Por Alejandro González Acosta
En Cuba existe una antigua, sostenida y rica tradición de generoso mecenazgo.
La sociedad (por supuesto “civil”), se comprometía y
tomaba parte en el empeño de llevar el país por la senda del progreso y la
cultura, en un proceso gradual y siempre insatisfactorio para las necesidades,
inevitablemente crecientes. Pero también hacían gala de esa entrega y ese
orgullo en el exterior.
Su historia muestra una sólida vocación de protección,
estímulo e impulso de los talentos nacionales. No sólo de familias cubanas,
sino de las propias autoridades españolas, para quienes la isla era una
provincia más de la monarquía hispana.
El Gobernador Luis de las Casas y Aragorri y el Intendente Alejandro Ramírez, fueron muy señalados en esto, propiciando la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País, de honda y fructífera existencia, que fue una institución de amplio mecenazgo donde tomaron parte personajes criollos como Francisco de Arango y Parreño, José Agustín Caballero, Tomás Romay, Luis de Peñalver y familias como los O’Farril y los Montalvo.
Esta Sociedad
Económica de Amigos del País creó la primera biblioteca pública (que aún
existe funcionando), el Jardín Botánico,
la Academia de San Alejandro, el
primer Papel periódico de La Habana y
la Revista Bimestre Cubana, entre
muchas otras obras de beneficio social: se trató sobre todo de un organizado mecenazgo
colectivo.
También hubo mecenas cubanos que ejercieron su influjo
en otros países de América:
Una figura interesantísima y lamentablemente muy poco
conocida es la de Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria (Bayamo, 3 de
abril, 1758 – Bogotá, 2 de junio, 1819)[1].
Este joven bayamés autodidacta destacó desde muy niño por su inteligencia y
aplicación, y recibió el apoyo tanto del párroco de Bayamo, como después del
Marqués de Guisa, y finalmente del Capitán General de la Isla de Cuba, José
Manuel de Ezpeleta, quien se lo llevó como protegido y secretario cuando lo
nombraron Virrey de la Nueva Granada. Allí Rodríguez de la Victoria llegó a
convertirse en una de las principales figuras de la ilustración neogranadina, y
se le considera el creador del periodismo colombiano. Fue un erudito impulsor
de la Real Biblioteca Pública, que resultó
el núcleo de la formación liberal en ese virreinato.
Era habitual que tanto funcionarios, como hacendados e
instituciones religiosas protegieran y promovieran algunos jóvenes con dotes
especiales.
En Cuba, además de los ya mencionados antes, han
existido notables mecenas.
No necesitaban ser unos grandes nababs o tycoons, pues bastaba
con proveer los medios necesarios en el momento justo.
Siempre hubo cubanos ilustrados y generosos: por
ejemplo, el clan Loynaz del Castillo, contando con la fortuna recibida por la
parte materna de los Muñoz Sañudo (una de las familias más poderosas
económicamente de la isla), además de los patrimonios personales acrecentados
por sus distintas actividades, protegieron a numerosos escritores y artistas en
general.
Eran famosas las veladas de los jueves en su
residencia señorial de la Calle de Línea en El Vedado, las llamadas “juevinas”,
donde tomaron parte destacados escritores nacionales y extranjeros. Debido a
que también los Loynaz eran jóvenes bohemios y excéntricos, hasta organizaron veladas
funambulescas de larga memoria, como la renombrada cena en el tope de la Loma
de Chaple con meseros vestidos de pajes Luis XV y servidos a la luz de
candelabros de plata y oro, que recuerda Alejo Carpentier en algún documental[2].
Gran mecenas también fue María Luisa Gómez Mena, la
famosa “sobrina de la Condesa de Revilla de Camargo”, una bohemia de vida
intensa, pero también con gran sensibilidad, voluntad, decisión e intuición
artística. Fue promotora de importantes proyectos en Cuba y el extranjero, como
México, España y Estados Unidos. A ella se le debe aún un gran homenaje por su
desempeño fundamental en la cultura de su tiempo.
En la época cuando Cuba aún era posesión española, fue
famoso Francisco Marti y Torrens, un acaudalado catalán llegado muy pobre a la
isla, quien apoyó, entre otros empeños, la construcción del Gran Teatro de Tacón, aunque no era un
personaje con una educación refinada y su forma de enriquecerse no fue muy escrupulosa.
Algo parecido ocurrió después con empresarios muy
acaudalados, como Alfredo Hornedo, Benito Remedios y Julio Lobo, “El Zar del
Azúcar”. Los dos primeros fueron bastante peculiares en sus gustos y empeños,
pero dejaron grandes obras de tras de ellos. El tercero formó la rica colección
sobre Napoleón Bonaparte que hoy se conserva en un museo especial.
Tanto Martha como Rosalía Abreu fueron también
grandes, generosas y atinadas mecenas, no sólo de artistas y patriotas, sino
también de la ciencia, como el caso de la segunda de las hermanas, que instaló
en Cuba el primer zoológico-laboratorio dedicado a estudiar los primates, lo
cual derivó en murmullos maliciosos y venenosos.
Porque debe advertirse que los mecenas también pueden
recibir de sus protegidos las mordidas de la ingratitud, las dentelladas de la
incomprensión y los venenos de la envidia. Para ser un mecenas no basta con ser
rico, sino culto, o al menos sensible, y también generoso (que no es
precisamente espléndido ni manirroto), junto con un gran espíritu humano.
El caso del escritor José Rodríguez Feo (1920-1993)
puede ser un buen ejemplo: fue lo suficientemente rico y generoso para
financiar muchos proyectos literarios, como la revista Orígenes, pero también fue mezquino para exigir por ello una pleitesía
total, confundiendo a sus protegidos con esclavos o sirvientes, actitud que no
aceptaron José Lezama Lima y otros del grupo como Virgilio Piñera, quienes
pusieron distancia con él.
Por supuesto que la gratitud –como escuché decir
alguna vez a un ente tenebroso- no es “como una medicina que tiene fecha de caducidad”,
pero entre personas de bien y con un alma sana y una mente limpia, se impone
como un privilegio espontáneo y natural, no como una imposición obligada o
imperiosa. Por eso en la relación entre mecenas y artistas, su éxito también depende
muchas veces de las características humanas de ambos.
Mujeres de gran sensibilidad, energía y decisión,
fueron promotoras fundamentales de la cultura y el arte en Cuba, como Elena Pollack
de Aguilera, Laura Raynieri de Alonso, Natalia Aróstegui de Bolívar, Lily
Hidalgo de Conill, Catalina Lasa de Pedro y Martha Abreu de Estévez, y también
Primeras Damas como María Jaén de Zayas, Mariana Seva de García Menocal, Elvira
Machado de Machado, María Dolores Tarrero de Prío, y Martha Fernández Miranda de
Batista.
Lo que quisieron hacer después las “damas revolucionarias”
como Pastorita Núñez, Celia Sánchez, Vilma Espín y Haydée Santamaría, fueron
burdos proyectos de propaganda, manipulación y de muy poco gusto, aunque
algunas de ellas provinieran de antiguas familias francesas de hacendados y
profesionistas adinerados (como Vilma Espín de los Guillois, y Celia Sánchez de
los Manduley). Al menos con estas sí se logró la “abolición de LA clase”.
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