Por Vicente Morín Aguado.
La historia significa el pasado, es reconocer la existencia de un tiempo anterior al nuestro, diferente del presente. Suponer no es buena práctica cuando se trata del conocimiento, sin embargo, existe consenso en cuanto a que la evolución histórica representa una línea ascendente de progreso, de bienestar en general para la humanidad.
Igualmente hay acuerdo de
que los beneficios alcanzados son desiguales, tanto en lo individual como al
valorar las diversas agrupaciones humanas en espacio y tiempo. La determinación
del progreso implica establecer parámetros porque obliga, de hecho, a comparar.
A su vez, una comparación necesita precisar tiempos, espacios, es decir,
delimitar un área definida, digamos, un contexto común denominador.
Veamos un caso cubano:
Al referirnos a la dominación española, la sociedad colonial es apreciada
generalmente como esclavista, sin
embargo, aunque hubo esclavos africanos ya desde mediados del siglo XVI, no es
hasta dos siglos después que empieza a conformarse un sistema de plantaciones,
la caña de azúcar en primer lugar, que trajo consigo la importación masiva de
esclavos africanos, convertidos en fuerza de trabajo decisiva para la economía.
Tal sistema entró en
crisis durante la Guerra de los 10 Años, desapareciendo legalmente en 1886. Por
tanto, el diagnóstico de un historiador sería que Cuba fue un país esclavista
durante un siglo, mientras fue colonia española durante 4 siglos.
La conclusión anterior
expresa la importancia de ubicar los acontecimientos, los conceptos, en tiempo
y espacio. De esta máxima se deriva poder evaluar el progreso histórico.
Volvemos a nuestra patria:
Cuba en las décadas
primera y sexta del siglo XX. El período inicial se precisa entre 1901 y 1910.
El año 1901 está determinado por un suceso trascendental, la proclamación de
nuestra constitución, que implicaba elecciones presidenciales, estableciendo la
República, proclamada el 20 de mayo del siguiente año.
Sin embargo, al fechar el
segundo período propuesto, hemos de invertir los términos, será desde 1950
hasta 1959. Sin ser especialista, un lector enterado coincidirá en que esta vez
es imposible pasar más allá de 1959 porque, sencillamente, el cambio histórico
fue tan brusco, relevante, que se impone establecer un antes y un después.
La conclusión es que, al
estudiar el pasado, la medida del tiempo no es exactamente igual al simple
conteo físico-matemático del mismo.
Apelando a un criterio más
abarcador, agregamos que, entre 1901 y 1959, tenemos un gran período histórico,
cuyas generalidades pueden concentrarse en La República, con dos constituciones
(1901 y 1940). Según la tradición francesa serían la 1ra y la 2da repúblicas
cubanas. Ambas tuvieron cartas magnas con notables diferencias, pero al igual
con denominadores comunes, capaces de permitirnos englobar todo el período:
pluripartidismo, elecciones directas presidenciales y de diputados, derechos
humanos universales establecidos y entre ellos garantía al derecho de la
propiedad privada junto a una economía de mercado.
El contexto internacional
está signado por un lazo de dependencia directa, múltiple, con los Estados
Unidos de América.
La revolución de Fidel
Castro proclamó dos nuevas constituciones de carácter socialista, opuestas a
los derechos y normas jurídicas propias de la democracia occidental, integradas
en el concepto de República. De igual
forma continuó la dependencia a una superpotencia, la desaparecida Unión
Soviética, con la notable diferencia de estar atado el país a un sistema
totalitario comunista.
Establecidas las bases
para una comparación, acudimos a varias enciclopedias, donde seleccionamos
algunos indicadores básicos del bienestar:
Esperanza de vida al
nacer, ingresos per cápita ajustados al costo de la vida, mortalidad infantil,
escolaridad promedio de la población, desempleo promedio de la población
laboralmente activa, criminalidad y población carcelaria, urbanización, derechos
humanos reconocidos, igualdad étnica, leyes y regulaciones discriminatorias y,
acepto en la mente del lector otros elementos de similar valor social.
Hemos de saltarnos las
cifras con la certeza de que son innecesarias para asegurar, sin lugar a dudas,
que al paso de medio siglo, la sociedad cubana experimentó un notable avance en
términos de bienestar individual y colectivo, aún en medio de notorias
desigualdades e injusticias.
La paradoja, esencial a la
naturaleza humana, es que ningún progreso anterior paraliza las ansias de
seguir avanzando. No porque en 1927 Charles Lindbergh voló sin escalas 6000 km
entre Nueva York y París, perdimos el interés por alcanzar la Luna a 400 mil
kilómetros en 1969, y ahora la meta está en los más de 60 millones de Km que
nos separan de Marte.
Sin embargo, el llamado
progreso social no es lineal, tampoco felicidad absoluta, se muestra en medio
de notables contradicciones. Mientras la humanidad, a través del programa Apolo
impulsado por los Estados Unidos, ponía un pie en otro cuerpo celeste, soldados
de ese mismo país masacraban cientos de civiles en la aldea My Lai, Vietnam, en
tanto era asesinado en Memphis el líder antirracista, Reverendo Martin Luther
King Jr.
En Cuba felizmente el racismo legal estaba prescrito en todas las constituciones mucho antes que en países de notable éxito económico, político y social, como nuestro inspirador vecino mayor norteño, no obstante, el racismo persiste en la actuación de muchas personas de las más diversas maneras, cuya desaparición será tanto o más gloriosa que aterrizar en el planeta rojo.
Entra en juego la actitud
del historiador, que es un profesional, cual médico, abogado o periodista, cuyo
objetivo es la verdad, más allá de ideologías doctrinarias, religiones,
partidos políticos o intereses personales.
Carlos Marx “anduvo de
prisa y como en la sombra”, sentenció el apóstol de nuestras libertades, José
Martí, al relatar desde Nueva York la noticia de su muerte. El alemán pretendió
igualarse a Darwin, de quien el propio cubano había dicho que su frente era
“como una montaña”.
El aludido aparece porque
Marx aseguró haber descubierto las bases para una interpretación científica de
la historia, capaces de prever resultados inexorables, equiparables a los
corolarios de la física, la química y la biología.
Incontrastables evidencias
han demostrado que su cientificismo terminó en doctrina, cual religión
apologética.
De prisa, en la sombra,
obsesionado por la grandeza de su contemporáneo Darwin, este barbudo se había
refugiado en los derechos establecidos por el liberalismo inglés, contagiado de
determinismo científico, reforzado por los éxitos del imperio británico en
tiempos de la Reina Victoria.
Circulaban los textos de
Newton, Darwin y Smith, entre muchos aportes al conocimiento universal, obra de
auténticos gigantes del pensamiento. Con el patrocinio de poderosas
instituciones estatales bajo el manto de la monarquía británica, florecían los
proyectos de investigación, abriéndose al público centros culturales
abarcadores del saber, como la biblioteca y el museo británicos, donde Marx
apolilló miles de pliegos de documentos, sintetizados en algunas páginas
brillantes de su prolífera pluma, recuerdo el capítulo XXIV del tomo I de Das
Kapital.
El determinismo de este
pretendido Prometeo fue su mayor error, el movimiento social contiene tantas
variantes que es imposible predeterminarlo. Las ciencias van degradándose en su
precisión desde las matemáticas, la mayor abstracción y exactitud, hacia la
física, la química, la biología, la geografía, y así hasta la historia y las
artes.
La física debió aceptar el
principio de la indeterminación que le valió un Nobel al ilustre Heisenberg. En
términos químicos aparecen variantes, sin poder medir exactamente el alcance de
algunas reacciones. La biología muestra un grado aún mayor de inexactitud, por
solo sitar un caso, la predicción o desarrollo del cáncer. Ya en geografía,
huracanes, terremotos y el tan polémico cambio climático, escapan con mucho a
la predicción mínima que desearíamos.
Qué decir de la Historia,
sencillamente es en esencia imprevisible. La teoría del dominó no funcionó con
la ficha Cuba. La ficha Vietnam, después de una larga y sangrienta guerra con
los Estados Unidos, ofrece hoy un rostro impensable si tratamos de explicar el
resultado utilizando las ideas marxistas.
El llamado socialismo
científico terminó siendo reversible a pesar de repetirse hasta la saciedad lo
contrario; por su parte, países como El Japón y la Alemania capitalistas,
exhiben índices de desarrollo humano, no digo yo de desarrollo material,
impensables para Lenin cuando en 1916 escribió un opúsculo de amplia difusión
titulado El Imperialismo, fase superior del capitalismo, pronosticando su
crisis general, cuya consecuencia sería transitar hacia el socialismo.
La explicación de tan
caprichosa realidad está en el factor Voluntad Humana, cuya expresión
primaria son los líderes. Los humanos, mamíferos dotados por un largo proceso
evolutivo, de la capacidad para conocer y transformar, mediante el trabajo, el
mundo del cual somos parte, nos caracterizamos por ser gregarios. Vivimos en
colectivos, nos agrupamos por naturaleza y necesidad. Los colectivos, de
cualquier clase, exigen líderes y crean naturalmente personas que mueven con su
propia voluntad a los demás agrupados.
La escala de los
colectivos, de los grupos, es diversa en todos los sentidos: localización
geográfica, actividades, necesidades, anhelos, creencias, prejuicios, etc.; y
esta compleja combinación de voluntades conforma el organismo social, que
inevitablemente está siempre en movimiento. Ojo, moverse no significa
obligatoriamente progreso, no olvidar que hay parámetros según épocas, sujetos
al desarrollo científico técnico y la acumulación de experiencias.
Los cubanos de 1900 no
tenían los mismos conceptos a la hora de valorar qué estaba bien o mal a su
alrededor, si los comparamos con sus descendientes de 1959. El héroe de nuestra
independencia, Máximo Gómez, falleció en 1905 debido a una infección
generalizada, cuya erradicación era un procedimiento de rutina en cualquiera de
los muchos hospitales del país medio siglo después.
Deducimos dos principios:
1ro. – El progreso
histórico es medible, determinado por parámetros, cuya selección obedece al
nivel de los conocimientos en un momento histórico determinado.
2do. – Los conceptos, el
juicio histórico, se ajusta en tiempo y espacio, conformando un contexto. Fuera
de tal contexto, carece de sentido interpretar los acontecimientos.
Estamos en camino de
adentrarnos en el siguiente tema, dedicado a explicar cómo los humanos hacemos
historia, es decir, el proceso mismo del movimiento social, cuya expresión es
LA CULTURA.
(Este breve ensayo, con el
referente Cuba, continuará.)
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