Monday, January 27, 2020

Brevísima historia de la cervecería Polar

Por María Alina Lorenzo
A los cubanos nos deja perplejos eso de que la cerveza Polar sea venezolana. Creo que los venezolanos viven lo mismo. Por eso redacto este articulito.
En 1911 en la ya zona industrial de Puentes Grandes y con la ayuda de la Beer Company International de Holanda y Boston (Heineken), se comienza a comercializar la Cerveza Polar y Trimalta con capital de los Zorrillas y Giraudier catalanes radicados en Cuba y cuya familia, además de dueña de la cervecera, eran accionistas mayores de las grandes ligas de béisbol cubano. La cerveza tenia un excelente gusto y muy digestiva contaba con el salón sevillano aledaño a la fábrica donde se presentaban orquestas de la época en vivo y se podía refrescar con el exquisito sabor Polar que decía: "La cerveza del pueblo y el pueblo nunca se equivoca". La Polar mantuvo un nivel alto en el mercado cervecero en Cuba desde su primera salida al mercado que se mantuvo hasta 1960 cuando es expropiada.
El 14 de marzo de 1941, 30 años después de ya estar afianzada en el mercado cervecero la Polar cubana, el joven abogado caraqueño Lorenzo Alejandro Mendoza Fleury comienza la historia de la cervecera Polar de Venezuela con una pequeña planta en el pueblo Antinamo cerca de la capital venezolana Caracas y que hoy dicho pueblo es una parroquia del municipio Libertador de Caracas. La industria fue evolucionando y ganando el mercado cervecero venezolano hasta la actualidad que se convirtió en un emporio familiar que amplió su comercialización a alimentos que forman parte hoy de la alimentación venezolana.
Como pueden leer las dos industrias nada tiene que ver una con otra a pesar de compartir algunas coincidencias como que a las dos la identifican un oso polar pero cuando se analizan no están en la misma posición ni en el mismo entorno. La cubana fabricaba cerveza como la venezolana pero nunca amplió su mercado a otro producto que no fuera el cervecero. La venezolana invadió el de los alimentos. Los dueños quien sabe si se conocieron pero no hay bibliografía que lo asevere. 
En l958 Cuba poseía 5 fábricas de cerveza que producían cerca de 30 millones de litros anuales para una población aproximada de 6 millones de habitantes. Si se tiene en cuenta el reducido consumo que del producto hacían las mujeres y los menores de edad, se puede inferir el alto consumo per cápita del producto entre los bebedores. Tres eran las marcas que se disputaban el mercado:
Hatuey, (1930) de la Empresa de Rones Bacardi. Tropical-Cristal (1888) de la familia Blanco-Herrera, condes de la Mortera. Polar (fundada en 1911), de los Zorrilas y Giraudier.
La calidad del producto era tal que las similares extranjeras no lograban penetrar el mercado interno. Nadie podía competir en precio y calidad con nuestras cervezas a pesar de que algunas firmas foráneas lo intentaban. Los fabricantes de cerveza y la población se veían mutuamente beneficiados por una colaboración espontánea. Los primeros tenían sobrados motivos de gratitud al verse distinguidos con la preferencia pública y la población se favorecía por algunos servicios de utilidad social patrocinados por aquellos.
Así las cosas, los Blanco Herrera, principales accionistas de la Cristal, eran patrocinadores del deporte popular, inaugurando en l929 el Gran Stadium Tropical de la Avenida 4I en Marianao donde un año después, en l930, se celebrarían los II Juegos Centroamericanos.
Los Zorrillas y Giraudier, fundamentales accionistas de la Polar acaudillaban la publicidad de las grandes ligas del béisbol cubano y promovían el esparcimiento en los flamantes salones de los jardines aledaños a la fábrica. El beneficio era mutuo porque propiciando el bienestar público los productos se anunciaban.
Pero indudablemente el empresariado industrial capitalista, en su mayoría, estaba imbuido de sentimientos de amor a la nación. Prueba de ello fue el regocijo que mostró la familia Bacardí tras el triunfo fidelista de l959, calificando a los hermanos Castro de “cruzados de la libertad “. Los Blanco Herrera, por su parte, hicieron generosas donaciones de tractores y arados para la reforma agraria y convirtieron la entrada del stadium en almacén de equipos agrícolas donados para el INRA (Instituto Nacional de la Reforma Agraria). No sospechaban que aquella revolución autodefinida más verde que las palmas era un melón de cáscara verde y rojas entrañas. 
En resumidas cuentas nuestros padres y abuelos solían divertirse en el salón Sevillano de la Polar o en el Mamoncillo de la Tropical al ritmo de Beny More y su banda gigante o con Roberto Faz y su conjunto. Estos bailes en modo alguno eran frecuentados por las clases pudientes sino por lo más humilde y genuino de nuestro pueblo. Pero el mayor consumo de cerveza tenía lugar en bares y cantinas, tratándose de los jóvenes. Los menos jóvenes, hombres de hogar y familia, preferían hacerlo en la bodega de la esquina. Aquí, en un ambiente familiar, conversaban con el dependiente; entre cuentos y anécdotas, saboreando una cerveza espumosa que entonces costaba veinte centavos o si lo prefería o requería, un vaso de ”lague” que costaba diez centavos. En el primer caso tenía derecho a un “saladito” de jamón y queso y en el segundo era beneficiado con algunas aceitunas. El vaso rebosante de cerveza bien fría goteaba sudoroso líquido. En la vitrola un bolero de Ñico Membiela o de aquel flaco de oro que se llamaba Orlando Vallejo. En el cielo, y entre nubes grises, abundantes claros de luz solar que llamaban a la esperanza.

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