Por Héctor Santiago
16 de noviembre, 1965. Primer llamado para los campos de concentración de la UMAP.
Las UMAP se cerraron en agosto del 1969. El primer esfuerzo porque los cerraran, se debió a la protesta de un pequeño grupo de miembros de la UNEAC, que no tuvo repercusión oficial porque el resto no lo apoyó. Hasta que algunos visitantes extranjeros del Salón de Mayo, celebrado en La Habana en julio del 1977, al regresar a sus países organizaron la protesta, y en la prensa internacional se publicaron los datos y las fotos. Que echaron por tierra la versión del Estado Homofóbico y sus adoradores internacionales. Primero de que la UMAP eran mentiras de la CIA y los contrarevolucionarios. Después, que no eran campos represivos sino centros de reeducación. Y por último lo borraron de la Historia del país: un fantasma que existía sin existir debido al miedo y la censura. A la vez que sus débiles ecos, se combatían con una campaña de desinformación, para consumo de la Academia, la intelectualidad y los artistas internacionales. A raíz de la caída del Muro de Bagazo en los 80, se han permitido sus ecos, como parte de los publicitados tiempos de la apertura. Con ese tipo de libertad que se permite donde no existe ninguna.
El miedo de la memoria hace que algunos no quieran hablar de ello y si lo hacen es con ambigüedad. La Vieja Guardia lo hace a través del filtro de su culpa. “Era un llamado para el Servicio Militar Obligatorio. Lo que tenía una característica muy propia”. “Centros de reeducación, para los elementos que por su condición, no se podían integrar al ejército revolucionario regular”. “Era un momento muy difícil para la revolución”. “La violencia se debió a los guajiros analfabetos que servían en los campamentos”. “No se les trataba tan mal como dicen los reaccionarios de Miami”. “Hay mucho esfuerzo de la CIA en tergiversarlo”. “Errores de un pasado ya superado”. “Los que se quejan viven en el ayer”. “De eso no se habla”. La reexplican los intelectuales, historiadores y escritores oficialistas, que ni habían nacido en esa época. “Se debió a la intolerancia y extremismos de algunos” –¿los compañeros X?–. Sin que por ningún lado aparezca el nombre del Supremo, ni el de su hermano el Ministro de las Fuerzas Armadas que fue responsable de organizarla, nunca aparece como una creación ideológica social de la involución y jamás se menciona a los pilares del engendro: La Involución–El binomio siniestro–Las Masas. Primero en Cuba nos volvieron invisibles persiguiéndonos. Y ahora, ya libres en el exilio, nos quieren arrebatar la experiencia.
Hubiera sido una cobardía callarme cuando mi pluma era libre. Y aunque no interesara, ni encontrara un editor, mi compromiso era darle voz a los que se la arrebataron y se han ido quedando a lo largo del escabroso camino de morir en tierras prestadas. Odio la política; pero no temo politizarme cuando hay que defender la dignidad humana. No me gustan que me fotografíen, dar entrevistas, ni conferencias para explicarme; salvo cuando apuntalan mis experiencias e ilumino la noche de nuestra Historia, y por mi compromiso con la libertad y el respeto a mi oficio de escribano. Mis documentos fueron incautados junto con parte de mi obra, por las constantes incursiones nocturnas de la Seguridad en mi casa. Entre lo salvado, que dejé enterrado bajo una ceiba en La Habana, junto con algunos obras, certificados de estudios y notas, se salvó una carta y dibujos enviados desde un campamento a mi casa. Y que pudo recuperarlos Colette Roxel una periodista francesa que fue a Cuba y están en el archivo con mi nombre en la Universidad de Miami. Desde el momento en que salí del infierno, me hice el propósito de no dejar de gritar por los otros –y pagar las consecuencia por ello–.
La cantera del Éxodo del Mariel me abrió unos valiosos testimonios, que han seguido fluyendo hasta hoy con la hemorragia de los que se califican como diáspora, y los que me responden con el confortable silencio, que les ofrece a sus culpas el ancho mundo allende la mar. Comencé a buscar, preguntar, a llamar, también a responder. Todo con mucha urgencia. El tiempo es despiadado con el desgaste de la memoria. Y la Muerte, agente de la Seguridad del Estado. Comencé a darme cuenta de ciertas constantes, en todas las latitudes y épocas, que han sufrido el azote de los ambidiestros horrores totalitarios. Unos antiguos presos políticos chilenos de la dictadura de Pinochet, me contaron que organizaban unos espectáculos teatrales, en un campo de concentración del desierto de Acatama. Leí el testimonio de una bailarina argentina, que cuando la Guerra Sucia daba conciertos de danza, entre las torturas de las clandestinas celdas de la desaparecida Escuela Militar. En el Chinatown neoyorquino, me reuní con un homosexual, que fue miembro de la Opera de Pekín, y fue recluido en un campo de concentración por la Revolución Cultural China. Cuando lo sacaban de su celda para el trabajo forzado, robaba unos periódicos que recortaba con los dedos, haciendo imágenes que iluminaba con cabos de velas, proyectándolos como sombras chinescas en el pasillo de las celdas, interpretando para los otros presos las óperas prohibidas. Un octogenario ex travestí de Munich, me contó su experiencia como Triángulo Rosado en el campo de Neuengamme.
Conocí al último sobreviviente, del grupo de teatro del gueto judío de Vilnius en Lituania, que pereció en Auschwitz. Vi las partituras creadas para el coro de niños cantores asesinados en el campo de Treblinka. Escuché un fragmento de la ópera El emperador de la Atlántida, compuesta en el campo de Therenlenstad por el austriaco Viktor Ullman, que pereció en Auschwitz. No conozco El abejorro una ópera infantil, escrita por el cheko Hans Krása y representada en Auschwitz, donde lo asesinaron junto con los niños que la representaron. Vi unos violines que se trajeron con ellos a los campos y sobrevivieron a sus dueños gaseados y cremados, los que se han reparado para exhibirlos a través del mundo. Las fotos y unos fragmentos fílmicos de la orquesta formada por judíos, a quienes los nazis los emplazaban a la entrada de Auschwitz, recibiendo antes de que los asesinaran, a otros judíos que descendían del Tren de la Muerte, a los que con su particular sentido del humor, los obligaban a tocarles alegres valses, polkas y danzas judías. Descubrí otros estremecedores y hermosos testimonios, del poder del teatro –y el arte– como ayuda para sobrevivir en medio del espanto. Emergiendo como un elemento de resistencia, esperanza y sanidad mental, frente a la infamia universal y la degradación de la humanidad.
Prisioneros con triángulos rosados en el campo de Sachsenhausen, Alemania, diciembre de 1938 |
Desgraciadamente, en el contexto cubano apenas quedan unos pocos participantes, y los textos cubanos sufrieron peor suerte. Los escritos que pudo sacar escondidos el poeta y dramaturgo José Mario, los quemó tras salir de la UMAP por la constante vigilancia de la Seguridad, en la antesala de su exilio español. Los poemas afro y canciones, que escribió para los shows del campamento, el folklorista y compositor Benigno Garbizo y logró sacar de Cuba escondidos, así como la novela que reescribió de memoria “Elegguá en Camagüey”, desaparecieron tras su muerte en New York. Los escritos de Jesucristo Castro y Nelson Rodríguez se perdieron o fueron incautados cuando los detuvieron y Nelson fue fusilado por intentar desviar un avión hacia Miami. Los del escritor Jorge Ronet le fueron decomisados en el aeropuerto habanero el día de su exilio, y cuando los reescribió, al morir en Nueva York lo botaron a la basura en el hotel donde residía en el 318 West de la Calle 51. Los que se crearon como efímeros textos de ocasión, fueron desechados tras ser representados para evitar la represión. La ley los catalogaba como Propaganda Contrarrevolucionaria y su posesión conllevaba una condena de 5 a 10 años. Además, en los campamentos efectuaban constantes requisas, estaban vivas las vigilancias de los kapos encargados de las barracas y la vigilancia de la red de chivatos organizada, los inesperados cambios de campamentos, los férreos registros diarios con cada regreso del campo, al salir de pase, y los que, al no poderlos pasar por la aduana del exilio, se quemaron. Por ultimo en los ochentas, los expedientes y toda la documentación de alto rango relativo a la UMAP los quemaron, tras el presidente Reagan ocupar la presidencia de los Estados Unidos, y temiendo una de esas milenarias intervenciones militares que nunca se plasmaban. Unos que yo había reescrito de memoria, los quemaron por miedo los amigos a los que se los entregué antes de exiliarme. Testarudo los comencé de nuevo en Madrid y Nueva York, utilizándolos en mis obras “El loco juego de las locas” y “Rosado como el triángulo de los ángeles”, las novelas “Infernizando”, “Good bye al paraíso”, en algunos cuentos, y proyectos sin terminar.
La UMAP ha dado lugar a un ínfimo número de cuentos y novelas, si se tiene en cuenta su magnitud, y ni siquiera ha subido a la escena. La específica experiencia en los campos segregados para los homosexuales, la ha contado de manera muy imaginativa, picaresca y desenfadada, Jorge Ronet en la novela corta “La Paloma Negra”. El poeta José Mario dejó inconclusa “La Contrapartida” una novela testimonial –no sé dónde se encuentra el manuscrito en España–. De la que solo se publicó su capítulo “El estadio” por Emir Rodríguez Monegal en la revista “Mundo Nuevo”, y otro en la revista “Exilio” que dirigía Víctor Batista Falla. Reinaldo Arenas habla de las UMAP en un fragmento de “Arturo la estrella más brillante”. La que más me tocó como lector y participante, fue la desgarradora, incisiva y trascendental “Un Ciervo Herido” de Félix Luis Viera –un heterosexual defensor vigoroso de los maricones que le dedica unos hermosos momentos al director teatral Armando Suárez del Villar. Y que recomiendo de todo corazón–. Otras pocas no las conozco. En el cine se recogen algunos testimonios en el documental “Conducta Impropia”. Dentro del campo de la investigación histórica, el primer libro más notable fue el de Enrique Ros “La UMAP, el Gulag Castrista”. Del cual por presiones de los participantes evangelistas, censuró la experiencia homosexual, convirtiéndolo en un único relato heterosexual.
El estudio histórico necesita cierta distancia en el tiempo para acometerlo sin pasión, partidismos, ni corajes, y a la vez una serie de condiciones que faciliten su estudio y entendimiento, en el contexto de su tiempo y sus connotaciones posteriores. Pues aunque no aprendemos nada de la Historia, en lo personal nos alerta de los signos cuando se repite y se desnudan a los verdugos. En la red informática, entre otros está “El Archivo de Connie” con fotos, y en otros hay copias de documentos oficiales de la UMAP y los Umaps. Hasta ahora, para mí, los más completos y honestos, han sido las investigaciones publicadas de Joseph Tahbaz “Desmytifying las UMAP: The politics of Sugar, Gender, and Religion in 1960’s Cuba”. Y “’El trabajo los hará hombres’: Masculinización nacional, trabajo forzado y control social en Cuba durante los años sesenta” de Abel Sierra Madero.
Es una labor muy difícil e incompleta, al no existir o no tener acceso a las fuentes oficiales de la época ni a documentos confidenciales. Teniendo que desentramar entre los testimonios, las diferentes versiones personales o los puntos de vista, la distancia del investigador que no puede forzar o dudar de los datos del entrevistado y tiene que recurrir al “según dice…”. El muro de los que prefieren olvidar, y aquellos que aun arrastran el miedo y no hablan de eso. La inevitable mirada apasionada y colérica de los que escuchan y cuentan desde el exilio. Las expurgadas memorias de los que son revolucionarios y lo hacen desde esa perspectiva: el libro “Benjamín. Cuando morir es lo más sensato” de Carolina de la Torre. Y por último, el vacío por la muerte de los participantes desde adentro de las alambradas de lo vivido. Yo me he dedicado a documentar la desconocida actividad teatral y sus manifestaciones en la UMAP homosexual. Porque como dice el escritor Milan Kundera: “La lucha del hombre es contra el olvido”.
Todo el que conozca los elementos culturales del cubano, sabe la importancia de la influencia africana, que es fácilmente detectable en sus manifestaciones musicales. El baile del yambú y la rumba son unas teatrales pantomimas sensuales, donde el llamado vacunao, con el pañuelo del bailador golpeando la cadera de la bailarina, es la mímica del acto sexual. Los plantes ñáñigos son el teatro ritual de la religión abakuá, desarrollados en actos, con coros y los personajes narrando una historia. La posesión del cuerpo del oficiante llamado caballo, por el espíritu cósmico del orisha yoruba, es teatro dentro del teatro. Con una definida puesta en escena, con trajes rituales, los bailes y las canciones de cada deidad. La misma estructura de los Misterios Délficos y los de Osiris, la posee la teatralidad de la procesión con la ofrenda de frutas al río El Día del Medio, que le hace a las aguas el iyawó que recibe el Santo. La Tumba Francesa de los Congos Reales de Santiago de Cuba, imita el espectáculo, los trajes y el trono versallesco de una corte negra haitiana, con el rito primaveral del Palo de Mayo, y las danzas provenzales francesas del siglo XVIII al ritmo de tambores y maracas. Todo esto junto con el barroquismo de nuestros excesos verbales, la invención de palabras vernáculas, el choteo irreverente, los onomatopeyas en los mambos de Pérez Prado y el Benny Moré, el teatro bufo, y la obra de Cabrera Infante, etcétera, son una parte de este ajiaco del cómo somos. A lo que hay que agregarles ciertas características nacionales –¿o universales?– de la “loca”. La insolencia ante la represiva heterosexualidad impuesta, la rebeldía ante la opresión, la destrucción del conformismo moral burgués, su imaginería fantasiosa, el travestismo teatral del remedo exagerando la “feminidad cubana” –revelando al bisexual que acude a la hembra fabricada detrás del hombre homosexual–. Haciendo de payaso entretenido para que lo acepten en la Homofobia Cultural, actuando la sensualidad caribeña, utilizando la iconografía de la cultura popular con sus múltiples componentes kitsch. Esos son los elementos que conforman la estética del teatro de resistencia homosexual, en los campos de concentración de la UMAP.
Los Umaps de los campos para homosexuales eran muy complejos, porque estaban formados por grupos de distinto nivel social, educativo y geográfico. Aunque todos estaban a medias, entre el mundo moribundo de la Cuba Republicana en la que crecieron. Y la juventud cuando comenzó el Nuevo Orden implantado por los comunistas. Hay algunas investigaciones y testimonios, sobre la oculta comunidad homosexual en La Habana desde los años 30 la cual alcanzó sus sitios de difusión y centros de cultura popular en los años 50, con una red de bares, espectáculos de travestís en los cabarets capitalinos, en la presencia travestida en las congas de los carnavales, cines de sexo y hasta prostíbulos de hombres. La comunidad de “las locas” contaba con el mayor número de afros y mestizos. Y estaba relegada al margen de la comunidad homosexual de la clase media blanca y el mundo intelectual habanero. Eran realmente “La sal de la tierra”. Venían de los pueblos de las provincias, los suburbios habaneros, y de los grandes creadores de la cubanidad popular: los enclaves habitacionales de los solares, la santería y la cultura carcelaria. Donde creaban sus maneras, valores y una subcultura propia. Tenían también una característica muy generalizada en las migraciones internas. Salían huyendo de las condiciones sociales y la Homofobia Cultural en los pueblos de provincia, para converger en la tierra prometida de La Habana. Donde relegados a la explotación y la exclusión social, subsistían en trabajos de limpieza, como criados, y cuidando los prostíbulos. Otros se especializaban en los llamados oficios de maricones: peluqueros, costureros, maquillistas, bailarines de cabaret y trasvestis. También eran santeros y babalawos muy famosos que vivían de la práctica religiosa. Un grupo pequeño vivía de la prostitución que existía en los bares de los muelles habaneros. El segundo grupo distintivo, eran los profesionales blancos de la clase media urbana: educadores, profesionales de todo tipo, procedentes de familias acomodadas y burguesas. El tercero fueron los artistas –surgidos en los primeros años de la efervescencia cultural revolucionaria–, y que provenían de la literatura, el ballet, la danza, el teatro, la música, la pintura, etcétera.
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El primer llamado fue apresurado y desorganizado: la zafra azucarera comenzaba en noviembre. Razón por la cual, los homosexuales formaron parte de los improvisados campamentos mixtos, hasta que los métodos se fueron perfeccionando y se reunieron los dossier procedentes del Estado Mayor para confeccionar las listas. Pero quedaba por encontrar a los tapiñados no afeminados ni señalados. Así que los moralistas revolucionarios, que querían erradicar el homosexualismo, como el fin justifica a los medios, organizaron las cacerías entre los cazados, creando un grupo de delatores, con mano abierta para ser bugarrones y denunciarlos. Entonces se procedió a la limpieza, enviándolos a los campos solo para homosexuales que ya estaban listos. Siempre en la lejanía del campo, ocultos entre los cañaverales, apartados de las carreteras, los caseríos y pueblos, aunque en torno a los centrales azucareros, a los que debían aportar la mano de trabajo esclavo. Vadeando las trampas de la memoria, recuerdo del grupo de pintores que aunaba la profesora y pintora Loló Soldevilla, a Jaime Bellechasse y Benjamín de la Torre. De la Escuela de San Alejandro, Justo Pérez, Manolo Villar y José Lorenzo. Los actores Rafael De Palet, Jorge Ronet, Amalio Villalba... El bailarín Héctor Aldao… El director teatral Armando Suárez del Villar… Los escritores José Mario, Jesucristo Castro, Nelson Rodríguez… El engendro de la UMAP se utilizó en Cuba, como una solución social para erradicar el homosexualismo y un recurso económico. Pero también fue un método político represivo contra la disidencia intelectual. Por eso a figuras públicamente homosexuales, pero leales al Sistema, no los tocaron. El escritor Miguel Barnet, el director teatral Vicente Revuelta, el dramaturgo Abelardo Estorino y su amante el pintor Raúl Martínez, el pintor Portocarrero y su amante José Milián, el pintor Servando Cabrera Moreno, el compositor Héctor Ángulo, el kapo del cine nacional Alfredo Guevara, el director de cine Humberto Solás… En sus comienzos, la marcada separación entre estos grupos dio pie a enfrentamientos. El primer grupo que se llamaban a sí mismos “las públicas”, despreciaban, se burlaban y aislaban a los del segundo grupo que llamaban “las finas”, y a los del tercer grupo “las cultas”. “Las finas” rechazaban a ”las públicas” con un marcado racismo, por su bajo nivel educacional, sus comportamientos y las hiper exageradas maneras femeninas. Y a la vez desconfiaban de los artistas, a los que llamaban “los rosados” por sus ideas liberales revolucionarias. Precisamente por estas, los artistas, se identificaban más con “las públicas” a los llamaban “las hermanas pobres”. Lentamente eso fue desapareciendo, gracias a la interrelación humana, la necesidad de sobrevivir a la brutalidad diaria, ayudarse para manejar la represión y con diversas tácticas practicas vencer a los represores. En el plano espiritual, todos contribuyeron a que las manifestaciones artísticas –cultas y populares– formaran parte del devenir diario. “Hasta que nos maten o los cansamos”…
[Continuará]
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