Thursday, June 27, 2019

Cuba, de la imaginación y lo corpóreo (Parte II)


Por Manuel Gayol Mecías

II.- Del ajiaco de los genes

(a la utopía de la imperfección)

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Antes de la hecatombe



Resulta bien complejo el hecho de comenzar a hablar de distintos aspectos de la historia de una nación o de un país… o bueno, de una Isla como la nuestra. Pero, como quiera que sea, Cuba empezó con la pura diversidad del aborigen, el caucásico y el africano, y después continuó con el mulato, el chino y muchísimos más que ya no son solo pintas genéticas, sino además categorías humanas de otras geografías que vinieron surgiendo a través del tiempo13.

     Así tenemos que, con los años, después de los canarios, andaluces y catalanes, encontramos a los gallegos y asturianos, y más tarde fueron haitianos, jamaiquinos, puertorriqueños, franceses, estadounidenses, ingleses, italianos, griegos, judíos, sirios, turcos, palestinos, armenios, polacos, rusos, alemanes y rumanos, entre tantos14; o sea, que nuestro país, al igual que Argentina, Brasil, Estados Unidos y otros en el planeta, ha sido un país de inmigrantes…15. Pero eso fue, más bien, durante la República hasta 1959. Posteriormente, Cuba pasó a ser un lugar de donde todo el mundo ha querido (y quiere) marcharse. 

     Por la razón de la diversidad, sabemos que el hecho de ser (existencia por sí misma) implica la pasión, la inteligencia, la intranquilidad y la paciencia; implica el amor y el odio; implica la pereza y el esfuerzo; la ignorancia y la sapiencia; la charlatanería y el respeto; implica la burla y la seriedad y, por encima de todo, implica la voluntad de querer ser y de querer ser mejor. De hecho, la imaginación y el empecinamiento se mezclaron con la nostalgia y los sueños de los cubanos.

     Pero también encontramos el miedo psicológico (que ya tenía sus hondas raíces desde la Conquista y la Colonia. Hay toda una historia del miedo de los cubanos que habría que estudiar para contarla; una historia que creo comenzaría desde la misma llegada de los españoles a esta tierra), el miedo a causa de la imposición, el miedo y la confusión a vivir sin identidad en un principio, el miedo a desaparecer como persona, a no ser nadie, a saber que la vigilancia un día puede tocar a la puerta y entonces ha de comenzar el horror, pero por sobre ello, a veces, en algunos —no en todos, por supuesto—, se ha dado la audacia irrefrenable, el hecho de sobreponerse a cualquier opresión y trance, y a no tener paz consigo mismo hasta alcanzar el horizonte desconocido… o perecer; perecer por el mismo miedo a vivir en opresión.

     Estas actitudes y supuestos se encuentran en el cubano, entre tantos otros aspectos buenos y malos; al menos, al cubano inmediato para un proceso cultural de 500 años y un poco más. La persona así puede recibir y entregar cultura por su riqueza antropológica. De esta riqueza étnica y cultural surgen proyecciones y reflejos genéticos de lo que puede ser capaz de gestarse en una sociedad multirracial y multicultural como esta, una complejidad antropológica que deja entrever los aspectos negativos —como en cualquier sociedad del mundo— al tiempo que va potenciando su progreso, en un avance lento pero innegable. Desde esta perspectiva, a mi modo de ver, y por encima de las adversidades humanas que ha conllevado a lo largo de la historia el hecho mismo de ser cubano, este de manera inconsciente se proponía una superación de sí mismo (esto podría verse más claro si se analizara, pienso, los años de la década del 50, y quizás también del 40, del siglo pasado; perspectiva para estos años que habría que buscar en las obras de don Fernando Ortiz, uno de nuestros más lúcidos pensadores); superación física y mental, una y otra vez, que hacía que el individuo avanzara a un estatus no solo de dinamismo y civilidad, sino de mayor identidad cultural, incluso para una perspectiva de nación16… Esto habría sido el cubano en una situación anterior a 1959, con sus problemas, hallazgos y deslices, pero siempre con una historia que venía en ascenso evolutivo, anterior a la Debacle, al Diluvio, a la Hecatombe.

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La carambola de la suerte, los seres de la

incertidumbre y el ser para sí



En el cubano interesan todas las posibilidades que conformaron su origen, porque nos consta como un problema siempre latente de identidad; sí, por la cruzada ascendencia multirracial que nos compete; por integración de genes e interrelación de culturas. Y es que conformamos un conjunto humano complejo, una especie de carambola de la suerte, para decirlo con un poco de sorna, debido a que somos seres de la incertidumbre y, de alguna forma, la interrogante del azar anda en nosotros; en otras palabras, que de tantas características que nos toca por nuestra historia biológica, también hay que añadir lo histórico, lo divino, lo cósmico y lo universal. Por ello, en cuanto a carácter y temperamento, y demás rasgos, claro que somos diversos y sorprendentes…  Eso sí, sorprendentes como cualquier pueblo, aunque nosotros mismos nos creamos diferentes.

    Pongamos un ejemplo de asombro: a simple vista, hemos hecho indagaciones y nos encontramos con estudios inesperados de antropología, y cuál es la sorpresa entonces si no es saber por un reciente ensayo, de buen carácter científico —al menos, eso parece—, que los británicos no vienen de los anglos y los sajones como se pensaba, sino de pescadores españoles, de las regiones de Galicia y la Cantabria, puesto que estos estuvieron en el Reino Unido hace unos 6,000 o 7,000 años. ¡Increíble!, ¿verdad? Este estudio lo aporta el antropólogo Bryan Sykes en uno de sus libros17, una investigación que desarticula la teoría de que los celtas vienen de Centroeuropa. Y, por otra parte, y tan despampanante como este hallazgo, vemos que en el mes de noviembre de 2007 el Centro Nacional de Genética Médica de Cuba dio a conocer —cosa rara, ¿verdad?; quiero decir, el hecho de que sea un centro oficialista el que lo diga— “que los cubanos tenemos en el código genético nacional un 73.8 % de herencia caucásica; es decir, europea; un 16.8 % de africanos y un 9.4 % de indocubanos y asiáticos”18. Este estudio habla de que unas siete generaciones (yo supongo que más) de cubanos hemos ido componiendo “el crisol de etnias” al que se refiriera el antropólogo cubano Fernando Ortiz. Y para mayor sorpresa añade su autora, la directora del centro oficialista en ese entonces, Beatriz Marcheco, que “los mestizos o mulatos poseen hasta un 64 % de legado genético europeo y un 31 % de origen africano, casi dos veces más de europeos que de africanos”. Pero lo que también este hecho corrobora, concluye la noticia sobre el estudio, es que en realidad en Cuba “el que no tiene de congo tiene de carabalí”.

     Lo que podría querer decir asimismo que del 9.4 % de indocubanos y asiáticos, muy probablemente un 5 % vendría de los siboneyes, nuestros nativos más originales, que pudieron habernos legado algunas de sus características como podrían haber sido las de la música y el baile (además de la fuerte herencia musical de los negros africanos), ya que, al parecer, algún que otro estudio histórico lo ha tenido en cuenta19, creándonos también la tentación de pensar que muy bien otras características estarían latentes en su diapasón de posibilidades.

     Pero, entre tantas cosas, lo que me interesa aquí es que, si nos vamos por ese camino de Sikes, ¿podríamos entonces decir que los cubanos también descendemos de los celtas? Y si esta idea tomara fuerza en las llamativas investigaciones de la Marcheco, no dudo que empezarían a aflorar ensayos y nuevos estudios en los que los cubanos encontrarían que los mambises eran tan valientes y caudillos porque, de alguna manera, ya traían el germen de esos conquistadores celtas. Por este sendero —un poco o bastante turbio, según cómo se mire— habría que hablar tanto de los romanos como también de los godos, visigodos y ostrogodos, a la manera de otra raíz ancestral de los isleños… Y que conste, sí, estoy hablando de esa pretensión (o del ombliguismo del mundo) tan connatural e histórica de la antropología que el cubano heredó de los españoles. En fin, que es un camino, como dije, tan sinuoso como un laberinto, pero que podría conducir a extraordinarias y funestas sorpresas, como sería el hecho de encontrar el enlace con el hombre-mono y hasta con el eslabón perdido.

     El asunto es que, en el caso del cubano, una de sus características notorias, es que le gusta estar en todo lo que parezca de gran importancia. Una cuestión puramente egotista. Para nosotros ha sido necesario que esa presencia esté en el centro de la importancia. Pero esto ha sido siempre un arma de doble filo: “el estar en todo” implica el querer ser el bueno y el malo de la historia, no importa, uno u otro, pero “ser” o “estar”; el estar aquí o allá, pero “estar”; llegar o irse, pero “dejar una marca” de su presencia. De manera indiscutible, esto que ya va siendo un ego que tiende a lo irracional.

     En realidad, es algo bueno, por lo “emprendedor”, por lo “activo” para ocupar espacios; pero al mismo tiempo es malo, por lo de “abarcador”, por lo de convertirse en alguien negativamente individualista al que no le importa separarse de su sociedad, de su prójimo. En relación con esto hay un dicho que ha tenido resonancia en Cuba también, y es ese de que “el que mucho abarca poco aprieta”. Es bueno ser así cuando las causas son justas, pero es como todo: “abarcar” también significa “rebasar nuestras propias posibilidades”. Lo que sucede es que el cubano, verdaderamente, a la hora de hacer o de ser, pues no toma en cuenta hasta dónde llegan sus posibilidades. Se podría decir que, a la hora del cuento, no le importa que hablen bien o que hablen mal, sino que hablen, que lo mencionen, que al menos él aparezca en la película. ¿Es un tanto, tal vez, el síntoma de Donald Trump? (aunque este de cubano no parece tener nada, bueno, realmente, en su gestualidad de discursos sigue una rima parecida a la de Fidel Castro). Esta alternativa de contradicciones es una de las tantas cosas que podría hacer del cubano un ser extraordinariamente complejo; y es lo que supongo, también de alguna manera, ¿haría del isleño, por lo general, un bipolar? No obstante, podríamos hacer una comparación del cubano, por épocas, y tendríamos quizás el acierto de confirmar que, en realidad, el cubano venía en progreso cambiante desde que salió de la Colonia a la República, y hasta que llegó al año 195920.

     Cuando un cubano, de estudio o ignorante, se deja llevar por su tendencia irracional es entonces que añora escuchar los discursos violentos; se regocija con los escándalos públicos; no le interesa en lo más mínimo las normas de la cortesía; busca centrar todos los ojos de los demás en él; y cae con una extrema facilidad en el abuso, en la vociferación constante de improperios, en descalificativos, en su juntarse con otros como él para sentirse más fuerte y lo que quiere es agredir, dar golpes y producir odio. Porque este se hace así el ingrediente esencial de su ego. Y este ego se fue a las nubes; no le importa ya estar separado de lo constructivo; del ego necesario para enfrentar la vida o, digamos mejor, las circunstancias. Esta instancia violenta del cubano se ha incentivado mucho a partir de la “Revolución”, cuando los dictadores Fidel y Raúl Castro et al lo incorporaron como estrategia de intimidación, principalmente, en su control de las calles y de mantener coartada la voluntad democrática del pueblo.

♦♦♦

El “ego de ser para sí mismo, por encima de todas las cosas o tener para poseer más poder” nunca intenta sacrificar nada, sino más bien tiende a poseer, sobre todo, sin importarle el daño que pueda hacer a su alrededor. Incluso no le importa su propio dolor, si a ese dolor le puede sacar determinados momentos de protagonismo. Este ego en su acción, en su conducta, puede parecer superficial, aun fácil de criticar; pero en su interior hay toda una complejidad en su relación imaginación-corporeidad. Encontramos una realidad de imaginación falseada porque, en esencia, no hay una sustentación corpórea, física, que en su problemática apunte a lo social.

     De esta manera, la imaginación-corporeidad debe ser una relación armónica, verdadera; una imaginación que esté acorde con la realidad física de lo que rodea a la persona o a la sociedad en un país, en su momento preciso. Este entrelazamiento, individual y social, es la garantía de que nuestra manera de pensar debe estar en consonancia directa con lo que se encuentra pasando a nuestro alrededor. Los hechos, sus relevancias, también entran activamente en nuestra imaginación.

     Cuando la realidad física no está en relación con la imaginación; es decir, la relación se encuentra desfasada, la imaginación está falseada; la imaginación (tanto del individuo como de la sociedad en su conjunto) se hace falsa; es una imaginación confusa que da cabida a mitos negativos; simplemente porque no está sustentada por una base real de sólidos hechos concretos, que es como decir que la realidad física, las circunstancias objetivamente sociales andan por caminos muy distintos.  


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