Por Vicente Morín Aguado.
Cultura es un concepto
amplio, con diversas acepciones, cuyo valor histórico vamos a definir. Los
arqueólogos adelantaron la esencia del término al catalogar sus
descubrimientos, por ejemplo, Cultura taina, identifica a los indios arahuacos
agroalfareros, existentes en las Antillas a la llegada de los europeos. Los
Tainos habitaron el oriente cubano en su expansión de este a oeste desde la
amazonia, se estima unos mil años antes del presente. Era la más avanzada de
las culturas aborígenes del arco antillano.
La cultura caracteriza a los pueblos, de entre muchas anécdotas aleccionadoras, recuerdo la siguiente:
Orestes Ferrara Merino fue
un joven italiano que, entusiasmado por las aventuras libertarias de Garibaldi,
desembarcó en Cuba, cruzó la peligrosa trocha de Júcaro a Morón, barrera
fortificada española que pretendía aislar la insurrección cubana en el oriente
del país, incorporándose a las tropas de Máximo Gómez en Las Villas.
Proclamada la República en
1902, Ferrara llegaría a Presidente de la Cámara de Representantes, siendo Jefe
de Estado su amigo personal y compañero de la manigua mambisa, el General José
Miguel Gómez. (Presidente 1909 a 1913)
En uno de los debates
parlamentarios, alguien desde su púlpito expresó con vehemencia: “Cuba puede llegar
a ser la Suiza de América.” A seguidas llegó la respuesta tajante: “Si claro,
pero deberíamos empezar a importar suizos.”
Los demagogos populistas
deben sentirse heridos por frases de esta naturaleza, a sus seguidores ingenuos
les digo, amigos, no se trata de que los suizos sean superiores a los cubanos,
todos las personas somo iguales, merecemos iguales derechos, INALIENABLES,
incluyen lo mismo al asesino convicto que al médico salvador de vidas. La
diferencia es el asunto que hoy nos motiva, La Cultura y la historia.
A través de una milenaria
evolución, los humanos fueron desarrollando, principalmente debido al trabajo,
facultades que les permitieron adaptarse al medio, transformarlo en parte o en
mucho, y a la vez estaban cambiándose a sí mismos. Se trata de un conjunto de
conocimientos, habilidades, herramientas materiales, tradiciones,
comportamientos, que conforman una particular relación humana con la naturaleza
y entre las personas.
El término incluye desde
cómo arar la tierra, el hábito de ahorrar dinero, cuidar las infraestructuras
comunes, diseñar con belleza los artículos y herramientas, las llamadas bellas
artes, hasta la actitud hacia los líderes comunitarios, llegando a la forma de
gobierno generalmente aceptada.
Aunque el hombre es parte
de la naturaleza, tal cual otro mamífero gregario, dada su capacidad de conocer
el mundo, se presenta ante ella como algo diferente. Es una valiosa cualidad
adquirida, a la vez, peligrosa, porque cuando asoma la arrogancia, suele
hacerle olvidar su indudable pertenencia al medio natural del cual es parte.
Ese conjunto de cualidades
humanas, que se expresan en lo individual y a la vez en colectivos, es LA
CULTURA. Otra característica significativa de tan importante término es su
constante evolución, dada la capacidad humana de proponerse nuevos retos,
buscando apasionadamente mejorar el bienestar alcanzado, sinónimo de algún
éxito en nuestra diaria y obligada relación con la naturaleza, y vale
reiterarlo, la relación es también entre nosotros.
Por tanto, no existe una
cultura dada de por siempre, veamos otro ejemplo de nuestra historia:
Hombre premonitor,
característica de los líderes, José Martí, apóstol fundador de nuestra
República, al escribir las Bases del Partido Revolucionario Cubano (Año 1892),
advertía:
“El Partido Revolucionario
Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con
alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la
composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y
cordial de las capacidades legitimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera
democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de
las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta
para la esclavitud.” (Artículo No. 4)
Hay dos alusiones directas
a la cultura predominante en la Cuba de entonces:
1- El espíritu autoritario y la composición burocrática de
la colonia.
2- Los peligros de la libertad repentina en una sociedad
compuesta para la esclavitud.
La nueva república nacería
tras cuatro siglo de administración colonial, a escasos años de haberse abolido
legalmente la esclavitud. Era evidente que ambas formas de enfrentar la vida
laboral, las actuaciones en sociedad, la actividad política, pesarían en la
conducta de los cubanos. Martí advertía sobre rasgos culturales negativos, que
deberíamos erradicar para crear una nueva cultura de libertad, capaz de
garantizarnos un mayor bienestar y éxito como nación.
El más brillante de
nuestros próceres cayó en combate tres años después de suscribir esta
premonición. ¿Logramos erradicar las malas costumbres?
La respuesta es un Si y un
No. La evolución social transcurre en medio de contradicciones. Las sucesivas
constituciones de 1901 y 1940, establecieron con claridad, sobre todo la
segunda, la prevalencia de la igualdad de todos los cubanos ante la ley, los
derechos de las minorías, y la plena prevalencia de la Declaración Universal de
los Derechos Humanos.
Otra cosa es la actuación
de cada persona, de los diversos colectivos humanos, movidos por la voluntad de
sus integrantes, en particular, bajo la influencia decisiva de los llamados
líderes.
Por ejemplo, la campaña de
saneamiento emprendida bajo la administración militar del general Wood, liderada
por el sabio cubano Carlos Juan Finlay, además de erradicar la fiebre amarilla,
dotó al país de una mejor red de caminos, mejoró la conducta de los ciudadanos
en cuanto a la sanidad hogareña y en los espacios urbanos. El resultado: un
cambio cultural beneficioso.
Sin embargo, todo
movimiento social es en sí mismo contradictorio, las tradiciones, forma
elemental de trasmisión de la cultura, suelen arraigarse y prevalecer mucho más
tiempo del debido, cuando ya hay avances del conocimiento y experiencias
válidas que indican la necesidad de ser cambiadas.
Hay una lucha incesante
entre lo que está, es dado a una generación, y lo nuevo, lo que puja por nacer.
No todas las tradiciones deben prevalecer, tampoco lo contrario. Este proceso
mueve la sociedad más o menos rápidamente en un complicado cruce de
direcciones, que tienden hacia un destino común, una flecha, diríamos un norte
predominante, cuya ecuación final ha de ser el progreso.
Sin embargo, suelen
existir equivocaciones colectivas, a partir de líderes carismáticos, que pueden
llevarnos al borde de una catástrofe. Casos evidentes sobran, menciono la
Alemania Hitleriana, el Japón de igual tiempo y, ya ustedes saben lo que ocurre
ahora en nuestra patria, la querida Cuba.
De lo anterior se deduce
otra conclusión, si bien la cultura es cambiante, a la vez está dada de por sí
para una generación, en tiempo y espacio. La sociedad recibe esa herencia, que
le es propia, y con ella actúa, creyendo que es la mejor forma de enfrentar los
retos.
Volviendo a los suizos y
los cubanos, es importante acotar otra particularidad de la historia, el
desarrollo desigual. Suiza tiene una larga historia republicana que se remonta
a la Edad Media, cuando aún Colón no había nacido. En Cuba diríamos de broma, cuando
El Castillo del Morro era de yaguas. (La Yagua es una frágil hoja, desprendida
de la porción alta del tronco de la Palma Real, árbol nacional cubano)
Mientras la esclavitud y
el despotismo colonial corroían la sociedad nuestra, los suizos ejercitaban sus
derechos en una república excepcional, enclavada entre los imperios europeos. Evidentemente,
al hablar de cubanos y suizos, se trata de dos culturas distintas, con
desiguales niveles de progreso social, y por tanto, este factor influye
poderosamente en los resultados al enfrentar el medio que nos rodea.
Recordando a Cristoforo
Colombo, el Gran Almirante de la Mar Océana, para muchos el marino mayor de
todos los tiempos, al ejecutar su atrevida empresa marítima, sin preverlo,
promovió con su voluntad y liderazgo, al mando de un puñado de hombres, la más
grande revolución de la era moderna, redondeando definitivamente nuestro
planeta a los ojos de sus habitantes, en especial, los gobernantes de las
naciones existentes a finales del siglo XV.
Es triste apreciar el
derribo populista de sus estatuas, culpando al excelso marino de la dominación
colonial, incluyendo el genocidio sobre la población autóctona del Nuevo Mundo,
sumada la esclavitud de los africanos al establecerse las plantaciones de
cultivos de exportación en diversos parajes del inmenso territorio cuyo velo
histórico descorrió el atrevido genovés.
Esclavitud, crueldad,
guerras de conquista, genocidios, eran cosa común de la cultura euroasiática y
africana desde mucho antes que Susana Fontanarrosa pariera a su hijo ilustre
junto al mar de Liguria. Evidentemente Colón no estaba en la capacidad, tampoco
formada parte de la cultura heredada de su tiempo, de irle a la contra al
sistema de dominación imperante a finales del siglo XV.
Celebro que al menos los
marxistas ortodoxos cubanos no han decretado todavía el derribo de sus efigies,
aunque lamentablemente echaron abajo otras igual de importantes para contar con
objetividad la historia nacional, de entre varias, la de Tomás Estrada Palma,
primer presidente de la República.
Al lado de los innegables
méritos que avalan al Almirante genovés, deberían competir en ventaja, sin
derribarle, esculturas de quiénes retaron con valor e inteligencia a la cultura
dominante, contribuyendo a que la historia diera un paso más hacia la
civilización.
Una contrapartida notable
fue Bartolomé de Las Casas, compañero de viaje de Colón en su segunda incursión
americana. El obispo de Chiapas se adelantó a su tiempo, demostrando la otra
cara de la cultura, cuya expresión es la constante voluntad humana por cambiar
para mejor la sociedad.
La honestidad política e
intelectual de este hombre extraordinario se revela en dos vertientes: de un
lado, respetó y admiró la obra del marino, hasta el punto de copiar para la
inmortalidad su Diario de Navegación del primer viaje, salvando el único
testimonio escrito de la hazaña. A la vez, comprendió la incongruencia entre el
descubrimiento europeo y el genocidio de la población nativa, dedicando su vida
a la redención de los llamados indios.
Ha de notarse que
inicialmente propuso liberar a los indios sustituyéndolos por esclavos
africanos, que según teorías erróneas, dados los limitados conocimientos
biológicos, eran considerados físicamente más resistentes a la rudeza del
trabajo. Nada para reprocharle, hombre de su tiempo, actuaba en pleno siglo
XVI, no en la época en que Google, con su rápido motor de búsqueda, me ha
permitido confirmar en un segundo, la pertenencia del valiente Fraile a la
orden de los Dominicos.
Seguiremos escribiendo, la
próxima vez abordaremos el desarrollo desigual de los pueblos.
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