Wednesday, June 12, 2019

EMILIA BERNAL O UNA HISTORIA DE AMOR (Primera parte)*



Por Guillermo A. Belt 


"Leed viejos libros. Tened viejos amigos" 

ALFONSO X EL SABIO



En Cuestiones cubanas para América, el libro publicado hace casi un siglo con un estudio y varias conferencias de Emilia Bernal, prestado por un viejo y buen amigo, se recoge mucho del pensamiento de la poetisa sobre Cuba, a la que tanto amó y por la que hubo de sufrir, más de una vez y la última al final de su vida, las angustias, añoranzas e incertidumbres del exilio. Apartándonos del brillo de sus glorias literarias, repasemos la vida de la niña que nació siendo Cuba colonia de España, en medio de la desolación que siguió a la Guerra de los Diez Años; la adolescente que afrontó los peligros de la Guerra de Independencia y tuvo que marcharse con sus padres hacia tierras inhóspitas; la joven que asistió al nacimiento de la República y, ya adulta, padeció con ella los vaivenes de sus primeras décadas; la mujer casada y con cuatro hijos que se separó del marido, intrépida decisión en aquella época y en su medio. A comienzos del siglo 20 Emilia se aleja del entorno ancestral y se lanza a un mundo nuevo. Sale de Puerto Príncipe y se dirige a La Habana, donde comienza su trayectoria literaria. Publica sus primeros versos. El título de su primer libro, Alma errante, evoca y prefigura su vida. El paso por la capital apenas completa una década. Un funcionario gubernamental “me puso la proa”, recuerda, impidiéndole ejercer su profesión de maestra, y nuevamente se ve en la necesidad de salir al exilio, esta vez en busca de otros horizontes profesionales.

La joven Emilia Bernal
"La viajera de la palabra escrita", como la llamó Luis Mario en la introducción a Emilia Bernal: su vida y su obra, dedica varios años a contar la historia de su pueblo y de su patria en un recorrido por tierras europeas y americanas. En Cuestiones cubanas no falta —no podía ser de otra manera— un resumen histórico de las letras cubanas, con especial mención de los poetas mártires. 

La poesía y el amor a la patria: dos rayos de luz en esta vida extraordinaria.

Unos veinte años vivió Emilia fuera de Cuba. En 1940, cuando presentó en La Habana el informe de la misión cultural desarrollada en los cinco años anteriores en el sur del continente americano, regresaba al país con el aval de conferencias dictadas en la Universidad de París, la de Coimbra y la Central de Madrid; libros publicados en América Latina y en Europa; sus poesías, reproducidas en varias antologías; y con el aplauso de la crítica nacional y extranjera.

En Cuba se encontraba la poetisa al producirse la llegada al poder de Fidel Castro, el 1º de enero de 1959. El 15 de mayo de 1963, a los 79 años, acompañada de su hija Concepción salió de Cuba por última vez. Armando Betancourt de Hita, autor del galardonado ensayo Emilia Bernal: su vida y su obra, describe su partida: “Atrás quedaba el tesoro de su vida: sus libros, los recuerdos de su peregrinar por tantos países, con sus ensueños y sus versos. Pero todavía era mucho mayor la angustia que abatía su ánimo al pensar en el sombrío futuro que amenazaba a su patria. Era una expatriación que, por su ancianidad y quebrantada salud, habría de ser definitiva.” (Betancourt de Hita 96).

Repasemos las luces y sombras en la vida de Emilia Bernal, situándolas en el contexto político y social de una isla en el Mar Caribe cuyos mejores destinos, largamente anhelados por los que como ella allí nacieron y lucharon, están aún por realizarse. 


Emilia en la época colonial

La primogénita de Emilio Bernal y del Castillo y María Concepción Agüero y Agüero nació en 1884 en la provincia de Camagüey, donde se había asentado su abuelo paterno en el siglo 18. Pero no vino al mundo en la casona de los Bernal, en la ciudad de Puerto Príncipe, como habrían deseado sus padres, sino en Nuevitas, porque su madre, acompañando al marido en un viaje cultural por varias ciudades cercanas a pesar de su avanzado estado de gestación, tuvo que hacer una escala para dar a luz.

Cuando la niña empezaba a descifrar el habla de los adultos se posó en su frente la primera sombra. Su padre, sordo desde los diez años a consecuencia de un accidente, no pronunciaba palabras inteligibles. Entonces, Emilia creó una lengua propia y exclusiva para comunicarse con él, logrando superar el penoso impedimento físico. Betancourt de Hita relata que padre e hija dialogaban bajo la copa de los árboles del patio de la casa de extramuros, en la oscuridad de la noche. Emilia preguntaba cuántas puntas tienen las estrellas; el padre le enseñaba los nombres de las constelaciones. La niña quería saber cómo debería sentarse para no dar la espalda a Dios, ya que se encuentra en todas partes; no sabemos la respuesta del padre.

Estas conversaciones en lengua inventada despertaron el interés de la niña por los patriotas, poetas, juristas y guerreros que fueron sus antepasados, y en acontecimientos que entrarían en la historia de su pueblo, enfrascado en una lucha sin cuartel por la independencia.

Poeta y patriota fue su abuelo materno. Francisco José Agüero y Duque de Estrada, bien conocido por el seudónimo “El Solitario” con que calzaba sus colaboraciones en periódicos de la época, organizó en 1849 la Sociedad Libertadora de Puerto Príncipe para abogar por la libertad de Cuba. Dos años después pasa de las palabras a la acción armada. Con unos 40 hombres se une al alzamiento de Joaquín Agüero. Tras el combate de San Carlos, obligado a replegarse ante tropas españolas muy superiores en número, El Solitario conduce a la mayoría de sus hombres hasta el puerto de Nuevitas, por donde embarcan hacia el exilio en los Estados Unidos.

Joaquín Aguero
En el extranjero se entera de que ha sido condenado a muerte. No obstante, se esfuerza por organizar expediciones armadas que lo lleven de regreso a Cuba, en tanto que apenas subsiste dando clases de español y francés. Su familia, en la tierra natal, queda sumida en la pobreza cuando el gobierno español le conmuta la pena y ordena la confiscación de todos sus bienes. Fallido todo intento de regresar por la vía de las armas, ante la falta de apoyo y las muchas promesas incumplidas, y conmovido por la noticia de la muerte de su esposa en 1856, El Solitario solicita permiso para volver a la patria.

En 1857 está de nuevo en Puerto Príncipe, totalmente arruinado. Se dedica a enseñar literatura hasta que, en 1868, estalla la Guerra de los Diez Años. Los sufrimientos físicos y las decepciones espirituales han quebrantado su salud. En 1871 queda paralítico, en silla de ruedas. Estas son las palabras de Emilia Bernal sobre el triste final del abuelo: “Ángela recogía por las mañanas, de las casas de los ricos, lo necesario para sostener la vida de su padre…” (Betancourt de Hita 28). Así pasó sus últimos años El Solitario, hasta su muerte en 1892. Murió sin ver la independencia de su patria, por la que lo dio todo.


La Guerra de los Diez Años (1868-1878)


La tragedia familiar —hay más; aquí solo se alude a la del abuelo, a quien Emilia conoció en sus peores tiempos— tuvo fuerte impacto en el desarrollo emocional de la niña. Además, su niñez transcurrió en un cuadro de desolación general. Camagüey, la región más rica del país, había pagado un precio muy alto por la ansiada independencia. En toda Cuba la guerra del 68 cobró cerca de 200,000 vidas, divididas más o menos a partes iguales entre cubanos y españoles. En Camagüey la población se redujo en un 11 por ciento; en Puerto Príncipe quedaron 1,000 casas vacías. De 110 centrales azucareros, quedó uno; y solo 200 cabezas de ganado, de unas 350,000 que había al comenzar la contienda.

El heroísmo es una constante en la vida de Emilia. Su madre, hija de poeta y de patriota, poetisa ella también y defensora del ideal independentista, había sufrido prisión por motivos políticos. Tres de los tíos de Emilia habían combatido en la Guerra de los Diez Años. Y la figura cimera de la guerra en Camagüey, Ignacio Agramonte Loynaz, provenía de una familia muy parecida a los Bernal y los Agüero. Los padres de Agramonte, aunque no eran de las personas más ricas de la región, también se sentían orgullosos de su rancia estirpe criolla.

Siendo aún niña, Emilia habría oído relatos de las proezas de Ignacio Agramonte en los campos de batalla. El rescate del general Julio Sanguily, que llevó a cabo al frente de 35 jinetes en 1871, entraría en la leyenda aún antes de su muerte en el combate de Jimaguayú, a corta distancia de Puerto Príncipe, en mayo de 1873. El guerrero fue además un hombre de ideas liberales. En la redacción de la Constitución de Guáimaro, adoptada en 1869, logró que prevaleciera su visión de un régimen republicano. Agramonte vio en el levantamiento de los cubanos una fuente de derecho que llevaría al país a un gobierno representativo y democrático. En las conversaciones con su hija, la madre de Emilia destacaría esta faceta del héroe.

El orgullo de ser camagüeyana no despertó en Emilia solo por las conversaciones con sus padres. En aquellos años imperaba el regionalismo en la isla. “Se es de La Habana, de Puerto Príncipe, de Santiago, mas no se es de Cuba.” Así afirmaba el primer viajero extranjero en recorrer la isla de oeste a este y dejar constancia de ello en un libro, Jean Baptiste Rosemond de Beauvallon, cuyo relato, publicado en París en 1844, resume y comenta el profesor Otto Olivera en Viajeros en Cuba (1800-1850), atribuía el aislamiento entre los tres departamentos de la isla a los deficientes medios de comunicación, pero también al proverbial orgullo del carácter español, heredado por los criollos, y a su consecuencia, la superioridad que sentían los moradores de una provincia con respecto a los residentes de otras. La poetisa, en su plenitud, explica la hegemonía de su ciudad natal en el “Estudio político-social cubano” que figura en Cuestiones cubanas para América


Una ciudad interior en la isla de Cuba es centro del progreso y la oposición a los viejos moldes de la colonia. Las semillas de todas las rebeldías se sembraron allí. Su carácter hegemónico lo debió, acaso, a circunstancias geográficas. Tiene una posición territorial que la hizo orgullosa, valiente y conservadora de su genio no contaminado de corrientes exóticas. Situada en el corazón de Cuba, lejos de todo mar, se hallaba al abrigo de las invasiones piráticas, por eso a ella se trasladó la Real Audiencia de Indias, que provenía de Santo Domingo, desde 1800, para que sus archivos estuviesen resguardados de todo peligro de destrucción. (Bernal, Cuestiones 52). 

La Guerra de Independencia (1895-1898)


Sin perjuicio del legítimo orgullo que sentía por su suelo y por su gente, Emilia Bernal no escatimó elogios al referirse a héroes de la Guerra de los Diez Años que no eran camagüeyanos. Aunque las hazañas de la primera guerra por la independencia de Cuba solo las conocía por relatos escuchados de sus padres y otras personas, es evidente que desde niña sintió admiración por todas aquellas figuras legendarias. Refiriéndose al guerrero por excelencia del 68, el que no aceptó la paz que puso fin a aquella contienda, y a su regreso a Cuba al estallar la Guerra de Independencia el 24 de febrero de 1895, Emilia escribió: 


En Oriente, playas de Duaba, cerca de Baracoa, desembarcó la primera expedición que lanzó el grito de rebeldía, capitaneada por Antonio Maceo. Pocos días después, Máximo Gómez, el general de la última epopeya, y José Martí, el conspirador, desembarcaron sigilosamente en las mismas costas. Pero Maceo habría de ser el adalid de la revolución. Por mano divina estaba señalado para realizar el ideal que encarnara el apóstol Martí. (Bernal, Cuestiones… 77).

El 1º de abril de 1895, cuando Maceo pisa de nuevo el suelo patrio tras largo y azaroso exilio en varios países de América, Emilia está a punto de cumplir 11 años de edad. Ahora sí tiene noticias de acontecimientos contemporáneos. Su adorada provincia de Camagüey se había unido a la de Oriente, cuna de los Maceo, y a la de Matanzas cuando se dio el Grito de Baire. Maceo no tardaría en llegar a ella. Mucho se ha escrito sobre la marcha de Antonio Maceo de un extremo a otro de la isla.

El resumen que hizo la poetisa es un canto al orgullo patrio, que se eleva por sobre toda barrera geográfica, social, económica y racial.


Él empujó sus tropas desde la abrupta región oriental, burlando los ejércitos españoles, que se apostaban bravamente en la trocha de Júcaro a Morón, en la provincia de Camagüey, donde es en línea recta más ancha la isla. Él las condujo en marcha victoriosa a través de Las Villas y Matanzas, ganando combates dignos de la más alta gloria militar, hasta el arribo en la provincia de La Habana, de casi imposible acceso, adónde sólo podía llevar la revolución un genio como el suyo…Él pasó la trocha de Mariel a Majana, más difícil de atravesar que la de Júcaro a Morón, porque es una línea de sólo cuarenta kilómetros, donde se concentraba toda la vigilancia y la acción militar española… Él plantó su hueste en el extremo occidental de la isla, llevando la revolución redentora de triunfo en triunfo desde la punta de Maisí hasta el cabo de San Antonio. El 22 de octubre de 1895 había salido, como un símbolo, de las sabanas de Baraguá en Oriente. Y digo como un símbolo porque allí, en ese lugar, terminó definitivamente la guerra del sesenta y ocho, por el mismo caudillo, y al comenzar la del noventa y cinco en tal sitio, no parecía ser sino su continuación. El 22 de enero de 1896 llegaba al extremo occidental de Cuba. Tres meses exactos de marcha al galope sólo interrumpida para guerrear. (Bernal, Cuestiones… 77-79). 


Este recuento de la hazaña de Maceo no es producto de la imaginación poética. Véanse los datos que ofrece el historiador Octavio R. Costa en Antonio Maceo, el Héroe, biografía ganadora del concurso convocado por la Academia de la Historia de Cuba en 1946. Sobre la entrada de Maceo y sus tropas en el pueblo de Mantua, provincia de Pinar del Río, escribe Costa: 


Son las cuatro de la tarde del 22 de enero de 1896… La invasión se ha consumado. La empresa iniciada en los Mangos de Baraguá se epiloga gloriosamente en el pueblo más occidental de la isla… En noventa días se han recorrido victoriosamente cuatrocientas veinticuatro leguas. Han sido vencidas en setenta y ocho jornadas. Se ha peleado en veintisiete combates. Veintidós pueblos se han ocupado. Se han tomado al enemigo dos mil fusiles y ochenta mil cartuchos. Un maltrecho contingente de cuatro mil hombres, a través de un territorio angosto y largo, ha burlado, desconcertado y vencido a los poderosos ejércitos españoles, compuestos por más de doscientos mil hombres y provistos de todo lo necesario para la guerra. Todo lo ha podido el genio de un hombre respaldado por el heroísmo de unos soldados encendidos de fe y seguros de la grandeza del jefe. La guerra ha prendido en toda la isla… Cuarenta y dos generales no han podido detener a Gómez y a Maceo. (Costa, Antonio Maceo…241-242). 


A diferencia de Ignacio Agramonte, Maceo tuvo un origen humilde. Su padre no pertenecía a una familia de abolengo en Cuba, sino que era venezolano, llegado a la isla después de la victoria de Bolívar en su tierra natal. Su madre, Mariana Grajales, sí era cubana de nacimiento. Tuvo seis hijos varones y todos se unieron a las fuerzas insurrectas, así como Marcos, el padre. En esta familia de héroes lo que pudiese faltar en abolengo sobró en valentía. Poco después del 10 de octubre de 1868, día en que se inicia la gesta conocida como la Guerra Grande, Antonio, el mayor de la familia, y su hermano Miguel llegan a la casa paterna, en Santiago de Cuba, junto con un grupo de hombres armados. “Reciben por auxilio onzas de oro, armas diversas y caballos… En torno a Maceo y Mariana están los hijos. Se hace un silencio total… Y Mariana, magnífica, apostrofa a los hijos y recibe de ellos el juramento solemne de servir a la patria. Los Maceo tienen que morir peleando por Cuba.” (Costa 20). 

A Emilia le atrajo la figura de Maceo no solo por la cualidad que compartía con Agramonte: la bravura en el combate. Las ideas liberales del líder camagüeyano, referidas a la futura organización política de una Cuba independiente, encuentran un paralelo en el guerrero oriental. A Maceo le preocupaba la afrenta colectiva de la esclavitud, como lo revelan las cartas en su archivo personal, consultadas por Costa. La familia de Emilia también fue sensible al problema de la esclavitud. Sus padres habían cedido una residencia campestre para el uso, en su vejez, de esclavos liberados, a la que éstos llamaban Santa Rosa de los Negros Libres. Si es probable que la madre de Emilia le hablase de las ideas políticas de Ignacio Agramonte, también lo es que la niña admirase en Antonio Maceo al hombre que existía por debajo del héroe, en la expresión del autor de su mejor biografía.

La guerra de 1895 fue, para la niña camagüeyana, más que una serie de relatos de historias heroicas. Emilia sufrió en carne propia los rigores de una guerra en la que España se jugaba la última carta de su imperio, y los patriotas criollos ponían sobre la mesa vidas y haciendas en una última apuesta para ganar su independencia.

A comienzos de ese año Concepción Agüero solicitó una plaza de maestra rural. Lo había sido en Nuevitas, antes de casarse, y luego en Las Minas. En esta oportunidad se le asignó una escuela en un pueblo pequeño llamado Altagracia, adonde se trasladó con Emilia y sus hermanos. Tomó una casa típica del lugar, con paredes de tablas de palma y techo de guano, o sea, hecho con hojas secas del mismo árbol. Ese verano, cuenta Emilia en Layka Froyka, corrió la voz que pronto llegaría al pueblo el general Arsenio Martínez Campos, llamado “El Pacificador” por haber puesto fin a la guerra del 68, y ahora de nuevo al mando de las tropas españolas en Cuba. La niña, en quien ya apuntaban rasgos de una firme voluntad, insiste en ver la llegada del personaje y el padre se ve obligado a acompañarla. Cuando el general baja del tren militar y camina por entre la gente reunida en el andén —“una figura alta, elegante, fornida, con el aire del viejo tipo español… el pecho lleno de cruces…”— se detiene al pasar ante la niña y le dice: “¡Qué ojos tienes, morena!” (Betancourt de Hita 40).

Pocos días después de la llegada de El Pacificador la guerra llegaba a Altagracia. Allí se había instalado un destacamento de tropas españolas. Al tercer día, se escuchó de repente una descarga de fusilería. Los cubanos, al grito de ¡Viva Cuba libre!, atacaban y los soldados españoles contestaban el fuego. Al cabo de un largo rato los disparos se fueron espaciando, hasta que nuevamente se escuchó el grito de libertad y, seguidamente, toques a la puerta de la rústica vivienda donde madre e hijos se habían tendido en el suelo para ponerse a salvo de las balas.

Paquito Borrero, general del Estado Mayor de Máximo Gómez, el general en jefe de los cubanos, había caído muerto por un disparo hecho desde una de las casas de Altagracia cuando el combate ya había cesado. Máximo Gómez ordenó el incendio del caserío, ante la imposibilidad de identificar al autor del asesinato.

Si la represalia parece excesiva, téngase presente que pocos meses antes del combate en Altagracia Francisco Borrero había desembarcado, el 11 de abril, junto con Máximo Gómez y José Martí, y tres hombres más, en las costas de Oriente. Dando cuenta del accidentado arribo al suelo patrio, de noche y bajo fuerte lluvia, Martí, al comienzo de su diario de campaña, menciona a Borrero: “Bajan el bote. Llueve grueso al arrancar. Rumbamos mal. Ideas diversas y revueltas en el bote. Más chubasco. El timón se pierde. Fijamos rumbo. Llevo el remo de proa. Salas rema seguido. Paquito Borrero y el General ayudan de popa.” (En José Martí: Obras escogidas 529).

Los lazos de hermandad patriótica que unen a estos seis hombres los describe Martí en carta del 26 de abril. Comentando un combate de dos horas y la piedad que sintió por los heridos, dice, refriéndose a éstos: “Y no les he dicho que esta jornada valiente de ayer cerró una marcha a pie de trece días continuos, por las montañas agrias o ricas de Baracoa, la marcha de los seis hombres que se echaron sin guía, por la tierra ignorada y la noche, a encararse triunfantes contra España”. Y agrega: “No sentíamos ni en el humor ni en el cuerpo la angustiosa fatiga, los pedregales a la cintura, los ríos a los muslos, el día sin comer, la noche en el capote por el hielo de la lluvia, los pies rotos. Nos sonreíamos y crecía la hermandad.” (En José Martí… 573).

Así se comprende mejor la orden de Máximo Gómez. El general dispuso la previa evacuación de los moradores y sus hombres tocaron a la puerta de Emilia y su familia, conminándolos a abandonar la vivienda de inmediato. Betancourt de Hita, citando los recuerdos de infancia que Emilia recoge en Layka Froyka, escribe que cuando los Bernal se alejaban de la casa la madre gritó de repente: “¡Los papeles de mi familia!” Y continúa: 


Concepción se lanzó, corriendo, de vuelta hacia la casa, cuyas paredes ya comenzaban a arder. Algo rezagados, la seguían Emilia y sus hermanos. Del poblado solo faltaba por quemar el paradero del ferrocarril, por donde debería regresar la madre. Un jinete se disponía a quemarlo, disparando a una lata llena de combustible, situada en el andén. Emilia corrió a interponerse, gritándole al mambí: “¡No tire! ¡Mi madre está del otro lado!” (Betancourt de Hita 42). 


El combatiente cubano exige que le quiten a la niña de en medio. En ese instante llega la madre. El tesoro que aprieta contra el pecho no consiste en dinero, ni joyas, ni otros objetos de valor material. Ha puesto en peligro su vida y, sin quererlo, la de su hija primogénita para rescatar de las llamas los versos de El Solitario y los de los tíos de Emilia. Esa noche, Emilia, su madre y hermanos duermen en bohíos lejanos donde han encontrado temporal refugio. Allí les recomiendan tomar un tren que debe pasar por Altagracia rumbo a Nuevitas. Lo esperan junto a la vía. El tren se detiene y recoge a los habitantes desalojados de Altagracia. En él viaja el general Martínez Campos. Va de regreso de un fracaso: esta vez no ha logrado la pacificación de la “siempre fiel isla de Cuba”. No nos dice Emilia Bernal si en esta ocasión el general español se fijó nuevamente en la niña morena de los ojos bonitos. 

*Tomado de RANLE (Revista de la Academia Norteamericana de la Lengua Española). Agradecemos a su director Carlos Paldao la autorización para reproducirlo.

No comments:

Post a Comment