Monday, April 12, 2021

Narciso J. Hidalgo: Legado de un profesor y ensayista cubano


Por Rafael Saumell

Al igual que muchos compatriotas dispersos por el mundo, Narciso J. Hidalgo tuvo que cambiar de ocupación y de profesión una vez que decidió marcharse de la Isla. El suyo, es un caso muy interesante de adaptación y conversión a códigos lingüísticos, culturales, sociales, educativos y políticos que los exiliados deben de enfrentar en las tierras donde se asientan.

Académico cubano radicado en Tampa, Hidalgo fue hasta muy poco profesor de Español en la University of South Florida. Antes, había ejercido la docencia en Oberlin College, Ohio, y en la University of South Carolina Aiken. Su formación académica tuvo tres etapas: Licenciatura en Historia del Arte (Universidad de La Habana), Maestría en Español (Washington University, St. Louis) y Doctorado en Español (Indiana University Bloomington).

Su período de mayor actividad investigativa y editorial coincide con el tiempo en el que estuvo afiliado al campus de St. Petersburg de la University of South Florida. Publicó más de treinta ensayos, dos libros —Latinos en Japón (2007) y Choteo. Irreverencia y humor en la cultura cubana (2012)— y tres antologías: edición especial de Afro-Hispanic Review. African Religions in the New World, Vol. 26 (2007); José Lezama Lima. Universo Poético (2016); y Legado de culturas africanas en el Nuevo Mundo (Ediciones UNAULA, Medellín, 2020). Además de en los Estados Unidos, también impartió conferencias en España, Italia, República Dominicana, Panamá, Haití y Ghana.

¿Dónde naciste? ¿Qué formación profesional-académica recibiste en Cuba?

Nací cerca de la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas, por razones similares a las del periodista y escritor italiano Italo Calvino: su padre y el mío eran investigadores en esa prestigiosa institución.

Cuando tenía dos años de edad, mis padres se mudaron a Guanabacoa. El escenario de mi niñez fue el barrio de la Cruz Verde, que me vio crecer y que dejó una huella permanente en mi formación y mi personalidad. Mi propensión hacia las religiones y las prácticas de origen africano, mi interés en la cultura popular, mis inquietudes por estudiar la música, el teatro y el quehacer de mis conciudadanos, nacieron y adquirieron un significado propio en Guanabacoa.

En ese ambiente, apenas con quince años, comencé a participar en el teatro aficionado. Había estudiado en los Salesianos y los Escolapios de Guanabacoa, hasta que los sacerdotes fueron expulsados de Cuba. Continué en las escuelas públicas y, un tiempo después, mi indiferencia hacia los lineamientos políticos que anunciaban la radicalización de la Ofensiva Revolucionaria, me obligó a entrar al Instituto Tecnológico José R. Rodríguez, del Vedado, para eludir el acoso inminente de la UMAP.

Casi tres años después logré salir de baja, y sin preámbulos, comencé a estudiar teatro en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán (ENA). En cursos nocturnos conseguí el diploma de bachillerato, otorgado por el Instituto de Enseñanza Media de La Habana. Fue un intenso período de formación que sedimentó mi acervo personal. El teatro ocupaba mi atención inmediata, pero mis inquietudes por el enriquecimiento cultural siempre estuvieron presentes.

Terminado el bachillerato, y ya fuera de la ENA, matriculé Licenciatura en Historia del Arte en la Universidad de La Habana, estudios que concluí en 1978. Por esos años conocí a Antonio Benítez Rojo, Félix Beltrán, Reinaldo Arenas, José Rodríguez Feo, Reynaldo Fernández Pavón, Loly Buján, Humberto García Espinosa, Loipa Araujo, Antón Arrufat y Eugenio Pedraza Ginori, entre otros.

En 1976 hice teatro con el Guiñol de Marianao, en 100 y 51. Dos años después formé parte del grupo de Tito Junco que fundó el Teatro de Arte Popular, cuyas primeras presentaciones tuvieron lugar en el Liceo de Regla. Ya radicados en el teatro de la antigua Escuela Normal de La Habana, trabajé bajo la dirección de Eugenio Hernández Espinosa, Gerardo Fulleda León, Tito Junco y Rogelio Martínez Furé.

En el ICRT, fui parte del elenco que realizó la primera serie televisiva cubana, Los hijos de Juana, protagonizada por Eloísa Álvarez Guedes. El delincuente que me tocó interpretar me abrió las puertas del cine y la televisión. De ese período, recuerdo Mella, Guardafronteras, Para empezar a vivir, y algo que tuvo que ver con la llamada “guerra contra bandidos” en el Escambray, que filmé junto a Reinaldo Miravalles.

Por entonces, mis relaciones personales se ampliaron, y pienso que mi carrera estaba en un momento de auge cuando tuve la posibilidad de salir de Cuba y no regresar.

¿Bajo qué circunstancias saliste de Cuba? ¿Dónde te radicaste los primeros años? ¿Qué empleos tuviste?

En 1981 aterricé en España. En Madrid, nos quedamos el coreógrafo Arnaldo Patterson, Guido González del Valle y otros tres miembros del grupo profesional con el que salimos de Cuba.

Volver a empezar en la España de la Transición, que como un hervidero sacudía las bases de esa sociedad, fue una proeza humana. Atrapados por más de cuatro décadas entre Guerra Civil y franquismo, los españoles no estaban dispuestos a dejar pasar una experiencia desbordante en todos los sentidos. Cuando pienso en aquellos años, no puedo olvidar la sala de fiestas Amne… sia (el nombre en el lumínico se desvanecía), que abría al público a las cuatro de la madrugada, cuando todos cerraban. Alrededor de las siete de la mañana inflaban una piscina que llenaban de agua, y los españolitos disfrutaban fogosamente como Dios los trajo al mundo.

En ese mundillo conocí a Pedro Almodóvar, quien ya había realizado su primera película: Pepi, Luci, Bom, y otras chichas del montón (1980), y a un joven malagueño de energía pendulante llamado Antonio Banderas.

La sociedad española quería disfrutar plenamente ese sentimiento de libertad que oscilaba hasta el libertinaje y que hacía muy difícil que un emigrante fuera escuchado o resultara de interés. Ellos habían salido de una dictadura, y el país estaba en deuda con el desarrollo. Yo había escapado de cierto desarrollo con dictadura, y todo aquello, tan incomprensible, me hacía pensar que… ¡yo venía del futuro!

Los primeros meses fueron terribles. Transité por los márgenes de la indigencia, sin trabajo, sin dinero, y durmiendo donde podía. Pasé hambre y frío. La mayor limitación era que teníamos una visa de tránsito de noventa días, lo cual hacía legal nuestra estancia y nos impedía presentarnos a las autoridades a pedir refugio o ayuda.

Una tarde en un café, con solo un vaso de agua en la mesa, le contaba a un conocido las tribulaciones que me habían llevado a España. De repente, un hombre de unos treinta años, de buena apariencia, lamentó mis palabras y me contó que él había tenido que salir clandestinamente de Argentina, porque los agentes de la dictadura militar lo buscaban. Se hizo evidente que nuestras posiciones ideológicas diferían. No obstante, Gabriel (que es un viejo amigo) me ofreció trabajar en el café que administraba. Fue el primer aliento de supervivencia. Dos meses después presenté mi solicitud de refugio y alquilé mi primer piso en la calle Olmo 8, en Lavapiés.

Cuando viajé a los Estados Unidos por primera vez, en 1988, entré con un pasaporte español, una visa de trabajo y una credencial de la Agencia de Noticias EFE, para asistir al Festival de Cine de Miami. En ese periplo de casi una década, había estudiado italiano y vivido un año en Roma, donde tomé algunos cursos de cinematografía, y había aprendido las esencias del periodismo en cursos independientes con el apoyo del Centro de Altos Estudios del Instituto de Cooperación Iberoamericana, al cual estaba asociado el periódico Noticiero de las Américas.

Mi colaboración con el escritor y poeta Roberto Casorla hizo posible que trabajara para los Servicios Especiales de EFE. Gracias a ello, participé como periodista en numerosos festivales de cine en Europa, y entrevisté a escritores como José María Gironella, Ana María Matute, Fernando Díaz-Plaja, Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig; a grandes figuras como Joaquín Rodrigo y José Luis de Vilallonga; y a cineastas como Néstor Almendros, Francisco Norden, Francisco Lombardi, Ramón Menéndez y Orlando Jiménez Leal, entre muchos otros.

¿En qué fecha te mudaste a los EE.UU.? ¿Por qué diste el salto de Europa hacia este país? ¿En qué ciudades has vivido y cuáles han sido tus ocupaciones laborales?

En 1989 realicé tres viajes de ida y regreso. Al parecer no estaba convencido de que radicar en los Estados Unidos fuera la mejor decisión, pero el afán personal y el destino son un matrimonio mal llevado: con frecuencia se divorcian. Después de haber vivido en Madrid y en Roma, y de haber recorrido numerosas capitales de Europa, la ciudad de Miami me pareció lúgubre y corriente, sin mayores atractivos.

A mi regreso a Madrid, pensé que podía seguir con mi trabajo de periodismo. Sin embargo, encontré dificultades que no había afrontado antes. De nuevo en Miami, en una reunión festiva, me ofrecieron trabajar para la WQBA (La Cubanísima), que por entonces era, probablemente, la emisora radial más importante del sur de la Florida.

Trabajé cuatro meses en la sala de redacciones de noticias. Comenzaba a las 4:00 a.m. y finalizaba al mediodía. No era precisamente una labor que me interesara, pero me permitió hacer unos ahorros y sobre todo conocer el mundillo social y político del momento: Tomás García Fusté, Tomasito Regalado, Jorge Mas Canosa, Nazario Sargén, Nicolasito Guillén, Natalio Chediak, Eduardo Padrón, Ramón Cernuda, Enrique García Morera (con quien tengo una gran amistad), Polita Gordon, Frank Fernández, Juan M. Salvat y Aida Levitán, entre otros.

Por aquel tiempo el periodismo en español parecía muy limitado. La cadena Univisión preparaba a Jorge Ramos, que aún no había comenzado su carrera, y fuera del ámbito de ciudades como Miami, Los Ángeles o Nueva York, el periodismo en español no era muy relevante.

Emilio Milián, comentarista de radio, que había perdido las piernas en 1976 a consecuencia de un acto de terrorismo, regresó a la radio en 1989 con la emisora Radio Fe. Aunque no nos conocíamos, me llamó y me propuso que me encargara del noticiero de las cinco de la tarde, que precedía a su espacio editorial. Fue una labor más llevadera, si bien el salario que percibía no alcanzaba para cubrir los gastos esenciales.

Luego comencé a hacer freelance para la sección de viajes de El Nuevo Herald. A diferencia de las sucintas columnas de opinión, por mis artículos de viajes (a veces de una página completa, ampliamente documentados) nunca recibí un centavo, porque no existía un contrato firmado y eran considerados “colaboraciones”. Con un poco de suerte, realicé numerosas entrevistas a personalidades importantes como Modesto Maidique, para la sección Protagonistas de la revista Hombre de Mundo, que me pagaba cien dólares por cada trabajo. A pesar de ello, una vez más era tiempo de buscar otros horizontes, esta vez fuera de Miami.

¿Cómo y por qué decidiste estudiar en las universidades estadounidenses? ¿Dónde te contrataron, y qué cursos lograste impartir?

Nunca imaginé que regresaría a las aulas, y mucho menos que me vincularía a una labor tan importante como la docencia universitaria. Una mañana recibí una llamada de una funcionaria de la USIA (United States Information Agency) que me instaba a escribir un trabajo sobre el cine cubano y a participar en un panel que se celebraría en Washington D. C. La oferta económica era generosa. Si aceptaba, el trabajo tenía que realizarse confidencialmente. La conversación reveló que conocían mis encuentros y entrevistas con delegaciones y realizadores del cine cubano de la Isla, cuando vivía en España.

Unos meses después, a puertas cerradas, presenté mi ponencia “La Revolución y las ideas”, junto a personalidades como Antonio Benítez Rojo y Félix Beltrán. Terminaba de caer el Muro de Berlín y los analistas de la Agencia de Información apostaban a que el desmoronamiento del bloque soviético obligaría a Fidel Castro a instaurar una “política de cambio”. Recuerdo que las consideraciones finales de los panelistas fueron unánimes: mientras los Castros gobiernen en Cuba, no habría cambios. Tres décadas después, la historia ha ratificado nuestras opiniones.

Durante la recepción, Benítez Rojo, a quien ya conocía desde Cuba, me instó a que regresara a estudiar. Rafael Saumell, que participó también en el evento, favoreció esta idea cuando habló de la calidad de los profesores de Washington University en St. Louis, Missouri, la institución donde él estaba realizando su doctorado. Unos meses después recibí una beca para allí. Desde entonces no dejo de reflexionar entre el poder de la voluntad y el destino. Si algo es cierto, es que las dificultades, a menudo, lo preparan a uno para un destino sorprendente.

Terminé la maestría con honores y, comenzando el doctorado, en una aventura irrepetible, me fui a vivir a Eslovenia con una actriz de teatro. Recuerdo que, en medio de mi frenético romance, en 1991, empezó la Guerra de los Balcanes. Por azares del destino (como acostumbraba a decir Cabrera Infante) los tanques serbios, ocho días después de entrar en Ljubljana sin disparar sus cañones, fueron abandonados por los efectivos militares que abandonaron la capital.

Mi regreso al programa fue tan infausto como mi desaparición. Gracias al profesor John Garganigo pude conseguir una carta de recomendación para hacer el doctorado en otra institución. Seis años después me doctoré en Filosofía y Letras en la Indiana University Bloomington. Con la tesis terminada, recibí excelentes ofertas de trabajo de prestigiosas instituciones como Binghamton University y University of Colorado. Mi reticencia al frío desmesurado me llevó a tomar una mala decisión cuando acepté trabajar en Carolina del Sur. Nuestras decisiones, para bien o mal, pavimentan nuestro destino.

En 2002 obtuve una beca de la Fundación Andrew W. Mellon para realizar un Postdoctorado en Estudios del Caribe en Oberlin College, Ohio. La calidad de los estudiantes, el ambiente distendido, las numerosas actividades que organizaba el College y el trabajo con los colegas, han sido de las mejores experiencias académicas que he tenido a lo largo de toda mi carrera profesional.

De regreso a South Carolina, abocado a la tenure (permanencia de empleo), solicité una plaza en USF St. Petersburg y fui seleccionado, entre noventa y nueve solicitantes, para organizar el programa de español de dicha institución.

¿Qué áreas de investigación que te han interesado? ¿Dónde has publicado los resultados de tu trabajo? ¿En qué conferencias los has presentado?

Antes te mencioné algunas de mis publicaciones, y países donde he presentado los resultados de mis trabajos. Debo aclarar que el libro Latinos en Japón surgió como una iniciativa emergente con el antropólogo Rafael Reyes-Ruiz, cuando realizaba el postdoctorado. El proyecto inicial, en el cual trabajaba en coedición, sobre los orígenes de la identidad cultural negra en Cuba, tuvo que ser postergado porque al otro investigador le diagnosticaron cáncer y abandonó el trabajo. Ciertamente, fue una labor al margen de mis inquietudes críticas.

Desde los comienzos de mis estudios, más que apropiarme de una teoría crítica y erigirla como herramienta para la investigación, como suele ocurrir en la academia, los sedimentos de mis estudios socioeconómicos aprendidos en Cuba me inclinaron hacia los estudios culturales, sobre todo aquellos expuestos por la Escuela de Birmingham a partir de la década de los sesenta. En sociedades diversas, que a través de los siglos han tenido historias políticas y sociales extremadamente cambiantes, en las cuales la cultura está asociada a factores étnicos con substratos muy diferentes, es casi imposible realizar un estudio serio desconociendo la amalgama de factores que conforman las expresiones culturales. El legado de la cultura africana en Cuba es tan rico e importante como el europeo, aunque haya sido relegado sistemáticamente. En mis trabajos he buscado destacar la importancia de ese legado, que ha sido leitmotiv en mis estudios. Sirvan de ejemplo los siguientes ensayos, publicados entre 2005 y 2016:
“La Regla de Ocha en Cuba: Asimilación, oralidad y diferencias”, en Cultos Afroamericanos. Dioses, Orishas, Santería y Vudú. José Ignacio Urquijo ed. Extremadura, España: Ediciones Eunate, 2016.
“Reflexiones sobre la cultura cubana: ¿El negrismo moda o búsqueda de identidad e integración racial?”, en Afro-Hispanic Review, Spring 2015.
“La nación entre imaginarios y trasformaciones”, en Afro-Hispanic-Review, Spring 2011.
“Nicolás Guillén y la Generación del 27 en Cuba”, en Otro lunes. Revista Hispanoamericana de Cultura, Marzo 2011, Año 5, No. 17.
“Los Delmontinos y ‘el problema negro’ en Cuba”, en Negritud. Revista de Estudios Afro-Latinoamericanos, No. 2, Vol. 2, 2009.
“El legado del ingenio azucarero en Cuba”, en Otro lunes. Revista Hispanoamericana de Cultura, Junio 2009, Año 3, No. 8.
“Nelson Freires y la esencia mística de la cultura Yoruba”, en Afro-Hispanic Review, Spring 2007.
“Las creencias de origen africano en el Nuevo Mundo”, en Afro-Hispanic Review, Spring 2007.
“La pigmentación de la piel y el discurso literario en Cuba”, en Afro-Hispanic Review, Fall 2005.

Estos y otros trabajos han sido presentados en el MLA (Modern Language Association Annual Conference), en LASA (Latin American Studies Association), en ALARA (Afro-Latin American Research Asociation), en AISPI (Asociación de Hispanistas Italianos) y en la Asociación de Estudios del Caribe, de Cartagena de Indias. En LA CHISPA, New Orleans, y en el CRI (Cuban Research Institute) de Miami, participé consecutivamente en más de siete celebraciones.

He presentado mis estudios en la Universidad de Birmingham, Inglaterra; en la Universidad de Antioquia, Medellín; en la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín y en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.

Recientemente he participado de forma virtual en el lanzamiento publicitario de la antología Legado de las culturas africanas en el Nuevo Mundo (Ediciones UNAULA, Medellín, 2020), en la Feria del Libro de Bogotá, en la Fiesta del Libro de Medellín y en la Feria del libro de Cali.

Por varios años he sido miembro del MLA, LASA, ALARA y he formado parte del editorial board de las revistas literarias Negritud y Afro-Hispanic Review.

¿Por qué debe estudiarse y enseñarse el legado de las culturas africanas en el Nuevo Mundo? ¿Qué criterios de selección prevalecieron en tu desempeño como compilador de los ensayos incluidos en Legado de las culturas africanas en el Nuevo Mundo?

Es preciso aclarar que en la academia norteamericana no existen departamentos de Estudios del Caribe en lengua hispana, francesa o portuguesa, si nos atenemos a las distinciones que realizó Antonio Benítez Rojo en la obra seminal La isla que se repite. En su análisis, regiones como el sudeste del Brasil o Luisiana pueden ser estudiadas como parte del meta-archipiélago del Caribe. Es decir, los estudios del legado de origen africano, la enseñanza de la tradición oral que permitió conservar las religiones, la música, la danza, etc., queda en manos de aquellos académicos capacitados para emprender esa enseñanza en los departamentos de Español y Portugués, o en otros ámbitos que lo permitan.

En general, encontramos dos tipos de acercamiento a esta enseñanza: los académicos que estudian el Caribe desde los aposentos de las bibliotecas, y aquellos que han vivido y experimentado el quehacer del Caribe y han realizado investigaciones de terreno. La diferencia podría parecer paradójica. La riqueza y envergadura de sus obras, puede ser notable.

Para la antología, el criterio de selección estuvo determinado por la calidad y autenticidad de los ensayos. Escogí aquellos que muestran el conocimiento a partir de la investigación de terreno. Curiosamente, la antología es el punto de encuentro de académicos españoles, africanos, norteamericanos y caribeños. En cada uno de los estudios puede constatarse la experiencia directa con las fuentes de conocimiento.

¿Resultó difícil hallar interés editorial para tu libro fuera del contexto estadounidense?

Siempre he pensado que si existieran university press en español, sería menos complicado publicar un estudio académico como esa antología. En Hispanoamérica existen editoriales muy prestigiosas en Argentina, México y Colombia. Yo he conseguido publicar en estos dos últimos países.

Colombia, en particular, me ha parecido un mercado con una producción editorial estable, a pesar del fuerte influjo de las ediciones en los medios digitales. Las editoriales universitarias han conseguido estar a la vanguardia y mantienen una disposición positiva para la publicación y difusión de aquellos estudios que contribuyan a la enseñanza. Es lo que me ha permitido publicar la antología sobre Lezama Lima, y ahora el Legado de las culturas africanas en el nuevo mundo.

¿En qué proyectos trabajas actualmente?

Siempre tenemos proyectos… La culminación de cada proyecto es una prolongación de nuestra existencia que le hemos ganado al paso del tiempo, porque podrías preguntarte: ¿Qué parte de la vida está verdaderamente bajo nuestro control? No creo que exista una respuesta cabal para ello.

Las reflexiones sobre las muchas experiencias vividas me han empujado a comenzar a escribir una novela. Como las historias del “otro”, para no tener que mirarme en el espejo de la escritura. Pero es obvio que lo que se cuenta parte de vivencias personales, donde muchas veces suceden, para mi sorpresa, cosas que no he buscado.

En el ámbito académico, he comenzado la reescritura en inglés del prólogo de la antología que pensamos publicar próximamente en Estados Unidos. Además, me he enfrascado en la tarea de hacer una reedición ampliada de mi estudio Choteo. Irreverencia y humor en la cultura cubana. Todo ello me tomará al menos dos años. Para entonces, algo nuevo estará escudriñando mi curiosidad intelectual.

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