Friday, March 12, 2021

Mecenas de cubanos en México (final)

Por Alejandro González Acosta

Retomando la tradición de Mercado y Martí, en México los cubanos también han disfrutado del mecenazgo, propio y ajeno. Don Pablo Machado fue un rico empresario cubano asentado en México alrededor de 1930, dedicado a la industria azucarera, donde obtuvo un gran éxito, que compartió gustosamente con sus compatriotas: fundó el Círculo Cubano de México en 1938, y todavía en 1959, cuando Castro implantó su control en la isla, recibió numerosos compatriotas que huían, los hospedó, alimentó y procuró encontrarles trabajo para que crearan una nueva vida en el exilio. Que yo sepa, no existe ningún monumento dedicado a honrar la memoria de este benefactor.

Salvador Riestra

A mediados de los 80 del siglo pasado, fueron famosas las veladas bohemias organizadas por el anfitrión Salvador Riestra Zepeda, un empresario mexicano y promotor artístico, donde coincidieron muchas veces músicos extraordinarios como Rubén González (muchísimo antes del éxito de Buenavista Social Club), Elena Burke, Pablo Milanés, Amaury Gutiérrez, David Torrens y Francisco Céspedes, al mismo tiempo que artistas como Florencio Gelabert (hijo), Arturo Cuenca, Isidro López Botalín, y varios más.

Artista exquisito, que lleva el blasón en su nombre como el orfebre, escultor y medallista Lorenzo Rafael Gómez de Bustamante y Cox -“Lorenzo El Magnífico” para quienes nos preciamos de su amistad por muchos años- miembro de la antigua aristocracia oaxaqueña y querido amigo entrañable que se nos acaba de “adelantar”, también acogió y promovió varios artistas cubanos como Enrique Roca “El Choco”, y muchos otros.

Y no tiene que ser dispendioso el mecenazgo. Por ejemplo, Eliseo Alberto Diego (1951-2011) fue, a pesar de sus limitaciones materiales como escritor que vive de su pluma, también un mecenas a su manera: permanentemente y durante muchos años su mesa en México –con platos que él mismo preparaba- contó con la consuetudinaria presencia de entrañables amigos menesterosos, a quienes llamaba cariñosamente sus “becarios”. Al finalizar la comida, decía que les “cobraba” el mesaje, pues leía sus últimos escritos a los comensales, y todos terminaban llorando, pero “con pura magia satisfechos”.

Por su parte el financiero y empresario mexicano Alejandro Palma (además, un gran melómano), también protegió a otros escritores cubanos, creando la Beca “Gabino Palma” que otorgó a Eliseo Alberto y Rafael Rojas. Hace mucho que los cubanos beneficiados por él le deben un reconocimiento que simbolice el oro de su amistad generosa y desinteresada.

Después, damas cubano-mexicanas como Alina Menocal Johnson de Rocha y Aymée Labarrere de Servitje, promovieron artistas plásticos y cineastas cubanos que empezaron su recorrido internacional en México a mediados de los 80 del siglo pasado. Y también las hermanas Germaine y Claudia Gómez Haro, gestoras del “Centro de Cultura Casa Lamm”, han protegido sobre todo al arte y la cultura cubana oficial. Incomprensiblemente, el gobierno cubano aún no ha premiado como debiera las múltiples atenciones, los numerosos gestos de cordialidad y los útiles servicios de estas dos generosas promotoras, como una muestra de torpeza, ingratitud o ignorancia. O de las tres cosas.

Damas mexicanas como Azul Verdugo de Landeros y Virginia González Torres, reconocidas benefactoras y filántropas, apoyaron decisivamente con su valiente discreción una causa humanitaria muy publicitada después, como la del Mayor Aviador Orestes Lorenzo Pérez, quien el 19 de diciembre de 1992, rescató a su esposa e hijos secuestrados por el castrismo, en una avioneta Cessna 310, fabricada en 1961, adquirida con el generoso aporte de 30 mil dólares de la mecenas cubana en Texas Elena Díaz Verson de Amos[1]. El arrojado militar se había fugado de Cuba el 20 de marzo de 1991 en un avión de combate MIG 23 BN, y Raúl Castro había dictado que nunca permitiría que el prófugo se reuniera con su familia de nuevo, y que si quería verlos “fuera por ellos”.

Lorenzo le tomó la palabra y voló clandestinamente a la isla, para recogerlos en una carretera muy transitada, como una proeza caballeresca en tiempos de la Guerra Fría. Antes, las valerosas damas mexicanas fueron a la isla llevando escondidos los planes, mapas e indicaciones grabadas de Orestes para su esposa, relatando todo el plan de escape, y transmitiendo oralmente las contraseñas establecidas para poder comunicarse en clave.

El vuelo de regreso (a diferencia del de su fuga inicial que tomó apenas 10 minutos) fue de 100 minutos de una agonía mortal, cuando finalmente volvió a su punto de partida, que tiene el emblemático nombre de las victorias heroicas: Cayo Marathon. Esta es una asombrosa y valiente acción la cual aún espera por la película que la narre.
Víctor Batista

En esta honrosa relación de mecenas cubanos hay un lugar especial para Víctor Batista Falla (1933-2020), recientemente fallecido en Cuba debido a la mortal pandemia, después de 60 años de haber salido de allí huyendo del castrismo. Primero se estableció en New York, donde fundó y financió las revistas Exilio y escandalar, y luego fijó su residencia en Madrid, donde abrió la Editorial Colibrí, para autores cubanos.

El mejor Mecenas es una especie de Narciso tímido, un Ícaro que presta sus alas para que otros vuelen, un relevo de Sísifo que ayuda a empujar la piedra, un Pigmalión convertido en Galatea, un Ganimedes servidor de Apolo.

El mecenazgo le venía a Víctor Batista en la sangre. Su tío, el cienfueguero Eutimio Falla Bonet (1905-1965), fue uno de los más decididos protectores del arte y la cultura cubanas; no sólo financió, sino que supervisó y co-ejecutó la restauración de dos monumentos muy valiosos del patrimonio artístico religioso cubano: la Iglesia Parroquial Mayor de San Juan Bautista en la ciudad de Remedios, y la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en Santa Clara, que son obras muy significativas del barroco insular.

Víctor Batista Falla Bonet, cumpliendo esta tradición familiar, más que mecenas, fue facilitador, impulsor y materializador de proyectos, donde metía no sólo sus recursos sino sus saberes y quereres. Aunque solía bromear presentándose como “el tío de la duquesa”, en realidad los Mestre-Batista-Falla ya pertenecían a la nobleza española desde mucho antes del matrimonio de su sobrina con el entonces heredero del Gran Ducado de Luxemburgo, y estaban emparentados con los Marqueses de Santa Olalla, los Condes de Casa Montalvo, los Condes del Castillo, los Marqueses de San Felipe y Santiago, los Condes de Casa Barreto y los Condes de Macurijes, y sus ancestros se remontan documentadamente hasta principios del siglo XVI.

En Cuba, la nobleza de la cuna no ha estado separada de la bondad y la generosidad, así como de un alto espíritu de servicio y una decidida vocación patriótica, traducidas en el estímulo de los talentos artísticos y literarios, y materializadas en grandes obras que no sólo llenan de justificado orgullo sino sirven como estímulo para levantar un país y colocarlo de nuevo entre las naciones más progresistas y avanzadas. Esos seres no sólo están por derecho propio en gran parte de nuestro pasado, sino les corresponderá también para cumplir un destino histórico, un papel fundamental en nuestro futuro.


Notas

[1] Esta misma patricia cubana, hija del periodista Salvador Díaz Verson (uno de los primeros en advertir, sin ser escuchado, la intención comunista de Castro), también ayudó para que huyera disfrazada de la isla Alina Fernández, la hija de Fidel Castro, en 1993. En esta operación también participaron la Fundación “Armando Valladares” y una de sus ejecutivas, Cristina Arriaga.

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