29 de enero, Armando Hart, ministro de educación,

declara que no se tolerará ninguna divergencia de la doctrina revolucionaria en la

educación. El 17 de febrero fue confiscado el colegio La Luz y el 23 el Colegio La

Salle; ambos colegios privados y el último, además de privado, católico. (Conde: 29-

30)

El 6 de febrero de 2010, Eloísa Echazábal y Carmen Romanach entrevistaron a

Lloydine McGuinn, asistente administrativa de Monseñor Walsh, y a Vicky Villaronga

quien trabajó en Catholic Welfare entre 1962 y 1974. Ambas dijeron que en el

momento que se llevaba a cabo el transporte de estos niños nadie sabía los

pormenores del programa y que era esencial mantener todo en secreto. También,

opinan que hoy en día, con los medios de comunicación disponibles y la cultura de

compartirlo todo en los medios de comunicación social, sería imposible mantener

algo similar en secreto. Explicaron que el Catholic Welfare Bureau no creaba

records de los niños que a su llegada eran recogidos por familiares. Al terminar el

programa en 1974, Monseñor Walsh decidió que los records de los menores que se

quedaron bajo la custodia del Cuban Children´s Program fueran enviados a Barry

University donde podían ser conservados y preservados para investigación futura.

Como nota final quiero decir que estoy de acuerdo con Carlos Eire en cuanto a la

ironía que hay en el nombre que se le dio a esta operación. Peter Pan es el

personaje del cuento infantil no quiere madurar; los niños de la Operación Pedro

Pan, en el momento en que nos montamos en el avión, dejamos de ser niños y nos

convertimos en adultos.


OBRAS CONSULTADAS


Conde, Yvonne, Operation Pedro Pan. New York and London: Routledge, 1999.

Pace, Eric, in The New York Times, “Msgr. Bryan Oliver Walsh, Effort to Aid

Cuban Children.” Dec. 29, 2001: 71.

http://www.bishop-accountability.org/news5/20 HYPERLINK "http://www.bishop-

accountability.org/news5/2001_03_01_Walsh_The%20History.htm" HYPERLINK.


(Tomado de: Sánchez, Oneida M. “Mi salida de Cuba.” Anuario Histórico

Cubanoamericano #1 (2017): 159-166.)

Tuesday, December 2, 2025

Guáimaro y el anexionismo


Por Ranfis Suárez

¿Y si te dijera que los nuestros Padres Fundadores pidieron OFICIALMENTE anexar la isla a los Estados Unidos?
Aunque no es un hecho TAN desconocido es un capítulo de nuestra historia que el castrismo se ha encargado de borrar de sus manuales de adoctrinamiento. El historiador comunista José Luciano Franco lo recoge en un pequeño párrafo de su biografía en 3 tomos de Antonio Maceo, pero no hay muchos registros.
El hecho está documentado en las propias cartas y actas de los héroes de la Guerra de los Diez Años.
En 1869, en plena lucha por la independencia contra España, la situación era desesperada. Los líderes de la Revolución, lejos de ver a EE. UU. como un enemigo, lo veían como una tabla de salvación y un modelo a seguir.
La Evidencia es Contundente:
La Resolución de Guáimaro (30 de abril de 1869, en la foto): La primera Asamblea Legislativa de la Cuba en Armas, con la firma de próceres como Salvador Cisneros Betancourt y la sanción del mismísimo Presidente Carlos Manuel de Céspedes, envió un documento formal al Congreso de EE. UU. declarando que el "voto casi unánime de los cubanos" era unirse a la federación norteamericana. ¡Buscaban ser una estrella más en la bandera!
Para el que no ha leído la CARTA, ahí les va.
"La Cámara de Representantes de la Isla de Cuba en sesión
pública celebrada en 29 de Abril de 1869, acordó:
"Primero.—Comunicar al Gobierno y al pueblo de los Estados
Unidos que ha recibido una petición suscrita por un gran
número de ciudadanos en que se suplica a la Cámara manifieste
a la gran República los vivos deseos que animan a nuestro pueblo, de ver colocada a esta Isla entre los estados de la federación NorteAmericana.
"Segundo.—Hacer presente al Gobierno y al pueblo de los Estados
Unidos que éste es realmente, en su entender, el voto casi
unánime de los cubanos y que si la guerra actual permitiese que se acudiera al sufragio universal, único medio de que la anexión legítimamente se verificara, ésta se realizaría sin demora.
"Tercero.—Pedir su apoyo al Gobierno y al pueblo de los
Estados Unidos, para que no se retarde la realización de las bellas esperanzas que acerca de la suerte de Cuba, este anhelo de sus hijos hace concebir.
"Y en cumplimiento del acuerdo, la Cámara de Representantes
de la Isla de Cuba, dirige la presente manifestación al Congreso
de la República de los Estados Unidos.
"Guáimaro, Abril 30 de 1869.—Salvador Cisneros y B.—Lucas
Castillo.—José Ma. Izaguirre.—Miguel Betancourt.—Miguel G.
Gutiérrez.—Pedro Ma. Agüero.—J. Fornaris y Céspedes.—Tomás
Estrada.—Arcadio S. García.—Manuel de J. Peña.—Eduardo Machado.—
Dr. A. Lorda.—Pío Rosado.—Tranquilino Valdés.—Jesús Rodríguez. Francisco Sánchez Betancourt.- El Secretario, Antonio Zambrana. Sancionó el presente acuerdo. El Presidente de La República, Carlos M. de Céspedes."
Cartas a la Casa Blanca: Antes de esa resolución, el 6 de abril de 1869, líderes de Camagüey como Ignacio Agramonte ya le habían escrito directamente al presidente de EE. UU., Ulysses S. Grant. En la carta, le pedían un "decisivo apoyo" y advertían que, sin su ayuda, la estrella de Cuba en la bandera norteamericana sería "pálida y sin valor".
¿Por qué hicieron esto?
No fue una traición, sino una estrategia de supervivencia. Creían que era la única forma de:
Ganar la guerra: España era un imperio poderoso y necesitaban un aliado fuerte.
Evitar la destrucción: La guerra estaba arrasando la isla y veían la anexión como una forma de detener la ruina.
Afinidad ideológica: Intelectuales como Ignacio Mora argumentaban que Cuba ya estaba "americanizada" en sus ideas y educación, y que era un paso natural hacia la libertad.
Palabras textuales de Ignacio Mora:
"Si Cuba ha prosperado más que otros Estados de la América Española, es porque Cuba está más americanizada que ellos, porque participa más de las ideas, de la educación, del movimiento, de la actividad y ejemplo del Pueblo Americano. "Y he aquí porque el Pueblo de Cuba se quiere ingertar en la frondosa encina que desde la cumbre de los Alleghanies hasta las playas de los dos acéanos, sombrea la tierra libre de los Estados Unidos ; y he aquí por qué el pueblo libre de Cuba, usando de uno de los derechos de la libertad, ha pedido a su primera Asamblea Constituyente, apoyado en catorce mil firmas, la anexión al pueblo libre de La América del Norte."
Claro, no todos estaban de acuerdo. Figuras como el furibundo independentista Manuel Sanguily criticaron esta idea, llamándola un "ideal antinatural". Y, con el tiempo, la percepción cambió drásticamente, especialmente después de la intervención norteamericana en 1898.
Pero los documentos de 1869 no mienten. Revelan un momento increíblemente complejo y pragmático de nuestra historia, donde los fundadores de la nación estuvieron dispuestos a considerar un camino muy diferente para el futuro de Cuba.
¿Conocías este capítulo de la historia cubana? ¿Qué crees que hubiera pasado si su petición hubiera sido aceptada? ¡Abramos debate en los comentarios!
Todas lasa cartas citadas acá se encuentran en el Tomo 3 de la monumental obra "Efemérides de la Revoluciónn Cubana" (1911) de Enrique Ubieta, Habana: La Moderna Poesia, pp. 344-351.

Monday, December 1, 2025

El arte de los techos coloniales cubanos*

 


Museo de Arte Colonial, La Habana. Pinterest

Por Yaneli Leal

Sin menospreciar los diversos elementos que involucra la arquitectura colonial en Cuba, los techos inclinados de madera y tejas son su componente más complejo y sofisticado. Obras del mejor oficio carpintero, han sobrevivido varios siglos como testigo de una sólida tradición artesana compartida a ambos lados del Atlántico.

Los carpinteros fueron sin dudas de los primeros artesanos en llegar a Cuba. Su labor era imprescindible durante la larga travesía de los buques de madera y en el posterior mantenimiento y reparación de la nave una vez arribada al puerto. Es por eso que, en nuestro contexto, los saberes del maestro carpintero fueron compartidos por la construcción civil y naval. De las dos, solo sobreviven las cubiertas de madera de los inmuebles coloniales, principalmente de los siglos XVII y XVIII. Es un arte anónimo, realizado fundamentalmente por mulatos y negros libres, con un valor histórico y funcional supremo.

Al inicio de las primeras villas, las construcciones de madera y mampostería se techaban con guano o terrado, aprovechando los materiales locales y mano de obra aborigen. No obstante, ese tipo de estructuras eran vulnerables a los incendios y requerían mayor mantenimiento por las intensas lluvias y temporales, habituales en el entorno geográfico. De ahí que, desde el siglo XVI, en las actas de Cabildo se exigía cambiar el sistema de techado por uno más resistente.

La primera mención documentada sobre una vivienda con techo de madera y tejas en La Habana corresponde a 1589, y se refiere a la casa de Alonso de Rojas, próxima a la plaza fundacional. Poco a poco se sumaron otras, y a finales del XVI se hablaba de unas 18 casas con techos de armadura de pares en la ciudad.

Este es el término más adecuado para referirse a este tipo de estructuras, ya tengan dos, tres o más aguas, entiéndase inclinaciones. También las hubo de una sola, las llamadas casas colgadizo, menos frecuentes y con un carácter más temporal. Autores de inicios del siglo XX, llamaron equivocadamente a estas cubiertas de "alfarje". Se ha comprobado que etimológicamente esta palabra se refiere a techos planos, es decir, a los que podemos encontrar, por ejemplo, en los entrepisos. Así pues, los techos de madera inclinados que constituyen el cierre físico y estructural del inmueble, son de armadura de pares. En Cuba se hicieron de dos tipos: de par e hilera, y de par y nudillo.  

La armadura de par e hilera tiene un perfil triangular, conformado por pares (parejas de vigas) que en el vértice superior descansan sobre una viga llamada hilera, cimera o cumbrera. En la parte inferior, se apoyan sobre maderas dispuestas a lo largo de los muros, llamadas estribos. Para evitar el empuje de los pares hacia fuera, de estribo a estribo se colocan unas vigas transversales que los anclan. Estos "tirantes" forman visualmente la base del triángulo y son más espaciados que los pares. A los pequeños ubicados en las esquinas se les dice "cuadral". Todos debajo tienen unos refuerzos denominados canes. Finalmente, la tablazón que cubre exteriormente los pares forma los faldones, sobre los cuales se colocan las tejas.

Cada elemento juega un papel fundamental en la estructura del techo inclinado y garantiza su funcionalidad y preservación. Asimismo, las maderas empleadas eran debidamente seleccionadas. Por lo general, el cedro por su ligereza se prefería para los entablados, mientras el ácana y el júcaro se empleaban por su dureza en los elementos estructurales.

La armadura de par y nudillo es una modificación de la de hilera. Suele utilizarse en habitaciones más anchas o con más luces, para evitar el pandeo de los pares. Para ello incorpora en cada par, transversalmente, una viga llamada nudillo, que constituye un elemento de refuerzo. Situados a dos tercios de la altura, llevan encima un entablado que transforma el triángulo de la cubierta en un trapecio. Esta superficie intermedia se llama almizate o harneruelo.

La armadura de par y nudillo tiene una apariencia más lujosa, por lo que se prefirió para cubrir salones y gabinetes en las viviendas aristocráticas, y también las naves de las iglesias y conventos. Un referente importante es el salón principal de la casa de Luis Chacón y Calvo (1726) con sus tirantes ricamente tallados. Este es el actual Museo de Arte Colonial, situado en la Plaza de la Catedral, que tiene otras cuatro cubiertas de gran valor patrimonial, que han sido reproducidas en maquetas.  

El mayor número de techos de armadura de pares, y los más antiguos, se conservan en las edificaciones religiosas, pues han sido menos transformadas que las viviendas, propensas a incorporar nuevas plantas, variar y modernizar su estructura. El Convento de Santa Clara (1644), por ejemplo, hace unos años conservaba unos 20 ejemplares de armaduras de madera. Asimismo, en esta tipología suelen hallarse soluciones de hasta ocho faldones, principalmente en los cruceros de las iglesias, como la de Santa María del Rosario (1766). Aunque no son exclusivos de ellas, viviendas como la de la calle Tacón 4 también lo incorporaron.

Aferrados a una tradición constructiva, los techos de armadura de pares cubrieron sin variaciones estructurales las edificaciones cubanas durante más de dos siglos. No fueron tan prolijos en decoración como otros españoles, pero no dejaron por ello de embellecer con tallas o pinturas algunos exponentes, sobre todo en los tirantes. Aun así, existen ejemplos excepcionalmente decorados como las iglesias de San Juan Bautista (1752-1757), en Remedios, y la de Santo Domingo (1730-1756), en Guanabacoa.

Según la historiadora Alicia García Santana: "Al lado de una techumbre poseedora de todos los atributos tipificadores de las cubiertas de la primera mitad del siglo XVIII —canes, lazos, ranurados y demás— existen techos en los que el sistema se encuentra simplificado, carentes de destaques decorativos pero ajustados al concepto generalizado y colectivamente aceptado para construir un techo". Según ella, esto llevó a que no se diversificaran "diferentes códigos constructivos, coincidentes con los distintos niveles sociales, sino que se utilice un mismo sistema de fabricación que abre su diapasón desde las posibilidades más complejas a las más simples y, de este modo, expresa la categoría socioeconómica a que corresponde".

Transmitido de generación en generación, desde los primeros carpinteros españoles que arribaron a Cuba, fue un arte desarrollado por criollos mestizos y negros libres, cuyos nombres no han trascendido, salvo casos excepcionales como el del mestizo Juan de Salas, autor firmante de la cubierta de la Iglesia de Santa Clara, en 1643. En el siglo XIX, el neoclasicismo impuso los techos planos y rompió esta larga tradición. Algunas armaduras de pares fueron incluso ocultadas bajo falsos techos. No obstante, el oficio de carpintero ya estaba consolidado y expandido en la Isla, lo que posibilitó el mantenimiento de la gran colección de techos de armadura de pares del patrimonio insular, que merece ser más divulgada y apreciada por sus valores funcionales, sociales, testimoniales, históricos y arquitectónicos.

*Tomado de Diario de Cuba