Wednesday, March 10, 2021

Cuando la Madre Patria se acordó de sus hijos

Por Enrisco

Hubo un tiempo en que el español se puso de moda en Nueva York. Fue por allá, por los tiempos de la Primera Guerra Mundial. En 1917 Estados Unidos entraba en guerra con Alemania cuando se dio cuenta de que su segunda lengua, la más frecuente en el sistema escolar, aparte del inglés era precisamente el alemán. En su lugar la lengua que encontró más a mano era el español. Era la lengua de los países latinoamericanos con los que había intensificado el comercio ahora que se hacía tan complicado hacerlo con Europa. Así fue como los estudiantes gringos aprendieron a decir ¿Dón-de es-tá la bi-blio-te-ca?” y “El pe-rro se co-mió la ta-rea”.

Por su parte España andaba interesada en recuperar el terreno perdido tras las guerras de independencia hispanoamericana del siglo XIX y sobre todo tras la Guerra hispanoamericana en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Lo que había sido una contienda “arrancapescuezo” hasta apenas unos años antes, podía verse ahora como mero malentendido familiar. Malentendido que la Madre Patria estaba dispuesta a perdonar. Porque así son las madres, de corazón grande y generoso, comprensivas con las pataletas de los hijos. Una cosa es que los hijos se hagan independientes y otra es que ni siquiera les echen una cartica en el correo contándoles cómo les va.


La carnada para la recuperación del amor perdido por la Madre Patria fue el idioma y la cultura comunes. Y el montón de españoles que seguía emigrando a América cada año porque a veces la Madre Patria era inhabitable para los mismos españoles. Así se pusieron de moda términos como “la hispanidad” o “la raza”. La española Unión Iberoamericana se propuso “estrechar las relaciones sociales, económicas, científicas, literarias y artísticas de España, Portugal y las naciones americanas”.

Echaron mano, por supuesto, a Cristóbal Colón, el genovés que murió creyendo que Cuba era una isla japonesa. En 1913 Faustino Rodríguez San-Pedro, presidente de la Unión Iberoamericana, propuso celebrar la Fiesta de la Raza el día en que Colón había desembarcado en una isla de las Bahamas, el 12 de octubre. ¿No venían celebrando los italianos el Colombus’s Day desde 1909? ¿Cuál era el problema con que los hispanoamericanos celebraran el día en que sus recontratatarabuelos paternos empezaron a machacarles la vida a sus recontratatarabuelos maternos?

O como lo dijera tan lindamente la susodicha Unión, el 12 de octubre serviría para celebrar “la intimidad espiritual existente entre la Nación descubridora y civilizadora y las formadas en el suelo americano, hoy prósperos Estados”. Mamá Patria, siempre tan generosa, recordándoles a los hijos todo lo que hizo por ellos.

La moda de la hispanidad prendió por un tiempo en Nueva York. En 1916 Federico de Onís fue enviado a Nueva York para ocupar la cátedra de Español de la Universidad de Columbia y en 1920 se creó en dicha universidad el Instituto de las Españas que luego se convertiría en la Casa Hispánica, todavía vigente.

Desde España trajeron intelectuales para explicar la grandeza de la cultura española pero cuando en 1929 llegó el poeta Federico García Lorca más que explicar nada quedó tan sobrecogido por la monstruosa imagen que le ofrecía la urbe norteamericana que los poemas resultantes no se atrevieron a publicarlos hasta cuando llevaba un rato muerto.

En 1927 se hicieron planes grandiosos para propagar la idea de la Hispanidad en Nueva York. Para ello se importarían más intelectuales de España. (Una cosa era hablar de “intimidad espiritual” y otra muy distinta tener en cuenta a los boricuas de El Barrio). Para estrechar los lazos de la antigua metrópoli con sus ex-colonias se construiría una grandiosa Casa de las Españas en la capital del mundo. Pero entonces llegó la depresión. La Gran Depresión, quiero decir. Y el retorno de la grandeza española quedó, como la búsqueda de El Dorado, en puro delirio.

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