Saturday, April 1, 2023

De las armas y las letras: Un guerrero y sus memorias XIV

General Serafín Sánchez

Por Guillermo A. Belt

 

En la mañana del 25 de julio de 1895 Enrique Loynaz del Castillo estrena su cargo de jefe del Estado Mayor de la División del general Serafín Sánchez acompañándolo junto con los generales Carlos Roloff y Mayía Rodríguez en un reconocimiento del campamento de Punta Caney. Los generales lo consideran muy arriesgado por sus características geográficas y deciden trasladarlo a la playa de Tayabacoa.

Se ordena llevar el armamento y un lote de pesadas cajas de dinamita en “un bote abandonado por el vapor en la prisa de desaparecer”, en tanto que los oficiales y la tropa emprenden la marcha a pie, de madrugada, en dirección a Sancti Spíritus. Luego de acampar para el almuerzo en una finca, Loynaz obtiene “un puesto en la extrema vanguardia, con el propósito de conseguir caballo cuanto antes.” Logra su propósito esa misma tarde al avistar “una casa con algunos caballos amarrados a la cerca y muchas visitas dentro.” Al relatar lo sucedido el joven guerrero nos demuestra nuevamente que sabe mandar y también escribir.

Era el día de Santa Ana y se festejaba a una joven de ese nombre. Cuando menos podían esperarlo aparecía con mis hombres vestidos de kaki y armados hasta los dientes frente a la cerca del batey. “¡Alto!”, grité. “¡En nombre de la República de Cuba, pasen todos los hombres, ahora mismo, a cumplir el deber de incorporarse al Ejército Libertador!” Aquella gente que noticia ninguna tenía de la expedición ni sabía de la guerra sino que estaba muy lejana todavía, mostróse asombrada y aterrorizada ante los fusiles que les apuntaban. La joven comprendió que algo malo sucedía y rompió a llorar.

Los parientes e invitados de la joven Ana entregan sus caballos y ayudan a cargar algunas cajas de dinamita que venían en hombros de los expedicionarios, una vez que Loynaz les explica que estaban en guerra por la libertad de Cuba. Les aclara además que tan pronto como prestaran el servicio requerido quedarían en libertad de regresar a sus familias o incorporarse a los libertadores. “La familia quedó tranquila al final del llamamiento, aunque sólo quedaron las mujeres porque al viejo lo puse por delante de práctico.”

Los días 27 y 28 se incorporan a la marcha varios contingentes, de jinetes principalmente. A las seis de la mañana del 28 la fuerza expedicionaria se halla a tres leguas de Sancti Spíritus, acampada en lo alto de la sierra de Banao. “La expedición, en vez de alejarse del enemigo, se aproximó a marcha forzada a su núcleo principal.” El gran caudillo espirituano, como Loynaz nombra al general Serafín Sánchez, gozaba de gran ascendiente en la ciudad y en toda la región por su “merecida fama del valor, una atrayente simpatía personal y una reputación inmaculada de integridad moral.”

Durante la primera noche se incorporaron 800 hombres, y al salir de allí el 1 de agosto la columna contaba con 2,500 hombres. Una semana más tarde los expedicionarios asaltan el fuerte Taguasco, que toman al tercer día de combate al costo de doce muertos y ocho heridos. Loynaz queda impresionado por “la contemplación del sacrificio de aquellas jóvenes existencias por la Patria”.

El 12 de agosto, en Los Pasitos, cerca de Taguasco, Enrique Loynaz del Castillo enfrenta por primera vez el fuego de fusiles enemigos.

A lo lejos se divisaba, descendiendo la cuesta de la loma Siguaney, la columna española como una larga serpiente en la que móviles destellos reflejaban el sol de la mañana. A poco sus descargas, regulares y sucesivas, resonaban con sonoridad parecida a la de una lluvia de piedras sobre techado de hierro. Era un ruido metálico que a medida que se acercaba tomaba la forma acústica de estallidos de látigos. Eran las balas de máuser que por primera vez repercutían en nuestros oídos.

Los tres generales cubanos recorren la línea y prohíben disparar hasta nueva orden. Los fusiles Remington de los libertadores no tienen el alcance de los Mauser, “cuyas balas ya estallaban en los árboles que nos rodeaban.” Loynaz nos da su reacción con franqueza:

Durante tal espera, la más imponente de los combates, en la que las balas se reciben y no se contestan, debí palidecer algo; porque la procesión andaba por dentro, aunque el decoro se imponía, y debió notarlo el doctor Valdés Domínguez, que me alargó su cantimplora de ron.

Cuando el general Sánchez a su debido tiempo da la orden de cargar contra el enemigo, “allá nos lanzamos, a desenfreno de los caballos, en larga fila de un kilómetro de machetes y banderas sobre la asombrada tropa. A toda prisa refugióse ella en el monte inmediato donde formó cuadros al amparo de enmarañada arboleda.” Sánchez coloca frente al enemigo un regimiento recién organizado que rodilla en tierra hace fuego por descargas contra el bosque y los cuadros españoles.

La columna española se retira en cuadros escalonados y emprende el camino de regreso a Sancti Spíritus. Al recorrer la línea de jinetes desmontados, el general Sánchez y su jefe de Estado Mayor pasan frente a un soldado bien recordado por Loynaz como el que se puso a su lado, amartillando el fusil, para contener el intento de motín en el cayo Pine. De nuevo, en palabras del autor de Memorias de la guerra:

Al pasar frente al sargento Pablo Hernández le vimos caer destrozados los ojos, golpeándole las mejillas; se opuso a que le recogieran; sin una queja, ni debilidad, protestó: “Me quedan trece balas y tengo que dispararlas; apúntenme el fusil.”

Ascendido a capitán en el campo de batalla, Pablo Hernández pasaría años después a ser conocido en las calles de La Habana como el Ciego de Los Pasitos.

No comments:

Post a Comment