Por Guillermo A. Belt
El primer importante acuerdo del Consejo de Gobierno fue
trasladarse al Cuartel General de Maceo para recibir el juramento del Ejército
de Oriente y obtener las impresiones de su Caudillo relativas a la
trascendental campaña de la Invasión de Occidente, cuyo intento no era un
secreto para nadie.
El 22 de septiembre de 1895 el presidente del gobierno recién instalado le comunica al General en Jefe Máximo Gómez el objetivo y urgencia de esta visita, nos cuenta Loynaz del Castillo en sus Memorias de la guerra, y Gómez responde con tanta eficiencia que ese mismo día se efectúa la primera jornada, acampando en La Cabeza, y luego continúa la marcha por varios días. En resumen, citando nuevamente al autor, El Consejo de Gobierno, convenientemente escoltado, atravesó sin novedad alguna los territorios de Las Tunas y Holguín, en dirección a la histórica sabana de los Mangos de Baraguá a donde le citara el general Maceo.
Loynaz se separa de la marcha para cumplir un encargo del presidente del Consejo de Gobierno. Tras cruzar el Cauto a nado por la pérdida de uno de los caballos, llega a Dos Ríos el 10 de octubre, reconoce el sitio de la muerte del Apóstol, señalado por el capitán y prefecto José Rosalía Pacheco, fanático adorador de Martí, levanta un acta y conforme a las instrucciones del presidente Cisneros la encerré en una media botella y la enterré bajo la cruz (preparada por Pacheco). Luego se adelanta por las márgenes del Cauto en camino al campamento de Maceo.
Recordemos que Loynaz y Maceo no se veían desde el atentado al general en Costa Rica, en el cual Loynaz mató al hombre que le disparó por la espalda a Maceo, evitando que lo rematara. Ahora, el reencuentro, descrito por Enrique Loynaz del Castillo:
Una mañana me dio el alto un centinela. Era la avanzada del general Maceo, en el campamento de Canasta. Informado el general de mi presencia en la avanzada, montó a caballo con algunos ayudantes para venir a mi encuentro. Al mutuo divisarnos, pie a tierra, corrimos a encontrarnos;un largo abrazo, nuevos abrazos; apenas podíamos hablar; juntos fuimos al campamento.
Esa misma noche se produciría un desencuentro entre el heroico guerrero y su joven admirador. Son bien conocidas las diferencias entre José Martí y Antonio Maceo sobre los poderes civil y militar durante la guerra, y afloran en el relato que hace Loynaz en su libro. En este resumen recojo el incidente, sin comentarios, tal como lo recordó Loynaz.
A la hora de la cena me convidó – primera y única vez – el general Maceo. De sobremesa, a la luz de una vela de cera, con todo el Estado Mayor alrededor de nosotros, recordábamos el General y yo nuestra vida de Costa Rica, la expedición de Fernandina y las penosas marchas de los expedicionarios de Maceo luego de desembarcar en Duaba. Como era natural, hablamos de Martí; porque mi mente saturaba estaba de las emociones sentidas en la visita al campo de Dos Ríos, expresé mi angustia por la suerte futura de la República, privada de su artífice, sabio, austero y glorioso. El General me interrumpió:”Sí, es verdad que Martí era un gran abogado…¨
Sorprendido, interrumpí a mi vez a Maceo: ¨No, General,
no un gran abogado. Martí es el primer estadista de América; es la cumbre del
patriotismo y la posteridad ha de venerarlo como el libertador de la Patria;
porque sin él, General, ni usted, ni Gómez, ni nadie hubiera podido reanudar la
guerra, abandonada en el fracaso de 1885; porque sin dinero, sin respaldo de
crédito entre las emigraciones decepcionadas, ninguna expedición trascendente
podría haberse montado…Martí galvanizó al pueblo cubano, puso a trabajar para
la Revolución los talleres del exilio, unió – corazón a corazón – a todos los
desunidos: a usted con Máximo Gómez, a usted con Flor Crombet y con Serafín
Sánchez; él levantó los corazones y echó a andar la Revolución.
Era el general Maceo hombre tan comedido y sereno que oyó hasta el final, sin interrumpirlas, estas justas observaciones. Cuando las terminé, púsose de pie y dijo: ¨Bueno, señores, ya es tarde; se ha tocado silencio y vamos a descansar.¨ Después, en el camino a nuestro rancho, me decía el colombiano, teniente coronel Gustavo Ortega: ¨Mi amigo, ¿que usted no es psicólogo? ¿que no veía usted la cara del general Maceo mientras hacía usted la apología de Martí? Mi amigo, esta noche ha jugado usted a esa carta su carrera militar y la ha perdido.¨
Concluye así Loynaz, ascendido a comandante después de la tertulia de aquella noche en el campamento de Canasta:
No sé. Es posible que tuviera razón el patriota colombiano; en aquella sobremesa me jugué y perdí el inicio de mi carrera militar.
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