Sunday, June 30, 2019

La poesía como resistencia: homenaje a Armando Álvarez Bravo (1938-2019)*



Por Pío E. Serrano
Armando Alvarez Bravo
Querido amigo y autor de esta casa, Armando Álvarez Bravo nació en La Habana el 5 de diciembre de 1938 y falleció en Miami el 22 de abril de 2019. Ha muerto en tierra extrajera quien siempre padeció el destierro como la expulsión de un Paraíso secuestrado: “Viví cuarenta años en  Cuba  sé lo que es vivir  en una sociedad totalitaria”. Fue profesor en la Universidad de La Habana y  perteneció a la dirección del Centro Cubano de Investigaciones Literarias de la Real Sociedad Económica de Amigos  del País, donde dirigió las colecciones Biblioteca Básica de Literatura Española, Biblioteca Básica de Autores Cubanos y la colección de Viajeros. Fue miembro de la Academia Cubana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española y de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. Poeta, ensayista, traductor y crítico literario y de arte. Colaboró en numerosas publicaciones periódicas de Cuba y el extranjero. Su recopilación y prólogo de Órbita de Lezama Lima (1966) se convirtió en  consulta obligada de quienes quisieron explorar el hermético universo poético del autor de Paradiso.
         El miembro más joven de la generación del Cincuenta –llamada por él “la generación arrasada”-, en Cuba publicó dos libros de poesía El azoro (1964) y Relaciones (1973).  Al valorar ambos volúmenes y comentar las circunstancias de su recepción en la isla, el investigador Carlos Espinosa escribió: “Es  comprensible por eso que participen del refinamiento técnico, la apacible nostalgia y una poética desligada de cualquier inmediatez ideológica y social resaltados por los críticos en El azoro y Relaciones. Unos atributos distintos de los que entonces definían las normas de la poesía cubana de ese momento (las temáticas políticas y de actualidad, el coloquialisno, la afirmación), y que contribuyeron a que su  obra fuese un tanto marginada y escasamente  difundida” (El peregrino en comarca ajena, p. 116, 2001). De hecho, la edición de Relaciones fue secuestrada poco después de salir de imprenta.
         Con  su llegada al exilio madrileño en 1981, desarrolló una activa vida intelectual y continuó su impulso creador, siempre signada su poesía por una impronta confesional y meditativa, por el desgarramiento de la existencia y de sus dones, y una velada huella de ironía. Con Nietzsche, gustaba repetir: “He escogido el exilio para poder decir la verdad”. En 1981, con su  libro Para domar un animal, gana el Premio Internacional de Poesía “José Luis Gallego” (1981), y en 1982 publica Juicio de residencia que, al igual que El hombre junto al mar (Barcelona 1980) de Heberto Padilla, consagra la presencia de la poesía cubana en el exilio, donde la historia, la común y la propia intransferible, organiza un severo y lúcido testimonio sobre la exploración de la verdad, el cuidadoso cultivo de la memoria y la apasionada vocación por la palabra escrita..
         En  1985 se instaló en Miami para reencontrarse con su esposa Tania y sus hijas, Liana y Lourdes. Retomó su actividad universitaria, y ejerció como crítico literario y de arte para El Nuevo Herald. Fue uno de los fundadores del Pen Club Cubano del Exilio. Durante su exilio norteamericano, entre otros, publica El  prisma de la razón (1990) y Naufragios  y comentarios (1993), donde Espinosa “advierte la evolución de un creador cada vez más maduro, seguro de sí mismo  de su lenguaje, que aquí adensa y resume sus mejores virtudes” (ídem). En 1996 aparece Trenos, un volumen breve pero de gran intensidad expresiva, ilustrado con dibujos de Ramón Alejandro. Sobre Cuaderno de Campo (2009), Armando de Armas escribió: “es un libro abarcador de los temas que han obsesionado al poeta durante su existencia, un recuento, un  legajo notarial de la relación  del poeta con su conciencia, con la supraconciencia, con Dios”.
 Publicó dos volúmenes recopilatorios –A ras de mundo  (Verbum, 2007) y Siempre habrá un poema (Visor, 2012). Sobre el primero, Manuel Díaz Martínez escribió que en sus páginas: “cifra la gravitación humanista que el poeta  ha dado a su escritu
ra, esa escritura suya tan austera de lenguaje, cuanto espléndida en sutilezas, en la que me parece sentir los pasos, lejanos pero reconocibles, de San Juan de la Cruz y Antonio Machado, dos maestros españoles de  mi amigo y  míos”. En el prólogo al segundo título, el autor de Paso a nivel (Verbum, 2005) reconoce “la obra de un genuino e hipersensible creador como Armando Álvarez Bravo es un mosaico que crece sin pausa tramo a tramo, incorporando las porciones del mundo que el incesante azar le  va añadiendo”.
          Siempre pensé que sobre la existencia de Armando Álvarez Bravo, su imaginario proyecto vital, flotaba la imagen de aquel capitán de cargueros británicos, recio y tierno, un pesimista de arraigada sensibilidad humanitaria. Un severo marino que navegaba por los siete mares, al tiempo que observaba la especie humana con la curiosidad del que ausculta su fragilidad y su grandeza. Un escritor que concedía a algunos de sus protagonistas un breve puñado de virtudes, entre ellas, la fidelidad a unos pocos principios. Consideraba Joseph Conrad, y Armando tomaba nota, que esta fidelidad protegía al hombre ante la nada, la barbarie, la violencia, la corrupción, la ambición. Armando, un hombre de gabinete, conservó siempre un alma adolescente propicia a la ensoñación de una vida paralela anhelante de aventuras imposibles. De aquella ilusión, sin embargo, arraigó en él la heredad de un carácter, el compromiso de una fidelidad.  Y la calidad de una  mirada que huía de la complacencia.
Un escritor total. Leal a la amistad y a sus principios. Más allá del ruido y de las vanidades, deja una extensa obra ensayística, y una veintena de títulos poéticos que constituyen, junto a los de Heberto Padilla y Manuel Díaz Martínez, un excepcional cuerpo poético de belleza y resistencia.

*Texto aparecido en la página de la editorial Verbum.

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