Saturday, June 8, 2019

La homofobia de estado en Cuba: recuento de sus primeros años (cuarta parte y final)


Por Héctor Santiago
En 1964 como preludio de la UMAP, se celebró en La Habana un Congreso de psicología marxista, donde se presentaron ponencias condenando el homosexualismo y proponiendo curas, que iban desde los electroshocks hasta tratamientos de reconversión sexual, utilizando las teorías de los reflejos condicionados del ruso Iván Pávlov. Cuando finalizó el Congreso, se quedaron en La Habana un grupo de la Universidad Carolingia de Praga, psicólogos comunistas italianos, mexicanos, argentinos, y rusos, que se unieron a los miembros cubanos del Departamento de Psicología de la Academia de Ciencias, el Departamento de Sanidad Mental del Ministerio de Salud Pública y la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana. Entre todos crearon unos experimentos de choques a base de insulina, vomitivos y electroshocks, mientras se miraban fotos de hombres desnudos y actos homosexuales: para crearle a los individuos un rechazo interno. Después, en un ambiente relajado, con música, proporcionándoles sándwiches, dulces, café y cigarros, se les mostraban mujeres desnudas y actos sexuales heterosexuales, Junto con largas sesiones de terapia, fiscalizadas por grupos de psicólogos, sexólogos y psiquiatras. Para esto se escogía a los de aspecto más viril y que evidenciaran menos predisposición femenina, acumulando los puntos para ser curados.
Reportaje del periódico El Mundo del 14 de abril de 1966. En el subtítulo dice "Brillante iniciativa de cuadros militares. Fidel les dio el nombre" [Tomado de Cubaencuentro]
Pronto estuvo más que claro qué tipo de “representación masculina” se buscaba, y que con el progreso de los tratamientos se acortaban las sesiones. Se comenzó el travestismo de personificar al Macho. Montando y ensayando su expresión corporal, los tonos de voz, los gestos, lo sincero de su deseo de curarse para montarse en el carro de la revolución. Finalmente representado ante un grupo, para su visto bueno, la crítica, las correcciones y el sello de veracidad. Todas estas manifestaciones de resistencia, podían ser penalizadas como ofensa militar, contrarrevolución, delitos contra la Propiedad del Estado y Contra la economía de la Nación, la supresión del pase y las visitas familiares, ser enviados a la Seguridad del Estado, juzgados en los Tribunales Populares –al término del “servicio militar” cumplirían la condena–. Sufrir las sádicas torturas como “El Palo”, “El Trapecio”, “El Ladrillo”, “La Soga”, “El Hoyo”. Ser internados en las temibles mini celdas de castigo, llamadas ”Vietnamitas” o “Cajas de fósforos. 
Pero adueñándome de las palabras de Carlitos Marx: Solo había que perder las cadenas. Estos recursos eran un arma de desgaste de las víctimas, en perpetuo juego para vencer a los verdugos. Y nada provocaba una mayor impotencia histérica entre los oficiales, que pese a las torturas y los castigos, las manifestaciones artísticas continuaran. ¿Cómo era posible, que con una elaborada red de informantes, las constantes requisas, el cateo diario… no faltaran los vestidos de novias, las bikinis de las rumberas, los vestidos de las vedettes, y las escenografías. Estas últimas eran producto de otra manifestación teatral: la conversión de la barraca en el Gran Teatro del Mundo. 
Contra el militarismo se opuso la fantasía, la necesidad de embellecer el entorno y hacer la vida más duradera. Mirando hacia atrás a un lejano y perdido hogar idílico –que intuyéndolo perdido para siempre cobraba otra vida–, el entorno se representó como el ”Hogar Dulce Hogar”. Se adornaron las torres [literas] con cortinas domésticas, se bordaron las sabanas, les pegaron fotos de artistas recortadas de las revistas, los dibujos que se hacían, las botellas se tornaron floreros con flores de papel, se hacían cojines bordados, y alfombras. Las camas se convirtieron en carrozas representativas, los nidos de los matrimonios, los espejos de la ideal vida burguesa, donde solo faltaban los productos General Electric y la cocina para tener lista la cena cuando Él regresara: “¡Honey, I’am Home!” 
Para crear estos mundos se utilizaron los materiales al alcance. Los mosquiteros, las sabanas, las toallas y sus hilos, las gasas de las vendas médicas, los blancos sacos de harina, los sacos de yute del azúcar que coloreaban, con violeta genciana, mercurio cromo, azul de metileno, bijol, borra de café, tierra, cal, óxido de hierro y cobre, zumos vegetales. Deshilados y tejidos con la técnica del macramé. A estos les cosían, les pegaban con cola de carpintero, pegamento de zapatero, o almidón, los pedazos de espejos o ralladuras de sus azogues, el cristal triturado de las botellas de colores. Lo que faltaba se compraba en la bolsa negra, se robaba de la enfermería, de los almacenes de la cocina, o se sacaba de los materiales encontrados en el campo, y que se metían en el campamento con ingeniosas maneras.
Carnet de la UMAP [Tomado de Verdades ofenden]

Las sogas deshilachadas, los traperos de la limpieza, los deshollinadores: que se teñían para hacer pelucas y ristras de flecos. El caqui de los pantalones militares verde olivo y las camisas de mezclilla azul, se desteñían con lejía, cal viva, la potasa de los jabones amarillos, se hervían con fertilizantes de fosfatos. Las gorras militares y los sombreros tejidos de las fibras del yarey de las palmas, se transformaban en sombreros cabareteros con ayuda del celofán, el nylon, los papeles de china y las envolturas metálicas de los dulces, las plumas de aves encontradas en el campo, las hojas secas de la hermosa yagruma, el algodón de las ceibas. También se hacían manillas de flores silvestres. Los collares y adornos de semillas del campo como la Santa Juana –que por ser blancas podían teñirse y usarse como aplicaciones adornando los vestidos–, los mates, las peonías, los ojos de buey; agujereados con clavos al rojo. 
El maquillaje se negociaba en la bolsa negra por los útiles del campamento; toallas, sabanas, latas de comida rusa, etcétera. Se compraba a los familiares que venían de visita, los traían los internados del pase, se compraban a sobreprecio en las Tiendas del Pueblo de los pueblecitos cercanos, y se trocaba con los campesinos de los alrededores. También se recurría a los elementos presentes. Un ladrillo molido proveía polvos de distintos tonos –desde naranjas a colorados–, que al igual que las tierras y las arcillas se podían ligar con aceite creando una pasta, el talco ligado con mercurio cromo servía de colorete para los pómulos, los jugos de algunas flores silvestres servían como pintalabios, para las pestañas se mezclaban el hollín de las velas y del fondo de las cazuelas, ligándolos con sebo o manteca, y el betún de zapatos. Las sombras para los parpados se sacaban del óxido verde del cobre, raspando los espejos y las limallas de los machetes al ser afilados, aplicándolos ligados con grasa. Los rostros de geishas de “Sayonara” se lograron con loción de calamina y polvos de zinc. El respaldo musical se apoyaba básicamente en la percusión: tocando cajas de madera, bidones de petróleo, latas de aceite o manteca, golpeando las guatacas –los azadones–, las cucharas, las quijadas de vaca encontradas en el campo, las maracas hechas con latas de comida o güiros secos rellenos de piedritas, algún cencerro abandonado en el camino, claves hechas de palos de escoba, un coro de palmadas y, por supuesto, la voz humana. 
Las barracas variaban en cada campamento. Algunas habían sido vaquerías de elementos de cemento prefabricado y otras eran de madera –con o sin ventanas–, con una sola puerta de entrada dando al polígono central, los techos de las infernales planchas de zinc: que de día alcanzaban más de cien grados [Fahrenheit] de calor y por la noche sudaban por el frío de la campiña cubana. 
Según las posibilidades de cada campamento y la presencia de directores e intérpretes, podía variar la sofisticación de los espectáculos. Cuando se podía, al fondo se ponía, de pared a pared, una soga con sabanas o sacos de yute cosidos, que hacían de telón, convirtiéndose las torres cercanas en los camerinos. La escenografía se lograba con los arreglos de plantas y flores silvestres, cartones o telas pintadas. A un lado del telón se colocaban los músicos y en el pasillo se congregaba el público. En las puertas y ventanas se colocaban los vigilantes listos a dar la voz: “¡Los guardias!” o “¡Requisa”. Pero poco a poco el desgaste lo fue descomponiendo todo, y con tal de tener a los Umaps tranquilos para que cumplieran con la cuota de trabajo, se relajó la actitud ante los shows, siempre pendiente de los testículos en turno. 
Pidiéndole prestado el término a la izquierda militante. Este “teatro de los oprimidos”, fue una eficaz forma de mantener la sanidad psicológica, balanceó el desespero, ayudó en la espera de lo desconocido y suavizó la monotonía codificada de los campamentos. Si pasamos por alto los elementos sui generis de la realidad cubana, veremos que son las mismas manifestaciones que han aflorado en cualquier época y pueblos, donde el ser humano ha sido sometido a la salvajada de que somos capaces unos contra otros, justificándolas en nombre de la política, la religión, la moral, la patria, o lo que se ocurra. Aunque se siga ahondando en la historia de la UMAP, realmente continuarán escapando al entendimiento de todo tipo, las mismas preguntas que se han hecho en el Gulag o Auschwitz. ¿CÓMO NOS CONVERTIMOS EN ESTO? ¿POR QUÉ…?

Nueva York, 20 de agosto, 2008 Ampliado con nuevas investigaciones hasta el 10 de mayo, 2019


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