Sunday, May 28, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XXI

 Por Guillermo A. Belt 



En episodios anteriores del libro de Enrique Loynaz del Castillo, Memorias de la guerra, los generales Máximo Gómez, Antonio Maceo y Serafín Sánchez dirigen varias cargas de caballería contra el ejército español. Lo hacen galopando a la cabeza de sus tropas y atacando al enemigo a golpes de machete. Todo ello muy digno de alabanzas, pero podríamos pensar que sólo eso sabían hacer: enardecer a los soldados con su ejemplo de valor personal, montar a caballo muy bien, y dar machetazos. Nada más lejos de la realidad; veamos.

Durante la noche del 23, [de diciembre de 1895] acampados en Sumidero, conferenciaron ampliamente los generales Gómez, Maceo y Serafín Sánchez, la trilogía milagrosa de la Invasión.

Las informaciones recibidas acusaban la acumulación de formidables obstáculos en el camino natural de la Invasión. Desde Matanzas hasta Unión de Reyes, aprovechada la estrechez de la Isla, habíanse acumulado las divisiones de los generales Suárez Valdés, Aldecoa, Prats, Luque y Molina. Complicaba la magnitud del obstáculo interpuesto a la Columna Invasora la numerosa impedimenta de los heridos de los últimos combates. Situarlos en una zona de seguridad fue apremiante objetivo. Evadir la combinación de columnas enemigas que oponían un muro infranqueable de bayonetas, haciéndolas quedar a retaguardia, fue el otro inmediato objetivo.





Los generales cubanos consultan el mapa de la región, escuchan a los prácticos que conocen el terreno y acuerdan un aparente retroceso que lograría ambos objetivos a la vez. Ordenan cambiar el rumbo y marchar al sur hacia la ciénaga de Zapata, en cuyas vastas soledades amparo encontrarían nuestros heridos contras las ferocidades del enemigo, y de allí se tomaría dirección al Este en aparente retroceso ante el valladar encontrado…

En la madrugada del 24 se emprende la marcha al sur, multiplicando incendios y revelando al enemigo el rumbo de las tropas invasoras, como se había hecho desde el comienzo. Al propio tiempo, los mambises destruyen las vías férreas en grandes tramos.

Como la eficacia de la nueva maniobra exigía velocidad extrema, se marchó durante catorce horas continuas, acampando casi a media noche en la finca Crimea cerca de Jaguey Grande y ya en la costanera de la ciénaga.

Los numerosos heridos al cuidado del doctor Manuel Alfonso fueron internados en la ciénaga, aunque todos deseaban continuar en las filas, antes que exponerse a la ferocidad de los guerrilleros, perseguidores despiadados de nuestros hospitales.

El 26 de diciembre la columna invasora llega al río Hanábana, limítrofe con Las Villas, y entra de nuevo en este territorio abandonando todos los progresos alcanzados en Matanzas. Reanuda la marcha el 27, siempre al este, pero ahora no tan larga y penosa como las jornadas anteriores. Las tropas obtienen nuevas provisiones y reponen fuerzas.

La maniobra de retroceso y falsa retirada a Las Villas – así se nombra esta sección del libro de Loynaz – fue completamente exitosa. Con los heridos a buen recaudo, el alto mando, acampado en las inmediaciones de Aguada de Pasajeros, decide el nuevo asalto a la provincia de Matanzas por la brecha abierta a través del valladar de Jovellanos que la maniobra de aparente retroceso eliminó.

En efecto, las columnas allí acumuladas – más de doce mil hombres – a las que otras numerosas se agregaron, adelantáronse en la dirección seguida por nuestro movimiento de retroceso. Lejos de detenerse para atacar las fuerzas cubanas en retirada quisieron adelantársele en Las Villas para coparlas. Allí esperaban dar el golpe de gracia a la Revolución. El general Martínez Campos llegó a cablegrafiar al Gobierno de Cánovas que antes de cuarentiocho horas habría infligido un golpe decisivo con el copo de las gruesas partidas insurrectas.

Martínez Campos manda traer de Matanzas al territorio de Cienfuegos a todas sus tropas disponibles a fin de interponerlas en el camino de lo que creía ser el objetivo de los cubanos: la seguridad de la cordillera de la Siguanea. Mientras tanto, el ejército cubano descansaba la tarde y la noche del 27 en confortable campamento cerca de Aguada de Pasajeros.

El día 28 de Diciembre (día de los Inocentes), a las tres de la madrugada, los toques de diana y formación pusieron en pie y a caballo las fuerzas cubanas. Tras breve desayuno se dio el toque de marcha: ¡otra vez a Occidente!

Una nueva ruta había sido trazada en reservada conferencia que en la casa de vivienda del ingenio celebraron los generales Gómez, Maceo y Sánchez. Se volvió a cruzar el Hanábana y se adelantó con celeridad y sin obstáculo a través de la provincia de Matanzas, ahora desguarnecida.

Sin obstáculo alguno estaba ya realizada la afortunada maniobra de retroceso y nuevo avance sorpresivo. Frente a la maestría de esta maniobra contrasta la falta de coordinación de las columnas enemigas, que inutilizó la enorme superioridad numérica, sus vacilaciones y el aturdimiento con que se intentó el copo ante la falsa retirada, sin abrumar la retaguardia cubana con algunas columnas que impidieran la doble conversión de su marcha y la embestida definitiva a las provincias occidentales.

¡La Academia arrollada por el Genio!


Nunca mejor dicho.

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