Por Guillermo A. Belt
Al amanecer del 15 de diciembre [de 1895] el
Ejército Invasor al mando de los generales Máximo Gómez, Antonio Maceo y
Serafín Sánchez emprendió resueltamente la marcha por los llanos de Cienfuegos
al avanzar por el centro de la Isla.
Regresemos al relato de Loynaz: Sólo dos cápsulas había para cada fusil. Esta contrariedad hizo que el General en Jefe consultara al general Maceo. “Con los machetes basta”, respondió el vencedor de Peralejo. Y el general Gómez dispuso: “Al avistar al enemigo, un tiro y al machete”.
Era el mediodía. A vanguardia el contingente oriental con el general Maceo; en el centro el general Máximo Gómez con su Estado Mayor y escolta; luego la pequeña fuerza de infantería; a retaguardia las fuerzas villareñas con el general Serafín Sánchez al frente.
Loynaz es testigo de una conversación entre Máximo Gómez y Serafín Sánchez. Gómez dice: Me está extrañando que a esta hora no hayamos tenido ningún encuentro todavía. Sánchez le asegura que tiene fuertes exploraciones en ambos flancos. Relata Loynaz que iban dejando atrás el central Teresa, incendiados sus cañaverales, y en aquel momento teníamos a la derecha a unos treinta metros una vía férrea estrecha que orillaba pequeño cañaveral, de escasa altura. De súbito, por allí óyense tiros y aparecen nuestros exploradores, con el capitán Esquerra, corriendo a nuestras filas, de cerca perseguidos. El general Gómez, todavía junto al general Sánchez, gritó, con voz estentórea: “De frente al enemigo. ¡Firmes!”
Cuando asoman los españoles por encima de las cañas en la vía férrea, Gómez ordena hacer fuego. Los cubanos hacen una sola descarga, y Gómez grita “¡Arriba!”. Vibraba el toque de degüello. Y a la carga se lanzó toda nuestra caballería. Los jinetes enemigos huían. Pero un poco más allá, triple línea de infantería opuso sus descargas y bayonetas a los cubanos enardecidos. Sobre la línea de cuchillos se arrojaron los jinetes. El primero en saltar sobre las bayonetas fue el general Máximo Gómez, siguiéndole, pugnando por apareársele, el general Sánchez y yo con ayudantes y escoltas, que al heroico Generalísimo formamos un escudo de machetes.
En un artículo anterior recogimos un incidente similar, al lanzarse Maceo a la carga en tanto que sus ayudantes, Loynaz entre ellos, se esforzaban por adelantarse para que no fuera el general quien primero chocara con el enemigo. Antonio Maceo, al igual que su hermano José, conocido como el león de Oriente, acostumbraban a encabezar los combates, casi siempre a caballo. Máximo Gómez no sólo introdujo la carga al machete sino que la dirigió al frente de sus tropas.
Prosigue Loynaz: Toda la línea española la veíamos rota y desbaratada por nuestra caballería desenfrenada. A poco Serafín me dijo: “¡Llevamos macheteados más de cuarenta!” Y era entonces que el estrago comenzaba. Formaban los españoles cuadros, inmediatamente deshechos: grupos de a tres, espalda con espalda, y eran acuchillados.
Dispersada la columna enemiga, se escucha un fuerte tiroteo a vanguardia. Es el general Maceo a la carga, al frente de la caballería oriental. En este punto, Loynaz transcribe el relato de su amigo el entonces teniente Manuel Piedra, más tarde general, quien como ayudante de Maceo se lanza entre los primeros, con el Estado Mayor, y destrozan la tropa española a machetazos. Cuando Piedra persigue a un grupo de soldados enemigos, un oficial y cuatro soldados, ocultos tras una cerca de mayas, le disparan. Piedra continúa al galope hacia ellos y dos balas hacen blanco en su pierna derecha. Cuando se inclinaba para dar un golpe de machete al oficial, éste le da un balazo por el costado derecho, paralizándole el brazo. El oficial está recargando el revólver cuando llegan dos jinetes cubanos y matan a todos los españoles.
Mientras tanto, algo parecido le sucede a Loynaz. Tropecé con un grupo de tres soldados, en formación de grupo contra caballería. Apuntando con mi revólver, que sólo cápsulas descargadas contenía, les intimé la rendición. Como vacilaran, les arrebaté las armas a los dos más cercanos; el otro, volviéndose me apuntaba. Le eché encima el caballo, al que hundí las espuelas en sus ijares, porque espantado ante la bayoneta, resistióse a arrollar a mi contrario, al que en vano acometí con mi machete, que rebotaba en el máuser. Un disparo me rozó el sombrero, mas al mismo tiempo un soldado de la escolta de Serafín, llegando a galope, tiró un machetazo al pescuezo de mi enemigo, que con la sorpresa retratada en los ojos, vaciló y cayó.
El Ejército Invasor rechaza al enemigo en dos frentes. Cuando Maceo los arrolla, los españoles se retiran al pueblo de Cruces. Máximo Gómez los derrota en la vía férrea, prendiendo fuego a la locomotora y el tren en que habían llegado unos 500 infantes. Serafín Sánchez improvisa una fuerza de infantería armada con fusiles recién quitados al enemigo, y dispara sobre la cerca de piedra tras la cual se han apostado los españoles.
El combate terminaba. En los cañaverales incendiados perecieron alrededor de doscientos soldados españoles, cuyos cadáveres carbonizados asomaban en los escombros, junto a los restos de sus fusiles.
En nuestro poder quedaron ciento cincuenta rifles máuser,
treinticinco remington, seis acémilas cargadas de cajas de cápsulas, y otras
muchas provisiones y equipajes, con escasos prisioneros salvados del horror del
macheteo. Fuera de los cañaverales contáronse ciento dos muertos de machete.
Esta victoria – la más decisiva de la guerra – sólo costó
cuatro muertos y cincuentiocho heridos a los cubanos… Eran las cuatro de la
tarde y había terminado la jornada inmortal de la independencia.
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