(Como homenaje al recién fallecido director de cine León Ichaso publicamos aquí la entrevista que le hiciera el miembro de la AHCE Luis Leonel León para el Anuario de la misma institucion correspondiente al 2018)
Por Luis Leonel León
Fue en 1963 cuando llegó a Estados Unidos junto a su madre. Había cumplido los 14 y ya, gracias a su padre, quien demoró unos años en tomar el mismo rumbo, tenía conocimientos de cine y televisión. Pero fue aquí donde formó como cineasta, en el exilio. Primero en Miami, ciudad de la que literalmente huyó, y luego en New York. Desde hace más de una década, entre producciones de Hollywood y aventuras independientes, vive en California. Aunque soñaba con ser corredor de motocicletas o guitarrista de rock, León Ichaso es el cineasta cubanoamericano que mayor éxito ha logrado en Estados Unidos. El Súper, Azúcar amarga, El cantante, Crossover Dreams, Piñero, Paraíso, y muchas otras de sus películas, así lo demuestran. A sus 70 años dice no querer serlo, pero sigue siendo un artista irreverente. Tiene más de un mundo que contar y le encanta hacerlo. Esta fue una de esas ocasiones.
No pocos te catalogan como un
cineasta del exilio cubano. ¿Lo eres?
Definitivamente mi carrera comenzó
aquí en el exilio, aunque desde Cuba, más o menos ya yo me estaba formando,
sobre todo viendo a mi padre, Justo Rodríguez Santos, trabajar en cine y
televisión. Pero sí, yo diría que soy un cineasta del exilio. Así nos conocen.
¿Y qué significa ser un
cineasta exiliado?: ¿etiqueta, fatalidad, una carga pesada?
Una carga pesada porque no tienes
país. Eres un cineasta sin cine. Sobre todo cuando hay festivales o se ponen
las películas, o se pregunta la ficha de la película, pues todo el mundo tiene
su país. Yo técnicamente quedo como un cineasta sin país. Por ejemplo, Azúcar amarga
es una película americana, El Súper es una película americana. El cine
cubano que se reconoce es el que hacen los que viven en Cuba. El cubano
exiliado, el cine exiliado, es otra cosa, y no es oficial para ellos. Y de
contra ya piensan que si el cine es exiliado es un cine derechista, o un cine
retrógrado, o algo de eso, por lo que significa Miami para mucha gente, que es
el exilio. Cuando salió Azúcar amarga, me di cuenta cómo nos miraban a
los que éramos en realidad cineastas del exilio: como gusanos.
Tu padre integró el grupo
Orígenes, fue escritor, realizador, publicista. ¿De qué manera te influyó todo
eso?
Fue una influencia completamente
natural y completamente agradecida. Mi padre fue un hombre muy divertido. Era
como un hippie en Cuba. Era fotógrafo, escritor, un poeta conocido. Hacía
televisión experimental en el Teatro Experimental del Aire, en Cuba. Y me
llevaba con él a todos lados. Yo aprendí cine en los estudios de CMQ, viajando
con mi padre cuando él filmaba escenas para Historias
de la Revolución, o me llevaba a conocer al Indio Fernández, el director
mexicano. Eso todo fue ocurriendo como automáticamente y yo ni sabía que tenía
eso en mí. Nunca fui al colegio a estudiar cine.
¿Cómo fue aprender cine haciendo cine?
Así mismo. Llega un momento, más o
menos 1967, cuando había un cine que se llamó underground, que empecé a hacer cine con mis propias cámaras
pequeñas, de 8 milímetros. Y eso se convirtió después en trabajar en
comerciales con mi padre. Trabajé muchos años haciendo comerciales con él, y
todo eso me llevó a hacer mi propia película, El Súper. Me dije:
voy a fabricarme aquí mi propia puerta para entrar en este negocio, no voy a
esperar a un título de una universidad, ni a que me llamen. Así fue cómo
ocurrió lo que tú dices: estudiar cine haciendo cine.
Con una súper 8 hiciste tu primera
película, Aluminio, en Miami.
Y muchas otras después. Era la época
en que esa alternativa existía. En el año 1969 tuve un show que me organizaron
Dolores Prida y Mercedes Cortázar, dos muchachas cubanas que tenían una revista
que se llamaba La Nueva Sangre. La revista hizo en Nueva York una
muestra de mis películas. Se llamó Cinema 69. Y se dio, fíjate qué cosa
más curiosa, en el espacio de Waldo Díaz-Balart, que era el cuñado de Fidel
Castro. Y allí se dio mi primera exhibición. Y esas peliculitas underground se veían.
¿Cómo era entonces el mundo
intelectual?
Yo estaba fuera de Miami. Había
explorado Nueva York. En Miami pasó una cosa que fue bastante ridícula. En
Miami, a todo el que se dejaba el pelo largo o la barba o usaba sandalias, le
decían comunista. Estar en Miami era muy desagradable si tú estabas como yo en
el 67, con el pelo largo y las sandalias y fumando marihuana y lo que fuera. Eso
era un pecado mortal. Hasta me cayeron a golpes en Lincoln Road una pila de
cubanos imbéciles que pensaban que yo era un comunista. Ya Miami no me hacía
ninguna gracia. Porque lo que pasaba es que ya no aceptaban nada que se fuera
del guetto cubano y yo estaba desesperado por escaparme de eso, a través de los
años 60, de los Beatles, de los Rolling Stones, del ácido y de lo que fuera.
Eso no se aceptaba.
¿Y llegas a la Gran Manzana?
La primera noche que llegué Nueva York
empecé a trabajar en un restaurante que se llamaba Max’s Kansas City,
que convirtió en un lugar de encuentro de poetas, músicos, pintores, políticos,
en los años 60 y 70. Iban Andy Warhol, Lou Reed, Jimi Hendrix y mucha gente. Yo
trabajaba ahí de bus boy y empecé a
conocer ese cine y otro mundo diferente, más interesado en cosas universales,
que no tenían que ver ni con Cuba ni con nada. Y conocí ese mundo y me quedé en
Nueva York, formé parte de ese movimiento y me quedé viviendo en Nueva
York.
En 1978 fuiste a ver la obra off-Broadway
de Iván Acosta, El Súper, estrenada a finales de 1977.
¿Recuerdas qué sentiste al verla?
Yo era amigo de Iván Acosta. Había ido
con Iván a algunas de las protestas del grupo Abdala. Incluso filmé unas de las
manifestaciones en la calle 43 y la octava avenida. Me acuerdo que nos
cayeron a palos y tuvimos que salir corriendo. Iván me invitó a la primera
presentación del Centro Cultural Cubano de Nueva York (CCCNY). Llevé Aluminio,
y como no tenía más nada, también llevé el documental de Orlando Jiménez Leal, PM,
y esa fue la noche de cine en el CCCNY, aquella gran noche en la Catedral Saint
John the Divine.
Según me ha contado Iván
fueron miles de personas durante una semana de arte cubano.
Fue mucha gente. Una cosa
completamente nueva. Se pusieron obras de teatro, películas, exhibiciones de
pintura, poesía, libros. Fue muy interesante. Allí Iván y yo nos hicimos amigos. Y en
la obra El Súper actuaba Reinaldo Medina, que también está en la
película como Pancho, que por entonces estaba haciendo comerciales con Orlando
y conmigo, y ya estaba transformado en Pancho y me dijo, con la voz del
personaje: “si tú no vas a ver esta obra te mato”. Y yo me dije: si no voy a
ver esta obra el loco este es capaz de cualquier cosa. Creo que la fui a ver
con Manolo Arce, que después la reescribió y produjo conmigo, y con Camilo
Vila, que también es otro director cubano. Y en el intermedio de la obra le dije
a Iván: yo voy a hacer de esto una película. Y así fue.
Para trasladar la obra al cine
la llevaron a un sótano real, donde vivía un súper real.
Encontramos ese sótano en la 190 y
Broadway. El sótano de un súper puertorriqueño. Y en el filme mantuvimos la
mayoría del elenco de la pieza, con pequeños cambios como usar a Elizabeth Peña
para el papel de Aurelita, y se cambió al personaje del puertorriqueño, yo
traje a un actor-director puertorriqueño, Efraín López Neri. Pequeños
cambiecitos. Lo bueno que tenía el proyecto era que todo estaba ensayado, muy
bien escrito, y con tremendas actuaciones de Raimundo Hidalgo Gato, Zully
Montero, Reinaldo Medina y los demás.
Inmediatamente comenzaste a producir
segmentos para el popular programa Saturday
Night Live.
Es que la película tuvo mucha acogida.
Se estrenó en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) y después ganó
muchos festivales. Lo que me llevó a mí a empezar estos segmentos de Saturday
Night Live, que eran películas cómicas cortas, de más o menos 5 minutos.
Hice una de un torero en Nueva York, Pepe González, el único torero de la
ciudad. Otra de un safari para matar cucarachas. Cosas así.
El humor, incluso insertado en
dramas impactantes, siempre está presente en tus obras.
Siempre hay humor sí, al menos siempre
hay su chiste, medio escondido o explícito. Lo que pasa es que mí me encanta la
comedia. Y El Súper es una comedia diferente.
Tragicomedia, diría yo. Un término, por cierto, que
en gran medida define a los cubanos.
Yo creo que sí. Igual que a los
italianos, que hacían aquel cine, muy parecido en ese sentido. Es aprender a reírse también
de la desgracia que nos ocurre. El afiche de El Súper que yo hice
cuando la película se estrenó, y que muy poca gente conoció, es un afiche en
blanco y negro, donde sale Raimundo Hidalgo Gato parado frente su casa, ante
toda esa nieve, que no puede ni caminar, y arriba dice en inglés: Cuando
te puedes reír de la tragedia de estar completamente desplazado, estás salvado.
Y eso es más o menos de lo que estamos hablando. Después ese afiche se cambió
porque la distribuidora americana quería algo más chistoso. Y se hizo otro que
decía “de la misma gente que le trajeron los Ricky Ricardo, los tabacos
cubanos, los watergate plumbers”. Se
hizo una cosa diferente, la Estatua de la Libertad aguantando una herramienta y
adentro el súper siendo aprisionado por esa llave inglesa que usan los
plomeros.
¿Cómo fue recibida El Súper
entre exilio cubano?
Fue muy interesante. Al principio hubo
gente que estaba muy disgustada con la película porque pensaban que se metía
con Bahía de Cochinos, que se burlaba de Pancho, que si no estaba “clara” la
película. Pero eso fueron cuatro gatos. Porque cuando se estrenó fue como una
catarsis. El exilio necesitaba reírse. Necesitaba ya darse cuenta de que a lo
mejor no se volvía más nunca. Pero había que parar de vivir con esa seriedad y
esta ilusión, casi que le prohibía a uno moverse. Han pasado ya 40 años. Fue la
primera película que habló de eso, que presentó una cosa tan simple como los
cubanos refugiados.
He hablado en New York con dominicanos, boricuas y otros
hispanos, gente de aquellos tiempos y más jóvenes, y se han visto reflejados en
la película, pues no sólo habla de exiliados sino también de emigrantes.
El Súper tiene una cosa muy universal. Ese fue
uno de sus éxitos. Una de las cosas que hice con el guión, junto con Manolo,
cuando reescribimos la obra de Iván, fue quitarle la política y hacer del
enemigo de El Súper no tanto Fidel Castro como el elemento de estar
desplazado, la nieve, el inglés, los americanos. Las cosas que él no comprendía
se convierten en un enemigo más efectivo. En la obra él tenía pesadillas con Fidel
Castro que se le colaba en el basement. Y todo eso estaba muy bien, pero
hubiera retenido la película y nuestro mensaje y presencia en el cine
precisamente con una película de cubanos exiliados, lo que somos. Y creo que de ese modo
lo logramos.
Con Azúcar
amarga fue todo lo contrario.
Ahí sí me lancé con una pistola en la
mano. Ahora, con El Súper había que tener un poco más de cuidado. Era la
primera. Además, no había necesidad, la película decía tanto en contra de aquel
régimen y de aquel hombre, que no había que abusar. Eso creo que hizo a la
película mucho más popular.
Siendo estudiante de cine de
Cuba, en los años 90, vi con unos amigos, de manera clandestina, Azúcar
amarga. Fue el encuentro con un cine de denuncia que me interesaba, pero que
sólo era posible hacer fuera de Cuba.
Por supuesto. Azúcar amarga incluso
acaba con el personaje principal tratando de matar a Fidel Castro. Y te cuento
algo, todo el mundo, más que nada del mundo americano, del cine de arte, me
decían: ese final es lo que la echa a perder. Y soy consciente de eso. Si
hubiera acabado en un momento en que hay un close
up después de que su novia se ha ido de Cuba en una balsa y él se queda ahí
solo, destruido, oyendo de lejos el eco de la voz de Fidel dando un discurso,
hubiera sido un final artístico brillante y poderoso. Pero honestamente yo
quería que alguien tratara de meterle un tiro a Fidel Castro. Y me la jugué con
ese final.
Eso era lo que más preocupaba
a los censores y a la policía política en Cuba, que al final la película decía
que para acabar con el problema cubano no quedaba otra vía que matar a Fidel Castro.
Claro que la película se hizo con esa
intención. Era el momento en que todos estaban regresando a Cuba. Con todos,
quiero decir, Leonardo Dicaprio, Jack Nicholson. Todo el mundo estaba
descubriendo a Cuba como el nuevo vacilón y eso a mí me volvió loco, y me dije:
coño, tengo que tratar de parar esto un poquitico. Así y todo la película fue
super popular. Yo no me lo podía creer. Se estrenó en México en siete salas. Se
estrenó en España, en Madrid, como en ocho salas también. Se puso por todos
lados. Y mandé para Cuba como 50 casetes VHS. Poquito a poco. 10 por aquí, 15
por allá, para que la trataran de ver allí.
Durante años navegaste a contracorriente
en muchas cosas: los exiliados, los emigrantes, los hispanos en EEUU, que tienen fuerte presencia en
tu cine. ¿Cómo surgió Crossover Dreams?
Sucede que en Nueva York estás más en
contacto con la música nuestra, que en esa época se le llamaba “salsa”. Y
entonces había como un renacimiento de cosas puertorriqueñas y latinas en Nueva
York, que yo estaba presenciando, viviendo. Iba a esos conciertos, a ver a
Héctor Lavoe, Eddie Palmieri, Oscar D’ León. Y la idea de esos músicos que iban
corriendo de un night club a otro,
del Bronx a Brooklyn, a Manhattan, en una noche, para ganarse cuatro kilos,
tocando esa música tan nuestra en medio de las nevadas más brutales del mundo,
me di cuenta que era una cosa de lo más interesante. Tú salías a la acera y el
mundo se está cayendo de nieve y dentro de los clubs las palmas, salsa y la
gente sudando. Qué interesante. Y todos esos músicos latinos abrazaban el
sueño de cantar y hacerse conocidos también en inglés. De ahí viene el término Crossover
Dreams. Todos habían hecho su disco en inglés y casi todos habían fallado.
Entonces me lució algo muy interesante, y que era una película que yo podía
hacer, de nuevo, como El Súper,
con poco dinero. Y ya había conocido a Rubén Blades.
Que se estrenó como actor contigo
en Crossover Dreams.
Y en ese momento no le podía ir mejor,
pero me dijo esta frase: “El sueño mío es ser actor, escríbeme algo”. Y así
fue. Yo estaba conectado con todo ese mundo de músicos que ya conocía, de
llamarlos para hacer, con mi padre, comerciales de Café Bustelo, del Banco de
Ponce. Cuando llegó el momento de hacer la película no era un desconocido que
se estaba lanzando, yo los llamaba por teléfono, oye fulano, voy a hacer esto,
¿me ayudas? Crossover Dreams tuvo la oportunidad de estrenarse también en el MOMA y
después en el Festival de Cannes. De Nueva York fuimos varias personas al
festival, imagínate, una cosa muy especial.
En tu cine confluyen dos
espíritus: el aliento del cine de arte y la energía del cine popular. ¿Es a
propósito?
Creo que ocurre de manera natural. Yo
no soy un tipo bien artístico y pesado. Soy un tipo de calle. Lo que vengo
también de una familia muy culta y muy preparada. Mi tío Paco Ichaso [fundador
del grupo Minorista] era un periodista de nombre, mi padre un poeta y un gran
escritor, mi madre Antonia Ichaso también escribía novelas. Mi
hermana igual, escritora. Eso está ahí. Pero de mi familia yo soy el más
lanzado a la calle. Y quizás eso es Nueva York. Porque en Miami no vas a salir
a caminar a la calle ni vas a conocer a un puertorriqueño que canta, ni nada de
eso. En Nueva York te tropiezas con esa gente. Vas caminando y ves un concierto
de salsa en el Parque Central y dices “mira quién está ahí”. Es la única ciudad
del mundo donde se ven estas cosas. Eso yo creo que me dio a mi más acceso.
Definitivamente Miami estaba completamente en bancarrota en cuestiones
espirituales o educacionales. Y Nueva York era una abundancia de todo ese tipo
de cosas que incluía el mundo de la calle. Y lo he mantenido siempre en mis
proyectos.
El personaje de Croosover Dreams no es un músico famoso. Como pasa en El Súper y Piñero. Son historias de antihéroes, con finales no especialmente felices, que buscan retratar la crudeza de la vida.
Mucha gente me decía: con tanto cubano
rico y con tanto cubano que le ha ido bien, chico, tú tuviste que hacer la
película de un guagüero. Pero yo pienso que es mucho más interesante que haga
la película del guagüero que la de un señor que tiene un banco en la calle
Flagler. Eso es lo que me ha interesado, mucho más que lo pulido de las cosas,
que todo esté perfectico. Eso nunca me ha gustado.
La fotografía y la edición de
tus películas también van por ese sendero.
Creo que también pasa porque cuando me meto en un proyecto
estoy desde que el primer tiro de la cámara hasta que se pone en un cine. Hacer
cine independiente te obliga a tener cuatro sombreros. Yo aprendí a editar
cuando hacía comerciales, aprendí a fotografiar cuando faltaba un fotógrafo.
Uno se pone a hacer de todo.
¿Qué tal te fue con Piñero?
Fue una experiencia increíble.
Un personaje que yo conocía muy poco. Lo conocía cuando él escribía para Miami
Vice, que yo dirigía, y era un tipo al que uno tenía que salirle corriendo.
Tú estabas sentado diez minutos al lado de Miguel Piñero y te robaba la
cartera, te quitaba el dinero y te la colocaba otra vez. Pero lo encontré
interesante. Era un gran poeta y dramaturgo. A
esa película no le fue muy bien en Miami. Volvemos a eso. Porque si no era
cubano, no funcionaba, al menos entonces. Y me pasó eso. “¿Qué hago yo haciendo
una película sobre un puertorriqueño tecato, poeta, bandido?”, me
decían. Son pequeñas desilusiones que también recibes, que son parte de la
vida en que yo me he metido. Porque ya yo mañana no puedo salir de aquí. Ya
estoy muy viejo, no puedo decir me voy a meter a manejar un taxi. Ya es o
retirarme o seguir haciendo cine. Estoy trabajando en un proyecto que me
gustaría hacer con el actor cubano Adrián Mas, sobre un cubano que le mete un tiro
a otro en una gasolinera en una discusión de política. Un cubano que le grita a
otro “balsero de mierda” y le pega un tiro. Basado en un hecho real.
Tu última película es Paraíso, rodada en 2008 en Miami, a donde has retornado a filmar más de una vez.
Paraíso la ha visto muy poca gente y yo creo
que es una de mis mejores películas, y una de las más serias, con un mensaje
devastador y una crítica muy fuerte a los de allá, pero también a los de aquí,
a todo. El personaje es un animal, un salvaje, y a la misma vez es un
muchacho que está perdido, que no está preparado para sus sueños. Un tipo que
ha soñado todo el tiempo con venir para acá y cuando llega, no sabe qué
hacer. Es la construcción del hombre nuevo de la revolución, que yo conocí
y me di cuenta que era un fenómeno que se merecía pensarlo y dedicarle un
proyecto. Y ahí está Paraíso, hasta el momento mi última
película.
Luego intentaste hacer, también
en Miami, la película La última noche.
Eso fue otra cosa. Esta era sobre un
actor al que la familia lo mete en una casa de viejos. Pero la película se cayó
a pedazos, no la terminé. Sucede que con los proyectos latinos, cubanos,
que a mí me encantan, te matas con deudas tratando de hacerlos, y de pronto, ya
la película te la robaron. No se ha estrenado y ya te la piratearon. Entonces
te dices, ok, esta me la piratearon, vamos a intentar otra. Y luego pasa otra
cosa. Eso sumado a que la gente ya no va al cine, dicen que la ven cuando salga
en DVD. Entonces piensas para qué me voy a matar una vez más. Mi madre me lo
suplicaba, me decía: “no más, mi hijito, que tú sufres mucho”. Hay muchas cosas
que te frenan. Y tampoco puedo llegar muerto de hambre a mi vejez tratando de
hacer películas que son muy bonitas, que me encantan, que tienen las mejores
críticas del mundo… y que nadie las vio.
Una pregunta final. Aunque se le ha
hecho muchas veces a los cineastas siempre me seduce hacerla: ¿Qué es el cine
para ti?
Nunca me lo he cuestionado
mucho, pero es una pregunta interesante. Trabajar en el cine tiene una cosa que
es como trabajar en muchas cosas de una manera muy especial. Cada proyecto
nunca es el mismo. Tú puedes ser un día un salsero, al otro puedes ser un
asesino, al otro día puedes estar con una guitarra eléctrica con Jimi Hendrix
al lado, puedes estar cerca de Mohamed Ali. Hay un aprendizaje y una compañía.
Siempre sentí que haciendo cine tenía como una gran familia, que me gustaba. A
lo mejor no veía a este fotógrafo en 4 años, a lo mejor nos encontrábamos en
otro proyecto. Hay una película que yo vi en Cuba, Trapecio, de Burt Lancaster y Tony Curtis, sobre un circo. Recuerdo
que me impresionó tanto, cómo vivía esa gente, los veía ensayando en el circo,
y sentí que quería estar en ese mundo. Eso se sumó a lo que veía con mi padre,
trabajando con creadores impresionantes, el ambiente de la CMQ, el canal 4.
Había como una gran familia dentro de eso, que era muy especial. No es como si
me sintiera llamado a hacer cine, como una vocación por algo sagrado, como un
cura. Pero me gustaba inmortalizar ciertas cosas que yo pensaba que nadie más
se iba a preocupar por ellas. Creo que Iván Acosta cuando escribió El Súper no se imaginó el interés que
ese encargado de un edificio iba a tener. Algo así sucede. Y de pronto, ya no
conocía otro mundo. En esto también puedes poner tus dos centavos por aquí, por
allá, conocer personas increíbles. La música de El Súper la hizo Enrique Ubieta, que escribió varios de los himnos
de la Revolución, un músico que luego fue ultrajado y destruido por Fidel
Castro. Lo conocí en Nueva York, mi padre me lo presentó: era un genio. Y
después trabajar con Rubén Blades, o con músicos panameños que hicieron la
música de Crossover Dreams. En El cantante, eso fue un derroche de
música. Yo había conocido a Héctor Lavoe cuando había un restaurante en la
Octava avenida en Nueva York que se llamaba El
Asia, y ahí entrabas y veías en un domingo aburrido a Tito Puente, a
Machito, a Miguelito Valdés, que le decían Mr. Babalú, y veías a Héctor Lavoe.
Veías a todo el mundo ahí cuando nadie era famoso. Y después todos estos mundos
se reúnen y los vuelvo a ver. Ha sido para mí una cosa muy interesante. Porque
el cine te deja hacer una cosa que es muy interesante. Por ejemplo, yo soy como
un rockanrolero de closet. Eso es lo que me hubiera gustado ser a mí. Antes
quería ser campeón de motocicletas. No hubiera sido nunca ni campeón de
motocicletas ni guitarrista famoso. Ahora, en el cine, puedo tener una escena
donde hay una motocicleta y puedo envolverme en la música que me gusta. Yo lo
he hecho. He tenido la gran dicha de trabajar con músicos fenomenales. Y el
cine me ha ayudado a cumplir todos esos sueños.
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