Por Jorge Ignacio Domínguez
Hace varios años, una colega me comentó que había asistido
a una cena martiana en el restaurante Hotel Griffou, en el #21 oeste de la calle
9 del bajo Manhattan. El restaurante —ya desaparecido—, llevaba el nombre de la
antigua pensión que existía en ese lugar en el siglo XIX, y en la que Martí se había
entrevistado con Gómez y Maceo.
Busqué entonces en Internet y descubrí dos artículos
sobre el restaurante, ambos con referencias al antiguo Hotel Griffou, que le daba
nombre. Uno fue publicado en el periódico The New York Observer el 7 de julio
de 2009, (Griffou’s Wilde Past, de Jean Nathan), y otro en el blog Penúltimos
Días cuatro meses más tarde, el 6 de noviembre de 2009 (En el Hotel Griffou, de José Manuel Prieto).
Hotel Griffou, hacia 1900-1905 |
En su artículo en Penúltimos Días, Prieto afirmaba
lo siguiente sobre el Hotel Griffou:
En una de sus habitaciones se dio la famosa
discusión entre Gómez y Martí sobre un tema que a pesar de los muchos años transcurridos
nada ha perdido en urgencia. Hablaron los dos hombres, el avezado general y el joven
Martí (31 años ese día) sobre la división de mando político y civil. La discusión
ocurrió, consignan los libros de texto, ‘mientras Gómez se aseaba’. No sabemos si
este detalle pudo haber ofendido particularmente a Martí. Que Gómez se aseara en
su presencia. O bien que hablara con él a través de la puerta entornada del baño,
que hiciera sus abluciones a la vista de Martí… El airado tono de su célebre carta:
‘No se funda, general…’ ¿habrá tenido algo que ver con ciertos modales de campaña
que Martí descubrió en Gómez? No sé, no podemos saberlo.
Me sorprendió la frase sobre el aseo de Gómez en presencia
de Martí. Nunca había escuchado ese detalle que, según Prieto, “consignan los libros
de texto”. Durante varias semanas busqué inútilmente esa fuente, pero poco a
poco, entre libros y periódicos del siglo XIX y principios del XX, se fue
perfilando un retrato del Griffou que me pareció digno de escribirse.
La tesis esencial del sugerente artículo de Prieto es
que esa puerta, entornada según él, pudo haber sido la causa original de que Martí,
once años después, desobedeciera a Gómez en Dos Ríos y pagara con la vida su imprudencia.
Es como si la suerte misma de nuestra república hubiese girado sobre las enmohecidas
bisagras de la puerta de un baño del Hotel Griffou.
Me dediqué a buscar la fuente de donde procedían los
detalles que menciona Prieto. Leí la famosa carta de Martí a Gómez, escrita dos
días después del encuentro. Consulté la desgarradora carta de Martí a Manuel Mercado
sobre el encontronazo con Gómez, así como otros textos donde hace referencia a lo
sucedido en el Hotel Griffou: la carta rimada a Enrique Estrázulas, la carta a Francisco
Domínguez y José Alfonso Lucena, la carta a Enrique Trujillo, el director de El
Avisador Cubano, la carta “a los cubanos de Nueva York” del 23 de junio de 1885. En ninguno de esos textos
Martí describía el detalle que, según Prieto, podría haber sido el catalizador del
conflicto.
No hallé nada que Antonio Maceo hubiese escrito al respecto.
(Maceo estuvo presente en la huracanada conversación de ese día.) Luego leí la nota
que escribió Máximo Gómez sobre los hechos pocos días después de ocurridos. Gómez
sí describe en detalle lo sucedido en su hotel. Veamos:
En estos días de fatigosa espera seguía
Martí visitándome, y como era natural, hablando siempre del mismo modo y con igual
calor de nuestro plan revolucionario. Ya notaba yo que él se permitía hacerme muchas
indicaciones inusitadas que no tenían razón de ser, y que no correspondía hacerlas
al que se le confía la dirección de un asunto —mas yo con blandura lo contenía en
los límites que he creído que él puede llegar, para no perjudicarnos dejando el
mando de la nave a muchos capitanes, hasta que haciendo caso omiso del Gral. A.
Maceo, que era el jefe designado para la comisión, me dijo que (sus palabras textuales)
“al llegar a México y según el resultado de la comisión...” —yo no lo dejé concluir,
con tono áspero— (mis palabras textuales) “vea, Martí, limítese Ud. a lo que digan
las instrucciones, y lo demás el Gral. Maceo hará lo que deba hacerse”, nada más
dije, y me contestó tratando de satisfacer mi indicación, apenas le oí, un criado
me avisó de un baño que hacía días pensaba darme, —no había podido ser así por no
tener lugar—, y aprovechando el momento, dejé a Martí con el Gral. Maceo, presente
siempre en nuestras conversaciones. Durante mi momentánea ausencia, no sé lo que
dicho Gral. habló con Martí, pero se deduce por el sentido de la carta. Cuando yo
regresé, aún encontré al señor Martí en mi cuarto; a poco se despidió de mí de un
modo afable y cortés. Solos yo y el Gral. Maceo, me dijo este, “este hombre, Gral.,
va disgustado con nosotros”. Tal vez, le contesté yo, y no hablamos más una palabra.
Hay diferencias irreconciliables entre el relato de Máximo
Gómez y el artículo de Prieto. La nota de Gómez menciona la presencia de Maceo,
dice claramente que él (Gómez) no podía escuchar la conversación de Martí con Maceo
mientras se aseaba, y que había salido del cuarto para ir al baño. Era común en
las hospederías de fines del siglo XIX en New York que el baño fuera compartido
y estuviera fuera de las habitaciones, y el texto de Gómez sugiere que así era el
el Griffou.
Izquierda: Hotel Griffou, 1954, en Ámbito de Martí. Derecha: Foto actual |
Antecedentes del affaire Griffou
El desencuentro de Martí con Gómez y Maceo —llamémoslo
el affaire Griffou—, se presenta generalmente despojado de su contexto. Quizás
el texto más iluminador que he hallado sea la conferencia que el general y doctor
Eusebio Hernández diera en La Habana el 27 de abril de 1913 con el título de “El período revolucionario de 1879 a 1895“, y que se publicó en julio 1914 en la
Revista de la Facultad de Letras y Ciencias.
En esa hospedería se hospedarían mambises ensimismados,
sirvientes libertos, escritores liberales y anónimos señoritos de buena familia
fueron a pasar sus temporadas neoyorkinas allí en las últimas dos décadas del
siglo XIX. Ese hotel barato tuvo para Martí —y para Cuba— una importancia mayor
de la que suele dársele en nuestra historia escolar (que es casi toda la historia
que tenemos).
El 20 de julio de 1882, dos años y tres meses antes de
la conversación en el Griffou, Martí escribe dos cartas que envía con Flor Crombet.
La primera está dirigida a Máximo Gómez, y comienza
explicándole al General por qué no ha escuchado nunca el nombre de Martí: “El aborrecimiento
en que tengo las palabras que no van acompañadas de actos, y el miedo de parecer
un agitador vulgar, habrán hecho sin duda, que Vd. ignore el nombre de quien con
placer y afecto le escribe esta carta.” La segunda es para Antonio Maceo. Martí no pierde
tiempo en abordar el problema racial, en un tono curiosamente didáctico, y termina
su carta para Maceo de la misma manera que comienza la de Gómez: aclarando que el
destinatario nunca ha oído hablar de él: “Tal vez, por mi odio a la publicidad inútil,
ignore Vd. quien escribe esta carta. Flor Crombet se lo dirá. Y yo le digo que se
la escribe un hombre que sabe cuanto Vd. vale, y lo tiene en tanto.”
Izquierda: Hotel Griffou, 1899. Derecha: Foto actual |
Pero volvamos al affaire Griffou. Maceo y Gómez llegan
a New York el miércoles 1 de octubre de 1884. En el muelle los esperan Eusebio Hernández
y Flor Crombet, viejos conocidos de la Guerra de los Diez Años, amigos de Martí
también y hospedados desde hace días en el mismo Hotel Griffou, que en esos días
era una especie de cuartel general mambí. Dice Eusebio Hernández en la conferencia que ya mencioné: “En New York nos hospedamos
en la calle 9 núm. 21, Este, Hotel de familia de Mme. Griffou de Muro, en donde
habían parado casi todos los insurrectos de la revolución del 68, huéspedes de New
York, desde Bembeta hasta Antonio Maceo.” (En realidad es “Oeste”. El error se
repite en casi todos los textos de la historiografía cubana sobre estos hechos.)
Jorge Mañach, por su parte, afirma en Martí, el apóstol, lo siguiente: “El cuarto del hotel de
familia de madame Griffou, donde Crombet y Hernández se alojaron, no se vaciaba
de humo de tabaco prieto, ni de frases encendidas.”
Diversos testimonios indican que Martí se encuentra con
Gómez y Maceo el 2 de octubre. Nunca se habían visto antes. ¿Se habrán conocido
entonces en el Hotel Griffou? Es probable. Ese día, el 2 de octubre de 1884, Gómez
y Maceo eran para los cubanos de la diáspora dos héroes legendarios. Martí, por
el contrario, no es más que un joven abogado que ha tenido escasa labor conspirativa
en la isla, y que hace sólo un año ha comenzado a adquirir cierto liderazgo entre
los cubanos de New York.
No sería extraño que Martí hubiese idealizado a los dos
héroes de una guerra en la que él no participó. Conocer a Gómez y a Maceo personalmente
pudo haber sido una desilusión: es lo que suele suceder cuando uno conoce finalmente
a las personas que idolatra desde lejos. Pero el hecho esencial es este: el discurso
que dio el 10 de octubre de 1884 —cuyo texto parece no haber perdurado— tuvo que
ser un momento clave para Martí. Ese mismo día había renunciado a su cargo de cónsul de Uruguay en Nueva
York para dedicarse por completo a la causa de Cuba —o para evitar que el
gobierno de Uruguay tuviese que despedirlo por sus actividades políticas. Por primera
vez este “recién llegado” hablaba ante los líderes del 68. Que diez días después ese mismo admirador emplazara a sus héroes en una carta como la del 20 de octubre, revela mucho más acerca de Martí de lo que nos puede sugerir ese texto aislado de sus circunstancias.
Las causas del affaire Griffou
La causa original del affaire Griffou fue el dinero. Según cuenta Eusebio Hernández, entre otros, el acaudalado patriota cubano Félix Govín, residente en New York, había prometido a Gómez y a Maceo donar cien mil pesos y buscar dos amigos que donaran cada uno cincuenta mil, “si juntos [Gómez y Maceo] se ponían al frente del movimiento”. Sin embargo, en esos días de octubre, relata Eusebio Hernández, Govín informó a los conspiradores que no podría ayudarlos, pues “en aquellos momentos tenía pendiente una reclamación al gobierno español que fracasaría si le demostraban que alentaba una revolución separatista”. (Félix Govín sabía de los riesgos que corría: en 1873 se le habían embargado sus bienes en EE.UU. a petición del gobierno español por colaborar con los insurrectos, como puede ver el lector en esta Colección de documentos del Congreso de Estados Unidos publicada en 1893.)
Las causas del affaire Griffou
La causa original del affaire Griffou fue el dinero. Según cuenta Eusebio Hernández, entre otros, el acaudalado patriota cubano Félix Govín, residente en New York, había prometido a Gómez y a Maceo donar cien mil pesos y buscar dos amigos que donaran cada uno cincuenta mil, “si juntos [Gómez y Maceo] se ponían al frente del movimiento”. Sin embargo, en esos días de octubre, relata Eusebio Hernández, Govín informó a los conspiradores que no podría ayudarlos, pues “en aquellos momentos tenía pendiente una reclamación al gobierno español que fracasaría si le demostraban que alentaba una revolución separatista”. (Félix Govín sabía de los riesgos que corría: en 1873 se le habían embargado sus bienes en EE.UU. a petición del gobierno español por colaborar con los insurrectos, como puede ver el lector en esta Colección de documentos del Congreso de Estados Unidos publicada en 1893.)
Fue por esa razón que se decidió enviar a los líderes
del movimiento, de dos en dos, a diversos países a buscar financiamiento. Maceo
y Martí irían a México. Ese era el tema de la conversación en que Gómez le dijo
a Martí aquello de “limítese Ud. a lo que digan las instrucciones, y lo demás el
Gral. Maceo hará lo que deba hacerse”. Y así comenzó el affaire Griffou. Dos años
más tarde, el Plan Gómez-Maceo, sin el dinero de Félix Govín, fracasaría. ¿Se habrían
unido Gómez y Maceo originalmente porque esa era la condición de Govín para financiar
la guerra? ¿Cuánto influyó el incumplimiento de su promesa en el fracaso de ese
plan? ¿Qué hubiese sido de Martí si Maceo y Gómez —después del Griffou— hubiesen
podido conseguir el dinero necesario para llevar adelante su proyecto?
Cuenta Eusebio Hernández que unos meses más tarde, cuando
él regresó de París —adonde fue enviado en una fallida misión de recaudación de
fondos—, Gómez no tenía ni con qué pagar el hospedaje en el Hotel Griffou, adonde
había regresado de nuevo. Tiene que haber sido duro pasar de la esperanza de recibir
$200 000.00 a no tener con qué comprar una cena en el Griffou, que por esa época
costaría sólo 75 centavos, como indica este menú del hotel, de 1892, que se conserva
en la Biblioteca Pública de New York (Ver más abajo), y que incluía perca frita,
pollo con champiñones, pierna de cordero y piñas antes de los quesos.
Menú de la cena del Hotel Griffou. 17 de junio de 1892. New York Public Library |
Con Martí fuera de la escena y los líderes mambises sin
dinero, la larga postdata del affaire Griffou fue amarga y fértil en insultos. Para
constatarlo basta consultar el ensayo “La polémica de Martí, Gómez y Maceo en 1884“, con el que Carlos Ripoll presenta tres
cartas inéditas que acababa de hallar. [Ripoll no da la fecha del hallazgo ni de
la redacción de su ensayo, pero José M. Hernández cita la carta de Maceo a Arnao
en su libro Cuba and the United States: Intervention and Militarism, 1868-1933,
University of Texas Press, 1993, y luego cita la carta de Gómez a Arnao como
proveniente del libro Martí: letras y huellas desconocidas, de Ripoll. Los
otros datos que Ripoll presenta en este ensayo, más allá de las tres cartas inéditas,
parecen estar basados en la conferencia de Eusebio Hernández que he mencionado antes.]
Las cartas halladas por Ripoll son penosamente reveladoras.
Gómez, que en la nota mencionada antes achacaba el malentendido a diferencias personales,
en la carta del 20 de enero de 1885 a Juan Arnao (hallada por Ripoll)
revela otro matiz del asunto: “Respecto a la negativa de Martí, no me extraña. Martí
desde el primer día que me conoció en New York se hubiera separado, pero no encontraba
un medio hábil, hasta que la casualidad se lo dio. Y digo se hubiera separado, porque
él no es hombre que puede girar en ninguna esfera sin la pretensión de dominar”.
Es un juicio malicioso, pero es también un reconocimiento de la capacidad de liderazgo
de Martí. En cierto sentido, esa apreciación habla bien de la agudeza de Gómez,
aunque no lo hace parecer generoso.
Pero Martí aún no es una figura de peso en el mundillo
de la política cubana, y Gómez parece entender
que nunca lo será: “He aquí, amigo mío, ni más ni menos, las reflexiones de ese
joven a quien es preciso dejar tranquilo, que ya iremos a luchar por hacerle patria
para él y sus hijos. No nos ocuparemos más de esas pequeñeces, esos átomos que nada
influyen en los destinos de los pueblos”. A los veteranos del 68, evidentemente,
les resultaba difícil olvidar que Martí había preferido ser espectador y no soldado
en las dos guerras anteriores.
La carta de Maceo, escrita el día que su autor cumplió cuarenta
años, el 14 de junio de 1885, es más dura aún:
¿Qué importa pues la doblez y la falsía
de unos pocos, si se cuenta con la abnegación y probado patriotismo de los más?
¿Acaso admiten paralelo, por más que a todos los prohijó el mismo suelo? Mas, poco
importa; sin ellos y contra ellos nuestra obra se realiza, sin que basten a impedirla
sus maquiavélicos planes que basan en la infamia y la calumnia. Concretando especial
y determinadamente estos comentarios a un solo individuo, que lo designaremos Dr.
Martí, debo agradecerle los antecedentes que relativos a su conducta Ud. ha tenido
la bondad de proporcionarme: también al amigo Rubiera he de agradecerle igual servicio.
Conocidas como son las retrógradas tendencias del amigo que nos ocupa, debe Ud.
procurar el concurso de los que, amantes de su Patria, aspiren al bien de ella para
que unidos así combatan en todos los terrenos tan fatal elemento.
Gómez y Martí se reconciliarían y llegarían a ser muy
cercanos. Maceo, a pesar de las continuas muestras de admiración y cariño de Martí
en los años subsiguientes, nunca cambiaría realmente la opinión que expresa en esa
carta. Cuenta el general Enrique Loynaz del Castillo en sus Memorias de la guerra
(Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, páginas 212-215) que el 10 de
octubre de 1895, tras pasar el día en Dos Ríos para ubicar el lugar exacto de la
muerte de Martí, regresó al campamento de Maceo, donde este lo invitó a cenar “por
primera y única vez”. Durante la cena, Loynaz hablaba en los términos más elogiosos
—y emocionados— de Martí. De pronto, Maceo, ya impaciente, lo interrumpió: “Sí,
es verdad que Martí era un gran abogado...” Martí seguía siendo para él aquel “Dr.
Martí” de la carta de 1885. Cuenta Loynaz que refutó a Maceo, sabiendo que eso no
beneficiaría en nada su carrera como oficial del Ejército Libertador.
Después del Griffou
Tras los hechos del Griffou y la carta del 20 de octubre
de 1884, Martí se queda al margen de todos los esfuerzos independentistas. Quien
lea la carta de Martí a Manuel Mercado del 13 de noviembre de 1884 se dará cuenta del precio que pagó por
enfrentarse a los dos veteranos del 68. La carta, si se la compara con las de Gómez y Maceo sobre el mismo asunto, también muestra
la superioridad de visión y carácter de Martí. Refiriéndose a la renuncia a su puesto
de cónsul, que ya mencioné en el post anterior, le dice a Mercado: “...no tenía
más modo de vivir que lo que me producía el Consulado del Uruguay, en que hacía
de Cónsul interino y como el Uruguay está en amistad con España, renuncié, con el
Consulado, a mi único modo de vivir...”.
La separación de Martí duraría más de dos años. Poco
a poco los jefes del 68 se dieron cuenta de que necesitaban el concurso del “Dr.
Martí”. En 1887, Martí volvería, por primera vez en tres años, a dar el discurso
del 10 de octubre en New York.
Por su parte, Félix Govín moriría el 23 de mayo de 1891.
Poco después, el 4 de septiembre de 1891, el New York Times informaba que Luz Díaz de Govín, quien se
presentaba como viuda del difunto, había demandado a los herederos de Govín por
cuestiones de herencia.
Por suerte para el tema que nos ocupa, una nota del 22 de noviembre de ese mismo año en el Times indica
que la demanda había hecho escasos progresos. (Todos los detalles se pueden leer
en el archivo de la Corte de Apelaciones de New York de 1895, donde hay más de 200 páginas con los
documentos del caso.) Luciana Govín, la hija del indeciso Félix, heredaría
buena parte de la fortuna. Y Luciana era, por demás, la esposa del Dr. Ramón L.
Miranda, el amigo a quien Martí dedicó sus Versos Sencillos al publicar el
libro en 1891 (“A un médico que cura siempre”), y suegra de Gonzalo de Quesada.
Después del fracaso del Fernandina, Martí se ocultaría en la casa del Dr. Miranda
y Luciana Govín por varias semanas para evadir la vigilancia de los agentes de España.
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