Thursday, May 18, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XX

 Por Guillermo A. Belt

 

Batalla de Coliseo por Armando Menocal. Fragmento.

A medida que van llegando las noticias de la Invasión la provincia de Matanzas realiza levantamientos continuos. Se combate en toda la parte norte de la provincia. Cinco mil soldados españoles no logran impedir la entrada de los brigadieres [José] Lacret Morlot y Francisco Pérez en el territorio de Matanzas.

El Ejército Invasor inicia su marcha hacia Matanzas el 18 de diciembre, llegando ese día a El Mamey, nos cuenta Enrique Loynaz del Castillo, y continúa el relato. Larga y fatigosa fue la marcha. A la una del día, a través de los terrenos del central Hormiguero cruzamos el lindero de la provincia de Matanzas…Hacia nuestra línea se aproximaba el enemigo…Extremaba sus precauciones. Buscaba el abrigo del monte y de cercano arroyo, frente a nuestra línea, descubierta y presta a cargar. No atreviéndose a avanzar más, ni a cruzar el arroyo, empeñó el combate a descargas y cañonazos.

A las cuatro de la tarde el enemigo avanza por el flanco derecho. Inmediatamente el general Gómez dio la orden de carga, seguida de los toques de degüello y a galope se lanzó nuestra caballería en perfecta formación, en la carga más imponente y ordenada que he presenciado.

Resulta imposible cruzar el arroyo porque los caballos se hunden en el cieno. Gómez da la orden de retirada, el enemigo no sale de su posición atrincherada, y al oscurecer las fuerzas cubanas reanudan la marcha sin ser seguidas por los españoles. Esa noche acampan en San Lorenzo del Desquite, y a las seis de la mañana en marcha de nuevo. Maceo y Serafín Sánchez rechazan ataques a las avanzadas y la retaguardia, respectivamente.

El Ejército Invasor marcha todo un día y la mitad de la noche sin descanso, evadiendo las columnas españolas. Al encontrarse con un tren lleno de soldados españoles en la vía férrea de Colón a Cárdenas y cruzar fuego con ellos, las fuerzas cubanas se dividen en la oscuridad. Loynaz del Castillo queda con Maceo, a quien deseaba acompañar hasta el final de la Invasión, no obstante mi propósito – que ya le había anunciado – de aceptar el cargo de Jefe de Estado Mayor del Ejército de Las Villas ofrecido por el general Sánchez. El resto de la fuerza cubana queda con los generales Gómez y Sánchez.

A las tres de la tarde del 23 de diciembre de 1895 la columna de Maceo avista el pueblo de Coliseo en el llano a su vanguardia. Maceo ordena a sus tropas pasar al otro lado de una cerca de piedra “para dar la cara al enemigo” – así lo cita Loynaz. A poco se les une el general Gómez, junto con Serafín Sánchez, a la derecha de la línea. Hay un gran cuadro mural en la suntuosa residencia que fue de la señora Rosalía Abreu, en Palatino, que reproduce exactamente esta escena de Coliseo, con impresión de vida; porque fue su autor un ayudante del general Gómez, el artista de excelso patriotismo, Armando Menocal.

Los cubanos contemplaban las llamas en Coliseo, de donde les llegaban pocas balas, según recuerda Loynaz. Mientras el fuego en los suburbios de Coliseo crecía en intensidad, divisamos una gran columna española que a la derecha, es decir, al lado del este de las ruinas del [antiguo ingenio] “Audaz” y a unos trescientos metros de ellas, tomó posición en forma de un gran cuadro irregular, cerrado en sus cuatro lados por nutridas filas de infantería, y a su lado norte flanqueado por fuerzas escasas de caballería. Esta columna la manda en persona el Capitán General de la Isla, Mariscal Martínez Campos.

Ante la imposibilidad de lanzar una carga de caballería exitosa contra el gran cuadro enemigo, Gómez y Maceo acuerdan contestar el fuego de artillería y fusilería desde la cerca de piedra. En este punto, el entonces comandante Loynaz del Castillo ve una oportunidad de actuar: Encontrándome al lado del general Maceo, me aventuré, confiado en el viejo afecto que nos unía, a sugerirle la ocupación de las ruinas del “Audaz” en previsión de que se nos adelantara en el mismo propósito el enemigo… El general me concedió su atención, pero no respondió nada…

Loynaz insiste, ofreciendo ir él mismo con alguna caballería de Serafín Sánchez. Entonces me preguntó, “¿Qué fuerza es ésa?” Díjele:” Un escuadrón del regimiento Martí, del coronel Justo Sánchez y otro de la escolta del general Sánchez, fuerza de coraje.” Maceo le ordena que vaya enseguida y se dirige con sus ayudantes a Coliseo.

Loynaz no logra ocupar las ruinas porque los españoles han llegado minutos antes y se han parapetado en ellas, desde donde abren fuego inmediatamente. Entonces ordena cortar una cerca de alambre, saca a su gente del batey del ingenio hacia un terreno más bajo cubierto por un cañaveral, donde a salvo de las descargas enemigas pude alinear a la fuerza, tarea en que me ayudó el coronel Justo Sánchez. No atreviéndome a regresar a presencia del general Maceo sin haber alcanzado el éxito, desplegué, pie a tierra, la fuerza ya rehecha hacia la parte posterior del muro ocupado por los españoles, que viéndose acometidos por la espalda tuvieron que batirse a la descubierta. Así nos sostuvimos, junto a las ruinas del Audaz, aunque no dentro de ellas, como una hora.

Éramos la última fuerza cubana sobre el campo de la acción. Sólo aguardábamos la orden de retirada, cuyo toque no pudimos escuchar… Mientras el cuadro español permanecía inmóvil, podíamos, sin gran peligro, aguardar. De pronto a galope se nos aproximó un jinete; era el ayudante del general Maceo, Alberto Boix.

En sus Crónicas de la guerra, el general Miró Argenter explica la apresurada llegada de Boix. Loynaz lo cita: “Quedaba únicamente nuestra retaguardia, sosteniéndose con vigor en el ingenio Audaz. No había oído el toque de retirada y continuaba firme en su puesto. Viendo el general Maceo comprometida la situación de aquellos escuadrones, sobre quienes toda la columna española iba a dirigir sus ataques, mandó a escape cuatro oficiales, uno tras otro, para que alguno llegara vivo y pudiera trasmitir la orden de retirada. Llegaron ilesos a Prodigio.

Supuestamente Martínez Campos comentó que se daría un tiro en la cabeza ante su derrota en Coliseo, a 130 kilómetros de La Habana. Sabemos que no lo hizo; quizás lo consideró. Razón de sobra tenía.

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