Monday, May 8, 2023

José Martí: de Montecristi a Playitas de Cajobabo*


Por Alfred J. López

Traducción de Guillermo A. Belt

El viaje de Montecristi a Cuba fue tortuoso y lleno de peligros: diez días navegando y ocultándose alternativamente, bajo constante amenaza de ser descubiertos y capturados. Que hayan logrado llegar a Cuba se debió a la improvisación, la oportuna intervención de amigos y, al menos en una ocasión, a pura buena suerte.

Gómez, Martí y sus cuatro acompañantes emprendieron viaje al amanecer del 1 de abril. A las pocas horas, el vicecónsul español en Montecristi cablegrafió la noticia a su contraparte en Santo Domingo, y éste a las autoridades en Cuba. Se reportó que los rebeldes viajaban al oeste, hacia Haití, y se notificó asimismo al consulado haitiano.

Debido al escaso viento la goleta Brothers tardó treinta y tres horas para completar una travesía de menos de 140 millas, y arribó a la isla Gran Inagua en Las Bahamas al atardecer del 3 de abril para cargar provisiones. En la primera escala los revolucionarios y su tripulación contratada comprobaron que el viaje sería muy peligroso. Los cubanos estuvieron a punto de ser descubiertos cuando un funcionario del puerto exigió registrar la embarcación. Un registro aduanero posterior descubrió varios revólveres a bordo, pero Martí se las arregló para convencer a las autoridades que eran para la protección personal de los pasajeros. El dueño de la goleta, John Bastian, había desaparecido sospechosamente mientras todo esto ocurría, y regresó sólo para informar a los pasajeros que la tripulación había desertado. Durante las veinticuatro horas siguientes Martí y Gómez intentaron contratar otra tripulación, sin éxito.

Evidentemente Bastian se había acobardado, pero los cubanos no podían desentenderse de él sin arriesgarse a ser delatados a las autoridades. Habían comprado la embarcación, pero sin una tripulación se hallaban varados, y por tanto a merced de los espías españoles. Martí y Gómez no pudieron hacer más que presionar a Bastian para devolverles parte del dinero que le habían pagado, y esperar que se presentase una oportunidad para escapar de la isla y evitar ser capturados.

No queda claro cómo Martí logró avisar de su precaria situación a un diplomático simpatizante con su causa, de apellido Barbes, cónsul de Haití en Gran Inagua. De no ser por la oportuna intervención de Barbes la partida de los cubanos se habría demorado apreciablemente, con el consiguiente aumento de las posibilidades de captura. El cónsul haitiano puso a Martí en comunicación con el capitán Heinrich J. Löwe, del carguero alemán Nordstrand, quien aceptó llevar la expedición a Cuba mediante el pago de una cuantiosa suma.

El Nordstrand había hecho escala en Gran Inagua para entregar una carga procedente de Mobile, Alabama, y con el fin de contratar una tripulación adicional para escalas en Cap Haïtien y Jamaica. El plan parecía sacado de una novela de aventuras: después de la escala programada en Haití el barco navegaría cerca de la costa sur de Cuba, en la oscuridad de la noche, y los cubanos se dirigirían a la playa en un bote de remos comprado al efecto. El cónsul Barbes les dio pasaportes falsos puesto que habrían de viajar ocultando sus nombres verdaderos. Todos los agentes españoles y los de la agencia de detectives Pinkerton, desde Montecristi hasta Cuba, los estarían buscando; cualquier situación imprevista, desde el mal tiempo hasta un agente aduanero suspicaz, o un desafortunado encuentro con la marina española, sería desastrosa.


El Nordstrand hizo la escala prevista en Cap Haïtien el 6 de abril. Allí permanecería por cuatro días más, tiempo suficiente para que agentes españoles descubrieran la presencia de los cubanos y los hicieran arrestar. Para evitar ser descubiertos los seis hombres acordaron separarse y hospedarse en lugares diferentes. Martí se hospedó en casa de Ulpiano Dellundé, y los demás en hoteles y casas de seguridad, hasta reunirse a bordo del Nordstrand el 10 de abril, tras pasar esos días esperando y sin salir a la calle.

Martí se valió de esta oportunidad inesperada para escribir de nuevo a su adorada María, ahora en una carta más larga y personal que su despedida anterior de la familia. En la carta del 9 de abril se complace en recordar las intimidades cotidianas de la vida en común, preocupándose por sus estudios y ensalzando las bondades de dos libros enviados con la carta. Sin embargo, al final de los consejos paternales podemos ver que Martí se percató de la posibilidad de no verla nunca más:

Siéntete limpia y ligera, como la luz. Deja a otras el mundo frívolo: tú vales más. Sonríe, y pasa. Y si no me vuelves a ver […] pon un libro, -el libro que te pido, - sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. -Trabaja. Un beso. Y espérame.

Era imprescindible salir de Cap Haïtien sin tropiezos antes de que Martí pudiese dominar el temor de morir en el campo de batalla. Pero el viaje estuvo a punto de no ocurrir.

Ese mismo día, quizás mientras Martí le escribía a María, llegó la orden de arresto de los cubanos. A pesar de todos sus esfuerzos se había detectado su presencia, y a las 12:05 p.m. del 9 de abril llegó la orden a Cap Haïtien junto con la noticia del envío de un buque de guerra español para llevarse a los cubanos. Los expedicionarios se salvaron gracias a un héroe muy improbable: el telegrafista a tiempo parcial José Arán, quien estaba de servicio al llegar la orden y era, casualmente, ahijado de Ulpiano Dellundé [médico amigo de Martí]. Arán corrió de inmediato a casa de su padrino para avisarle a Martí, y esa noche los cubanos se reunieron a bordo del Nordstrand, ocultándose allí hasta la partida del barco a las 2 p.m. del día siguiente. Arán no entregó el telegrama a su destino sino hasta el día siguiente, cuando el peligro había pasado.

Los seis hombres permanecieron ocultos en sus camarotes aún después de zarpar el Nordstrand por temor a ser descubiertos por otra embarcación o por un tripulante, que podrían avisar a las autoridades. Durante las últimas treinta horas a bordo del Nordstrand, Martí hizo un poco de trabajo que no había podido atender debido al trajín del día anterior: escribir a [Gonzalo de] Quesada y a[Benjamín] Guerra sobre la administración de Patria durante su ausencia.

En la carta del 10 de abril dio importantes directrices a sus lugartenientes para la guerra de ideas que debían librar en Nueva York.

Y siempre los mismos puntos principales: capacidad de Cuba para su buen gobierno, -razones de esta capacidad, - incapacidad de España para desenvolver en Cuba capacidades mayores,-decadencia fatal de Cuba, y alejamiento de sus destinos, bajo la continuación del dominio español, diferencias patentes entre las condiciones actuales de Cuba y las de las repúblicas americanas cuando la emancipación, - moderación y patriotismo del cubano negro, y certeza probada de su colaboración pacífica y útil, - afecto leal al español respetuoso-concepto claro y democrático de nuestra realidad política; y de la guerra culta con que se la ha de asegurar. Eso cada día, y en formas varias y en el periódico todo.

El metódico sentido de propósito es quizás lo más llamativo de la carta porque está escrita en las horas tumultuosas antes del arribo de Martí a Cuba. Ni los peligros constantes de la expedición, ni el peligro que corría su propia vida distrajeron a Martí de concentrarse en la tarea que se debía llevar a cabo. En su vasta obra resultaría difícil hallar una declaración más explícita del propósito y la misión editorial.

Pero muy pronto se agotó el tiempo para escribir cartas. Antes del anochecer del 11 de abril comenzaron a verse nubarrones, y se encrespó el mar a tal punto que se balanceaba la armazón considerable del Nordstrand. El general Gómez y el capitán Löwe convinieron que el barco no se acercaría a menos de tres millas de la costa, y que desde este punto los invasores avanzarían en un bote más pequeño. El Nordstrand llegó poco después al límite acordado, pero lo hizo bajo un aguacero tan torrencial que era poco probable que el bote pequeño alcanzara la costa. La pesada cubierta de nubes causaba una oscuridad casi total, descrita más tarde por Gómez como “un negro sudario que podría envolvernos para siempre”. Entonces el capitán Löwe acercó el barco a una milla de la costa sur de Cuba, y los revolucionarios bajaron su bote de remos en las aguas tormentosas. Cargaron sus armas y pertrechos, luego abordaron ellos mismos y comenzaron a remar desesperadamente.

Tiempo después Gómez describió la horrible milla final de la travesía:

Se va en el acto el vapor y quedamos desamparados, envueltos en aquella pavura atroz. Ninguno de los seis somos marinos, y con todo, echamos manos a los remos. Martí y César [Salas] a proa, reman muy mal, pero a la desesperada; los demás al centro, yo he agarrado el timón que apenas lo entiendo que al fin se zafa y se pierde. La obscuridad es profunda y el chubasco arrecia. Hemos perdido el rumbo y no podemos divisar bien la tierra. Dos hombres en tierra, que nos figuramos pueden ser guardias españolas, nos marcan nuestro rumbo, y para allí con trabajos y fatigas inauditas nos dirigimos.

Al cabo de una hora la tormenta cedió, permitiendo que la tripulación cansada se aproximara a la costa. Pero a las 10 p.m. aún no habían encontrado un lugar para desembarcar entre los peñascos y acantilados a lo largo de la costa. Eventualmente encontraron una pequeña extensión de playa, conocida simplemente como La Playita, que ofrecía una abertura al pie de un acantilado. Allí desembarcaron, empapados, exhaustos y afortunados de estar vivos.


*Fragmento del libro José Martí: a Revolutionary Life de Alfred J. López traducido especialmente para nuestro blog por el miembro de la AHCE Guillermo A. Belt.

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